Por Hernán Andrés Kruse.-

FRANQUISMO

“El 10 de octubre de 1920 llegó a Ceuta la primera bandera bajo el mando de Franco. José Millán Astray los recibió con un discurso en el que, entre otras cosas, les dijo: “Habéis venido aquí a vivir una nueva vida por la cual tenéis que pagar con la muerte. Habéis venido aquí a morir. ¡Viva la muerte!”. El espíritu de la muerte fue popularmente conocido por ser los legionarios los novios de la muerte, fruto de la canción y luego himno legionario. De hecho, el morir en el combate fue el mayor honor. La muerte no era para nada temible ni tenebrosa, sino una joven bella besando la frente del héroe y derramando flores en derredor: “[…] ¡y ya no volvieron, porque la muerte se enamoró de su bravura y los quiso para ella!”.

La constitución republicana promulgada en diciembre de 1931 declaró que el Estado español no tenía ninguna religión oficial, además de otros aspectos concernientes a la supresión de la presencia de la Iglesia y de la religión en las instituciones. Entre tantos obstáculos, por ejemplo. se requería autorización previa para todo tipo de manifestación en la calle, incluidas las procesiones y los cortejos fúnebres católicos. En enero de 1932 se crearon los cementerios municipales, pasando a depender de la autoridad municipal. Con éstas y sumando las anteriores disposiciones, se produjo una secularización de la calle y de los cementerios, eliminando los privilegios a los católicos.

Cuando los gobernantes – locales o nacionales – no autorizaban cortejos fúnebres católicos, se justificaron de la misma manera que los gobiernos de la Restauración (1874-1902). La rivalidad política entre las diferentes formaciones se simbolizó en cortejos fúnebres, provocando un enfrentamiento aún mayor. El muerto y todo aquello que lo rodeaba pasaba a ser un transmisor de información, consignas y propaganda muy potente. Ésta era una propaganda de choque, de primera línea, cruda y directa. Con la guerra civil (1936–1939) – y aun algunos años antes de ella – la muerte fue una imagen dominante en la formación del universo simbólico español. De allí que el culto a los caídos tuviese rápidamente un puesto central en la liturgia, siendo probablemente la expresión más destacada de la religiosidad secular y de la concepción religiosa de la vida.

El 20 de noviembre de 1936 fue fusilado José Antonio. Franco, para mantener viva la esperanza de su retorno fomentó una seudocanonización política que lo convirtió en el “Ausente”, en una especie de santo patrono del régimen. En 1938 se legitimó el culto al “caído” por antonomasia, aunque informalmente había comenzado a ser atizado ya desde 1936. El régimen franquista adquirió un marcado carácter necrofílico, dando a las honras fúnebres de sus caídos un cariz religioso y patriótico muy acusado. En muchas ocasiones el culto a los muertos adquirió un tono claramente paganizante. A fin de mantener la moral alta, los “nacionales” – y republicanos – se empeñaron en convencer a sus fieles de que la muerte en combate era un acto de servicio, no era una muerte en vano.

De ahí que se presentara una inusual glorificación de la muerte heroica, en el homenaje a los “caídos” o en todas las ceremonias fúnebres con las mismas características. Como se mencionó, los entierros –siempre que resultaran posibles– se convirtieron en actos multitudinarios en los que se exhibían y desplegaban símbolos – banderas, estandartes, himnos – que cohesionaban a la comunidad o a una parte de ella (los que quedaban afuera era vistos como enemigos o rivales). Se pronunciaban discursos, se interpretaba música ad hoc, se usaban calles emblemáticas de la ciudad para el paso del cortejo fúnebre. Este ideal de la “muerte heroica” contradecía la creencia de la religión tradicional, arribando paradójicamente a una nueva religión en la que se mantenían virtudes como la fe, la abnegación, el sacrificio o la entrega, aunque orientadas hacia la Patria, el Movimiento, los camaradas o –sobre todo– hacia el líder”.

