Por Hernán Andrés Kruse.-
“Él tuvo una concepción particular de la Reforma. Yo no sé si estoy totalmente capacitado para diagnosticar acerca de ella porque reconozco ahora que no he profundizado en el asunto tanto como debiera. Pero me inclino a creer, sobre la base de alguna experiencia personal, que de todas las cosas que él descubrió en el movimiento reformista lo que más le sedujo y le atrajo fue lo que consideró en ella una nueva actitud moral. Palacios era esencialmente un hombre moral. Era esencialmente un hombre moral porque vivía los valores morales, cualquiera fuera la contingencia, cualquiera fuera el tipo de factores que entraban en juego. Este problema insurgía y se levantaba frente a él como una especie de problema clave. Y cuando vio la actitud del movimiento juvenil, que era capaz de anteponer, como decía él, los ideales a los intereses materiales, se volcó a esa causa y la siguió, pero afirmando siempre este principio fundamental que, sospecho, más le seducía. Y cuando empezó a descubrir que en el movimiento reformista se producían abusos y desvíos y corrupciones, fue inflexible y se levantó de la manera más tremenda para condenarlo porque le parecía una doble traición, no sólo porque toda corrupción le parecía traición, sino porque esta lo era más en la medida en que, a sus ojos, constituía fundamentalmente un movimiento moral.
Pero, naturalmente, no era esto solo. También vio en la Reforma, como efectivamente era perceptible, una revolución intelectual y educacional. Sería largo explicar la coyuntura cultural del año 18, pero podría resumirse la situación diciendo que la Argentina vivía el clima de la descendencia indirecta de la Generación del Ochenta. Es decir, vivía un mundo de ideas muy firme, muy consustanciado con la vieja oligarquía y naturalmente muy susceptible de ser atacado a la luz de un pensamiento que la guerra y los acontecimientos sociales y políticos de esos años ponían sobre el tapete. Él pensó que la Reforma Universitaria podía renovar todo este cuadro de ideas, podía aventar esta especie de fantasma de una cultura muy propia de la belle époque, muy propia de los años prósperos de la burguesía europea de preguerra, y sacudirla con ciertas ideas que circulaban en Europa hacía tiempo, pero que en la Argentina circulaban poco y muy difícilmente.
Desde fines del siglo pasado socialistas y anarquistas habían introducido algunos autores, habían comenzado a difundir ciertas ideas trabajosamente, con escasa receptividad; y sólo la infatigable constancia de un hombre como Juan B. Justo pudo hacerle sobrepasar esta especie de indiferencia de un ambiente acostumbrado a una vida holgada de las altas clases y totalmente insensible a los problemas sociales. Él creyó que todo este pensamiento nuevo que había descubierto en los círculos en que actuaba políticamente, este pensamiento nuevo que él había empezado a descubrir en los libros pero que también descubrió sobre todo al lado de hombres como Justo y Dickman, este pensamiento que flotaba en las páginas de Marx, que flotaba en las páginas de su muy amado Llovet, que flotaba en las páginas de las polémicas del revisionismo, en las de Bernstein o las de Kautsky, que todo este pensamiento, inclusive el pensamiento anarquista, al que no se cerró, como no se cerró nunca a ningún pensamiento, que todo esto podía reverdecer, de alguna manera, y tonificar esta especie de cultura académica y estancada que prevalecía en los cenáculos académicos.
En otros que no eran académicos, en los cenáculos literarios, vibraba esta nueva sensibilidad del modernismo que en Buenos Aires encarnaron Darío y Lugones. Pero en el ambiente académico lo que predominaba era ese pensamiento estancado, y él creyó que había la posibilidad de modificarlo, transformándolo y refrescándolo. Principalmente con estas ideas que provenían del pensamiento social, pero además con otras que empezaban a flotar en la Europa de la Primera Guerra en relación con la sacudida tremenda producida en los años 17 y 18, y que empezaba a canalizarse a través de algunas experiencias: la experiencia que provenía del «affaire» Dreyfus en Francia, la influencia que se concretaba alrededor del grupo Pelloutier, en Francia también. Y al cabo de muy poco tiempo otras ideas un poco más exquisitas, como las que empezaba a elaborar esa filosofía que empieza a contraponerse a la del positivismo. Todo esto le parecía imprescindible que circulara en un mundo académico en el que circulaban todavía textos del siglo XVII, como denunció Juan B. Justo en un famoso informe acerca de la Universidad de Córdoba.
Pero el caso es que además de que circularan estas nuevas ideas, además de la esperanza de que al calor de estas nuevas ideas circularan otras que se elaboraran en este ambiente de rebelión, mejor dicho, en ese ambiente de disconformismo, junto con todo esto pensó que era imprescindible que quienes quisieran elaborar esas ideas, y vivir esas ideas y transformar esas ideas en acción las volcaran sobre este país, sobre su país. De todo esto deducía que se requería un cambio sustancial en la actitud educativa. Una actitud educativa caracterizada en el mundo académico hasta entonces por lo que llamaríamos la «enseñanza autoritaria» que se reflejaba en la clase magistral y que él quiso reemplazar por un tipo de educación, como se diría luego en todos los movimientos de la «escuela nueva», en un tipo de aprendizaje fundado en la propia experiencia, que hiciera amar la aventura del pensamiento, como dijo una vez glosando una frase de Bertrand Russell. Esto era lo importante para él. No sólo aprender ciertas cosas, sino despertar un estado de inquietud espiritual, un estado de «hambre» cognoscitiva que le permitiera al estudiante apoderarse a través de esta metodología, que tal vez él no profundizó nunca muy bien, pero que intuía, una capacidad para transformarse en creador de pensamiento, sin desdeñar, naturalmente, todo lo que pudiera ser recibido, pero haciéndose fuerte en su propia elaboración.
Era al fin de cuentas su propia experiencia. No era exactamente un autodidacta pero no estaba muy lejos, y no tanto porque le faltaran consejeros sino porque su curiosidad solía sobrepasar los límites de los consejos que recibía. Y sobre la base de esta concepción apoyó este movimiento en lo que tenía de afirmación moral frente a lo que él creía que era Universidad inmoral y en lo que tenía de renovación intelectual, y muy especialmente de renovación educacional. Pero la apoyó también por algo que no puede olvidarse. Lo apoyó porque también vio que era un movimiento con implicaciones políticas. Porque en él, en que la universidad y la política eran inseparables, no hubiera cabido la posibilidad de encontrar, de ofrecer apoyo a un movimiento que pretendiera aislarse de la agitada realidad del país y del mundo. Él creyó que eso era un movimiento político. Lo era, efectivamente. Y lo apoyó porque lo era, y si bien es cierto que no habría estimulado cierto tipo de extralimitaciones, no habría tampoco respetado a jóvenes asépticos para quienes el saber fuera algo ajeno a la vida y ajeno a los compromisos con su sociedad.
