Por Hernán Andrés Kruse.-

Lejos estuvo de ser una casualidad. Justo cuando se conmemoraba el cuadragésimo primer aniversario del histórico triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones presidenciales que significaron para el peronismo su primera derrota en las urnas, el presidente Milei aprovechó el discurso que pronunció en la Fundación Mediterránea en Córdoba para ensañarse con don Raúl. Sentenció sin sonrojarse que muchos consideran a Alfonsín como el padre de la democracia recuperada cuando en realidad huyó antes de tiempo de la Casa Rosada. Además, afirmó que participó activamente en el golpe de estado que provocó la caída de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001.

Vayamos por partes. Al asumir el 10 de diciembre de 1983 Alfonsín nombró ministro de Economía a su amigo Bernardo Grinspun, un emblema del keynesianismo. Consciente de la impotencia de don Bernardo para controlar la inflación, Alfonsín lo reemplazó en 1985 por Juan Vital Sourrouille, un tecnócrata neoliberal. Don Juan Vital impuso varios planes de ajuste (el austral, el australito y el plan primavera) que fracasaron estruendosamente. A partir de 1988 fue harto evidente la incapacidad del gobierno alfonsinista de hacer frente al flagelo inflacionario y de contrarrestar el desafío del poder sindical y las corporaciones. En el verano de 1989 el gobierno se vio sacudido por el ataque erpiano contra el regimiento militar de La Tablada (enero) y en marzo el presidente no tuvo más remedio que reemplazar a Sourrouille por el veterano y experimentado dirigente radical Juan Carlos Pugliese. Lamentablemente, la suerte del gobierno estaba, a esa altura, echada. La inflación se convirtió en hiperinflación y comenzaron a arreciar los saqueos organizados a un buen número de mercados y supermercados. Consciente de la gravedad de la situación Alfonsín se dirigió al pueblo para confirmar su decisión de entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Saúl Menem. Luego de intensas negociaciones, Menem asumió el 8 de julio de 1989.

Luego de diez años y medio de hegemonía menemista, el 10 de diciembre de 1999 asumió Fernando De la Rúa acompañado por su vicepresidente, el peronista disidente Carlos Chacho Álvarez. El 27 de abril de 2000 selló la suerte del gobierno de coalición. Ese día el Senado de la Nación aprobó la Ley de Reforma Laboral. El 25 de junio de ese año Joaquín Morales Solá publicó un artículo en La Nación en el que hablaba de la existencia de supuestos sobornos para garantizar la aprobación de la ley exigida por el FMI. El 12 de julio, el Senador Antonio Cafiero presentó una cuestión de privilegio referida al mencionado artículo. Quien decidió sujetar el toro por las astas fue Chacho Álvarez, pero se encontró con una nula predisposición del presidente para ayudarlo. En octubre el vicepresidente presentó su renuncia y con él se fueron los dirigentes frepasistas que estaban en el gobierno. En marzo de 2001 De la Rúa nombró ministro de Economía a López Murphy en reemplazo de Machinea. Dos semanas más tarde fue reemplazado por Domingo Felipe Cavallo, quien estaba obsesionado con el déficit 0. En noviembre Cavallo impuso el corralito. Fue el principio del fin del gobierno. El 20 de diciembre De la Rúa, consciente de que nadie lo apoyaba, renunció. Luego de diez caóticos y dramáticos días, una alianza entre el peronismo no menemista y el alfonsinismo designó como presidente interino a Eduardo Duhalde, quien asumió el 1 de enero de 2002.

Mucho se habló en los años posteriores de la existencia de una cama tendida a De la Rúa por Alfonsín y Duhalde. Es cierto que don Raúl detestaba a De la Rúa pero también lo es que el gobierno de don Fernando fue lisa y llanamente calamitoso. De la Rúa se cavó su propia fosa mientras Alfonsín y Duhalde se restregaban las manos. Pero lo que nadie puede negar fue el aporte invalorable de Alfonsín a la democracia. No sólo por su política de derechos humanos sino también por su aporte al reemplazo de un sistema de partidos dominante a un sistema de partidos competitivo. En efecto, al vencer a Luder, Alfonsín cambió de cuajo el sistema de partidos imperante desde febrero de 1946. A partir de entonces y hasta 1983 el peronismo se había mostrado imbatible en las urnas. Esa imbatibilidad estalló por los aires el 30 de octubre de 1983. Alfonsín demostró que era posible derrotar al peronismo en elecciones libres y competitivas. Demostró que el sistema de partidos competitivo, basamento fundamental de la democracia liberal, lejos estaba de ser una quimera.

