Por Hernán Andrés Kruse.-

EL DEMÓCRATA PROGRESISTA

“Después de algún intento aislado por reconstruir el partido en Santa Fe, de la Torre se retiraría de la vida política por unos años, dedicándose a negocios personales y viajes por Europa y EEUU. Hacia 1908 lo encontramos como animador principal de un partido provincial, la Liga del Sur: sus objetivos apuntan a la reforma y creación del régimen municipal y de reclamo y defensa de los intereses del sur de la provincia frente a la capital, Santa Fe, ubicada en el norte. La Liga del Sur es el partido de los chacareros, de los pequeños propietarios y comerciantes, de los inmigrantes.

Durante estos años, en los cuales conseguiría su primer diploma de diputado nacional, de la Torre participa activamente en varios acontecimientos de significación nacional. En 1910, en calidad de representante de la Sociedad Rural de Rosario oficia de mediador en el conflicto entre los arrendatarios y los propietarios de los campos que pasó a la historia como el Grito de Alcorta. Ambas partes dan testimonio de la aplicación, el conocimiento y la buena voluntad del mediador. En 1913 presenta al Congreso Nacional lo que podría ser, a falta de que sea confirmado por una investigación en ese sentido, el primer proyecto de reforma agraria. La fundamentación del texto es esencialmente política y tiene una clara impronta liberal, al buscar el acceso a la ciudadanía por medio de la ampliación del régimen de propiedad. Ese mismo año tiene ocasión de pronunciar su apoyo crítico a la nueva Ley Electoral, señalando que quizá no estén dadas todas las condiciones para que tenga verdadera eficacia. Ante el estallido de la guerra en Europa, de la Torre hace profesión de liberalismo económico al oponerse al cierre de la Caja de Conversión, sistema que daba estabilidad a la moneda argentina, sosteniendo que más que proteger las reservas ante una posible operación especulativa de drenaje, tal medida permitía al gobierno de Victorino de la Plaza recurrir al endeudamiento y al emisionismo.

Por esos años el radicalismo empieza a mostrar una fuerza política y electoral creciente, paralela a la declinación de la estructura hegemónica de los partidos llamados “conservadores”. El triunfo radical en Santa Fe obliga a la élite dirigente a buscar alguna forma de regeneración de su fuerza política. Con el horizonte en las elecciones presidenciales de 1916, encuentra en la estructura de la Liga del Sur una base sobre la que fundar un nuevo partido que reúna y potencie las fuerzas del oficialismo declinante. En 1914, un conglomerado de dirigentes representantes de disímiles fuerzas políticas funda el Partido Demócrata Progresista, una organización que aspira a ser la principal fuerza nacional en oposición al crecimiento radical. Se encuentran allí militares, conservadores, roquistas, mitristas, liberales y católicos. La empresa política revelaría a poco andar serios defectos de coherencia ideológica y organizacional.

Conscientes de que de la Torre representa, por sus ideas de modernización, un desafío mucho más peligroso y sustancial que el triunfo radical, sectores muy importantes de su propio partido trabajarán -de forma más o menos solapada- en contra de su candidatura presidencial. Después de la derrota en los comicios, de la Torre haría un balance de su trayectoria política en algunos artículos periodísticos y también en cartas personales, en las que deja plasmadas las disidencias y las incomprensiones mutuas con sus compañeros de empresa política. De la Torre da detallada cuenta del monumental equívoco, sus abismales diferencias con los “conservadores”. De esta época datan las precisiones ideológicas más finas, entre las que cabe citar una carta dirigida a Mariano Demaría, antiguo compañero de la democracia progresista, notorio católico: “…después de leer su larga carta veo las cosas como antes, coincidiendo con Vd. en que las fuerzas opositoras se desvían cada vez más en direcciones opuestas: Vds. son conservadores, clericales, armamentistas, antiobreristas, latifundistas, etc., etc., y nosotros somos demócratas progresistas, de un colorido casi radical socialista. ¡Vaya Vd. a fusionar eso!”