Vio en la Reforma un movimiento político. Estimuló la preocupación de la universidad por los problemas de la vida política, con la sola condición de que se entendiera la política como la entendía él, llena de dignidad. Como entendía la cátedra universitaria, regida exclusivamente por los principios más incuestionables, nunca manchados por el arribismo ni por la ambición personal. Entendía de esta manera la política como un compromiso militante, compromiso dramático. Él no pudo entender jamás que un universitario se desentendiera de los compromisos morales y políticos con el país. Ahí está su famosa actuación como decano en la Facultad de Derecho en 1930, su reacción contra el gobierno del presidente Yrigoyen y su reacción inmediata y tremenda contra el gobierno de Uriburu. Cada vez que la universidad se sacudía, la voz de Palacios era la primera que resonaba. Cuando la Universidad de La Plata vio cercenada su autonomía y luego vio la intervención de Walker, Palacios fue el primero que habló, el primero que convocó a los profesores, y él fue el que estimuló a todos a que ninguno declinara en la defensa de lo que consideraba era la condición fundamental de la universidad. Se opuso, es bien sabido, a todas las dictaduras, a todos los atropellos contra el derecho y pensó que su misión era la de fiscal de la República. Él creyó que el movimiento juvenil lo apoyaba en esta actitud, coincidía con él en ella y él apoyó en el movimiento juvenil no sólo al movimiento de reacción moral, no sólo al movimiento de renovación intelectual y educacional, sino que apoyó también el movimiento político.
Naturalmente que esta universidad, la que él pensaba, no era una universidad profesionalista, no podía serlo. Su imagen de la universidad la expuso tres o cuatro veces y en cierto modo quedó definida en el famoso proyecto de ley, breve, por cierto, que presentó en la Cámara en 1932. Allí Palacios concibe la universidad, como concibe la cultura, como una totalidad indisoluble. Y a quienes defendían la universidad profesional, los increpaba sosteniendo que esta no podía ser un lugar donde se forjaran técnicos que ignoraran los fines a los que servían. Por el contrario, la profesión y la técnica tenían que estar impregnadas, profunda y definitivamente, de un sistema de fines que sólo una universidad integrada podía dar. Esa universidad en la que él pensaba; esa universidad por la cual él trabajó en la cátedra, en el decanato, en el rectorado; esa universidad por la cual trabajó cotidianamente en su casa, en la que no faltaron nunca grupos estudiantiles que venían en busca de su opinión y consejo; esa universidad en la que él pensaba no era una universidad abstracta, así como no era abstracto el conocimiento que debía obtenerse de ella. Tampoco era abstracta la misión que la universidad tenía dentro de la sociedad en que vivía.
En el último artículo de su proyecto de ley del año 32 propone Palacios la formación de unas residencias de estudiantes en las que —puntualiza— se ofrecerá a los jóvenes una formación cultural, física, estética, patriótica. Ese es un tema singular en el pensamiento de Palacios. La universidad era una universidad para el país. Él la definía diciendo que era una institución para el mejoramiento humano y el perfeccionamiento social. Pero le interesaba fundamentalmente que estuviera intensa y entrañablemente unida a los problemas de su país. Ese país que él no cavilaba en llamar Mi patria. En un debate famoso, en 1912, dijo: «Soy argentino antes que socialista» y recordó después que Juan B. Justo se acercó y le estrechó cálidamente su mano. Esta vocación argentina de Alfredo Palacios inspira y enmarca su concepción de la universidad, como inspira y enmarca su concepción de la política. Era un patriota, sin retórica, sin patrioterismo, pero con una densidad que a veces producía cierto escalofrío. Porque no sólo conocía la historia argentina como pocos, sino que la vivía como yo he visto pocos que la vivieran.
Confieso que una de las emociones más grandes que he sentido, sentado en esta mesa, fue una vez en que sacudiendo los brazos con cierta vehemencia, dijo: «Cuando yo impugné el diploma de diputado de Carlos Pellegrini…». Yo tuve la sensación de que estaba delante de la historia. Porque al fin de cuentas, sería 1930 y tantos, no hacía de aquello más de treinta años. ¡Qué poco para la memoria de un hombre!, pero lo cierto es que su vehemencia era no sólo la del militante, la del militante que se siente en posesión de la verdad y percibe que tiene acosado al adversario que está en débil posición. Era mucho más que eso. Era el sentirse en posesión de una tradición argentina que en esos momentos estaba en las mejores manos que él creía podía estar, que eran las suyas. Y él lo creía fervientemente. Y recogía la totalidad de la tradición histórica argentina de una manera realmente ciclópea. Desde los remotos orígenes coloniales, con ese conjunto de matices que traía la apelación a los comuneros paraguayos o colombianos, o a los actos de rebeldía de los viejos colonos españoles que sostenían que la disposición emanada del Rey se acataba pero no se cumplía. Desde allí a la Revolución de Mayo y al pensamiento de Moreno, al pensamiento de los hombres de Caseros, a Mitre y a Sarmiento, a los hombres de la organización nacional, al general Roca, por quien tenía extraordinaria admiración, y que se enorgullecía de que había querido conocerlo a él, a ese joven diputado de quien tanto se hablaba.
Todo esto vivía en su conciencia y se reunía con una tradición que aparentemente él no compartía, que era la de las viejas clases conservadoras de la generación de su padre y de la época de su adolescencia y su juventud. ¡Qué decir de la formidable admiración que tenía por Joaquín V. González!, o la que tenía por Roque Sáenz Peña, o que tenía por Drago, por todos aquellos en quienes había visto alguna vez un gesto noble, un gesto magnánimo, una actitud desinteresada. Todo esto le parecía a él que era lo específicamente argentino y se enorgullecía de serlo y daba como razones el predominio fundamental de esta tradición en la vida argentina. Y hasta tal punto vivía intensamente esta tradición argentina, que no pudo sentirse socialista con absoluta tranquilidad de ánimo hasta que no descubrió, hasta que no creyó descubrir por lo menos que el socialismo tenía una raíz argentina. Es curioso; treinta años antes, Alejandro Korn había afirmado, en su famoso libro sobre las influencias filosóficas en la Argentina, que Alberdi había descubierto el positivismo avant la lettre.
