Por Hernán Andrés Kruse.-

El 23 de mayo se cumplió el cuadringentésimo décimo noveno aniversario del nacimiento de un notable filósofo, lógico, lingüista, arquitecto y monje cisterciense español. Juan Caramuel Lobkowitz nació en Madrid el 23 de mayo de 1606. Con apenas doce años componía tablas astronómicas. Estudió humanidades y filosofía en la Universidad de Alcalá. Se formó en filosofía en el Monasterio de Santa María de Montederramo (Orense) y en teología en el Monasterio de Santa María del Destierro (Salamanca). En 1638 se doctoró en teología en la Universidad de Lovaina y dos años más tarde escribió un “Agustinos” contra las doctrinas jansenistas. Fue abad de Melrose (Escocia), superior abad de los benedictinos de Viena, gran vicario del arzobispo de Praga y vicario general de la Orden de Inglaterra. El papa Alejandro VII lo nombró obispo de Satriano y Campagna y después de Vigevano (Milán). Mantuvo una estrecha relación epistolar con los filósofos René Descartes y Pierre Gassendi, el polígrafo jesuita Athanasius Kircher, el capuchino y astrónomo checo Anton Maria Schyrleus de Rheita, el médico bohemio Johannes Marcus Marci, el astrónomo belga Govaert Wendelen, y muchos otros. Este genio rechazó la escolástica y se rebeló contra la autoridad de Aristóteles. Ello explica su decisión de adoptar el mecanicismo cartesiano y la teoría física del atomismo. En teología fue molinista y en moral probabilista. Su afán por conocer todo fue de tal magnitud que se lo llamó el “Leibniz español” (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Luis Robledo Estaire (Conservatorio Superior de Música de Madrid) titulado “El cuerpo como discurso: retórica, predicación y comunicación no verbal en Caramuel” (CRITICÓN, 84-85, 2002). Quien lo lea tomará conciencia de la magnitud intelectual de Caramuel.

“El cisterciense Juan de Caramuel y Lobkowitz (Madrid, 1606-Vigevano, 1682) ejerció el ministerio de la predicación en diferentes ocasiones, por lo menos en veintidós, número éste que corresponde a los sermones recopilados por su autor en el volumen Conceptus evangelici, donde también se reproduce la oratio gratulatoria que pronunció con motivo de la coronación como rey de Hungría en 1647 de Fernando IV, hijo del emperador Fernando III. En esta publicación se señalan tres años concretos en los que predicó sendos sermones: 1643 (sermón predicado en Lovaina en una festividad mariana), 1646 (en Baviera, en la festividad del Corpus Christi) y 1647 (en la festividad de San Juan Evangelista). En cualquier caso, su carrera no se orientó hacia este particular menester. Caramuel ha pasado a la historia por su aportación a muy diferentes materias: la teología, la filosofía, el lenguaje, la matemática, la teoría musical, la arquitectura. Corresponsal de Athanasius Kircher, de Gassendi, de Descartes y de Mersenne, se formó en España (Colegio Imperial de los jesuitas en Madrid, universidad de Alcalá de Henares y universidad de Salamanca), pero pasó la mayor parte de su vida en Flandes, Bohemia, Austria e Italia, donde murió siendo obispo de Vigevano.

El pensamiento y la producción de Caramuel reflejan la ambición de su siglo: ofrecer a través de una obra de carácter enciclopédico la imagen de un mundo ordenado y legislado en base a principios universales cuyo origen y fin es la Divinidad. Caramuel, como Kircher, disecciona la existencia y la somete a razón, una razón taxonómica y normativa que le permite leer y re-escribir el mundo como un todo articulado en función de relaciones de analogía. Su propuesta de saber universal obedece, en suma, a ese especial momento histórico en el que parecieron conciliarse el pensamiento científico (y cientifista) y la cosmovisión heredada del pitagorismo. Es precisamente esta amplitud de intereses y de conocimientos, la condición paradigmática de hombre de su siglo, junto a su propia experiencia, lo que confiere enorme interés a sus referencias a la retórica y a la oratoria, en general, y a la predicación en particular. Aunque parece que no elaboró ninguna preceptiva al respecto, en alguna de sus obras expone su visión sobre la retórica y la consideración que le merece en el quehacer de su tiempo. Caramuel nos puede brindar, así, un marco conceptual mucho más amplio que el de cualquier predicador contemporáneo”.

