Por Hernán Andrés Kruse.-

La muerte política de Alberto Nisman fue uno de los hechos más graves acaecidos desde el retorno a la democracia en 1983. Porque no se trató de un ciudadano común sino del fiscal que llevaba adelante la investigación del atentado a la AMIA y su supuesto encubrimiento por parte del Poder Ejecutivo (Memorándum de Entendimiento con Irán durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner). El miércoles 14 de enero de 2015 Nisman fue entrevistado por Edgardo Alfano en el programa “A dos voces”. Se lo mostró confiado y exultante al exclamar el encubrimiento del atentado a la AMIA que, según él, había sido bendecido por Cristina.

El fiscal Nisman debía encontrarse el lunes 19 con legisladores en el Congreso para ampliar sus graves acusaciones. En la mañana de ese día la opinión pública se conmocionó al enterarse del fallecimiento de Nisman (su cuerpo fue encontrado en su departamento con un balazo en la cabeza). A partir de ese dramático momento dos hipótesis comenzaron a disputarse el relato. Hubo quienes sostuvieron desde un principio que el fiscal del caso AMIA se suicidó. Así lo sostuvo la presidenta de la nación. Hubo quienes, situados en la vereda de enfrente, sostuvieron que a Nisman lo habían ejecutado para evitar lo que tenía pensado hacer ese lunes 19. Así lo sostuvo todo el arco opositor al kirchnerismo.

La muerte política de Nisman se politizó desde el principio. La grieta que emergió a raíz de ello fue muy profunda. Lo único real y concreto es que hasta el día de la fecha no se sabe a ciencia cierta cómo murió el fiscal de la causa ANIA y las  causas de tan trágico desenlace. Luego de un largo período en que pareció que todos se habían olvidado del asunto, a pocos días de cumplirse diez años, la fiscalía en lo Criminal y Correccional Federal 3, a cargo del fiscal federal Eduardo Taiano, presentó un informe en el que ratifica que Nisman “fue víctima de un homicidio y que su muerte estuvo motivada en su labor en la Unidad Fiscal para la Investigación de la Causa AMIA y, concretamente, con su accionar vinculado al Memorándum de Entendimiento con la República de Irán”. Según Taiano desde el inicio “la investigación sobre la muerte de Nisman estuvo plagada de irregularidades y de acciones tendientes a desviar su curso por parte de diferentes actores” (fuente: Infobae, 10/1/025). El informe del fiscal Taiano refleja a la perfección lo que piensa el antikirchnerismo sobre la muerte política de Nisman.

Al día siguiente, Página/12 publicó un artículo de Raúl Kollmann cuyo título habla por sí mismo: “A 10 años del suicidio de Nisman: a falta de pruebas, un informe”. Refleja a la perfección lo que piensa el kirchnerismo sobre la muerte política de Nisman. Escribió Kollmann:

“La ausencia de las más mínimas pruebas de asesinato en el caso de Alberto Nisman, derivó este viernes en que el fiscal federal Eduardo Taiano presentara un informe repitiendo una larga serie de especulaciones, muchas de las cuales ya fueron desechadas en los diez años transcurridos. El propio fiscal escribe: “al día de hoy no sabemos si los autores del homicidio pudieron haber salido del departamento por la vía de acceso ubicada en la cocina que nadie advirtió durante los primeros momentos de la investigación». La frase desnuda -y así ocurre en el resto del documento- que pasada una década no existe hipótesis alguna que explique cómo un grupo entró al edificio sin ser detectado; que pudiera subir al piso 13, que ingresara al departamento de Nisman, que estaba cerrado por dentro, que haya ingresado al baño, sin pelea, sin desorden alguno y que, supuestamente, después de matar al fiscal, saliera del baño sin dejar rastro, ni huellas ni pisadas, en el charco de sangre.

Todos los estudios serios y las evidencias indican que Nisman se disparó a sí mismo, parado frente al espejo. ¿Cómo tapa Taiano semejante cuadro? Diciendo que hubo irregularidades en la investigación, que intervinieron servicios de inteligencia e imaginando un largo listado de complicidades. El objetivo es mantener la sospecha respecto del gobierno de Cristina Kirchner y diseñando en el aire que la muerte de Nisman fue obra de un comando iraní-venezolano-kirchnerista. Es un objetivo no sólo nacional, sino también de la geopolítica internacional, instalada por las derechas de Estados Unidos e Israel”.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Alejandro Grimson (Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia) titulado “En estos días, se acusa a quien piensa distinto sobre la muerte de Nisman de “aferrarse a su ideología con la ceguera del fanatismo” (La crisis de la interpretación-Revista Anfibia-junio de 2020). Elaborado un mes después del fatídico 18 de enero de 2015, es lo más lúcido que encontré sobre la muerte política del fiscal de la Causa AMIA.

