Por Hernán Andrés Kruse.-

LA VALIDEZ FORMAL DEL MODELO DE QUESNAY

“Hay una chocante similitud entre el mecanismo formal establecido en los Tableaux y Formules de Quesnay y la descripción por Marx del proceso de producción de plusvalía (vol. I del Capital) y circulación del capital (vol. II). El modelo de Quesnay, más simple, no distingue clases sociales de sectores: existe un solo sector-clase productivo, un solo producto en el sentido fuerte de la palabra, y ese mismo producto es la medida de valor. Marx incorpora la distinción introducida por Smith y Ricardo entre sectores de producción y clases sociales, con un solo factor o clase productiva, el trabajo asalariado. Pero la relación (en el vol. I del Capital) entre trabajo y capital es en esencia un intercambio desigual como la relación entre el sector agrario o productivo y la clase de los propietarios en Quesnay.

Es importante tener en cuenta, además, como ya se ha dicho, que para Quesnay el valor neto (una disponibilidad de trigo por parte de alguien que no es su productor) sólo puede maximizarse si una cierta relación de intercambio prevalece entre trigo y manufactura. Esta relación (un precio alto del trigo en términos de manufacturas) implica que el tipo de beneficio (o plusvalía, para los fines aquí perseguidos) tiende a cero en la manufactura. Sólo el trabajo productivo, en el lenguaje de Marx (la clase o sector productivo, en el de Quesnay) produce valor excedente.

Trataremos de ver por qué los fisiócratas razonaban de este modo. La producción y consumo de manufacturas comunes no estaba generalizada en la Francia del Antiguo Régimen; el objetivo central del período Colbertiano había sido la producción de manufacturas de lujo con el fin de obtener un saldo sustancial de metales preciosos en el comercio internacional. Para los fisiócratas dada la composición del output de la manufactura, un flujo interno de compras y ventas en este último sector o bien carecía de sentido o bien expresaba una adicional diversión de recursos productivos hacia empleos que no lo eran —a costa de una disminución del consumo necesario medio—. Quesnay tuvo seguramente problemas para reconciliar la necesidad de una clara denuncia de este peligro con los requisitos de coherencia del modo de producción óptimo descrito en el Tableau, situación en la que ciertamente las manufacturas no habían de ser sólo bienes de lujo y entrarían con toda probabilidad en el vector de bienes de subsistencia consumidos tanto por los productores urbanos como por los rurales.

El primer párrafo del artículo sobre el trigo en la Enciclopedia resulta muy útil para comprender esta característica del problema teórico planteado: “La manufactura de textiles y productos corrientes puede incrementar grandemente el valor del lino y la lana, y ofrecer sustento a mucha gente empleada en tales menesteres productivos. Pero hoy vemos cómo la producción y el comercio de la mayoría de estos bienes han sido casi abolidos en Francia. Hace ya mucho tiempo que las manufacturas de lujo han seducido a la nación: no tenemos ni la seda ni la lana que se necesita para producir textiles y confecciones de alta calidad; nos hemos dedicado a una industria que nos era extraña; hemos empleado en ella una gran cantidad de gente en tanto que el reino se despoblaba y la tierra quedaba desierta” (Quesnay).

Pero cuando los productores de bienes necesarios consumen bienes en principio no-necesarios, como ocurre en el Tablean, hay que escoger una de estas dos alternativas: o bien aquellos productores disponen de una parte del excedente, o los bienes en principio no-necesarios (manufacturas) devienen necesarios y sus productores generan valor neto como en el primer párrafo del pasaje citado. Quesnay nunca desarrolló implicaciones de alguno de sus supuestos —precisamente los supuestos más «realistas» a la luz de la historia posterior—. Si lo hubiera hecho, hubiese tenido que desembocar en un modelo más complejo, como el de los ingleses y Marx, en el que el trabajo manufacturero sería también productivo y en el que, por tanto, sólo el tiempo de trabajo (no la cantidad de trigo) podía servir de medida del valor, y sólo la capacidad del trabajo productivo para producir más de lo necesario para auto-generarse podía poner límites a la escala del sistema.