EL DISCURSO COMO REPRESENTACIÓN

“Lo primero que llama la atención es el lugar que reserva Caramuel a la retórica en el marco general de las disciplinas. Podemos ver esto en la particular clasificación de las artes que expone en su Apparatus philosophicus. A fin de percibir mejor el afán racionalizador y taxonómico del polígrafo cisterciense, ofrezco en el Cuadro 1 una síntesis de la tabla donde lleva a cabo lo anterior. Resulta significativo que la retórica ocupe, además de un lugar dentro de las disciplinas rectoras del discurso, como ornamento y coadyuvante lógico de éste (Rhetorica est grammatica elegans, nec potest carere Dialéctica), otro lugar dentro del conjunto de actividades rectoras del movimiento corporal, afirmando de ella que «requiere el movimiento adecuado de las manos y los miembros del cuerpo». Más adelante, al explicar cada disciplina en particular, dice de la retórica que procede «regulando el movimiento de las manos de tal manera que parezca que con todos los miembros se habla y se manifiestan los sentimientos del alma…». La retórica, en tanto que oratoria, queda, así, ligada esencialmente a la actividad corporal. Pero ello es, a su vez, posible, porque Caramuel ha designado un lugar en su clasificación general a un tipo de arte (vale decir, a un conjunto de actividades) cuyo cometido específico es regular todo lo relativo a dicho movimiento corporal.

Desde una perspectiva más amplia, la clasificación diseñada por Caramuel hace patente una de las constantes de ese siglo que hemos dado en llamar barroco: la preeminencia del movimiento y, en especial, del cuerpo humano en acción. A la vez, sanciona la importancia tan destacada que adquiere en la época la actio o pronuntiatio, la quinta operación de la retórica clásica, la que atiende a los gestos y a la emisión de la voz. La teatralización del sermón barroco, la potenciación, hasta el exceso, de su dimensión representativa, ha sido señalada por diversos estudiosos. Caramuel, como vamos a ver, no sólo se hace eco de todo el aparato gestual a la usanza: lo racionaliza, lo legitima y hace de él condición indispensable de la efectividad del discurso, de su capacidad persuasiva. En este Apparatus philosophions que estamos comentando, al tratar de la música y del desfase que se produce con demasiada frecuencia entre el teórico y el práctico, entre el que realmente conoce los secretos del arte y el que tan sólo tiene habilidad para materializarlos, para ejecutarlos en público, Caramuel establece una relación explícita entre «el cómico en el teatro», «los cantores en el coro» y «el predicador en el pulpito», afirmando a este respecto: “Este mismo mal ha llegado ya al púlpito y a la cátedra, y vemos a menudo en las iglesias que el dificilísimo cometido de un excelente predicador lo desempeñan sujetos inexpertos que confían a la memoria sermones ajenos y que los declaman de manera más elevada de lo que hubiera hecho el autor”. Teatro, música y predicación son, así, otras tantas manifestaciones del arte de la representación”.

LA COMUNICACIÓN NO VERBAL: UN IDIOMA NATURAL

“La obra en la que Caramuel asimila por extenso la retórica a la actio lleva un título tan desmesurado (no tanto por la extensión, sino por el concepto) como la ambición de su autor por ordenar, clasificar y elucidar todos los mecanismos de que Dios ha dotado al ser humano para expresarse: Trismegistus theologicus, latine Ter-maximus, cuius tomi sunt tres: in quibus tres virtuales et morales maximce quœ subcollant restrictionum doctrinam radicitus edisseruntur (Vigevano, 1679). Como el mismo título declara, la orientación final de esta obra en tres tomos es la teología moral, y, en concreto, la doctrina de la restrictio, tan cara a la casuística jesuítica y tan debatida en el seno de la iglesia católica desde el siglo xvii. El primer tomo lo titula POLYMNIA y trata del «idioma natural y la restrictio sensible»; el segundo es HARPOCRATES y aborda la restrictio insensible basada en el silencio; el tercero y último, HAPLOTES, estudia la restrictio mental. El afán de Caramuel por desentrañar el sentido y las diferentes manifestaciones de la restrictio se halla ligado al probabilismo que postuló y que lo convirtió en conspicuo laxista, siendo por ello atacado (y defendido) ya en su época.

