Por Hernán Andrés Kruse.-

La dominación autoritaria

“En la obra colectiva Transiciones desde los gobiernos autoritarios (O’Donnell, Schmitter y Whitehead) el esfuerzo analítico por sistematizar las formas de dominación autoritaria que ocurren en dos geografías distintas genera una teorización de nivel medio que entra en tensión con el enfoque casuístico. Lo mismo acontece con la necesidad de hallar conceptos que den cuenta de la multiplicidad de experiencias represivas, opresivas o restrictivas que han ocurrido, ocurren y están desintegrándose, o aún perviven en tan distintas temporalidades y espacios territoriales. Se emprende una tarea de conceptualización general que se expresa en el uso del término dominación autoritaria, que desplaza la utilización de conceptos configurativos, como el de burocrático-autoritario.

El estudio de trece casos (cinco europeos y ocho latinoamericanos) en dos geografías distintas necesita de la elaboración de un concepto amplio que nombre a todas las formas políticas autoritarias: no todas son “nuevos autoritarismos” surgidos del clima de la guerra fría; no todas son burocráticas, tecnocráticas o emergidas de los procesos de activa modernización económica y social; no todas tienen la presencia decisiva de las fuerzas armadas como institución, o a los militares como actor central; en tanto que algunas están definidas por la hegemonía de un partido político, y varias son de tinte personalista. Surgen o se emplea una multiplicidad de términos para caracterizar las diferentes formas represivas u opresivas del ejercicio del poder político. Parafraseando a O’Donnell, ellos serían subtipos de la gran especie autoritarismo. Aunque la utilización de una diversidad de términos, algunos con larga historia, le resta vigor a la novedad del concepto: dominaciones tradicionales (patrimonialistas, sultanistas), populismos militares, despotismos, dictaduras (dictaduras personalizadas), autocracias militares, autoritarismos restrictivos, autoritarismos burocráticos.

Asimismo, y a la par del uso de estas tipologías que amplían los sentidos sobre la dominación autoritaria, se afirma un significado que la delimita por lo que ella no es. La democracia política comienza a usarse como su concepto contrario, como una definición normativa del reverso autoritario, una expectativa política, y el lugar al cual deberían transitar los procesos políticos: desde el autoritarismo a la democracia.

El resultado de este proceso es la producción de una teoría política para pensar el cambio político que, en primer lugar, crea y/o emplea conceptos que no describen casos específicos ni formas políticas particulares. Que mediante la recuperación del concepto de democracia representativa y liberal, en segundo lugar, le pone límite teórico a la dominación autoritaria. Usados como opuestos contrastantes, la democracia contiene el núcleo del método político a través del sufragio inclusivo y de la competencia partidaria y su interdependencia con las libertades civiles. Y que, en tercer lugar, produce una teoría innovadora para considerar los procesos de cambio político que preguntan sobre las posibilidades, imposibilidades o dificultades para recorrer un camino desde el autoritarismo a la democracia política. El concepto de transición ofrece una manera de asociar el cambio a un proceso gradual y paulatino, que desplaza una forma concluyente de considerarlo (ejemplos, golpe de Estado, ruptura de régimen político, quiebre de la democracia, toma del poder).

Esta teorización sobre el cambio político que reconoce la incertidumbre de los procesos da nombre a los puntos de partida: dominación autoritaria, y de llegada: democracia política. Aunque esto provoca una mirada teleológica sobre los procesos políticos, el concepto de transición imprime un movimiento que permite desplazar la llegada del futuro allí donde la contingencia de los procesos políticos genera avances y retrocesos. Para nombrar a estos procesos políticos emergen otros términos que amplían el vocabulario, haciéndolo más laxo y señalando cosas heterogéneas dentro o al final de un régimen político que ha de recorrer un tránsito. La liberación o apertura que se inicia con el resquebrajamiento de una dominación autoritaria. La consolidación o fortalecimiento de la democracia política una vez culminados los procesos de transición desde la dominación autoritaria. Otro es el registro de la convivencia de situaciones autoritarias con democráticas. Las dictaduras liberalizadas o “dictablandas” que permiten la oposición política, como es el caso del Chile de Pinochet después del segundo plebiscito, o la España posterior a Primo de Rivera. Las democracias restrictivas en sus derechos a la participación o en la protección de los derechos individuales, llamadas “democraduras”. Como vemos, se trata de maneras desiguales de presentar un problema, algunas son de orden espacio-temporal: inicio, tránsito, arribo; otras son situaciones que mixturan formas políticas dentro de regímenes políticos.

