Por Hernán Andrés Kruse.-

“Propiamente hablando, únicamente los alemanes tienen una lengua madre; es casi de cajón, por tanto, que sólo ellos tienen una poesía digna de este nombre. Este hecho es básico para Fichte y de él deriva él todas las diferencias entre Alemania y el mundo europeo occidental, diferencias que muestran la superioridad infinita de la nación alemana en cada aspecto. Verdaderamente sólo los alemanes forman una nación en el sentido más elevado del término y sólo ellos son capaces de verdadero patriotismo. Puesto que la filosofía, según Fichte, es una expresión de la vida y revela la propia naturaleza íntima del filósofo, la filosofía alemana, tal como fue inaugurada por el propio Fichte, es la manifestación adecuada y la expresión de la esencia misma del germanismo. Sólo un alemán es capaz de filosofar de esta manera; por otra parte, un alemán genuino y auténtico, cuando se pone a filosofar, necesariamente debe llegar a este estilo de filosofía. Esta filosofía es la única verdadera, puesto que cree en la Vida Divina, Única y Pura y está basada en esta creencia. Puede creer en la vida sólo porque los alemanes están intrínsecamente vivos, de modo que su filosofía representa lo que constituye su naturaleza y esencia propias.

Para los extranjeros la filosofía alemana debe de ser inaccesible puesto que lo que es viviente nunca puede ser entendido por lo que está muerto. Por tanto, la nación alemana está escogida para crear un nuevo mundo, un reino de Justicia, Razón y Verdad. Para poder establecer este nuevo mundo los alemanes deben ceñirse a su naturaleza más íntima, la cual es la fuente de la que extraen sus fuerzas. Deben permanecer como lo que son y lo que siempre han sido: la nación aborigen. Para permanecer como lo que ellos son no deberían sucumbir a influencias extranjeras o a modos de pensar extranjeros. Fichte va tan lejos como repetir la propuesta de la autarquía económica que él había hecho ya en 1800, acompañando esta propuesta de una recomendación de lo que hoy en día sería llamado socialismo de estado. No obstante, el nuevo mundo extenderá sus beneficios a toda la humanidad. Lo que proviene de un ser vivo tiene fuerza expansiva. Quienquiera que haya recibido la salvación desde el interior de su núcleo más íntimo necesariamente lucha por propagarla y hace que sus conciudadanos la compartan. Por tanto, si los alemanes retornan a lo que es su naturaleza más íntima, no sólo se rejuvenecerán ellos mismos sino que también regenerarán y restaurarán a toda la humanidad.

En esto consiste la misión providencial asignada a la nación alemana. Esa nación es la esperanza de la humanidad. La afinidad de estas ideas con las ideologías que hoy día están avanzando en Alemania es demasiado obvia y demasiado sorprendente como para necesitar un comentario explícito. Una vez más tenemos que sustituir términos más concretos y más «masivos» por el lenguaje espiritualista de Fichte y, por supuesto, tenemos que tomar en consideración la situación política completamente cambiada. Sin embargo, dos puntos merecen una especial atención. Desde todo el siglo XIX hasta la actualidad, en Alemania se ha insistido una y otra vez en la profunda oposición entre Alemania y el mundo europeo occidental que Fichte expone en términos de vida y muerte. Se ha escrito una enorme cantidad de literatura acerca de este tema. El «Geist alemán» se contrasta con el «esprit» francés; el pensamiento occidental es mecanicista; los alemanes piensan en términos organicistas. El pensamiento occidental es empirista y racionalista; los alemanes consideran la profundidad del «Gemüt». El pensamiento occidental busca hacer cálculos acerca de lo externo de las cosas; la principal característica del pensamiento alemán consiste en luchar para «entender» las cosas desde dentro. El utilitarismo occidental contrasta con el alemán en hacer las cosas para su propio interés. Los pensadores alemanes tienen una propensión hacia el formalismo abstracto; mientras que el pensamiento alemán es intuitivo, etc. Incluso en referencia a los temas más puramente técnicos a veces se ha recalcado esta oposición bajo una u otra forma.

Todos estos términos no son más que variantes de los fichteanos, y llevan la connotación de los últimos consigo mismos. Reden an die Deutsche Nation de Fichte es, sino el primero, al menos uno de los primeros documentos del nacionalismo alemán. Desde sus inicios, este nacionalismo opone la nación alemana a todo el mundo occidental. Cuando Fichte llega a establecer una última definición de lo que constituye la esencia del germanismo, él la encuentra en la creencia en lo dinámico, en oposición al mundo occidental al que él cree en la naturaleza estática del universo. Esta oposición, por supuesto, corresponde a la de la vida con la muerte. Fichte no puede ahora evitar admitir que no todos los alemanes comparten su creencia. Aquellos que no lo hacen no son alemanes auténticos y verdaderos, y les sugiere que se separen de la nación tan pronto como sea posible.