Palacios decidió rastrear en la tradición argentina los principios del socialismo y desembocó en ese estudio minucioso y prolijo sobre Esteban Echeverría, albacea del pensamiento de Mayo. Era, sin duda, una versión un poco libre de la palabra socialismo. Era, sin duda, una concepción muy laxa en la que socialismo se confundía, en cierto modo, con justicia. Esta idea trabajó mucho en su pensamiento, y reunió el texto de todas las leyes que él había propuesto y obtenido, de todos los campos en los que él había luchado por la justicia social, en ese libro que se llamó luego La justicia social. Cuando reunió todo eso, incorporó un prólogo que es una historia de la justicia social, curiosísimo ensayo en el que se decantan innumerables lecturas, innumerables reflexiones, algunas de ellas de extraordinaria originalidad. Lo escribió acuciado por esta perspectiva, por esta posibilidad, seguro de que la justicia social había funcionado por lo menos desde la fundación de su partido hasta el año 1943, a través de la labor de hombres como él, y de él mismo. Lo hizo acaso para probar que antes del 43 había habido una intensa lucha en la Argentina por la justicia social.
Una vez alcanzada esta convicción, o mientras esta convicción era amasada, Alfredo Palacios dedicó largo tiempo a estudiar cuidadosamente la obra de Esteban Echeverría, la obra de la generación del 37, todo ese cúmulo de pensamiento que aparece en la Argentina precisamente en el momento en que emerge la dictadura, y cuando determinados grupos empiezan a recibir la influencia de los llamados socialistas románticos, cuyos textos comenzaron a circular por aquella época y que han dejado no pocos rastros en la obra de los hombres del 37. El libro de Palacios es, desde el punto de vista intelectual, un libro ejemplar. Pero es mucho más ejemplar por otras cosas. Porque no es frecuente encontrar una militancia intelectual que esté indisolublemente unida a una conducta y a una militancia política. Su pensamiento avalaba su obra y su acción. Cuando se decidía a obrar según eso, era porque todo ese caudal de ideas, que eran las suyas; las que él había elaborado durante años pero que eran también las de su patria; las que se habían elaborado en su país a través de grupos que cumplieron en su momento el mismo papel que él estaba cumpliendo en su época. Se decidía a obrar cuando todo esto estaba absolutamente internalizado en su conciencia y funcionaba como una especie de carga que le da naturalmente a su pensamiento y a su acción no sólo una extraordinaria dignidad sino, sobre todo, una extraordinaria fuerza.
Nosotros éramos treinta o cuarenta años más jóvenes que él cuando lo oíamos inflexible, cuando lo oíamos irreductible, cuando sabíamos todo lo que en él había de capacidad para otras muchas cosas que él sacrificaba a esta especie de misión que se había adjudicado. Él era un temperamento ético, pero al mismo tiempo un temperamento misionario. Y dentro de esta concepción argentina, dentro de esta vocación argentina incluyó lo que él creía que era lo más importante que podía tener un país desde el punto de vista de la educación y de la cultura, que era la universidad. Y, cierto es, incluyó también dentro de esta vocación argentina su política, esa política a la que él le quiso buscar raíces en la tradición argentina a pesar de que los textos clásicos eran naturalmente extranjeros. Su socialismo, cuando tuvo que definirlo alguna vez, fue llamado Socialismo Argentino. Pero aunque él no le hubiera llamado así, allá por el año 15 o 17 o 18 —no recuerdo bien—, su socialismo fue siempre argentino. Era una modalidad de su mente, era una vocación de su conciencia. Quizá fuera también una tradición de unas raíces que no sabemos bien, pero que corresponden a su formación familiar. Este profundo sentido que lo hace sentirse heredero nato y legítimo de todo lo que constituía la tradición nacional, esto le daba una fuerza extraordinaria, una autoridad extraordinaria, y con esta autoridad no sólo actuó en la universidad sino que actuó también en la política.
No fue un político vulgar. No fue un político cualquiera. No porque haya sido más o menos inteligente que otros, sino porque introdujo una variante singular en la política. Estuvo siempre apoyado por masas populares. Conoció el halago de la gloria. Supo, y declaraba entre sonrisas, que había «palacistas»; se burlaba del personalismo, a pesar de que no le faltaba cierta soberbia, y operó dentro de la política argentina, y dentro de su partido, de una manera singular. Gran parte fue la escuela política en que se formó y la enseñanza de los hombres a quienes él respetó, inclusive cuando disentían con él. Otra parte es su genio personal que le dio a su conducta un aire diferente. Quizá lo más diferente fuera este sentimiento de que había que operar inmediatamente sobre la realidad y no perder de vista los grandes objetivos. Quizá su singularidad fuera el elemento pasional o emotivo que hacía intervenir en su acción política, pero de todos modos hay algo que le dio a Palacios durante esos años una fisonomía que no tuvo ningún otro político.
Cualquiera fuera su grado de capacidad, fue una figura original. En la política operó de la misma manera que en la universidad, y de la comparación de su acción en ambos campos acaso pudiera salir el argumento más fuerte para reclamar que Palacios salga del olvido. Porque de su manera de actuar —esta profunda apelación a la conciencia y a la razón para encaminar su comportamiento—, de esto salió una manera de entender la acción renovadora, que puede ser reformista o revolucionaria, según se quiera y según sea la moda de los tiempos, pero que en todo caso es la acción de quien se encuentra con una estructura dada y quiere transformarla. La acción renovadora se ha dado casi siempre en la historia, con triste frecuencia, envuelta en una especie de confusión que ha hecho suponer que no se puede renovar el mundo sin caer en cierto tipo de inmoralidad”.
(*) José Luis Romero: “La figura de Alfredo Palacios” (Redacción, Volumen 5, Número 51, 1977).
30/04/2025 a las 3:37 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
El Gobierno fortalece relaciones con EEUU: Alvin Holsey irá a Ushuaia y crece la idea de una Base Naval Integrada
Federico Galligani
Infobae
30 de Abril, 2025
Hace casi exactamente un año, el presidente Javier Milei se trasladó hasta Ushuaia para encabezar un acto junto a la entonces jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, y anunciar “el desarrollo de una Base Naval Integrada” en esta ciudad que convertiría a ambos países “en la puerta de entrada” a la Antártida.
Este miércoles, el sucesor de la militar norteamericana, el Almirante de la Marina Alvin Holsey, viajará a la capital de Tierra del Fuego para interiorizarse sobre la actividad en unos de los puntos más australes del planeta y continuar con las conversaciones sobre el proyecto que se ideó hace años y que por momentos pudo haber quedado en manos de China o de Rusia.
En el 2024, el propio mandatario nacional explicó que se trata de “un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano al continente blanco”, lo que no solo “permitirá desarrollar la economía local”, sino también “brindar un servicio logístico que permita las reparaciones y apoyo a los cruceros y buques comerciales que operen en el Atlántico Sur”.