Aflora una nueva reflexión sobre las formas políticas que no son plenamente democráticas ni autoritarias. Híbridas es un término que usa Terry Karl (1995) para hablar de los regímenes políticos centroamericanos, y que se expande en los estudios comparados. M. A. Garretón llama “enclaves” a ciertos elementos del régimen autoritario que persisten en el democrático. Y O’Donnell avanza desde los residuos autoritarios dentro de la democracia liberal, hasta la crítica a la teleología de los procesos de transición que habían planteado una desembocadura en las democracias liberales o representativas. Por lo que se propone definir a las democracias no por lo que les falta, sino por lo que son: regímenes políticos institucionalizados de otra manera, o democracias delegativas. Estas inflexiones novedosas, que emergen del mismo núcleo de las teorizaciones de la transición a la democracia en los tempranos años noventa, se consolidan y marcan otro derrotero del término autoritarismo dentro de la política comparada”.

Ni nuevos, ni viejos: otros autoritarismos

¿Las elecciones agotan la democracia?: autoritarismos electorales y/o competitivos

“Un conjunto de trabajos de principios del siglo XXI (Diamond, Levitsly, Way, Schedler) considera que hay regímenes políticos nacionales en donde la realización periódica de elecciones y la presencia de partidos políticos que compiten por el voto del pueblo no pueden identificarse con la democracia. Las elecciones pueden ser fraudulentas o manipuladas en un proceso aparentemente competitivo, incluso ante un sistema de doble conteo o con la presencia de veedores internacionales. Asimismo, apoyándose en procesos políticos actuales, observan que la decadencia a gran escala de los autoritarismos ha legado unos regímenes políticos que no son claramente democráticos, ni convencionalmente autoritarios (militares o hegemónicos). Son formas políticas híbridas que combinan ambos elementos.

La sustentación de que puede haber elecciones sin democracia, de que no hay una dirección para el cambio político, y que por tanto los regímenes políticos construidos pueden ser híbridos o mixtos, se completa con la observación de que estos regímenes no suelen garantizar los derechos individuales y/o las libertades civiles, por lo que también serían parcialmente libres (como los llama Freedom House).

Sobre la base de estas reflexiones y observaciones se generan nuevos conceptos, se retorna al uso de antiguos y se producen o se abandonan algunos debates teóricos. De la calificación de hibridez surgieron muchos términos compuestos que parecen abrevar en una misma red conceptual: semi o pseudo democracia, democracia virtual, democracia electoral, democracia iliberal, democracia parcialmente libre, semiautoritarismo, autoritarismo blando, autoritarismo electoral, autoritarismo competitivo. Todos estos términos describen a partir de los atributos que poseen o carecen las democracias que no se agotan en las elecciones y que son iliberales, o los autoritarismos que, sin ser cerrados, poseen algún vestigio de la decisión soberana del pueblo. Así, más que hallar un concepto analítico tendiente a nombrar la mixtura, se han compuesto términos que han ampliado considerablemente la gama de adjetivos calificativos.

De la aguda observación sobre que estos regímenes políticos suelen realizar elecciones y sin embargo son parcialmente libres, surgió el calificativo de iliberal. Pero no se abrió una reflexión sobre el derrotero de la relación contingente entre democracia, liberalismo político y representación, o del lazo que une individuo, libertades civiles, imperio de la ley, derechos políticos y proceso electoral. Además, las reflexiones teórico-políticas en torno a la democracia se desmarcaron de los debates sobre su calidad, por entonces en boga en la política comparada. Incluso en este conjunto de trabajos la política comparada desplaza el concepto de democracia que fuera orientador de las reflexiones desde el mismo momento en que comenzaron a analizarse disciplinariamente las formas opresivas del ejercicio del poder político. Y si bien las categorías usadas por los diferentes autores muestran ciertas variaciones, todas señalan la grave dificultad que guarda la identificación entre democracia y elecciones. Puede haber regímenes electorales democráticos y/o regímenes electorales autoritarios, democracias electorales y/o autoritarismos electorales, o autoritarismos competitivos. Por lo que se retorna al uso del término autoritarismo y a una nueva y paradójica adjetivación: autoritarismos electorales o competitivos. Algunos trabajos académicos van más allá, y señalan que no habría contradicción entre autocracia y elecciones.