Es precisamente en este tren de definiciones ideológicas que su partido intervendría unos años después, en la Convención Constituyente de la provincia de Santa Fe. La representación demócrata progresista impondría su mayor consistencia programática a los vagos planteamientos radicales, y conseguiría incluir en el texto una cláusula que sancionaba la total separación y prescindencia entre todo credo o religión y el Estado provincial. Después del veto del Presidente Yrigoyen al texto sancionado, de la Torre redactó una extensa refutación, desde el punto de vista del derecho constitucional, de los argumentos que fundaban la decisión presidencial, que expuso y discutió en la Cámara de Diputados. Este episodio marcaría el inicio de una progresiva radicalización de las posiciones del político rosarino en torno a la cuestión religiosa, evolucionando desde el indiferentismo al laicismo militante y finalmente al anticlericalismo, al final de su vida.

El diputado de la Torre tendría una intervención moderada en tiempos de la presidencia de Alvear. Quizá porque se trató de un período calmo en la política argentina, de regularidad de las instituciones democráticas y liberales, apenas participaría en discusiones sobre política económica, emprendiendo la defensa de sectores agrícolas que eran perjudicados por tratados comerciales internacionales lesivos a sus intereses. También intentaría promover proyectos de carácter cooperativista. Las polémicas con el socialista Juan B. Justo sobre cuestiones de aranceles y tarifas aduaneras fueron un interesante contrapunto de visiones opuestas sobre el desarrollo económico y la protección a la producción nacional. En esta ocasión de la Torre atacó los proyectos de librecambismo radical del socialismo, sin perder por ello una perspectiva liberal.

En 1925 pronunció un desgarrado discurso contra la situación política y los manejos del Congreso Nacional. Se definió como un hombre solo contra sus adversarios (se compararía con Stockman, protagonista de Un enemigo del pueblo, la célebre pieza teatral de H. Ibsen) y presentó la renuncia a su banca de diputado. El episodio estuvo revestido de una estridencia quizá poco acorde al momento político que se vivía. No obstante reveló aspectos de la personalidad y la actitud política de Lisandro de la Torre que se manifestarían con mayor intensidad conforme el paso de los años: el líder demócrata progresista haría de su conducta personal y su ética pública uno de sus mayores capitales políticos. Pero la particularidad que le permitió hacer valer tal galardón fue, en buena medida, el hecho de que nunca ocupara cargos públicos ejecutivos, ni electivos ni por designación.

Después de algunos años de retiro, en los que mantuvo alguna polémica con antiguos rivales, de la Torre reaparecería en la escena política con motivo de la Revolución del 6 de septiembre de 1930. Su participación estuvo teñida de equívocos y contradicciones que serían muy difíciles de resumir aquí. Es claro que no formó parte de los conspiradores, y sólo entró en contacto con ellos después de que asumieran el poder. Lo vinculaba a ellos no solamente la amistad personal que mantenía desde hacía décadas con el General José Félix Uriburu, con quien compartiera filas en la Revolución del 90, sino también la oposición y franca aversión política que le despertaba la figura de Hipólito Yrigoyen y su gobierno, a quien tenía por demagógico, populista, reaccionario y caudillista.

De la Torre simpatiza con los revolucionarios pero sólo en el sentido de que una interrupción del gobierno de Yrigoyen podía servir para restablecer las instituciones liberales. El difuso y contradictorio programa de reforma política que sostiene el círculo en torno a Uriburu y que recibe inspiraciones del fascismo, el corporativismo y el nacionalismo tradicional, no puede menos que inspirarle rechazo. De la Torre asume el partido de la revolución desde sus convicciones liberales. No obstante estas notorias diferencias, Uriburu le ofrecerá repetidamente la candidatura a presidente en las elecciones que se proponía convocar. Estas conversaciones, llenas de equívocos y falsos supuestos, terminarán con una irreversible ruptura personal y política que llevará a de la Torre a encabezar la fórmula presidencial opositora con su agrupación política, Partido Demócrata Progresista, en alianza con el Partido Socialista.