“El primer franquismo combinó la administración estricta de la muerte ajena y la mitificación de la muerte propia. La prensa también exaltaba a la muerte. En 1937, en plena guerra civil, Ibarrola publicó un Soneto […] en el periódico La Falange, en el cual idealizaba el “más allá”: ¡Muertos! No, vuestro espíritu es más fuerte… Los vivos envidiamos vuestra suerte que quien la muerte impávido recibe su patria al defender, muriendo vive; vive al morir; su vida está en su muerte. Desde 1937 se celebró el día 29 de octubre la Fiesta de los “caídos”, amalgama de valores nacional–fascistas–religiosos. Las ceremonias funerarias tuvieron el objetivo de fortalecer y legitimar la autoridad, los cadáveres o tumbas ritualmente exhibidos valían como símbolos de aquellas formas de dominio con las cuales habían de vincularse o cuya autoridad se deseaba reafirmar. Los difuntos fueron presentados como un capital simbólico.

Concluido el conflicto español, el recuerdo de los muertos se encontraba más presente que nunca. El articulista Antonio Carbonel Trillo Figueroa afirmaba que los “caídos” por España eran mártires, héroes y santos: “Santo es el que lucha por Dios y por la Patria; y vosotros caísteis por esos ideales”. Otro, Francisco de Cossio, señaló que los muertos mandaban, siendo Franco el depositario de este mandato: “[…] y él […] acepta […] y ofrece al país como el único faro posible para no perdernos […]”.

En febrero de 1940, en Paracuellos de Jarama, se dieron cita un nutrido grupo de españoles “todos los fervorosamente adictos a la España de Franco” para renovar “la alta temperatura del día fundacional” ante seis cadáveres procedentes de las exhumaciones efectuadas para transportarlos al camposanto de los mártires. Fue organizada una comitiva oficial, yendo a la cabeza el clero, seguido por dos armones de artillerías que llevaban los restos “cubiertos con los gloriosos colores de la bandera española”. Lo militar, lo civil, lo religioso y el Movimiento estuvieron representados. El poeta falangista José Pemán dijo en 1942 que no se moría del todo cuando se moría en la guerra, y que nacía más de lo que fenecía: “Las tumbas, en medio del campo, tienen aire de cuna […] La vida que nace de la muerte: la paradoja de la Redención. La misma paradoja de ese; ¡Viva la Muerte!”.

NACIONALSOCIALISMO

“El historiador Uriel Tal afirmó que en el período de entreguerras la política era un fenómeno secular en sociedades modernas y que fue santificada, mientras que la religión –fenómeno sacro– fue secularizada apuntando directamente hacia una religión política. En la ideología nacionalsocialista, Dios se transformó en hombre en sentido político, siendo el führer su líder. La comunicación con éste era de comunión, llevándose a cabo en actos masivos públicos que eran encuentros celebrados como cultos sagrados. De este modo se presentaba al führer como padre de la Patria, hijo de la Raza y espíritu del Pueblo. El mito fue convertido en realidad y ésta adoptó una forma mitológica. Hitler declaró que Dios había hecho Alemania y que él estaba defendiendo su existencia. Como expresó Burrin, detrás de los adornos de esta religión, el nacionalsocialismo – en distinción al fascismo y al comunismo– aspiraba a fundar una etno–religión destinada a llenar el vacío que la desaparición del cristianismo eventualmente crearía y servir como base de su religión política.

El nacionalsocialismo no solo recicló símbolos y temas dispares, sino también los patrones enteros del pensamiento del origen religioso. Durante sus años formativos, el movimiento nacionalsocialista usó una variedad de elementos rituales preexistentes para otorgar legitimidad y crear un sentimiento religioso de unidad y de veneración nacional. Esto fue especialmente notorio en el uso constante de las conmemoraciones de la Primera guerra mundial, así como en el canto del himno nacional, mientras se desplegaban los símbolos del nacionalsocialismo. Maier afirmó que se dieron marchas masivas, desfiles conmemorativos, coros y música, banderas y antorchas aunadas en un profundo dramatismo. El ritual del nacionalsocialismo se fue desarrollando con préstamos de la liturgia cristiana y ligada a las tradiciones militares y folclóricas. A éstas se añadieron apropiaciones formales de los movimientos juveniles, del mundo de la ópera (Richard Wagner) y de la mitología antigua. Este culto se asoció con conmemoraciones y celebraciones nacionales como el ‘Sedanstag’, fundada bajo los signos de la “nacionalización de las masas” y de la glorificación de la guerra y la muerte heroica.

