Por Hernán Andrés Kruse.-
LA ANSIEDAD DEL TERROR
“La tendencia a identificarse con una cultura o una nación se corresponde con la negación de la sociedad política. Los intelectuales ansiosos identifican a las sociedades civiles como la base sobre la cual debería edificarse las relaciones sociales. Iglesias, universidades y ONGs asumen un papel de protagonismo en la configuración de la sociedad; en la política tradicional los electores ven corrupción y maximalismo utilitarista. El liberalismo ansioso busca un “yo más fuerte” que no logra encontrar, aumento así su decepción y frustración. El liberalismo del terror da, en esta circunstancia, una respuesta a un yo desilusionado. La cuestión es ¿cómo y a qué precio? Enfatizando en la ansiedad de la victoria y no en el fracaso, Estados Unidos (en los últimos años) ha sobrevivido tanto a la guerra fría como a la democracia social. Pero caída la Unión Soviética, el interés nacional de Estados Unidos quedó desdibujado. Sin el comunismo como contravalor, el capitalismo estadounidense se vio envuelto en un clima de inseguridad y duda.
Es en J. Shklar que puede observarse una respuesta tentativa. Según esta autora, escribe Robin, el terror es anterior a la desigualdad entre los actores. El poderoso no usa el terror para mantener la distancia con los demás, sino que usa la desigualdad para infundir terror. La desigualdad hace posible el terror pero no lo dispara. Empero Shklar retorna al reduccionismo del déspota en Montesquieu. Como el despotismo el terror se conformaba como un medio universal que se aloja en las sociedades. El terror justifica la presencia de la ley y el poder parcial del Estado. La falta de límites y restricciones predispone al yo psicológico en la más atroz de las violencias, tan desenfrenada como terrorífica. Alternando las contribuciones de Montesquieu con las de Tocqueville con respecto a la ansiedad, Shklar sugería que la importación de la ley y la tolerancia a los países periféricos implicaba una disolución de las estructuras tradicionales vigentes. Como consecuencia, la progresiva desintegración “yoica” daba como fruto un aumento en la ansiedad. A mayor igualdad, mayor ansiedad.
Una contra-reacción a la globalización fue el apego a las instituciones tradicionales como la religión: “Optando por estilos represivos de la identidad, como el nacionalismo serbio y el fundamentalismo islámico, los desarraigados por la modernidad eran salvajemente crueles y sembraban el terror entre esos otros”. Esta moda en el pensamiento intelectual americano daba origen a lo que Robin denomina “liberalismo del terror”, una explicación tentativa pero fallida a los propios problemas de identidad y vínculo. El terror se transforma, entonces, en la base política y la explicación de las luchas inter-tribales en todo el mundo. Dicha idea sienta las bases para la intervención de Occidente para “salvar a otros” y salvarse así misma como civilización. Lo cierto parecía ser que (como afirma Robin): “resignados a una reducción completa del liberalismo nacional, los activistas liberales tenían la esperanza de hacer en otra parte lo que no habían hecho en casa. No sería esta la primera vez que los liberales miraban hacia regímenes extranjeros sumidos en la ignorancia para compensar el estancamiento del progreso nacional”. El liberalismo del terror, según Robin, no es otra cosa que la imposición de los ideales propios de la ilustración en el mundo “bárbaro”, precisamente por incapaces e imposibles en el propio hogar. El libre mercado impersonal –tendiente a la estabilidad- y el fin de la guerra fría ponían en riesgo la figura aristocrática-estamental del heroísmo estadounidense; precisamente el terror externo o el terror en tierra extranjera, se lo devolvía.
El 11 de Septiembre de 2001 sintetiza la necesidad de un enemigo externo con el adoctrinamiento de tipo interno. La ansiedad de los perpetradores del atentado a las Torres Gemelas no se debía, según esta elite intelectual, a las intromisiones en materia de política internacional en Medio Oriente por parte de Estados Unidos, sino a una mera patología psicológica asociada al desarraigo y el resentimiento resultado de la modernidad. El miedo como represión de la política se encuentra dentro del corazón de los Estados Unidos desde mucho tiempo antes a esta tragedia, y ya sin la URSS, los intelectuales estaban listos en la causa de la globalización como una distinción de su propia civilización transformando la propia ansiedad en un miedo “vigorizante”. De esta forma, la guerra contra el “terror” no sólo acabaría con una amenaza externa sino que además devolvería al letargo estadounidense una grandeza adormecida.
