Por Oscar Edgardo García.-

La actividad que las iglesias evangélicas pentecostales vienen desarrollando progresivamente durante las últimas décadas en las cárceles con los presos de extrema violencia, sumado al endurecimiento de las condiciones de detención de tales reclusos, está dando como resultado una pacificación en la Provincia de Santa Fe.

Las estadísticas indican una reducción del 66,50% de los homicidios en Rosario en los primeros nueve meses del año actual, con 70 asesinatos versus 209 en igual período del año 2023.

Al margen de la eficacia de los controles que se realizan en los establecimientos penitenciarios, se puede afirmar que las cárceles santafesinas están en manos de Dios en virtud de que el éxito del ministerio carcelario religioso ha inducido a las autoridades penitenciarias a fomentar la creación de «pabellones evangélicos» conducidos por reclusos, concediéndoles, en algunos casos, algunos privilegios especiales adicionales, como ser más tiempo para esparcimiento al aire libre.

Los pastores pentecostales se asientan en los pabellones evangélicos a través de la Biblia y los presos para ser admitidos en ellos deben cumplir con las reglas de conducta, que incluye orar tres veces al día, abandonar todas las adicciones (fumar, consumir alcohol o drogas) y dejar de pelear. La transgresión del reglamento es motivo para que un recluso sea regresado a la prisión normal. Debe destacarse que no se han producido disturbios dentro de los pabellones pastorales.

Las congregaciones El Redil de Cristo y Portal del Cielo son las más importantes en las cárceles de Coronda y Piñero y cuentan con 120 pastores abocados a la evangelización dentro de las prisiones, mientras que en los barrios de la provincia más de 15.000 religiosos recorren a diario las calles para realizar su misión evangelizadora.

La realidad indica que los evangelistas lograron un involucramiento militante de significación en las cárceles y han producido el desplazamiento en ellas de los apóstoles de la Iglesia Católica Apostólica Romana, fenómeno de gran relevancia social con emigración de feligreses que, extrañamente, no parece generarle preocupación al Papa Francisco, ni tampoco a sus ministros.

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