No habiendo dado este paso —que posiblemente Quesnay no se atrevió a dar en vista de las complicaciones que introducía en el modelo, si es que llegó a entrever que tal paso era lógicamente necesario— los límites existentes a la escala de la reproducción tenían que venir dados por la disponibilidad de bienes necesarios o de subsistencia, es decir, de trigo en sentido amplio. Todos los flujos del Tablean están directa o indirectamente relacionados con la producción de trigo y su realización. Aquellos que no producen trigo pueden sólo incrementar la escala de sus operaciones en la medida en que los productores de trigo (o los receptores del excedente) incrementen su demanda de bienes no necesarios. Los productores de trigo sólo podrían incrementar su demanda de estos bienes si encontrasen útil introducir nuevos bienes manufacturados en sus procesos productivos; pero esto no es así cuando tanto el capital fijo como el circulante provienen del propio proceso agrícola (semillas, estiércol, alimentos, pienso para el ganado, el ganado mismo).

Los receptores del excedente sólo podrían expansionar su demanda de manufacturas sacrificando parte de su demanda de productos agrarios (no estrictamente «necesarios», sino inclusivos de alimentos caros y refinados); sin embargo, si llevaran a términos esta sustitución dañarían la escala de todo el sistema puesto que la clase productiva no podría recuperar los adelantos anuales, en tanto que los enriquecidos manufactureros dispondrían de una parte del excedente de trigo superior a la necesaria para reproducir sus operaciones y probablemente expandirían sus operaciones antes que lanzarse al consumo de alimentos de lujo. Los productores de manufacturas existirían sólo en la medida en que alguien les transfiriese un derecho sobre la producción de bienes necesarios, con los que tanto ellos como sus operarios subsistirían. Si los productores de manufacturas tuviesen que comerciar entre sí, es decir, vender manufacturas a otros artesanos o trabajadores de la ciudad, tal expansión tendría que ser financiada por una correlativa expansión de la producción de bienes necesarios o trigo; y esta última era poco verosímil en las condiciones originadas paralelamente en el resto del sistema.

¿Hasta qué punto puede hablarse entonces de una teoría de los precios y del valor en el Tableau? Sabemos que existen unos límites tanto a la relación de intercambio como a la tasa de reproducción o de generación de valor neto, límites que el sistema no puede vulnerar. Pero no hay manera de derivar precios directamente del Tableau, que viene presentado en términos monetarios y sin información alguna acerca de los flujos físicos correspondientes. Sin embargo, los datos adicionales en las «explicaciones» o comentarios de los cuadros numéricos dicen bastante acerca de las escalas de los sectores, es decir, acerca de la población que vive y está empleada en cada uno de ellos. En consecuencia, si se suponen ciertos coeficientes o propensiones fijos en el consumo —como Quesnay mismo supone— ha de ser posible hallar una relación de intercambio (trigo por manufacturas) que sea consistente al mismo tiempo con los flujos monetarios y con las escalas relativas del consumo físico de las tres clases.

Meek avanzó medio camino en esta dirección y llegó a una solución para los flujos monetarios contabilizados en el Tableau y sus contrapartidas reales. Los problemas principales que se plantea Meek son a) la ausencia de intercambios interiores en el sector manufacturero, y b) la compaginación de esta cuestión con el enojoso hecho de que la población agrícola se supone doblemente numerosa que la urbana, mientras que su consumo de alimentos parece a primera vista similar. Como veremos, no hay ninguna manera totalmente satisfactoria de resolver esta discrepancia en el Tableau mismo y aquí tenemos quizás otro ejemplo de la confusión de Quesnay entre los requisitos genéticos o de transición entre los dos equilibrios (concretamente la necesidad de detener el abandono de la tierra por los hijos de los campesinos) y los requisitos de estabilidad o reproducción del modo de producción óptimo.

Pero ya es hora de que conozcamos las cifras en juego. Un producto agrícola anual total por valor de 5.000 millones de libras se distribuye entre la base de los propietarios (1.000 millones), la clase estéril o manufacturera (1.000 millones en alimentos y otros 1.000 en materias primas) y el propio sector agrícola o productivo (1.000 millones en alimentos y otros 1.000 en materia prima, especialmente semillas). La población se distribuye en la proporción 1/4, 1/4, 1/2 entre las tres clases citadas, en el mismo orden. El hecho de que los propietarios obtengan 1.000 millones en alimentos (es decir, 1/3 de los alimentos totales) para el consumo de un millón de familias sobre un total de 4 millones, se explica en términos de la mayor calidad del consumo de esta clase. Ello parece dejar fuera de combate la hipótesis de que los 2.000 millones consumidos en el sector productivo fuesen sólo alimentos y las semillas, al ser utilizadas en especie y no compradas, quedasen fuera de la contabilidad del Tableau.