Junto con esta abierta oposición al mundo occidental va una distinción entre los propios alemanes entre aquellos que son auténticos y verdaderos alemanes y los que no lo son. Esta discriminación puede verse también de forma persistente a lo largo del siglo XIX hasta el momento en que, con Hitler, se hizo oficial y se convirtió en un principio básico de la política, completamente diferente de la discriminación racial. En el pensamiento político occidental, la nación se define en términos jurídicos, y la revolución francesa estableció este principio de forma explícita, el cual es el fundamento del liberalismo. Para Fichte, sin embargo, esto es demasiado «superficial»; solamente valdría para un «estado de emergencia», cuyo propósito sería establecer un simple orden externo y asegurar el bienestar humano. Fichte debe buscar algo «más profundo» en lo que fundamentar la nación. Entonces, independientemente de lo que sea este algo «más profundo», siempre habrá hombres que no correspondan a la definición de la nación fundada en eso. Estos hombres, por tanto, no son auténticos ciudadanos, hay que discriminarlos y que considerarlos sospechosos. Por tanto, más pronto o más tarde, la «profundidad» se convierte en la justificación de la opresión.

Es digno de tener en cuenta que, desde su mismo inicio, el nacionalismo alemán tiene una nota antiliberal. Es en la búsqueda filosófica por la profundidad y por la aboriginalidad, me permito decir, en donde tenemos que ver el origen de esa corriente antiliberal que existió en Alemania, más o menos soterrada, incluso en momentos en los que la vida política tenía la forma de liberalismo constitucional. El antiliberalismo es la auténtica piedra angular del sistema nazi; y, en lo que respecta a sus declaraciones antiliberales, ciertamente hay que hacerles caso a los nazis. El escritor de estas páginas no es hegeliano; él está lejos de creer en la mitología del Idealismo alemán como puede estarlo cualquiera. Por tanto, él no cree en el Weltgeist o en el Volksgeist tanto bueno como malo. No es de ningún modo argumento nuestro que por su perverso Volksgeist la nación alemana haya sido empujada de forma irresistible a dar como resultado el sistema nazi que sería, pues, la expresión adecuada de su «esencia nacional». Invocar las «esencias nacionales» y entidades semejantes es un recurso muy apropiado para evitar el análisis histórico.

Digámoslo de nuevo: aquí no se ha intentado proporcionar una explicación completa del nazismo en toda su complejidad. Hemos señalado ciertos elementos de la tradición nacional alemana, y afirmamos que estos elementos tienen algo que ver con el nazismo. Algunas ideologías nazis parecen derivar de estos elementos a modo de filiación. La filosofía del Idealismo alemán ha desarrollado ciertos modos de pensar, ha creado un cierto estilo o marco de pensamiento, ha inaugurado una cierta mentalidad y actitud –cualquiera que sea el nombre como quiera llamarse– que juega un papel en el nazismo, y que puede ayudar a explicar por qué este sistema fue aceptado casi sin resistencia, incluso por las clases educadas y cultivadas de Alemania, las cuales, debido a su educación, se podría esperar que resistieran y parecían estar predesignadas para la oposición. Nosotros no afirmamos que hemos sacado a relucir todas las raíces del nazismo; pero una de sus raíces es, afirmamos, el Idealismo alemán. Nuestra afirmación se ofrece como una hipótesis en la que se afirma que dos grupos de hechos están conectados. Como hipótesis tiene que estar sometida a prueba. Sería la mejor prueba imaginable para tal hipótesis si el posterior conjunto de hechos pudiera haber sido predecido antes de que ocurrieran sobre la base del anterior grupo de hechos.