El sentido que adquiere el término restrictio en el aspecto que aquí nos interesa, el del lenguaje de las manifestaciones sensibles desarrollado por Caramuel en el primer tomo de su obra, POLYMNIA, es el de determinar, precisar, elucidar o completar la expresión verbal, como su autor explica en numerosas ocasiones. Ejemplo señero de esto es el tan debatido pasaje de la vida de San Francisco en el que éste es rogado por un preso fugitivo que no delate su paso por aquel lugar, y, más adelante, siendo preguntado el santo por los perseguidores de aquél, responde: «Nadie ha pasado por aquí», llevando su mano derecha a su mano izquierda al tiempo que pronuncia estas palabras. Al comentar este pasaje, Caramuel libra al santo de toda falta a la veracidad, puesto que «como aquel por aquí era equívoco, restringió con la mano», vale decir, la indeterminación (supuesta) de la expresión verbal es reducida y precisada por el movimiento de las manos, convirtiéndose tácitamente su respuesta en algo así como: «Nadie ha pasado por esta mano». De modo que San Francisco, parafraseando a dos ilustres autores teatrales, ni miente ni deja de mentir, sino todo lo contrario. Toda la hipocresía y cinismo que han acompañado a la Iglesia católica en sus artimañas de embaucamiento, la ambigüedad calculada sobre la que ha cimentado su poder, son rubricadas con desenfado y desparpajo por Caramuel al concluir su exposición del mencionado pasaje con estas palabras: «Pero, dirás, ellos no advirtieron el movimiento de las manos. ¿Y qué? No tenía aquel santo obligación de avisarlos, y, si fueron descuidados, se les ha de achacar a ellos».

El sentido de precisión y determinación otorgado al concepto restrictio en las manifestaciones sensibles del discurso permite a Caramuel elaborar un enciclopédico tratado sobre la comunicación no verbal y sobre la elocuencia del gesto, tratado que llena el primer tomo (el más extenso) de su Trismegistus théologiens y que consagra a Polymnia, la musa de la mímica, con el siguiente encabezamiento: POLYMNIA. Del idioma natural y de la «restrictio» sensible. Este idioma natural o lenguaje de los gestos es anunciado en el subtítulo del tomo: “[Este tratado] muestra que los hombres pueden y suelen hablar comenzando por el último cabello de la cabeza y acabando con los pies, agitando la cabeza, asintiendo, negando, balanceando y moviendo las manos, pies y todo lo demás, precisando más ampliamente lo dicho en el discurso”.

Precediendo al cuerpo general de la obra van dos secciones, a modo de doble introducción, que abordan, respectivamente, la elocuencia del cuerpo humano en tanto que persona, es decir, mediante su sexo, sus cualidades, sus prejuicios, sus circunstancias, etc., y la elocuencia del cuerpo a través de su representación en pintura y escultura. Por fin, da comienzo la parte más enjundiosa de la obra. Para poner en marcha su discurso sobre la gestualidad, Caramuel vuelve a recurrir a la musa del mimo: POLYMNIA. De las «restrictiones» que nacen del gesto y del ornato. Este es el encabezamiento de la parte más importante y extensa del tomo primero correspondiente al Trismegistus théologiens, parte que el autor subdivide en 27 articuli o capítulos. En el Cuadro 2 puede verse el plan general de toda la obra. Cada articulas consta, a su vez, de diferentes sectiones. Son innumerables y, a veces, peregrinas (aunque siempre muy interesantes) las digresiones que hace Caramuel a lo largo de todo el tratado, en las que refiere anécdotas o repite temas de los que se ocupa en otras obras y que tenían para él una relevancia especial (como es el caso de su propuesta de sistema heptasilábico para la solmización).