En este sentido, una de las contribuciones capitales de Robin al estudio del miedo político es haber descubierto su naturaleza y accionar dentro y fuera de Estados Unidos.
05/02/2025 a las 7:58 AM
LA ANSIEDAD DEL TERROR (cont.)
«Específicamente, el miedo no se constituye como pensaba Hobbes en la base de la civilidad, sino en un instrumento de dominación de los grupos privilegiados sobre los relegados. El poder por el cual las elites protegen a los suyos del peligro extranjero se encuentra unido al mismo poder al que ejercen en quienes dicen proteger: “El miedo como represión política es mucho más común en Estados Unidos de lo que nos gustaría creer, se trata de un miedo a las amenazas contra la seguridad física o el bienestar moral de la población frente a las cuales las élites se posicionan como protectoras, o bien el miedo que sienten los poderosos respecto de los menos poderosos, y viceversa. Estos dos tipos de miedo –el primero que une a la nación, y el segundo, que la divide – se refuerzan mutuamente y las élites cosechan el beneficio de sus fuerzas combinadas. El miedo colectivo al peligro distrae del miedo entre élites y clases bajas, o da a estas últimas más razones para temer a las primeras… ya sea que el miedo político sea del primero o del segundo tipo, o una combinación de ambos, apoya y perpetúa el dominio de la élite, induciendo a los inferiores a someterse a los superiores sin protestar ni desafiar su poder, sino adaptándose a él”.
Como resultado, una sociedad potencialmente con miedo es plausible de ser dominada según los intereses de una aristocracia y no de la mayoría. Por tanto, es imposible hablar de un miedo democrático, ningún miedo para Robin puede ser democrático ya que implica sumisión ciega y exclusión. El miedo nace cuando las cosas que hemos aprendido a valorar parecen estar en peligro o en camino a su destrucción (injusticia). Pero si partimos del supuesto de Tocqueville, ¿se puede realmente pensar en el gobierno de una mayoría?”
EL MIEDO ESTADOUNIDENSE
“En los capítulos sucesivos, articulados en la segunda parte del libro, Robin examina en profundidad el miedo “al estilo estadounidense” desde varias perspectivas. El problema del temor en los Estados Unidos representa, para el autor, el problema del gobierno de la mayoría (el aislamiento de los diferentes). Durante la época del macartismo, muchos intelectuales, escritores y pensadores fueron acusados de comunistas. Es por demás interesante el caso Huggins, afiliado al partido comunista y desafiliado luego de la firma del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin. En el año 1952, fue acusado por el Comité de la Cámara para Actividades anti-estadounidenses (HUAC) como colaborador del partido comunista. Huggins no sólo que dio algunos nombres sino que a pesar suyo y por miedo a la cárcel, negó cualquier participación en motivos políticos. Según Robin, la racionalidad en su decisión se debió a un aspecto racional. Si Huggins era encarcelado ¿quién cuidaría de su esposa e hijos? En parte su miedo estaba justificado por el poder de un estado represor o coaccionario; si bien la amenaza era verdadera, sus consecuencias fueron inmorales ya que el miedo hizo que Huggins traicionara a sus ideales. Paradójicamente, el miedo político inspira mayor horror en el ciudadano de pensar en la falta del Estado que a lo punitivo que puedan resultar las acciones que teme.
