Por Juan José de Guzmán.-

Asombro, consternación y tristeza, profunda tristeza me causó leer en un medio, con foto incluida, la noticia del lugar donde descansan los restos de uno de los más grandes músicos de nuestra música porteña.

¿Cómo es posible que el Gran Piazzola no tenga en su lugar de descanso un busto, mostrándolo con su bandoneón o un ramo de flores (bajo su lápida)? ¿Así es como honramos la memoria de los grandes?

¿Quién no reconoce al instante la música de Piazzola, en cualquier lugar donde suenen los acordes de Verano Porteño, Adiós Nonino o la multipremiada Libertango (desde las filarmónicas de muchos países, como Moscú, Berlín y otras, o el genial Stefano Pietrodarchi, a quien los acordes lo electrizan de una manera tal que logran su contorsión, explosión de música y aplausos con la introducción que le ha sabido dar a esta composición musical o el mismo André Rieu, Grace Jones y un número difícil de recordar que lo han incorporado a sus repertorios?

Y he dejado para el final a la más recordada de todas sus composiciones, “Balada para un loco”, a la que Ferrer le puso letra y entre ambos la entronizaron como himno del Buenos Aires tanguero.

Su talento disruptivo provocó un sismo en nuestra música ciudadana y su irrupción generó una de las tantas grietas que nos acompañan a los argentinos, más afectos a la división que a la multiplicación (el día que “hasta el último tren” se coronó por sobre “Balada para un loco” la lluvia de monedas que cayeron sobre Piazzola y Amelita Baltar en el Luna Park quedará grabada en el recuerdo de los memoriosos como el anticipo de lo que sería el inicio de la grieta en el tango).

A pesar de todo, logró que su música llegara a los confines más remotos de la tierra (Europa, Asia y América toda, y que la marca registrada de Argentina, “TANGO”, lo tuviera como uno de sus más conspicuos compositores y promotores.

Valga entonces esta Carta, a modo de reconocimiento para con el Gran Astor Pantaleón Piazzola.

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