“Brindará apoyo logístico real al desarrollo científico y los diversos programas antárticos internacionales; permitirá que navíos argentinos y del mundo puedan acceder en Ushuaia a reparaciones, reabastecimientos u otros servicios que necesitan, antes de dar el último paso a su travesía”, detalló.
Las obras de esta Base Naval Integrada se iniciaron a principios del año 2022, cuando Jorge Taiana, que era el ministro de Defensa, encargó al astillero Tandanor la planificación y el comienzo de los trabajos.
Para ese momento, se especulaba con la posibilidad de que la administración de Alberto Fernández pudiera llegar a un acuerdo con China o con Rusia para la financiación y manejo del lugar.
Sin embargo, con el cambio de gobierno y la llegada de los libertarios a la Casa Rosada, Milei mostró públicamente sus deseos de que el proyecto se lleve adelante con la cooperación de Washington.
“Estamos comprometidos a trabajar estrechamente con Argentina para que nuestros esfuerzos colaborativos de seguridad beneficien a nuestros ciudadanos, nuestros países y nuestro hemisferio de manera duradera y positiva. Estoy feliz de volver a Argentina y aprender más sobre este hermoso país”, expresó Richardson el año pasado.
En esta oportunidad, la Embajada de los Estados Unidos se limitó a informar que el viaje a Tierra del Fuego de Holsey tiene como objetivo posibilitar reuniones “con personal militar local para interiorizarse sobre sus misiones y el papel clave que desempeñan en la protección de las rutas marítimas vitales para el comercio global”.
El jefe del Comando Sur partirá este miércoles a las 8:30 desde Buenos Aires y llegará cerca de las 12:00 a la Base Naval de Ushuaia, donde será recibido con un cordón de honor por las autoridades castrenses locales.
Posteriormente, el norteamericano recorrerá diferentes instalaciones de la Armada que operan para el Área Naval Austral, la cual cumple tareas relacionadas con la búsqueda y rescate de barcos en emergencia, el control del mar y sus recursos, y el tráfico en el Canal de Beagle.
Todavía no estaban confirmados los funcionarios argentinos que participarán de esta actividad, pero no estaría esta vez el Presidente, que para ese día tiene prevista una intensa agenda que incluye dar un discurso en la Expo EFI (Economía-Finanzas-Inversiones) y acompañar a su vocero Manuel Adorni por una recorrida de campaña en el barrio porteño de Villa Lugano.
El mandatario nacional recibió a Holsey en la Casa Rosada el martes por la mañana, junto a la delegación estadounidense que lo acompaña desde su llegada al país y el ministro de Defensa argentino, Luis Petri, con quien el militar se había reunido a solas minutos antes.
“Estamos atravesando una etapa de gran sintonía y entendimiento con Estados Unidos, con una agenda común que incluye seguridad, economía, defensa y lucha contra el terrorismo. Esta visita es trascendental y ratifica el camino que venimos recorriendo juntos”, destacó Petri.
A través de un mensaje que publicó en su cuenta de X, el funcionario reveló que ambos conversaron “sobre la continuidad del trabajo conjunto y los avances desde la bilateral de diciembre de 2024, con el objetivo de profundizar la cooperación militar y consolidar a la Argentina como un socio confiable y estratégico en la promoción de la democracia, la estabilidad y el desarrollo regional”.
Por su parte, en su visita a Ushuaia, el jefe del Comando Sur estará acompañado por Abigail Dressel, encargada de negocios y actual responsable de la sede diplomática estadounidense en Argentina, y el Mayor General Julian Cheater, director de Estrategia, Políticas y Planes.
Una vez que finalice esta actividad, Holsey y su comitiva volarán de regreso a Buenos Aires y descansarán en un hotel del centro porteño para por la mañana de día siguiente despegar con rumbo a Miami, dando por cerrada así la visita oficial del enviado de la Casa Blanca.
30/04/2025 a las 3:48 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
El desquiciado es el proyecto
Ricardo Aronskind
El Cohete a la Luna
ABRIL 27, 2025
¿En qué sentido Milei es diferente a los experimentos neoliberales anteriores?
Una de las discusiones entre los opositores en serio a este experimento neoliberal-neocolonial es en qué medida la práctica política de este gobierno es diferente a otras gestiones que reconocieron una inspiración similar, como la de la última dictadura cívico-militar, el período menemista o el macrismo.
Algunos sostienen que no hay novedad alguna, que sólo se retomó un conjunto de líneas estratégicas que ya estaban prefiguradas en el discurso del 2 de abril de 1976 de Martínez de Hoz, mientras que, en la otra punta, hay quienes ven un quiebre cualitativo en el tipo de gobierno que tenemos a partir de diciembre de 2023.
La respuesta dependerá, entre otras cosas, de qué factores se elijan ponderar, qué se privilegie en el análisis, si la política, la economía, la situación social, la cultura o el discurso gubernamental.
Por supuesto, siempre es posible encontrar variaciones entre los períodos, porque incluso no fueron homogéneos con relación a sí mismos.
Un gran autor británico, Perry Anderson, analizó la función del Estado en el capitalismo contemporáneo, y estableció con bastante claridad que tenía dos funciones relevantes: apoyar y promover en el proceso de acumulación de capital —así funcionaba el capitalismo hasta hace un tiempo— y realizar políticas públicas para favorecer la legitimación social del sistema. No inventaba nada, sino que describía los cambios que habían ocurrido en el Estado capitalista desde el surgimiento de la revolución industrial en Inglaterra hasta el estado expandido del Reino Unido luego de la Segunda Guerra Mundial. El impulso laborista había logrado que el Estado asumiera numerosas funciones sociales, en salud, en vivienda, en protección social. Esto servía para fortalecer la demanda agregada de la economía, pero también para acrecentar la aceptación del capitalismo entre los trabajadores y las capas menos favorecidas de la sociedad inglesa. Y funcionaba bastante bien. Thatcher vino a romper esa lógica de un capitalismo “social”.
Milei representa un quiebre con relación a anteriores gobiernos neoliberales, que, si bien fueron afectando la distribución del ingreso y debilitando la capacidad estatal para proveer de bienes y servicios necesarios a la población, no procedieron a atacar frontalmente bastiones básicos de ciertos consensos argentinos: la salud pública, el acceso masivo a la educación, la promoción de la cultura nacional, el financiamiento de logros tecnológicos que nos ponían (parcialmente) en el club de los países con alto desarrollo.
La Argentina, hiciera lo que hiciera, era considerada por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional como país de ingresos medios altos, lo que ayudaba a visualizar que el país tenía un lugar en una categoría de ingresos valorable según estándares sociales internacionales.