“La certeza es, por así decirlo, un tono en el que se constata cómo son las cosas; pero del tono no se sigue que uno esté justificado. Sería posible hablar de un estado anímico de convicción. Y tal estado de ánimo podría ser el mismo tanto cuando se supiera como cuando se creyera erróneamente”. Ludwig Wittgenstein, Sobre la certeza

CERTEZAS DE TODO TIPO

“Todos los argentinos nos convertimos en Sherlock Holmes el 19 de enero. El baño, la pistola, la sangre, la custodia, las cámaras, la lista del supermercado, las cerraduras, el pasadizo secreto, la denuncia, un espía, otro espía, wikileaks, un barrido electrónico, el ADN. Holmes, al momento de concluir, nos explicaba cómo encajaban todas y cada una de las piezas. Agatha Christie también fue una maestra en sostener el misterio hasta el final. La novela moderna, la racionalidad absoluta en que todas las piezas encajan. Literatura de un mundo pequeño comparada con los novelistas actuales del suspenso: el autor sueco Mankell y su detective, Wallander, tienen varias diferencias con Holmes. Wallander es un policía con sobrepeso, a veces bebe de más, y gracias a su persistencia y una corazonada logra resolver los casos, aunque deja atrás muchísimos cabos sueltos.

Nunca todo encaja. Nunca hay una racionalidad total; el mundo no entra en una novela. Sin esperar ni a Holmes ni a Wallander, los argentinos nos lanzamos a discutir el caso Nisman, siempre estando completamente seguros. De cada hecho emerge una interpretación clara. Si la puerta del baño no podía abrirse, suicidio. Si no había pólvora en su mano, asesinato. El cerrajero abrió rápido: asesinato. Pero la madre había abierto otra puerta: suicidio. Todo lo que se dice podría ser interpretado de otro modo. Un ejemplo: la famosa discusión sobre si era o no verdadera la revelación de lo que había en el tacho de basura de Nisman se llevó adelante como si la existencia de esos papeles tuviera un significado transparente.

Nisman pensó en pedir la detención de la presidenta, “dejó un mensaje”… Pero eran papeles que había tirado a la basura. Quien afirma que “dejó un mensaje”, ¿tiene certeza de que se suicidó?, ¿también sabe por qué no mandó el supuesto mensaje por email? Como la verdad no podía alcanzarse a la velocidad que necesitábamos, en lugar de deshojar una margarita con las hipótesis debíamos partir de un hecho: sólo sé que no sé nada. A partir de ahí, establecer los hechos. Y hacer preguntas sobre las interpretaciones y los contextos”.

DEVASTACIÓN

“Las presunciones son simples. Si fue suicidio por propia voluntad es porque la denuncia de Nisman carecía de sustento. Si fue asesinado por algún pretendido oficialista, era una verdad irrefutable. Si fue asesinado por quienes lo ayudaron en la preparación de dicha denuncia, fue víctima de una trampa para desestabilizar al gobierno. Si fue inducido al suicidio, se aplican cualquiera de estos últimos dos criterios. ¿Y si no fuera así? ¿Si fuera más complicado? ¿Si la necesaria verdad, cualquiera sea, revelara mucho más que estas presunciones, un entramado más enmarañado y desconocido? ¿Cómo encaja la causa AMIA? ¿Qué incidencia tiene la causa por encubrimiento que en pocos meses va a juicio oral? ¿La geopolítica mundial se reduce a kircherismo y antikirchnerismo?

Desde el instante en que se conoció la conmocionante noticia, el vértigo interpretativo habría pecado de leer equivocadamente los indicios, de sacar conclusiones más apresuradas que certeras. Este artículo es una invitación a preguntarnos si no deberíamos mirar las cosas de otro modo y si ese ejercicio no nos permitiría ver otros procesos. La sociedad argentina atraviesa una crisis de interpretación como pocas veces ha sucedido en su historia. La capacidad de los principales actores sociales, mediáticos y políticos de distinguir los hechos de las interpretaciones parece devastada. Desde el momento en que la noticia nos puso a todos la piel de gallina, la pregunta que guía las conversaciones se refiere al dictamen final: suicidio, asesinato, instigación, quién. Hay una necesidad colectiva de responder de forma urgente esos interrogantes. Esa misma necesidad nos ha tendido una trampa: pedirle a cada hecho, a cada noticia, a cada evidencia, a cada paso de la investigación que le otorgue un sentido cristalino a un acontecimiento que, posiblemente, carezca de él”.