Así, estas producciones cuestionan una idea principal de las teorizaciones de la transición que marcaba, dentro del camino que conducía desde el autoritarismo hacia la democracia, instancias secuenciales o dirección para el cambio político. Por ello, aquí no hay procesos que puedan empezar por el lado de la redefinición y ampliación de derechos protectores de la vida individual y/o colectiva frente a actos arbitrarios cometidos por el Estado o por terceros (frecuentemente llamado liberalización), que se complete con unos procedimientos mínimos, necesarios aunque no suficientes, para una democracia política: voto secreto, sufragio universal para la mayor cantidad de adultos, realización periódica de elecciones, libre competencia entre partidos políticos, libertad organizativa, rendición de cuentas del Poder Ejecutivo ante otros poderes. Tampoco existe la posibilidad de hallar un proceso que se inicie con la puesta en marcha de procedimientos destinados a la expresión de la soberanía popular en elecciones libres, abiertas y competitivas, que tienda a asociarse con las libertades civiles del liberalismo político.

Por lo que para la observación de regímenes políticos competitivos que son mixtos, pero que eventualmente podrían inclinarse hacia la democracia, estos autores señalan cuatro dimensiones por considerar, aunque dos resultan de muy difícil acceso para la observación. La primera y principal es la arena electoral, que permite la competencia y la sucesión presidencial y/o el recambio de élites. Asimismo, se diseña una cadena de la elección democrática al interior del régimen político, que debe cumplirse en cada uno de sus eslabones para que exista una democracia electoral y no un autoritarismo electoral. Junto a la segunda dimensión que sería la arena parlamentaria, constituyen los espacios democráticos por excelencia y de más fácil acceso para la observación. El Parlamento importa porque es un lugar donde se expresa la pluralidad de voces representativas del pueblo y es espacio para la audibilidad de las minorías. Aunque se subraya la posible falta de libertad para candidatos y/o partidos políticos de la oposición, la posibilidad de censura y persecución de activistas, importa por la dinámica entre oficialismo/oposición y mayoría/minoría devenidas del juego electoral. Las dos dimensiones anteriores, junto a la existencia de organizaciones sociales y de organizaciones no gubernamentales, son de más fácil acceso para la observación que la tercera dimensión constituida por Poder Judicial, cuya independencia y relación con el gobierno son cruciales para la existencia de regímenes competitivos que se inclinan hacia la democracia. Finalmente, pero no por ello menos importante, una cuarta dimensión complicada para la observación analítica es la de los medios de comunicación de masas, el papel que juegan y el lugar que tienen en relación al gobierno y al Estado.

Larry Diamond diferencia democracia liberal de regímenes políticos no democráticos y regímenes electorales democráticos de regímenes electorales autoritarios. Los últimos carecen de una arena de competencia lo suficientemente abierta, libre y justa, como para que el partido gobernante ceda el poder de manera voluntaria si ya no cuenta con el favoritismo de la mayoría del electorado. Durante, y en las elecciones, una victoria de la oposición no es imposible, pero necesita la unidad, que haya observadores internacionales que imposibiliten o deslegitimen manipulaciones y/o fraudes electorales. Por lo que, para determinar si hay un régimen electoral autoritario, es fundamental observar la dinámica entre gobierno y oposición.

Levitsky y Way emplean el término autoritarismo competitivo para nombrar regímenes políticos que realizan elecciones, pero no son democracias. Estos son un tipo especial de régimen híbrido en el que las instituciones democráticas formales son ampliamente vistas como medios principales para obtener, ejercer la autoridad política, y generar un cambio político con la sucesión presidencial. Realizan elecciones regularmente sin fraude, pero los funcionarios manipulan o violan reglas frecuentemente, por lo que el régimen no cuenta con estándares mínimos convencionales para la democracia. Como en el caso anterior, la arena electoral frecuentemente reñida importa para que la oposición política pueda desafiar, debilitar o vencer a los funcionarios autoritarios. Esta caracterización lo diferencia del autoritarismo cerrado.