Confieso que al leer estas infames declaraciones de Milei no pude evitar rememorar los hechos que sucintamente he reseñado precedentemente. Emerge en toda su magnitud el abismo ideológico entre ambos. En efecto, las banderas del liberalismo como filosofía de vida levantadas por Alfonsín colisionan de frente con la filosofía anarcocapitalista esgrimida por Milei. Para tomar verdadera dimensión de semejante abismo qué mejor que recordar, por ejemplo, su discurso ante el presidente de los Estados Unidos Ronald Regan en los jardines de la Casa Blanca el 19 de marzo de 1985 y su discurso en el acto que en su homenaje encabezó la presidenta Cristina Kirchner en la Casa de Gobierno el 1 de octubre de 2008.

DISCURSO EN LOS JARDINES DE LA CASA BLANCA

“Señor Presidente: deseo empezar mis palabras agradeciendo muy sinceramente la cálida recepción que hace usted al presidente de los argentinos y su comitiva. Es realmente importante, usted lo ha señalado, que esta entrevista que vamos a realizar se dé precisamente en circunstancias donde una verdadera ola de democratización avanza sobre América Latina. Esa es nuestra esperanza, señor presidente, que los pueblos de América Latina gocen de de las libertades, prerrogativas, del respeto a los derechos esenciales que, desde siempre, goza el pueblo de los Estados Unidos. Eso fue lo que quisieron, por otra parte, nuestros padres fundadores, los de los Estado Unidos y los de Argentina. Por eso lucharon los hombres que nos dieron la independencia, desde Washington al norte y San Martín en el sur. Por eso también ha señalado acertadamente, señor presidente, la necesidad de acompañar estos procesos de la democracia con realizaciones tangibles en el campo económico, que le permitan a las democracias nuevas dar respuestas cabales a los requerimientos de las democracias sociales.

Es por eso, que al lado de la esperanza está el temor de América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en los pueblos. Que las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50.000 millones de dólares y en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400.000 millones de dólares, y esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el estado de derecho que nos iguala. Pero el hombre, señor presidente, para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre, no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna. Por eso es que en toda América latina estamos dispuestos a gobernar con la austeridad que demanda la hora y hacer los ajustes necesarios para superar los escollos de la economía. Pero no podemos hacer que los ajustes recaigan sobre los que menos tienen. Es distinto el problema de los países desarrollados, donde los sectores del trabajo reciben más del 50 por ciento del ingreso nacional; en nuestros países no llegan al 40 por ciento. Pretender que nuestros pueblos, en esos sectores, realicen un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlos a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria. La consecuencia inmediata sería que los demagogos de siempre buscaran en la fuerza de las armas satisfacciones que la democracia no ha podido dar.

Es por eso, señor presidente, que para mí ha sido muy importante escuchar sus palabras de bienvenida donde manifiesta la comprensión cabal de nuestros problemas. Estoy persuadido que no puede ser de otra manera. Estoy convencido que Estados Unidos, por otra parte, comprenden que la seguridad del hemisferio está íntimamente vinculada al desarrollo de la democracia en nuestro continente, y es por ello que abrigo las más grandes esperanzas acerca del diálogo que vamos a mantener. Vamos a hablar del presente y del futuro. Vamos a hablar dos presidentes elegidos por la voluntad de nuestros pueblos. Vamos a tocar sin duda, los temas bilaterales y también los que hacen a nuestro continente en su conjunto y no estará ajeno a nuestro diálogo el tema de Centroamérica o Nicaragua. Estoy convencido que a través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz, que sobre la base del respeto al principio que hace al derecho consuetudinario americano de la no intervención, nos den la posibilidad de lograr un triunfo en las ideas de la democracia y el pluralismo de la democracia, sin injerencias extra continentales y afirmando, desde luego, la libertad del hombre. Vamos a conversar sobre estos temas, señor presidente, y lo haremos, como dije, dos hombres elegidos por nuestros pueblos. Será en definitiva, entonces un diálogo entre ambos pueblos. Trataremos de llegar a soluciones por ellos, trabajaremos para ellos, y procuraremos construir el futuro que nuestros pueblos se merecen”.

(*) Alfonsín.org

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