Por Alberto Buela.-

Cuando en un reportaje me preguntaron quién podía ser el sucesor de Papa Francisco, les respondí: un cardenal italiano o un norteamericano. Y salió el yanqui.

Cuento esto no por vanidad, que la ignoro, sino por el siguiente razonamiento: la Iglesia viene en una ostensible decadencia desde hace tiempo, en primer lugar por la desacralización del mundo moderno y luego por su menguada acción evangelizadora.

El primer punto lo hemos tratado hace años en un trabajo titulado El desencantamiento del mundo, mientras que el segundo lo traté en un libro La Iglesia, una visión profana.

De los últimos pontífices desde el Concilio Vaticano II: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, se concentraron en una acción ad intra, salvo Juan Pablo II, que realizó una acción que fue más allá de la Iglesia, como la caída del imperialismo soviético. Claro está que para ello contó con el apoyo de Ronald Regan y su guerra de las galaxias. El resto de los Papas no contaron con “un príncipe” ejecutor. Sea porque no supieron, porque no pudieron o porque no quisieron. Y de esto se dieron cuenta los miembros del Colegio cardenalicio.

Y entonces razoné, tienen que elegir a un norteamericano, de lo contrario profundizan su caída. De nada sirve rezar por toda la humanidad, de nada sirve pedir por la paz si no se cuenta con un brazo ejecutor, con un príncipe con el poder necesario para realizar ese hermosas peticiones. Israel no va a dejar de asesinar a los palestinos, Rusia a los ucranianos, Turquía a los kurdos, Sudán del Norte a los de Sudán del Sur, la Nigeria musulmana a los nigerianos cristianos o los Estados Unidos a los yemaníes.

El Papa necesita de un príncipe cristiano, sea protestante, católico u ortodoxo, porque sin él, es una institución de buenos oficios, donde una cantidad enorme de burócratas viven muy bien sin trabajar.

Fue electo León XIV, norteamericano con cara de buen tipo, de origen hispano y franco-italiano, progresista en sus ideas político-sociales y como buen agustiniano ordenado en la liturgia ¿será por aquello de San Agustín: pax tranquilitas in ordine? On verrá. Pero lo cierto es que habla el inglés de Trump, y eso no es poco.

En su primera conferencia reunió a 4000 periodistas y los analfabetos locuaces lo aplaudieron de pie por tres veces. Mientras hable sobre el calentamiento global, la inmigración indiscriminada o la energía verde, lo seguirán aplaudiendo. Veremos si lo siguen haciendo cuando hable contra el aborto, el matrimonio gay, la eutanasia o la ordenación de la mujeres. Es que lo políticamente correcto condiciona la consciencia periodística del mundo.

Pero, vayamos ahora al punto neurálgico, que en mi opinión es la recuperación de la sacralidad de la Iglesia. Allí lo quiero ver, donde los últimos Papas mencionados fracasaron.

Es que la sacralidad se recupera por la reiteración y encarnación de las acciones sacras, donde la eucaristía es su máxima expresión. Y en esto León se muestra comprometido. El ordo misae es el vehículo por excelencia a la sacralidad, porque ésta, está vinculada a Dios mismo y no a la Naturaleza, como proponía la Ilustración; allí lo máximo es lo sublime, como puede ser un gran paisaje desde una cumbre o la puesta del sol.

El ultímisimo objetivo de la Iglesia, el fin final, no es ni la política ni lo social, que no descarta, pero es lo sagrado. Es por ello que un gran filósofo como lo fue Max Scheler sostuvo que el cristianismo es un saber de salvación, no es ni la democracia cristiana ni la doctrina social.

Para ello tendrá que luchar contra una Iglesia claudicante que cedió al mundo moderno su impronta evangelizadora y la preferencia del mensaje de Cristo sobre los otros relatos. Ego sum via, veritas et vita = Yo soy el camino, la verdad y la vida.

De modo que le quedan a León dos desafíos, uno mundano a través del brazo ejecutor del príncipe, y otro sobrenatural, la recuperación de la sacralidad.

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