Andreas Schedler considera que las elecciones son una condición necesaria pero no suficiente para la democracia. Por lo que normativamente se propone llenar un espacio conceptual habitado por dos concepciones que considera dicotómicas -democracia liberal y autoritarismo cerrado-, con dos categorías continuas y simétricas: democracia electoral y autoritarismo electoral. Aunque no las agoten, en las democracias las votaciones son necesarias, sobre todo si cumplen un papel fuerte en la constitución del poder que obligue a oficialistas y a opositores a tomarlas seriamente. Así, en la democracia electoral las elecciones libres, justas y competitivas permiten que los partidos políticos pierdan o ganen elecciones. Mientras que los autoritarismos electorales celebran elecciones periódicamente para dar una apariencia de legitimidad -nacional e internacional-, y toleran algún pluralismo y competencia multipartidista, pero quebrantan normas democráticas. En estos autoritarismos los partidos políticos de la oposición pierden elecciones sistemáticamente. Así, para que exista una democracia electoral, Schedler elabora una cadena de la elección democrática que debe observarse en cada uno de sus eslabones.

La cadena de la elección democrática funda una diferencia entre el autoritarismo electoral y los otros trabajos. Aunque, según este autor, ni en las democracias avanzadas se cumple perfectamente, lo que permite observar las variaciones que pueden ocurrir dentro de un régimen político (según qué premisa normativa se esté incumpliendo, o qué norma democrática se esté violando y con cuál estrategia). Sin embargo, la cadena de la elección democrática tampoco provee una teoría del cambio político entre regímenes políticos. Estas teorizaciones son descripciones orientativas de lo que acontece al interior de regímenes políticos actuales. Y tal vez sea por ello que los casos empíricos bajo estudio se amplían y se ubican en distintas geografías, países y en determinados momentos de gobiernos: África, Asia, Eurasia poscomunista, América Latina. Incluso al cambiar las tipologías clasificadoras, un país puede mover su clasificación. Como muchos de estos trabajos surgieron de la preocupación analítica ante la emergencia de un liderazgo como el de Chávez y un régimen político como el de Venezuela se desafían las conceptualizaciones. Así, la Venezuela anterior a Maduro suele definirse como un régimen híbrido o como un autoritarismo electoral, mientras que Rusia y México pertenecerían a la segunda clasificación. En consecuencia, los términos autoritarismo electoral o competitivo y toda la gama de adjetivos calificativos mencionados no adicionan especificidad conceptual al vocabulario de la política comparada. Su novedad radica en mostrar que los gobiernos surgidos de la voluntad popular a través de elecciones pueden llevar a cabo varios juegos simultáneos con lo que hacen coexistir instituciones y/o reglas democráticas, pero manipulables por actores hábiles. Lo que estos conceptos no alcanzan a decir es el persistente problema de la violación de derechos humanos y de las garantías constitucionales que aparece más problematizado en las teorizaciones de la democracia iliberal.

El autoritarismo es aquello que pervive y convive con la democracia por lo que reaparece la asociación de ambos conceptos. Asimismo, todos se proponen desidentificar democracia y elecciones, pero terminan estrechándolas. Incluso la mirada sobre la democracia o sobre las posibilidades de desafiar el autoritarismo están casi exclusivamente posadas en la arena de competencia, y en una relación gobierno-oposición. A pesar del paso del tiempo, no hay resignificación de la categoría régimen político que trascienda la expresión representativa que tienen las reglas de juego en relación a la selección de gobernantes. Schedler es el único que menciona la importancia de la ciudadanía en los procesos de variación de regímenes políticos, no tanto por el complejo y cambiante lazo contemporáneo que une a gobernados y gobernantes, sino porque los considera árbitros decisivos, al igual que a los militares o a la comunidad internacional”.

Cecilia Lesgart (Investigadora Independiente por el Conicet y doctora de Investigación en Ciencias sociales con especialización en Ciencia Política por Flacso-México): “Autoritarismo. Historia y problemas de un concepto contemporáneo fundamental” (Perfiles Latinoamericanos, México, 2020).

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