La ingeniosa solución de Meek consiste en considerar la mitad del trigo disponible en el sector manufacturero y comercial como trigo para exportación y no para consumo, lo cual reduce este último a 500 millones, cifra consistente con las escalas de población. La auténtica producción de las ciudades es de 1.500 millones de libras, a lo que hay que añadir 500 millones en productos importados; el total se distribuiría entonces por mitad entre propietarios y arrendatarios (1.000 millones a cada clase). Ello es también consistente con varios pasajes en los que Quesnay supone que 1/10 de la producción anual agraria sería exportada. Al mismo tiempo este arreglo permite pensar en que las ciudades obtendrían un beneficio mercantil indeterminado sin dañar la escala de la reproducción puesto que se obtendría a costa del extranjero y no a costa de los arrendatarios. Esta hipótesis reduce (pero no elimina) el problema del consumo de manufacturas por la clase estéril, que en repetidas ocasiones se considera equivalente al consumo de alimentos, es decir, no a 1.000 millones de libras pero sí a 500 millones tanto en manufacturas como en alimentos, aun en este supuesto.

La solución de Marx al problema, siguiendo a Badeau (en una mención muy breve de la cuestión, es la de suponer que en realidad las manufacturas se venden a precios superiores a su valor, esto es, más altos que los precios (interpreto yo) determinados por el contenido-trigo de sus productos. Los manufactureros obtendrían así una especie de «beneficio sobre la venta» —de nuevo mercantilista en esencia— que les permitiría gastar en su propio sector. En otras palabras, si la descripción inicial sugería un precio de las manufacturas igual a su valor (siendo 2.000 millones de libras el valor de aquella cantidad de mercancías que contuviese trigo por valor de 2.000 millones de libras, tanto en calidad de alimento de los manufactureros como en calidad de materias primas), ahora las manufacturas distribuidas en el Tableau a propietarios y arrendatarios tendrían un contenido directo de trigo (o «valor añadido») de, supongamos, 1.333 millones de libras, mientras que los restantes 666 millones serían gastados en el sector manufacturero para alimentar a trabajadores y contar con materias primas a la producción de bienes para consumo interno del sector.

Pero esta solución no es consistente con la del problema de las escalas de población. Meek rechaza la explicación de Marx como contraria a la noción fisiocrática de que los beneficios de los manufactureros serían borrados por la competencia siendo la clase estéril, precisamente, improductiva, es decir, sin beneficios propios en el equilibrio. Sin embargo, la ingeniosa solución de Meek podría muy bien ser reducida a un parecido intercambio de menos trigo (exportaciones) por más trigo (importaciones). Siguiendo en la interpretación esbozada acerca de la magnitud y valor de la producción de manufacturas, puede verse que esa producción, o mejor la parte de la misma que es neta y se distribuye a propietarios y arrendatarios, vale en realidad 2.000 millones de libras si consideramos los requisitos directos e indirectos de trigo, es decir, el trigo que entra directamente en forma de salario y materia prima en la producción de las unidades físicas que salen del sector y el trigo incorporado en las unidades consumidas dentro del sector. Esto es probablemente, lo que Marx implicaba. No es que el precio de las manufacturas tuviese que ser más alto que su valor si se quería tener en cuenta el hecho de que la clase estéril también consumía manufacturas. Se trata sólo de notar que los costes directos (el «valor añadido») son inferiores a los costes totales, y de ello no se deriva la existencia de beneficios.