Todos los gobiernos neoliberales anteriores preservaron ciertos pisos sociales básicos, tanto por preocupaciones “antisubversivas” como por la necesidad en democracia de juntar mayorías electorales y evitar conflictos sociales que pudieran tornarse violentos.
El menemismo cuidó de ciertos equilibrios mientras implementaba puntillosamente las recetas neoliberales del Consenso de Washington. Macri, en cambio, no tuvo tiempo para desarticular plenamente las mejoras sociales verificadas en el período kirchnerista, aunque el descalabro financiero y el acuerdo con el FMI lo llevaron a dañar claramente los indicadores sociales. Pero la ayuda social masiva nunca fue abandonada.
Milei mantiene actualizadas las transferencias monetarias hacia los sectores más vulnerables, pero arrasa con todas las instituciones sociales construidas a lo largo de mucho tiempo, encargadas de la protección de cuestiones elementales. Toda la salud pública (hospitales, investigación, formación de profesionales), desfinanciada; las instituciones como las jubilaciones y pensiones, reducidas; el suministro gratuito de los medicamentos oncológicos, suprimido; las oficinas encargadas de la vacunación masiva, desmanteladas, así como diezmados o eliminados todos los organismos de regulación y control que tengan que ver con preservar la salud o la vida de las personas.
No hay aquí intención de disimulo del carácter destructivo de la gestión libertaria, ni de ofrecer una idea fantasiosa de modernización como hicieron otras administraciones.
Milei, como Presidente imprevisto e improvisado, no tuvo tiempo en su corta carrera, ni con su minúscula fuerza política sin aparato ni medios propios, de instalar un discurso hegemónico para explicar que “hay que esperar 35 años para ser Alemania”, o que eliminar áreas del Estado vitales para la población generará prosperidad.
Alcanzó con encontrar sembradas las semillas de la desconfianza en lo público, a partir de la degradación real de ciertas instituciones que debían personificar al “Estado presente”, y convocar al malestar acumulado con discursos populares no cumplidos, más la penetración formidable del discurso anti-político de la derecha, que ya lleva décadas entre nosotros.
Sólo los apaleamientos públicos de los miércoles, frente al Congreso, generaron cierto malestar social porque se puede ver la asimetría de poder entre los jubilados golpeados y el Estado represor desplegando su aberrante potencia para el mal.
Vale la pena volver sobre este punto: muchos de los gastos recortados no hacen ninguna diferencia presupuestaria. La Argentina no va a llegar a equilibrar sus cuentas públicas ni a construir una macroeconomía viable si desfinancia la salud pública.
Al contrario: visto en forma estratégica, se está comprando una serie de problemas a futuro, vinculados al costo de no atender oportunamente y prevenir enfermedades cuyos tratamientos serán mucho más costosos.
Hoy, la alternativa a gastar como corresponde es que la gente se enferme o muera innecesariamente, cosa que no es un problema en el universo neoliberal. Los ricos, piensan ellos, no morirán por falta de atención médica.
¿Pero si no es por el sagrado “equilibrio presupuestario”, por qué, entonces, la destrucción de la salud pública? El sector privado no está en condiciones de hacerse cargo de las masas desprotegidas, y las mayorías abandonadas por el Estado no tienen ingresos para convertirse en público rentable de las empresas de salud privadas.
¿Cuál es la idea que hay detrás del desfinanciamiento salvaje del cuidado sanitario de la población?
Al menos hay tres factores que convergen en el actual desastre sanitario:
1.Un grupo de decisores políticos que llegó al poder sin la menor comprensión de lo que significa conducir un país, sin las mínimas condiciones éticas y humanas necesarias para ejercer esa función, y sumergido en delirios ideológicos marginales, sin aplicación en países avanzados.
2.Una parte de la población en estado de profunda desorientación política, desinformada y despolitizada, que eligió apostar a una novedad que prometía “romper todo” lo existente —que para ellos era lo suficientemente malo como para aceptar su demolición—, y que suponían que para ellos no tendría costos.
3.Una elite económica que no muestra ningún tipo de identificación con el país en el que acumula su riqueza y que no tiene la más mínima preocupación por el destino colectivo de la población. Concentrada en obtener grandes negocios en corto tiempo, convalida desde su poder social cualquier salvajismo mientras se promocione su agenda propia.
«EL CAMBIO»: ESTAFA Y MANIPULACIÓN
Luego de concederle, insólitamente, 12.000 millones de dólares frescos al gobierno de Milei para que mantenga a flote el esquema dólar quieto/inflación baja hasta las elecciones, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, hizo declaraciones: “Domésticamente, el país (la Argentina) tendrá elecciones en octubre, y es muy importante que no descarrile la voluntad de cambio”.
Georgieva nos da la oportunidad para abordar la palabra “cambio”, tan usada por la derecha argentina en las últimas décadas. “Cambiemos”, “Juntos por el cambio” ejemplifican la apropiación astuta por parte de los sectores más conservadores de una palabra simpática, pero que encubre la profunda intención antipopular del proyecto que la enmarca.
Para la derecha local, el “cambio” lo empezó Martínez de Hoz, abriendo la economía, habilitando la timba financiera y endeudando al Estado Nacional y a las grandes empresas públicas. Siguió con “el cambio” Menem, privatizando, achicando el Estado, abriendo la economía a las importaciones y debilitando la industria nacional.
Retomó “el cambio” Macri, tratando de reformar el sistema jubilatorio, la legislación laboral y el sistema impositivo. Como fracasó económicamente, se tuvo que conformar con reendeudar al país con el FMI. Y ahora, en palabras de Georgieva, “el cambio” lo encarna Milei.
En ese universo de ideas, el “cambio” se traduce en un conjunto de “reformas”. Las “reformas”, nombre que podría ser interesante, se transforman en medidas con una meta definida: el debilitamiento del Estado, la pérdida de derechos sociales y laborales, la privatización de las jubilaciones, la redistribución regresiva del ingreso, la extranjerización económica y el fortalecimiento del poder de las corporaciones privadas a costa del resto de la sociedad.
Ese es el “cambio” que propicia la derecha local y mundial en la Argentina.
Es la jerga neoliberal: usan palabras amables para los peores fines. Y todo pensado en función de cautivar al auditorio.
“Cambio” lo usan para la gilada en general. Cae bien y es la nada al mismo tiempo.
“Reformas”, en cambio, lo usan para un público supuestamente más ilustrado: el mundo académico, las diversas tecnocracias administrativas y los políticos dóciles que quieren adquirir vocabulario “técnico” para parecer profundos. Hablan de “reformas” como si todos supieran a qué se refieren y cuál es la lógica que las organiza.