Mismo ejemplo se aplicaría para el periodo que secundó al 11 de Septiembre. El 70% de los medios de comunicación hicieron una cobertura pro-EUA, no por sus convicciones sino por las represalias de la audiencia y la baja en el rating. El miedo político sabe jugar tanto con el aspecto moral de la identidad como con el racional. El sujeto se aterroriza con sólo pensar en la posibilidad de quedar aislado en mayor medida que con el castigo punitorio del Estado. El miedo al Estado puede tornarse cómplice del compromiso a las causas de la aristocracia que reina en esa estructura, disfrazado bajo figuras como el patriotismo, el amor por la patria o el nacionalismo. Los vínculos sociales y familiares son un fuerte conductor para el miedo, basta con pensar en la tortura o la muerte de nuestros seres queridos para desistir hasta de las más heroicas resistencias. Sin ir más lejos, “si el miedo es una reacción involuntaria al poder puro, si someternos al miedo es la única respuesta posible a dicho poder, no podemos ser considerados como moralmente responsables por nuestra capitulación”.
Hasta aquí se ha revisado minuciosamente los alcances del trabajo El Miedo Político, historia de una idea política del profesor C. Robin. Enfatizando en aplicaciones prácticas sobre la filosofía de Hobbes, Montesquieu, Tocqueville, Arendt y Shklar en asuntos asociados al 11 de Septiembre, el trabajo de referencia alcanza los requisitos necesarios para ser catalogado como uno de los aportas más importantes en los últimos años traducidos al español sobre el estudio político del temor. Robin continúa con la posición que fijara Aristóteles de Estagira en su preocupación sobre la virtud, el temor y la muerte. Ajeno a las contribuciones existencialistas, Robin considera (como el padre de la escuela peripatética) que la virtud como una medida tendiente al equilibrio previene al sujeto tanto de verse envuelto en una acción temeraria que acabe inútilmente con su vida, como de una reclusión cobarde paralizante ante la acción del estado-ciudad.
Versado en la Ciencia Política y abocado a contrastar los hechos políticos más representativos del siglo XX e inicios del XXI, Robin articula una convergencia entre dos tipos de miedos, el externo creado para reforzar el orden interno, y el interno cuya dinámica conlleva a separar a los grupos humanos reforzando el temor externo. Ferviente crítico de los grupos intelectuales por su visión de Montesquieu, Hobbes y Tocqueville con respecto a la construcción de lo político, Robin considera al miedo como un elemento patológico dentro de la sociedad. Una solución tentativa, arguye Robin, es volver al principio igualitario de Rawls o Dworkin. El miedo no debe ser comprendido como prerrequisito para la lógica política sino como un obstáculo hacia ella, una barrera hacia la justicia y la igualdad. A la pregunta planteada en la parte introductoria del trabajo respecto al papel del miedo como conservador o disparador de la acción genuinamente política, Robin asegura que el miedo tiene una tendencia conservadora tendiente a perpetuar los privilegios de ciertos grupos en detrimento de otros y no en fomentar la “verdadera democracia”. Como resultado, el miedo opera en una inestabilidad manifiesta para preservar el estatus quo.
El problema del miedo en Robin adquiere, a diferencia de M. Foucault, una característica que si no es universal por lo menos trasciende las etapas históricas. Los regimenes políticos, de alguna u otra manera, han recurrido al miedo como un instrumento de legitimación. Si bien Foucault reconoce el mismo principio que Robin sobre la legitimidad política por medio de la coacción, su perspectiva difiere en tres puntos principales. El primero de ellos, es que la idea de seguridad, riesgo, crisis se encuentra (inevitablemente) asociada al principio económico de escasez; tema que C. Robin no trata en su libro. Segundo, para Foucault existe un quiebre en la idea de seguridad como hoy la conocemos, el cual se remonta el cristianismo pastoral y a la idea de población como un todo orgánico (rebaño) que el gobernante debe proteger. Por último, en contraste con Robin quien enfatiza en la legitimidad política, Foucault encuentra que la legitimidad del príncipe es, en principio dada, por el propio discurso histórico y la imposición de la “verdad” cuya máxima expresión se observa en el desarrollo o expansión de la Ciencia Moderna”.
(*) Maximiliano E. Korstanje (Universidad de Palermo, Argentina): “El miedo político en C. Robin y M. Foucault”.
06/02/2025 a las 12:24 AM
EL LA ESCRIBE Y EL SE LA CONTESTA.
ESTE HOMBRE SE FUE A LA BANQUINA HACE RATO.