Dos consecuencias pueden extraerse en este punto: 1. El estándar de valor en el Tableau es el trigo y, por tanto, es el precio del trigo —no el de las manufacturas— el que puede interpretarse en un sentido como necesariamente más alto que su valor. 2. El modelo que examinamos no trata al capital como una mercancía plenamente desarrollada. El capital es producido dentro de cada sector y no entra en la circulación, que se define como circulación entre clases. De ahí en parte que Quesnay se despreocupara de los flujos internos siempre que se supusiera que la reproducción anual regeneraría sin costes estos flujos. En cuanto al primer punto, la base de la «teoría del valor» fisiocrática es el contenido-trigo de las mercancías, entendiendo por mercancías los productos que circulan entre clases. El trigo es aquí la sustancia del valor. Así el valor de las manufacturas, como vimos, es igual al trigo que entra en su producción. Pero del mismo modo que en la teoría clásica del valor sólo el trabajo movido por capital es trabajo productivo (puesto que precisamente produce plusvalía, que es lo único que los capitalistas en conjunto entienden por «producir»), en este modelo sólo es trigo productivo el que se combina con la tierra para producir alimentos y materias primas. Y no utilizándose «trigo productivo» en la manufactura, la tasa de plusvalía es cero en este sector.

El trigo aparece aquí, por tanto, en dos conceptos: como sustancia del valor, y carente, por tanto, de valor él mismo, y como mercancía, cuyo valor es igual a la cantidad de trigo incorporada en su producción. El esquema es paralelo al tratamiento que Marx hace de la fuerza de trabajo, cuyo valor de uso, que el capitalista se apropia en la producción, excede a su propio valor de cambio. De modo semejante, los arrendatarios no devuelven a la tierra y al trabajo agrícola en forma de semillas y salarios la totalidad de su valor de uso. El suelo y el trabajo agrícola aparecen aquí como contenedores de trigo productivo, como trigo transformado, del mismo modo que el trabajador contiene fuerza de trabajo en la teoría marxista del valor y obtiene una mera restitución del mismo tras ejercitarlo en forma de trabajo vivo o actividad laboral.

En cuanto al segundo punto mencionado, además de los 5.000 millones de libras de trigo que se producen anualmente en la agricultura, este sector produce 1.000 millones adicionales, que en el Tableau aparecen a veces como correspondiendo a la producción de piensos. Esta partida puede interpretarse, a los efectos de la comparación con la economía política clásica, como representativa del capital fijo amortizado anualmente; el ganado sería aquí el capital fijo y el pienso aparecería como representación de los flujos de depreciación y costes de mantenimiento asociados con este tipo de capital. El punto de vista de Quesnay es que este capital constante, como no circula entre clases, puede obviarse en la contabilidad, con tal de que su disponibilidad año tras año esté asegurada. Ocurre aquí algo parecido al tratamiento de la maquinaria en el sector manufacturero, cuya no aparición en los esquemas contables ha hecho suponer a menudo que era ignorada totalmente por Quesnay.

Sin embargo, a la luz de lo dicho antes queda claro que tal ignorancia no está necesariamente implicada en el modelo, sino sólo el supuesto de que la maquinaria no es producida fuera del taller donde se producen manufacturas de consumo, y aún podría hacerse menos restrictivo el supuesto para abarcar también en el modelo la utilización de instrumentos productivos producidos dentro del sector manufacturero, con las dificultades ya vistas para compatibilizar todo esto con las escalas de población. La posición de Quesnay podría ser resumida en los términos de Marx como correspondiente a una situación en la que los bienes de capital fijo, existentes o no, no se han convertido todavía en mercancías, circulan escasamente dentro de cada clase o sector y no circulan en absoluto entre clases”.

QUESNAY FRENTE A RlCARDO EN LA TEORÍA DEL COMERCIO

“El slogan «laissez faire, laissez passer» se asocia usualmente con los fisiócratas, aunque probablemente fue utilizado primeramente por el prefisiócrata Boisguillevert. Pero lo curioso es que el significado económico de la frase, para los fisiócratas, era en cierta manera opuesto a lo que el libre cambio vino a ser en la tradición anglosajona. Libre cambio era para los fisiócratas libertad de comercio dentro de la nación (en lo cual apuntaban a la misma unificación del mercado nacional a la que se referían los mercantilistas) y libre exportación de trigo, no precisamente libertad de importación. N. J. Ware destaca este punto netamente a partir de una lectura de Le Mercier de la Riviere. Le Mercier fue aún más allá, pues puso de relieve que una vez alcanzado el modo de producción óptimo el comercio exterior sería innecesario, si bien debía permanecer como una posibilidad abierta en calidad de regulador del precio. Según Le Mercier: “Una nación, una vez llegada a las mejores condiciones posibles, para nada necesita del comercio exterior… su comercio exterior disminuye en la misma proporción en que su comercio interior aumenta. Así, en la transición entre los dos equilibrios, el comercio exterior juega un papel primordial”.