La tercera palabra, la que expresa la verdad programática del capitalismo rapaz actual, es la palabra no dicha. Es la única que, a diferencia de las otras dos, no es ambigua: negocios.
Eso es lo que hay detrás de las reformas laborales, previsionales, impositivas, las desregulaciones y otras acciones promovidas por el actual gobierno. Negocios para las corporaciones, mayor rentabilidad para el capital, nuevas posibilidades de apropiar rentas y ganancias para la minoría que fija los lineamientos del capitalismo global. Eso es todo. Eso es lo que no debe descarrilar, según Georgieva y la elite de negocios doméstica.
TODOS SOMOS COMUNISTAS
La muerte del Papa Francisco impactó en una parte importante de la opinión pública.
Ante su partida, surgieron una gran cantidad de anécdotas sobre la especificidad de Francisco como un Papa que intentó darle a la Iglesia católica un lugar más ético, en un mundo atravesado por la concentración obscena de la riqueza, la depredación de la naturaleza y la criminalización de diversas minorías para canalizar hacia ellas el malestar generado por el fracaso del neoliberalismo como proyecto civilizatorio.
Francisco no logró modificar las grandes líneas de inequidad e inhumanidad por las que viene discurriendo el planeta, pero fue una figura que en el plano internacional funcionó a contrapelo discursivo de patanes irresponsables como los financistas globales, los empresarios convertidos en estrellas y los políticos de ultraderecha que se presentan como reemplazos “alternativos” de la vieja partidocracia neoliberal desvencijada.
Su consigna “Tierra, techo y trabajo” es hoy absolutamente disruptiva del orden establecido, dado el corrimiento estructural del capitalismo de su faz “social” de la posguerra a su faz neoliberal con predominancia financiera, que se expresa en el malestar mundial con las democracias impotentes para cambiar la realidad económica y social. En esos barros surgen Trump, Bolsonaro y Milei.
La propia doctrina social de la Iglesia, que pretendía hace décadas colocarse en un lugar intermedio entre el “capitalismo materialista” y el “comunismo ateo”, hoy se ha vuelto inaceptable para las derechas latinoamericanas, que prefieren la difusión de discursos religiosos de plástico, promotores de valores abiertamente individualistas y capitalistas, hechos a medida de masas cada vez más precarizadas en lo económico y lo cultural. El rechazo de la derecha argentina a Francisco expresó esa lógica reaccionaria, que predomina en ese sector social sobre cualquier sensibilidad religiosa.
Incluso la doctrina de la “igualdad de oportunidades”, difundida ampliamente desde el capitalismo norteamericano en la época de la Guerra Fría, que enfatiza el crear condiciones sociales adecuadas para que todas las personas, sin distinción de clase social, cuenten con un punto de partida aceptable en la vida, resulta hoy una propuesta completamente inaceptable por parte de las élites globales que van perdiendo la noción de la realidad, a medida que van triunfando claramente en su lucha de clases contra el mundo del trabajo.
Milei lo expresa nítidamente: “La justicia social es una aberración”. Pero él no es el autor intelectual, sino un empleado y un difusor social de estas ideas del capital concentrado, en esta etapa de “acumulación por desposesión” de los otros.
En ese sentido, el discurso anticomunista de Milei, que delirantemente engloba desde la centroderecha hasta la izquierda dentro de la categoría de “zurdos”, es un fiel reflejo de esta época de empresarios brutos y arrogantes, empoderados por el debilitamiento de las otras fracciones sociales que les hacían de contrapeso tanto político como discursivo.
Trump le endilga a todos sus enemigos ideológicos el título de “radical left”, que sería algo así como “izquierda radical”, un término equivalente al viejo “comunismo”. Así ha llamado a quienes reclamaban medidas contra el cambio climático, a quienes defendían al sistema de salud público o a quienes denunciaban aspectos de la política exterior norteamericana.
Bolsonaro, a su vez, hizo su campaña en la que resultó victorioso —gracias al encarcelamiento por parte del establishment de su gran contendiente Lula— hablando contra el comunismo —irrelevante desde el punto de vista partidario en su país—, en el cual se incluía a quienes defendían estrategias activas de salud pública contra el COVID, a los sindicalistas en general, a los defensores del Mato Grosso y de los pueblos originarios que habitan el Amazonas, a activistas por la reforma agraria y a los miembros del PT.
Milei no le teme a la exageración y amplió sus salpicaduras verbales, acusando de comunistas hasta a figuras como Rodríguez Larreta, además de a todas aquellas personas que defiendan una sociedad donde se respete y cuide la vida humana. Por eso el odio a Francisco.
Para la figura que encabeza este régimen neocolonial, sólo el capitalismo salvaje, sin restricciones ni limitaciones humanas, es la libertad.
El resto somos la ancha avenida del comunismo.
CARRY TRADE PARA TODAS Y TODOS
Mientras se va viendo qué camino toma el nuevo régimen cambiario y hacia dónde se mueven los precios después de las medidas tomadas el viernes 11, para evitar el descarrilamiento, el discurso oficial del mundo de los negocios local está haciendo la promoción masiva del carry trade.
Así, el diario La Nación tituló en estos días: “Carry trade: qué dicen los expertos sobre si al agro le conviene o no esta herramienta que volvió a escena”, y aclara en el subtítulo: “La operación implica vender los granos y poner el ingreso en instrumentos financieros que rinden entre 2,5% y 3% mensual”. El diario El Cronista, en su edición del 24 de abril, ofrece una información útil y práctica para sus lectores: “¿Cómo hacer carry trade desde el celular?”, mientras que El Economista, más reflexivo, titula: “¿Qué es el carry trade, por qué conviene como inversión y cuáles son sus riesgos?”
Como se ve, el capitalismo realmente existente en la Argentina no tiene ninguna otra perspectiva que la especulación cortoplacista. Ni una idea relevante sobre cómo hacer del país un lugar vivible para todos.
Entretanto, el INDEC difundió información sobre el movimiento turístico en el país. En marzo ingresaron 480.000 turistas, es decir, un 24% menos que en el mismo mes del año pasado. Y salieron de nuestro país 1.300.000 turistas, prácticamente duplicaron a los que salieron el año pasado. Para explicar este cambio violento de los flujos turísticos, es fundamental considerar la sobrevaluación del peso argentino y el consiguiente encarecimiento de los precios locales en dólares. Esa distorsión acumulada implica un menor ingreso de dólares y euros, y una muy fuerte salida de divisas ¡en un país que debería estar pensando en generar dólares propios para no depender del crédito externo! Para eso vinieron también los 12.000 millones del FMI: para sostener este tipo de perfil financiero que debilita estructuralmente al país.