Con la formación de la Alianza Demócrata Socialista, de la Torre parecía haber encontrado finalmente un sector ideológico y social con el que podía identificarse. Después de las primeras negociaciones, manifestó una comunidad doctrinaria con el socialismo. Pero las diferencias no tardaron en hacerse notar. La proscripción de los candidatos de la Unión Cívica Radical para las elecciones presidenciales de 1931 provocó vacilaciones en las filas de la Alianza. ¿Qué exigía el compromiso democrático en esas circunstancias? Representantes radicales pidieron a la Alianza la abstención en solidaridad con los proscritos. Finalmente se negaron. De la Torre vaciló en su respuesta. Después de las elecciones, en las que fueron vencidos por el General Agustín P. Justo, candidato oficialista, cada partido seguiría su camino.

En 1932, de la Torre tomaba posesión de su banca de Senador por Santa Fe. Se inició así el período en que adquiriría el mayor y más sonado protagonismo de su carrera. Se mostrará como un implacable censor de la política comercial con Inglaterra, en particular de los tratados a los que llegaría el gobierno argentino en materia de abastecimiento de carne. En la sonada investigación que llevó a cabo descubriría el trato privilegiado que los frigoríficos ingleses dispensaban a los funcionarios y miembros del gobierno que poseían actividades ganaderas. También sus maniobras fraudulentas. Explicó las ventajas concedidas a Inglaterra en materia de precios y condiciones, lesivas para la producción nacional. Expuso la discriminación a los ganaderos del Interior y los frigoríficos nacionales y señaló la necesidad de nacionalizar al menos en parte la industria del comercio, transporte y conservación de la carne.

Se ha insistido mucho sobre el carácter antiimperialista de la posición de Lisandro de la Torre en torno a este asunto. Lo cierto es que el énfasis principal que puede verse en las sesiones se encuentra en las prácticas venales de los frigoríficos y la marginación de los pequeños criadores y productores del Interior del país, en beneficio de los grandes engordadores de la pampa húmeda y sus vinculaciones políticas. No existe una prédica antiimperialista como tal, aunque quizá con el tiempo y a partir de estas revelaciones, de la Torre podría haber formado una conciencia en ese sentido. En otros autores y políticos contemporáneos, vinculados al nacionalismo y a FORJA, esa conciencia se encontraba ya completa.

Otro gran asunto en el que de la Torre intervino con su habitual vehemencia y contundencia crítica fue la creación del Banco Central. Se discutían entonces dos concepciones diferentes, más o menos enfrentadas. Una proponía la creación de una institución sin control estatal, dirigida por un directorio compuesto por representantes de la banca privada, en su mayoría extranjeros. Otra buscaba formar una institución con importante participación estatal, y por tanto más vinculada a las directivas de la política económica del gobierno. De la Torre se opuso con energía a este segundo proyecto y tomó partido por la propuesta del experto británico Sir Otto Niemeyer. Quienes sostienen que de la Torre se convirtió en un decidido luchador antiimperialista en sus últimos años de trayectoria política por lo general omiten, ignoran u ocultan esta particularidad. En realidad, su posición estuvo en perfecta consonancia con su credo liberal en materia económica, en el cual las finanzas se situaban en una posición privilegiada, no subordinadas al aparato productivo.

El tercer tema fundamental que marcó la participación de de la Torre como senador fue el proyecto gubernamental de proscripción del Partido Comunista Argentino. Su oposición a la iniciativa oficialista se centró en dos puntos fundamentales: por un lado, la muy remota posibilidad de que el comunismo adquiriera verdadero poder en la Argentina; por el otro la voluntad encubierta del gobierno de obtener mayor margen de acción para controlar y perseguir opositores. Como puede verse, vuelve a razonar como liberal, al descubrir en la iniciativa gubernamental un intento de avance del Estado sobre las personas y las asociaciones. Para cuando se discute el proyecto, el nervio político de Lisandro de la Torre se halla casi definitivamente muerto. El asesinato de su amigo, colega y correligionario, el senador Enzo Bordabehere, en el recinto mismo de la Cámara Alta durante las confusas sesiones en las que se trató la denuncia sobre el comercio de carne, y la lamentable investigación que siguió a tan escandaloso crimen, terminan con su vocación pública. En 1937 presenta su renuncia indeclinable”.

(*) Héctor Ghiretti (Dr. en Filosofía e Investigador Adjunto (Conicet)-Universidad Nacional de Cuyo): “Lisandro de la Torre: La resonante heterodoxia de un liberal ortodoxo” (2012).

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