Dejando a un lado muchas de estas digresiones y atendiendo a los aspectos que aquí pueden interesarnos, ofrezco en el Cuadro 3 una selección de los articuli y sectiones en que se subdivide la tercera parte del tomo I. En el proemio a esta tercera parte, Caramuel deja claro que su intención es dilucidar todo lo relativo al lenguaje de los gestos, lo que él llama el «idioma natural»: “NOTA. El lector que haya leído sobre los phrósophoi admitirá de muy buen grado que todo lo que en este libro voy a abordar por extenso (pues el tema ofrece materia abundante) gozaba de estima entre los griegos. Los phrósophoi eran actores mudos que representaban en el teatro historias muy profundas sin articular palabra y sin participación musical alguna, con el solo gesto del cuerpo, de tal manera que los espectadores casi comprendían mejor por el movimiento del cuerpo que si alguien recitase…, nadie podrá negar que el gesto pueda hablar si junto a él concurren circunstancias consignificantes”.

EL CUERPO COMO DISCURSO

“Como puede observarse en el Cuadro 3, Caramuel comienza hablando del gesto en general y procede a hacer un recorrido por el cuerpo humano considerando los diferentes recursos que éste atesora para llevar a cabo una comunicación no verbal. El lenguaje de los ojos, el de la boca y el de las manos ocupan un lugar prominente, con cuatro, cinco y cinco articuli, respectivamente, aunque alguno de éstos tiene cabida en su sistema por mera analogía sensorial, como el IX (Del habla por los colores, subsidiarios del sentido de la vista), el XXII (Del estilo, dependiente en primera instancia, como escritura, del sentido del tacto) y el XXV (Del habla de los dones y presentes, también relacionado de modo general con el tacto). Pero Caramuel va más allá de la expresión que realiza el ser humano a través del gesto; su visión totalizadora de la persona convierte a ésta en un ente «lingüístico» configurado por una ortografía, por un léxico, por una gramática, por una retórica y hasta por una dialéctica.

Los ojos, por ejemplo, tienen un léxico particular, puesto que encontramos ojos elevados, cerrados, turbados, observantes, malignos… (articulus VII, sectio VII). Asimismo, poseen una gramática, en virtud de la cual Caramuel les hace declinar substantivos y conjugar verbos (articulus VII, sectiones IV y V); además, esta gramática les condena a producir barbarismos y solecismos, verbigracia, unos ojos que mirasen con severidad al amigo o con benignidad al enemigo producirían un solecismo de la mirada (articulus VII, sectio VI). La mano corre también el riesgo de incurrir en solecismo si, al referirse el orador o recitador a la tierra, apunta al cielo, y viceversa (articulus XXI, sectio III). En cuanto a la retórica inherente a las partes del cuerpo, la palma se la llevan los ojos al explicar Caramuel a lo largo de veinticinco páginas treinta y cuatro figuras retóricas que produce la mirada (articulus VIII, sectio IV); pero es que también hay una retórica de la barba, cuya ausencia y promesa en el adolescente y en el eunuco produce la figura elipsis (articulus IV, sectio V), y otra en los brazos, que da lugar a la figura enigma cuando se mueven de forma misteriosa (articulus XIX, sectio III).

En el cuerpo hablante de Caramuel hay lugar, asimismo, para la dialéctica: los ojos que derraman lágrimas ocultamente y, a la vez, en público establecen dos premisas silogísticas de las que se infiere la consecuencia, dando lugar, de este modo, a un enthimema o silogismo incompleto (articulus X, sectio IV). El engaño, por supuesto, acecha en el lenguaje de los gestos, como cuando alguien se postra ante el vencedor de manera insincera, haciendo, así, mentir a sus rodillas (articulus XXVI). Pocas manifestaciones del cuerpo humano deja Caramuel de considerar; la risa, por ejemplo, tiene su propio apartado (articulus XIV), y la tos, de la que expone su gramática y su retórica, sin olvidar el esputo («gargajo», dice, en castellano) (articulus XV).

Bajo esta aparente embriaguez de racionalismo enciclopedístico, lo que Caramuel nos está proponiendo es un cuerpo humano significante en varios niveles. Por una parte, tenemos un cuerpo portador de signos, en su misma persona (parte I: De las «restrictiones» que conciernen a las personas, esto es, de la elocuencia derivada del sexo, del carácter, de la condición…) y en su representación (parte II: De las «restrictiones» que provienen de las pinturas de las personas) (ver Cuadro 2). Por otra, como persona actuante, tenemos un cuerpo realizador de signos (parte III: Polymnia. De las «restrictiones» que nacen del gesto y del ornato). Y, por encima de todo ello, como ente gramático y retórico, emerge el cuerpo como discurso en sí mismo, con sus reglas, sus figuras y sus incorrecciones.