Como dato irrelevante para la prensa de negocios, pero de trascendencia estratégica para el país, cabe consignar que el gobierno aceleró los trámites para “unificar” (léase degradar) al INTA y al INTI, dos importantes entes públicos, cuya misión ha sido apoyar la difusión y adopción de conocimientos y prácticas tecnológicas modernas tanto en el agro como en la industria.
Nada bueno puede salir de reformas hechas con criterios de ahorro de recursos irrelevantes para el erario público, pero que dañan las posibilidades para encarar el despliegue de las capacidades nacionales y promover la competitividad del mundo productivo. Un crimen económico más.
No son Milei ni sus funcionarios el problema. Es el proyecto económico y social que encarnan. Es el empresariado fallido e irresponsable que los sostiene. Para que se termine el desquicio en nuestro país, necesitamos visualizar sus raíces profundas. El desquiciado es el proyecto.
30/04/2025 a las 4:08 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Georgieva o Perón
Sebastián Fernández
El Cohete a la Luna
ABRIL 27, 2025
En mayo de 1945 llegó a la Argentina el flamante embajador de los Estados Unidos, el rubicundo Spruille Braden. Venía de Chile, donde su familia había fundado la compañía minera Braden Copper Company y donde había conocido a su esposa. Tenía experiencia diplomática en la región: en los años ‘30 había participado en Montevideo de la Séptima Conferencia Panamericana como asistente del secretario de Estado norteamericano, y en 1938 estuvo en Buenos Aires en la Conferencia de Paz del Chaco, que buscó fijar los límites territoriales entre Paraguay y Bolivia después de la Guerra del Chaco. Allí conoció al canciller argentino Carlos Saavedra Lamas, quien por su mediación en aquel conflicto recibió el Premio Nobel de la Paz (el primer Nobel obtenido por un latinoamericano). Años después, Braden recordaría con antipatía al aristocrático funcionario. Tal vez la Argentina era demasiado limitada como para poder contener ambos egos.
Pese a la brevedad de su mandato (volvió a su país cuatro meses después de su llegada, para ocupar un puesto en el Departamento de Estado), Braden fue un embajador muy activo. Los Estados Unidos desconfiaban del Presidente Edelmiro Farrell y sobre todo de su Vice Juan Domingo Perón, a quienes acusaban de ser promotores del nazismo en la región. El diplomático se transformó de hecho en el jefe de la oposición –radicales, socialistas, comunistas y demócratas progresistas, partidos en los que se expresaba no sólo la vieja oligarquía, sino también una parte de la clase media urbana– y su tarea consistió en aglutinarla para frenar las veleidades electorales del Vicepresidente. La Unión Democrática, resultado de la fraternal insistencia del Departamento de Estado, fue una alianza electoral efímera, que no sobrevivió a la derrota en las elecciones de febrero de 1946. Su exiguo programa fue la oposición a Perón, resumido en la candorosa consigna de la “defensa de la libertad”. Teniendo en cuenta que la Marcha de la Constitución y la Libertad –la multitudinaria manifestación opositora al gobierno– se llevó a cabo el 19 de septiembre de 1945, es decir un mes antes del “aluvión zoológico” del 17 de octubre, podemos inferir que el antiperonismo precede al peronismo.
Braden llegó incluso a explicarle al embajador británico que “el derrocamiento del gobierno argentino es posible y deseable a cualquier costo”, aunque el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido no compartió plenamente sus alucinaciones. El diplomático inglés John V. Perowne escribió al embajador: “Uno no puede eludir la sensación de que el ‘fascismo’ del coronel Perón es tan solo un pretexto para las actuales políticas del señor Braden y sus partidarios en el Departamento de Estado: su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos”. Detrás del sentido elogio a la Argentina, se percibe la amargura de una potencia en declive que veía evaporarse su imperio y sus zonas de influencia a manos de la nueva potencia hegemónica.
Ochenta años después de la creación de la Unión Democrática, el freno al peronismo (hoy circunstancialmente kirchnerismo) y la invocación vacua a la libertad siguen siendo las únicas consignas políticas de nuestra derecha, hoy extrema derecha.
A principios de los años ‘70, el propio Perón recordaría al incansable embajador-empresario: “Braden actuaba como en su casa. Hacía discursos, se reunían con los de la Unión Democrática y les hacía un discurso. Indudablemente, nosotros no podíamos dejar de aprovechar esa situación. Por eso, cuando me proclamaron a mí fue cuando dije: ‘El pueblo tendrá que elegir: o Braden o Perón’. Un slogan que se expandió enseguida por toda la república. Indudablemente, fue un gran acierto. Y yo a Braden quizá le tuviera que levantar un monumento, porque en la Argentina fue el que más nos ayudó para ganar las elecciones, con su conducta y con su intervención abierta y descarada dentro del panorama político argentino”.
El 11 de abril, por cadena nacional, el Presidente de los Pies de Ninfa presentó como “tercera fase del plan económico” lo que fue una capitulación frente al Fondo Monetario Internacional (FMI). En efecto, pese al superávit comercial del 2024 –de unos U$D 19.000 millones–, producto del desplome de la actividad que redundó en la caída de las importaciones, y al blanqueo de capitales –otros U$D 20.000 millones–, el Banco Central que el papá de Conan quería destruir se quedó sin dólares y tuvo que recurrir al FMI, el prestamista de última instancia. “Terminar en manos del Fondo es terminar en la B (…) es perder el partido”, solía explicar el economista gutural José Luis Espert cuando todavía no era un entusiasta de la motosierra.
Si los 20.000 millones de dólares del Fondo no le alcanzaran al ministro Luis Caputo –el Timbero con la Tuya– en su irrefrenable incendio de reservas, el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, prometió ayudarlo: “Si la Argentina lo necesita, en caso de un shock externo y si Milei mantiene el rumbo, estaríamos dispuestos a utilizar el FSE”, en referencia al Fondo de Estabilización Cambiaria del Tesoro de Estados Unidos.
Hace unos días, durante la Asamblea de Primavera del FMI, la humorista búlgara Kristalina Georgieva, accesoriamente titular del organismo, habló sobre los peligros que acechan a la Argentina, entre los cuales incluyó las elecciones de medio término de este año. “Es muy importante que la voluntad de cambio no se descarrile. Hasta ahora, no vemos que ese riesgo se materialice. Pero yo le pediría a la Argentina que mantenga el rumbo” afirmó. Nótese que no nos ordenó votar a La Libertad Avanza, sólo nos lo recomendó con ahínco.
Retomando la misma letanía que invocan los funcionarios del gobierno nacional y los periodistas serios (dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar), Georgieva explicó –en referencia al nuevo préstamo del FMI– que “esta vez es diferente”. Una afirmación asombrosa, que trasluce que para ella todos los programas anteriores con el FMI fueron un fracaso. Al menos en ese punto, una mayoría de argentinos acuerda con la funcionaria.
