Por Italo Pallotti.-
Esta Argentina nuestra parece haber tomado fechas puntuales para entronizar el “día de la vergüenza”. Razones varias apuntan a ese objetivo. Parece que los personajes que los programan, creo sinceramente, desde la ignorancia, el desinterés y la violencia toman algún día en especial para obstruir todas las normas de convivencia; los miércoles, por ejemplo, en las cercanías del Congreso y dentro del mismo para poner de manifiesto una revoltosa sin razón. Son los depredadores de un tiempo fecundo que vira a lo insustancial, trivial, que deberá extinguirse, alguna vez, para siempre. Bajo la supuesta adhesión a los jubilados, cuyo justo reclamo es indiscutible, hay una caterva, un tropel de impresentables que con el descontrol, la furia y la provocación, siembran el pánico a un sector de la población del país, que, aunque adhieran al reclamo referido, lejos están de tolerar un comportamiento feroz, inhumano, de jóvenes (sobre todo) que, poseídos por un arreamiento criminal de vaya uno saber qué ocultos intereses y variopinto origen (aunque se presume), los convocan para el destrozo y la confusión. Una marginalidad expuesta y explícita dispuesta a romper no sólo los bienes, sino la paz de una mayoría silenciosa que padece, desde tanto tiempo, ese verdadero cáncer, ya hecho metástasis en la moral y las conductas de sus protagonistas. Una minoría peligrosa, brutalmente inconsciente, dispuesta a todo. Nada les importa ya. A veces hasta con un insólito y audaz apoyo de una parte minúscula de la Justicia que no comprende la gravedad de la contingencia en el accionar de esos grupos periféricos al servicio de oscuros planteos. Intolerantes y sectarios. Capuchas, barbijos y capas ocultan un ejército de ignorantes, malandras y violentos a los que nada les preocupa el respeto a la ley. Hoy entran, mañana se liberan. Frente a este axioma, a este principio ya institucionalizado de impunidad, la libertad que debería limitarse de modo severo queda en un limbo inexplicable; y entonces cualquier delincuente se presta “gratuitamente” para corromper el orden público, como si nada. En las sombras, dirigentes políticos, sociales y un periodismo mezquino, gris, rozando la complicidad, se anotan en esta rémora social que subyace, bajo su cobijo, desde hace tanto tiempo.
El viernes, dos jubilados fueron masacrados en la provincia de Bs.As. Doce en lo que va del año. No sería extraño, asesinados por parte de los mismos integrantes de esa turba escabrosa que dicen “defender” a esos mismos jubilados en las marchas del Congreso. La impiedad de estos delincuentes se conjuga con aquellos que con silencio cómplice no se les cae una palabra de condena ante tanta ferocidad. Es de esperar se hagan cargo un día y condenen a estos renegados que han gozado, por años, de una repudiable impunidad. La vida del jubilado, para ellos, es apenas un jirón de viejo trapo social que para nada sirve; y por lo tanto, quitarles la vida es sólo un trámite. Si no los protegen; al menos no los maten. ¡Herejes!
Por otro lado, adheridos por desgraciada coincidencia, el Congreso Nacional aportó últimamente un varieté sainetero (con respeto por estas expresiones) grosero, inaudito, de no creer, que se inscriben en las páginas más bochornosas de ese espacio tan caro a los sentimientos de aquellos que con gestos de buena voluntad, fe y esperanza dieron su voto a muchos de estos personajes indeseables que, igual a los descriptos más arriba, encuentran en el insulto, la patoteada y expresiones de pésimo gusto la manera de dirimir opiniones diversas, pues como tales deberían ser respetadas. Nada de eso.
Por un elemental respeto a quienes los apoyan de buena fe, ya que de hecho sentirían dolor, arrepentimiento y asco, me privo de mencionar, tanto en uno como en otro caso, de los escenarios mencionados, los nombres de los protagonistas. Sí digo que no tienen derecho a mancillar, sobre todo en el caso del Congreso, el mandato popular, con conductas reprochables. Cada uno de nosotros, los haya o no votado se siente representado allí. Y un insulto, una bravuconada, hasta alguna payasada (para variar) hiere el sentimiento del ciudadano común. Todo lo dicho da pie a aquello del título: son y han sido, guste o no, “Pioneros del caos”.
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