La libre exportación de granos empuja sus precios al alza de modo que el nuevo capitalista agrícola es capaz de recuperar rápidamente los adelantos precisos para poner en marcha el nuevo modo de producción con caballos y explotaciones en gran escala. Al mismo tiempo, la libre importación de manufacturas anula por competencia los beneficios de los manufactureros, de forma que estos últimos no están ya en condiciones de dañar la cómoda reproducción de los enormes desembolsos de capital obligados por el nuevo modo de producción en tal campo. Una vez el nuevo modo de producción se establece firmemente, en cambio, el libre cambio significa tan sólo que los propietarios-capitalistas no tienen que preocuparse por la posibilidad de una drástica caída de los precios en caso de que se obtengan grandes excedentes.

Quesnay había observado que después de los años de abundancia invariablemente aparecía el hambre. Porque la abundancia llevaría a los arrendatarios a cortar la producción hasta niveles en que sólo su estricta subsistencia quedara asegurada, y la escasez aparecería. Esta situación, al menos a primera vista, contrasta grandemente con la doctrina de los costes comparativos de Ricardo. La intensidad de población de Gran Bretaña colocó allí a los propietarios en las mejores condiciones para embolsarse los beneficios del crecimiento, y en último término ello suponía un límite al crecimiento mismo. En condiciones de rendimientos decrecientes a las adiciones de capital y trabajo, debido al crecimiento de la población y el agotamiento de la tierra de buena calidad, la única salida para las clases dominantes en Gran Bretaña era confiar en la expansión de la manufactura enfrentándose a los intereses de la propiedad, es decir, aboliendo las leyes del trigo para obtener trigo barato del extranjero.

El «mensaje» de Quesnay es válido aún en estas condiciones, pues no siendo el trigo extranjero «trigo seguro» en caso de guerra, la guerra tenía que preceder a su obtención. Así pues, incluso si la fórmula fisiocrática puede parecer un complemento de la doctrina de Ricardo vista desde el otro lado del comercio, la reversibilidad no es totalmente legítima a los ojos de los primeros economistas. Para ellos la nación que produce mercancías básicas tiene las de ganar en última instancia, o lo que es lo mismo, puede en última instancia prescindir del comercio. Las mercancías no se producen con mercancías tout court sino con mercancías básicas. Todo iría bien para todos mientras las naciones no se sintieran amenazadas unas por otras, bien al pretender mejorar sus relaciones de intercambio recíprocas, bien al coincidir en la pretensión de asegurarse el dominio sobre terceros países (para obtener las mercancías básicas de éstos o asegurarse sus mercados).

Desde el punto de vista de Quesnay, cabe pensar, la industria francesa tenía que «pagar un subsidio» a la agricultura (renunciando a obtener beneficios netos) para que la nación estuviera en condiciones de ejercer en el comercio el poder que le confería su abundante dotación de tierras de calidad. En cambio, la burguesía británica tenía que ser imperialista antes de que fuera demasiado tarde y de que su debilidad real apareciera. Hay pasajes en Quesnay en los que parece reconocerse hasta qué punto el trigo de Pensilvania constituía una amenaza para su doctrina. Pero no habían de ser tanto las colonias norteamericanas de Inglaterra como un desarrollo interno del modo de producción capitalista lo que bendeciría definitivamente a la burguesía industrial —y antes que nada en Inglaterra— como la clase del futuro. Lejos de convertirse la manufactura en una rama de la agricultura, como los fisiócratas pretendieron, fue esta última la que se convirtió en una rama de la industria.

Sólo con Turgot empezaron los economistas franceses a vislumbrar el cambio: los últimos escritos de Quesnay (Lettre du Fermier a son Propriétaire y Lettre du Propriétaire a son Fermier, se inscriben todavía en la línea de combatir la idea de que la «satisfacción» (jouissance) constituía la base del valor, de forma que la creación de nuevas necesidades (de manufacturas) tuviera que ser bienvenida en la agricultura. Si las manufacturas devenían un input necesario en la producción de trigo se iban al traste la inequívoca tasa-trigo de beneficio y el sistema fisiocrático entero. No veo claro, sin embargo, si puede decirse que los fisiócratas defendían una determinada fase (incompleta y frágil) del desarrollo capitalista frente a los «peligros» del capitalismo industrial que se anunciaba o si simplemente defendían a Francia. La satelización de la agricultura por la industria era un proceso inevitable en un país donde aquélla trabajase bajo rendimientos decrecientes y ésta bajo rendimientos constantes o crecientes, y en la medida en que se demostrara factible la sustitución de inputs primarios por inputs manufacturados en la producción y el consumo agrarios.