Sentada junto a Federico Sturzenegger y con el pin de una motosierra prendido a la solapa de su tailleur, la titular del Fondo llamó a votar por el partido del Presidente de los Pies de Ninfa, dando a entender que es la única opción que tiene la Argentina para continuar recibiendo la ayuda financiera de ese organismo técnico que no hace política. También sostuvo que nuestro país tiene una gran oportunidad como proveedor de materias primas. Un apoyo claro a la destrucción de la industria nacional que lleva adelante el aplaudido Javier Milei.
Frente a esta tosca operación política, es difícil no recordar las candorosas declaraciones del Presidente Alberto Fernández: “(Georgieva) entiende de la pobreza porque ella vivió en la Hungría comunista (sic) y vio de cerca lo que fue la pobreza (…) Yo tengo mucha confianza de que ella entienda y nos acompañe. Tengo mucha confianza en que ella se dé cuenta de que no le podemos hacer pagar costos a aquellos que han perdido todo”. No es húngara, pero tampoco nos acompañó. Digamos todo.
Además del frenesí que generaron en el oficialismo, las declaraciones de la titular del FMI lograron el milagro de unir al peronismo, que denunció tanto su “intromisión electoral” como “otro préstamo político, similar al otorgado a Mauricio Macri en 2018”.
Incluso Martín Guzmán se indignó y consideró que además de “inaceptables y repugnantes”, las declaraciones de Georgieva “blanquean que el préstamo del FMI al Gobierno de Milei fue político”. Es una lástima no haberlo tenido como ministro durante el gobierno de Alberto Fernández, seguramente hubiera rechazado el acuerdo político anterior.
Es bueno recordar, en ese sentido, la actitud de Máximo Kirchner, que presentó su renuncia como presidente del bloque de diputados del Frente de Todos debido a las diferencias que tenía con el gobierno por el acuerdo con el FMI: “Esta decisión nace de no compartir la estrategia utilizada y mucho menos los resultados obtenidos en la negociación con el Fondo. No aspiro a una solución mágica, sólo a una solución racional”, afirmó en aquel momento. “Lo que construimos fue una alternativa razonable”, le contestó el entonces ministro Guzmán.
No hay nada nuevo en estos acuerdos catastróficos para el país. Como escribió Noemí Brenta, economista especializada en deuda externa: “El FMI no solo propició el crecimiento de la deuda externa argentina a través del apoyo directo a los programas económicos neoliberales, condicionando su aprobación a las reformas estructurales pro-mercado, sino que proveyó montos enormes que fueron utilizados para la fuga de capitales, pese a que su Convenio Constitutivo lo prohíbe”.
La intromisión electoral de la burócrata búlgara replica la del empresario-diplomático norteamericano en la campaña de 1945: son elefantes en un bazar. Cuesta imaginar a quién se dirige esta operación del oficialismo en un país que históricamente repudia al Fondo Monetario por conocer en carne propia los efectos devastadores de sus políticas.
Pero, en todo caso, tanto el FMI como el Tesoro de los Estados Unidos tienen la cortesía de aclarar los tantos: el acuerdo no es más que otro colosal aporte de campaña.
Y por definición, los aportes de campaña –y su eventual devolución– sólo incumben a sus beneficiarios.
30/04/2025 a las 4:30 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Milei habilita a las Fuerzas Armadas a detener civiles
Nazareno Suozzi
Prensa Obrera
28/4/025
El gobierno de Milei autorizó a miembros de las Fuerzas Armadas a detener personas que cometan delitos en flagrancia. Lo hizo en nombre de la lucha contra el narcotráfico y las redes de trata, aunque mantiene intactos los pilares sobre los que se montan esos negocios. Más bien, se trata de otra vuelta de tuerca en el intento de reforzar los rasgos despóticos y represivos del Estado, en un contexto de intensificación de la crisis económica y de aumento del descontento popular.
La medida regirá fundamentalmente en las fronteras donde están desplegadas las FF.AA. en el marco del Operativo Roca, impulsado por el oficialismo y en el que también participa Gendarmería. El gobierno planea movilizar hasta 10.000 militares en las provincias de Salta y Jujuy. El Operativo Roca se suma al Plan Güemes, promovido también por el gobernador salteño Gustavo Sáenz, que se ejecuta desde 2024 y ya dejó como saldo el asesinato de un trabajador bagayero a manos de la Gendarmería –cinco gendarmes acaban de ser imputados por ese crimen.
Al respecto, Gabriel Solano, diputado y legislador del Partido Obrero en el Frente de Izquierda Unidad, señaló: “Con esta nueva resolución, se da un salto aún mayor en la militarización de la frontera, otorgando a los militares un poder discrecional peligrosísimo: podrán detener no solo por delitos comunes, sino también frente a manifestaciones y protestas sociales. Es urgente exigir la inmediata anulación de esta resolución ilegal y represiva. No podemos permitir que se avance en la criminalización de quienes luchan por vivir y trabajar dignamente”.
El gobierno impulsa esta política en nombre del combate contra el narcotráfico, cuando implementó un blanqueo que permitió a grandes delincuentes legalizar su dinero espurio; contra la trata de personas, cuando la ministra Bullrich es partícipe del operativo de encubrimiento que se orquestó para proteger a los responsables de la desaparición del niño Loan; y contra el contrabando, cuando mantiene en pie los negocios capitalistas –que incluyen el contrabando de droga y granos– en los puertos y la Hidrovía.
Asimismo, se alinea con la política de reforzamiento de las fronteras y antimigrantes impulsada por su aliado Donald Trump. Al sostener que los negocios turbios que tienen lugar en la frontera son organizados por extranjeros, Milei busca crear un enemigo interno para dividir a los trabajadores. En países como México y Colombia, la política de introducción del ejército en el “combate” contra el narcotráfico –promovida por el Pentágono– terminó con la aparición de narcomilitares y con un aumento inusitado de la violencia.
El oficialismo refuerza las potestades represivas del Estado para atemorizar a los trabajadores en un contexto de aumento de las luchas obreras, y para estar en mejores condiciones de imponer su plan de ajuste al servicio de los capitalistas y el FMI.
Por otro lado, la medida fue anunciada en momentos en que aterrizó en el país el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Alvin Holsey, quien se reunirá con el ministro de Defensa, Luis Petri, y con el jefe del Estado Mayor Conjunto argentino, Xavier Isaac. Probablemente visite Ushuaia, lugar donde el gobierno norteamericano quiere instalar una base militar.
Fuera los militares de las fronteras.