Si imaginamos ahora el púlpito barroco, o el teatro, podríamos decir que un discurso se superpone a otro discurso, el que es declamado al de quien lo declama, o viceversa. La dimensión que reclama aquí la actio no puede sino reducir esencialmente el ejercicio oratorio a verdadera representación. Por otra parte, ese cuerpo portador de signos que es la persona configura un universo simbólico que Caramuel explicita en varias ocasiones, como cuando expone el significado y la simbología de los diferentes colores (articulus IX), o cuando explica que la mujer hace la genuflexión con ambas rodillas, al contrario que el hombre, porque este acto significa humildad y sumisión, y la mujer se halla obligada a una doble sumisión: a los padres y, una vez desposada, al marido; además de que la primera mujer, Eva, cometió doble pecado: comer la manzana y dársela a comer a Adán (articulus XXVI).

También configura un universo emblemático. Cuando explica el «silencioso y curioso idioma de los cabellos», como él lo denomina, Caramuel señala la elocuencia de la calavera para enseñarnos el recto camino en la vida y la preparación para la muerte, exponiendo, así, lo que podríamos considerar una teorización de la vanitas que acompaña de cierto aviso que se ve con frecuencia, según dice, en los cementerios españoles: “Tú que me miras a mí Tan triste, mortal, y feo, Mira, pecador, por ti, Que cual tú te ves me vi, Verte has cual yo me veo” (articulus IV, sectio VI, nota II). Asimismo, en el capítulo dedicado al habla de los pies, recuerda la representación de Fortuna en forma de mujer sosteniéndose con un pie sobre una esfera, pie que suple la elocuencia de la boca al mostrar el carácter inestable y errático de aquélla (articulus XXVII, sectio III).

Al abordar sistemáticamente el lenguaje gestual de cada una de las partes del cuerpo humano, en muchas ocasiones promete Caramuel más de lo que ofrece en realidad; es decir, con frecuencia, en lugar de describir las particularidades de tal lenguaje se limita a enunciarlas o a señalar su presencia en pasajes literarios que transcribe. Digamos, de pasada, que éste es uno de los aspectos que hace más amena e interesante la lectura de la obra, pues de la enorme cantidad de fuentes reproducidas sobresalen multitud de fragmentos de escritores españoles del momento o de las generaciones inmediatamente anteriores. Entre ellos, los más citados por Caramuel o, al menos, sus preferidos, habida cuenta de que les dedicará sendos capítulos en el tomo siguiente (dentro del articulus De los poetas españoles), son Lope y Quevedo; pero cita también incontables pasajes de obras de Góngora, Tirso, Pérez de Montalbán, Moreto y otros.

Esta suerte de decepción podemos sentirla al leer el articulus VI (Del habla del semblante), en el que alude a la Physiognomia de Giovanni Bañista Porta y trata de la expresión de las diferentes pasiones del alma a través del semblante, pero no especifica cuáles son éstas ni cómo lo hacen. No obstante, en conjunto, su tratado es un valioso testimonio sobre la comunicación no verbal tal como era entendida y practicada en el siglo xvii. Podemos apreciar, por ejemplo, el lenguaje de los besos, esto es, el diferente mensaje que portan atendiendo a si se dan en la cara, en la mano, en el pie, en la rodilla… (articulus XVI). Podemos también leer un pequeño tratado de quirología y aprender el lenguaje de las manos (articulus XXI, sectio IV), o conocer el significado de cada dedo y el lenguaje de los anillos en la antigüedad clásica (articulus XXI, sectio IX). Las dádivas, dones o regalos son portadores, asimismo, de mensajes diferenciados, y se revelan «mucho más eficaces que las palabras» para persuadir; algunos reflejan tan fielmente el interior del que los ofrece que se conocen como dones cantantes (articulus XXV). Los pies, por último, hablan y tienen su abecedario, un abecedario que da lugar a un lenguaje cifrado expuesto por Caramuel y del que nos refiere su uso por parte del emperador Fernando III (articulus XXVII, sectio I)”.

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