SUICIDIO, ASESINATO, ÁNGELES Y DEMONIOS

“La matriz hermenéutica argentina, se sabe, es dicotómica. Por lo tanto, durante los días y semanas posteriores a la muerte del fiscal Nisman fueron surgiendo ángeles y demonios. La celeridad de algunos altos funcionarios por afirmar que fue un suicidio contribuyó a alimentar la interpretación de que fue un asesinato. Es más, en el caso de que efectivamente Nisman se hubiera suicidado es posible que, tal como están las cosas hoy en día, amplios sectores de la sociedad jamás lo crean. En pocos días la principal dicotomía entonces se desplazó de “suicidio versus asesinato” a “¿quién lo mató?”, aunque hasta ahora no se ha hecho pública una sola prueba que dé lugar a la certeza de que hubo un homicidio.

Se ha instalado la idea de que nada previo a la muerte del fiscal puede ser puesto en análisis y discusión porque implicaría falta de decoro. ¿Es así? Deberíamos acordar que conocer la verdad sobre las causas o motivos de su muerte es una condición para que el futuro de la sociedad argentina esté marcado por las instituciones y la democracia. Sin verdad, ni siquiera tendríamos pruebas de impunidad, ya que para ello necesitamos la certeza de que hubo un homicidio, si es que lo hubo. Así que, con el debido respeto, una discusión o reflexión sobre la actuación de Nisman en la causa AMIA y sobre la denuncia que presentó el 14 de enero debería poder darse de modo civilizado como una herramienta más para conocer los hechos”.

LOS HECHOS Y LAS INTERPRETACIONES

“En la sociedad contemporánea, el aforismo de Nietzsche cobra un vuelo quizás inesperado: “no hay hechos, hay interpretaciones”. Hay hechos: los muertos son hechos. Por supuesto, puede decirse que cada palabra es una interpretación: cadáver, fallecido, asesinado, ultimado, portan sentidos muy distintos. El sentido no es inherente, el sentido es siempre una relación interpretativa. Ahora, si pasamos a un segundo nivel donde “muerto” es una convención que permite describir un hecho, podemos partir de acuerdos sociales básicos. Así, un muerto es un muerto. Tortura es tortura. Genocidio es genocidio. En el primer nivel, donde todo está sujeto a interpretación, afirmar que un prisionero fue torturado es una cuestión de puntos de vista. Esto es inaceptable, moral y epistemológicamente.

El problema es dónde se traza la frontera entre los hechos y las interpretaciones. Los negacionistas consideran que el genocidio nazi no fue un hecho, ni los muertos ni el plan criminal. En otros países puede haber debate sobre si el término genocidio es el adecuado para comprender hechos que nadie pone en cuestión. Hay hechos objetivos, incluso si las instituciones no tienen capacidad de probarlos. Hay hechos incluso si no son nombrados: muertos que no son socialmente reconocidos, tanto como hay planetas y estrellas que la humanidad no conoce y por lo tanto no nombra. Pero potencialmente pueden ser descubiertos y designados.

Ahora, las interpretaciones no son equivalentes. Es distinta una interpretación interesada que se apoya en los hechos, de las interpretaciones ridículas. Las dos características principales de éstas, es que no se atienen a los hechos y no tienen verosimilitud o legitimidad social. Sin embargo, hay otras que tienen amplia o alguna legitimidad social, con las que disentimos. Son verosímiles. Son hegemónicas. La ficción del “uno a uno” de la convertibilidad es un buen ejemplo. Un nuevo problema surge cuando las interpretaciones que contradicen abiertamente los hechos tienen legitimidad social. Los argentinos somos derechos y humanos. Entiéndase bien: existe la situación en la que los hechos habilitan de modo verosímil diferentes interpretaciones. Eso tiene un límite. Podría decirse que hay interpretaciones que están exactamente en el límite de lo plausible. Pero hay otras que son puramente delirantes: esto que usted está leyendo no es un artículo, es un elefante”.

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