Pero los rendimientos decrecientes quedaban lejos en la Francia del xviii. Habría que plantearse la cuestión de hasta qué punto el papel dirigente de Inglaterra en la formación del capitalismo mundial no influyó decisivamente en la rapidez con que el capitalismo industrial se convirtió en el paradigma del capitalismo en general, dada la particular dotación de factores de las islas británicas y el interés de la clase más poderosa y dinámica de toda esta época (la burguesía industrial inglesa) en ampliar el mercado de sus manufacturas. Hoy la historia ha dado la vuelta y está confirmando lo que Hobson y Keynes anunciaron: cambiar manufacturas por trigo no iba a ser una solución eterna para Gran Bretaña (aunque no puede negarse que le ha proporcionado más de un siglo de prosperidad, de las guerras napoleónicas a la segunda guerra mundial). El enfoque smithiano del comercio como salida para los excedentes —un concepto esencialmente fisiocrático—, junto con la especialización en mercancías básicas, se está convirtiendo ya en sabiduría convencional en la fase actual de contracción de la economía internacional tradicional. Esta digresión pone de relieve las limitaciones de la teoría del comercio internacional tal como apareció en Inglaterra y la inexistencia sobre estas mismas bases de una teoría del capitalismo a escala mundial consciente, por tanto, del efecto que en el desarrollo de ese modo de producción tuvo el hecho de su peculiar origen en las islas británicas.

En el caso de Marx, estas limitaciones están relacionadas con la disciplina que se impuso en cuanto al orden de las categorías a analizar en el estudio del capitalismo. Los agregados concretos y complejos —estado, comercio mundial— que constituían el punto de partida de la economía «pre-científica» del xvii y aun del xviii, debían ser analizados al final, tras un estudio exhaustivo del capital nacional. El hecho de que el trabajo socialmente necesario —la medida del valor— no fuera equivalente al trabajo internacionalmente necesario, y de que, por tanto, trabajos de igual duración pudieran no intercambiarse como iguales en el comercio internacional, constituiría una complicación adicional del esquema, un paso más hacia lo concreto, que Marx no llegó a realizar.

Hay un párrafo de la Introducción General que ayuda a comprender cómo Marx relegó la existencia concreta y real del capital nacional en un marco más amplio: “El concepto de riqueza nacional que se va formando imperceptiblemente en los economistas del xvii y que en parte continúa siendo válido para los del xviii, implica que la riqueza se produce sólo para el Estado y que el poder del Estado es proporcional a esa riqueza. Era todavía una manera inconscientemente hipócrita de anunciarse la riqueza y la producción de riqueza como objetivo de los Estados modernos, considerando a éstos meramente como medios para tal producción” (Citado de la edición McLelland de las Grundrisse).

Las alabanzas de los fisiócratas al rey y al Estado eran realmente una «manera inconscientemente hipócrita» de presentarse el capitalismo en escena antes de devorar a ambos. Probablemente podría mostrarse que los nuevos terratenientes burgueses salidos de los rangos de la burocracia, cuyos intereses defendían los fisiócratas,  necesitaban el apoyo del rey para vencer la resistencia de los señores feudales. Pero ni el Estado —ni tampoco el rey de Inglaterra— dejaron de existir en el seno del capitalismo. Más bien adquirieron una nueva forma, bajo la cual fueron llamados a escena una vez tras otra por el capitalismo, y de modo creciente desde los años treinta para acá. El nivel subordinado adquiere de nuevo la primacía.

Entretanto nos hemos quedado sin una teoría del capital agregado, sin una economía política de los Estados nacionales y del comercio entre ellos. Posiblemente de aquí provengan las debilidades de la teoría marxista del imperialismo, anclada casi siempre en último término en la caída del tipo de beneficio en las naciones delanteras, es decir, en una base muy general y escasamente operativa”.

(*) P. Maragall (Facultad de Ciencias Económicas-Universidad Autónoma de Barcelona-España): “Quesnay y la economía política clásica”.

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