Por Italo Pallotti.-
En esta Argentina nuestra es casi imposible encontrar un día en que las emociones y las pasiones no pisen el terreno de lo extravagante. De esa monotonía pueblerina de lo reprochable. De la necesidad de establecer un juicio que no sea el del repudio. De esa necesidad de reencontrarse con lo racional y caer rápidamente en la vereda opuesta. Porque, sinceramente, nada que se precie de valorable aparece en el radar del juicio popular. Porque apelamos a encontrar en la política un sustento sobre el que se encarame la civilidad para sobrevivir de un modo serio. Compatible con las buenas costumbres. Bien es cierto que desde el origen la política, tuvo, tiene y debería tener como meta resolver de un modo pacífico y razonable los conflictos entre las personas y los grupos humanos que conforman las naciones. Es difícil encontrar un motivo central, en nuestro caso, que ocupe a los gobiernos de manera excluyente en resolver cosas tan simples como la paz y la tranquilidad de los ciudadanos. Siempre nos han dejado herencias precarias en ese aspecto, tan fundamental para la vida del pueblo.
No por viejo el asunto de la “nueva Democracia” toma cada día vigencia de nuevos alumbramientos, a cual más endeble. Nos han obligado, los políticos, con sus malas praxis a ser protagonistas obligados de un modo contrario a la lógica. Disparatado. Absurdo. En una secuencia de tiempo desperdiciado en la que nos han puesto en la alternativa de la resignación unos, en la indolencia, otros tantos; en la violencia, de mil maneras, tantos más. Una resultante peligrosa. Enquistados en el desquicio sobre el espíritu y la moral del grupo social la manera adecuada de hacer política. Todo fue adornado con frases o relatos de circunstancia que en la práctica fueron un rotundo fracaso. “Primero la gente”, “Volvimos mejores”, “Argentina de pie” no fueron sino frondosos slogans incumplidos. La pregunta que deberemos plantearnos, de modo urgente, ante la incredulidad y la burla a la que nos sometieron estrafalariamente con un rosario de promesas incumplidas, cómo reaccionar ante tanta banalidad.
Los hechos que llevan a esa reflexión y pregunta de la manera que los actores principales del precario y desvergonzado mundillo político, lo hemos tenido esta semana. Desde un diputado apelando a la IA para hacer decir a un gobernador lo que supone que debería decir. Otro grupo de supuestos marginales, pero perfectamente dirigidos, atentando contra la casa de otro diputado. Una expresidenta que, desde el balcón, el encierro (¡bah!, manera casi tonta de expresarse), o de esa extraña prisión, no cesa en su manera burda de exponer sus peroratas que le permitan tener una vigencia que el tiempo le va cercenando inexorablemente. Por otro lado, laderos “incondicionales” de ese personaje decadente, apelando con fuerza y locuacidad extrema impregnando todo de un modo golpista. Nada se filtra. Todo de un modo feroz. Lo importante es que impacte. Un muestrario de sandeces. Pero que duela. Que moleste.
La frutilla del postre, el Congreso. Un aluvión de groserías, insultos impropios del lugar. Para la nostalgia de los que alguna vez vimos, o lo registra la historia, diputados con arengas brillantes que prestigiaban el escenario. Hoy es todo patético. De una nimiedad y pobreza de lenguaje que asombra. Algunos oficialistas y una mayoría de opositores pasándose facturas de viejas antinomias. Un lenguaje procaz. De barra brava. Indigno todo. Irrespeto absoluto del lugar que ocupan. Sórdido. Vulgar. ¿La cuantía de asesores (otro despropósito) no pueden parar semejante atropello a la razón? ¿O son de la misma calaña? ¿Quién lo sabe? Por si algo faltaba, CFK haciendo gala de su histrionismo verborrágico y destemplado (habitual), aprovechando la visita de su “colega” (se entiende, ¿no?) Lula Da Silva, acusó al Gobierno del Presidente Milei de “efectuar un terrorismo de Estado de baja intensidad”. Sus “amigos” en el Congreso (y fuera de él) no se quedaron cortos y obsecuentes, al fin, acusaron al gobierno de “prácticas dictatoriales”. Por lo expuesto, cabe expresar, como se dice en el título: “Dan vergüenza y pena”.
05/07/2025 a las 3:10 PM
Si los politiqueros argentinos fueran capaces de «resolver la paz y la tranquilidad de los ciudadanos» deberíamos considerar que contamos con «estadistas».
Pero… calma Ítalo Pallotti, eso desde hace 40 años no se ha logrado.