¿Podría ser previsto algo como el nazismo sobre la base de la filosofía del Idealismo alemán? Podría y así lo fue. En 1834 H. Heine publicó tres ensayos en la Revue de Deux Mondes titulados De l´ Alemagne depuis Luther. El objetivo de estos ensayos es recomendar al público francés que no se limite a una lectura de la literatura alemana del período, sino también a prestar atención al desarrollo de la religión y de la filosofía en Alemania. Este desarrollo merece una seria atención e interés porque la filosofía alemana resultará ser de la más grande importancia para toda la humanidad y para los franceses en particular. «La filosofía alemana» –escribe Heine– es una tarea importante que toda la humanidad mira, y nuestros descendientes estarán solos en condiciones de decidir si nosotros merecemos el vituperio o el elogio por haber trabajado nuestra filosofía primero y nuestra revolución después… la revolución alemana no será benévola ni más dulce, porque la crítica de Kant, el idealismo trascendental de Fichte y la filosofía de la naturaleza la habrían precedido. Estas doctrinas han desarrollado fuerzas revolucionarias que nada más que están esperando el momento para hacer explosión, y llenar el mundo de espanto y de admiración. Entonces aparecerán kantianos que ya no querrán escuchar hablar de piedad en el mundo de los hechos que en el de las ideas, y trastornarán sin misericordia, con el hacha y la espada, el suelo de nuestra vida europea para extirpar de ella las últimas raíces del pasado.

Vendrán sobre la misma escena fichteanos armados, cuyo fanatismo de voluntad no podrá ser reprimido ni por el temor ni por el interés… Pero los más espantosos de todos serán los filósofos de la naturaleza, que intervendrán por la acción en una revolución alemana, y que se identificarán ellos mismos con la labor de destrucción; pues si la mano del kantiano golpea fuerte y con golpe firme y a tiro hecho, porque su corazón no está conmovido por ningún respeto tradicional; si el fichteano menosprecia atrevidamente todos los peligros, porque no existen para nada para él en la realidad, el filósofo de la naturaleza será terrible en cuanto que se pone en comunicación con los poderes originales de la naturaleza, en cuanto que conjura las fuerzas escondidas de la tradición y puede evocar las del todo el panteísmo germánico. Entonces se despierta en él este ardor del combate que encontramos en los antiguos alemanes, y que quiere combatir, no por destruir, ni incluso por vencer, sino únicamente por combatir. El cristianismo hasta cierto punto ha mitigado este brutal ardor batallador de los germanos; pero no ha podido destruirlo y cuando la cruz, este talismán que le encadena llegue a romperse, entonces se desbordará de nuevo la ferocidad de los antiguos combatientes, la exaltación frenética de los berserkeres que los poetas del norte cantan todavía hoy. Entonces, ¡y este día está aquí!, vendrá, las viejas divinidades guerreras se erguirán de sus fabulosas tumbas, limpiarán de sus ojos el polvo secular; Thor se dirigirá con su gigantesco martillo y demolerá las catedrales góticas».

Todo esto es una advertencia para el francés. «No se rían –continúa Heine– de estos consejos, aunque vengan de un visionario que les invita a desconfiar de kantianos, de fichteanos, de filósofos de la naturaleza; no se rían para nada del extravagante/extraño poeta que espera en el mundo de los hechos la misma revolución que se ha operado en el mundo del espíritu. El pensamiento precede a la acción como el relámpago al trueno… cuando escuchen un crujido como hasta ahora jamás se ha escuchado en la historia del mundo, sepan que el trueno alemán habrá por fin dado en el blanco. Con este ruido, las águilas caerán muertas desde lo alto de los aires, y los leones, en los desiertos más apartados de África, bajarán el rabo y se deslizarán a sus reales antros. Se ejecutará en Alemania un drama junto al que la revolución francesa no será más que un inocente idilio… Y la hora sonará. Los pueblos se agruparán como sobre las gradas de un anfiteatro entorno a Alemania para ver grandes y terribles juegos… Yo no tengo más que buenas intenciones y les digo amargas verdades. Tienen ustedes que desconfiar más de la Alemania libertada que de todas las Santas Alianzas con todos los croatas y los cosacos».

La advertencia es incondicional, con independencia de lo que ocurrirá en Alemania, sin importar si es el príncipe heredero de Prusia o si es el líder de los liberales el que llegará al poder y a la dictadura. En cualquier caso: «Manténganse siempre armados» –concluye Heine– «permanezcan tranquilos en sus puestos, el arma en el brazo. Yo no tengo más que buenas intenciones para ustedes, y casi he quedado espantado cuando últimamente he escuchado decir que sus ministros tenían el proyecto de desarmar a Francia…Como, a pesar de su romanticismo actual, ustedes han nacido clásicos, conozcan su Olimpo. Entre las alegres divinidades que en él se obsequian con néctar y ambrosía, vean ustedes una diosa que, en medio de dos ratos de ocio, sin embargo conserva una coraza, el casco en la cabeza y la lanza en la mano. Es la diosa de la sabiduría». El hecho de que tal visión profética fue posible, ¿no corrobora de algún modo la hipótesis que hemos expuesto?

(*) Aron Gurwitsch (Johns Hopkins University): “Algunas raíces filosóficas del nazismo”.

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