Según Casquete podría clasificarse la historia del culto nacionalsocialista en tres fases: la primera desde 1920 a 1933, cuando Hitler estableció la bandera con la esvástica, creando un nuevo estilo de demostración caracterizado por los uniformes, las banderas, las llamadas y la música. Con la muerte de dieciséis nazis en el abortado golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, el martirio fue transformado en elemento de legitimación, presentándose la bandera ensangrentada de esos caídos como una reliquia sagrada. De hecho, los nazis mostraron esta bandera sólo dos veces al año: en el aniversario del martirio y en los mítines de Reichparty masivo en Nüremberg. En las últimas ocasiones, los nacionalsocialistas promulgaron un ritual elaborado, en el cual las banderas de cada una de las unidades del partido fueron santificadas por el tacto de Hitler, junto con el tacto de la bandera ensangrentada. Los mítines comenzaban con los servicios conmemorativos en honor a los muertos de la Primera guerra mundial, identificando al nacionalsocialismo con el simbolismo de su sacrificio. Alrededor de estos muertos se creó toda una mitología con todas las características de una religión política, conectando argumentos relativos a la resurrección y a la salvación nacional.

Uno de los ideólogos del nazismo, Alfred Rosenberg, publicó El mito del siglo XX (1928) destacando algunas ideas que habrían de guiar este régimen, como el culto al héroe y el recuerdo de los muertos: “la generación venidera verá en un monumento a los combatientes de la Guerra Mundial un signo sagrado del martirio por una nueva fe». Otro ejemplo: en una conferencia a las representaciones económicas de Bavaria el 12 de octubre de 1932, el canciller Von Papen señaló una de las definiciones más clarificadoras del nazismo y la religión política, señalando que lo que daba la naturaleza de religión política era la mística de la fe en el mesías todopoderoso representado en el führer, único capaz de controlar los destinos de la Nación.

La segunda etapa transcurre desde 1933 a 1939 y comienza con la toma del poder y los mitines del partido. Luego de 1935 una verdadera liturgia política se fue desarrollando en torno a los “mártires” del partido y su recuerdo jugó un papel de legitimación preponderante. A ello se agregan las concentraciones nacionalsocialistas que combinaron festivales al aire libre, despliegues militares y celebraciones solemnes. Unos años antes, en 1932, se sumaron a las liturgias banderas y antorchas, mientras se entonaban canciones. A este despliegue se añadieron las precedentes tradiciones de la devoción por los monumentos nacionales y los lugares sagrados como parte integrante del nuevo estilo político. Para muchos la misión de Hitler estaba en consonancia con las doctrinas cristianas, aunque el dictador prefería basar sus acciones y posturas más en mitos y héroes –o como solía llamarlos la “mágica influencia”–, que en la doctrina católica.

Un interesante debate se produjo en 1935, cuando el teólogo Erik Peterson publicó un trabajo llamado Monotheismus als politische Problem como respuesta a la Teología política de Carl Schmitt, republicado un año antes. Luego de una descripción inicial de la teología “primitiva” cristiana y su evolución desde los primeros tiempos, Peterson llegó a la conclusión de que una teología política (como la proclamada por Schmitt) era imposible. Este rechazo incluyó también una negación implícita a la figura del führer. La respuesta de Schmitt llegó muchos años después –cuando Peterson ya había muerto– en la cual proclamaba la inaceptabilidad del rechazo debido a las diferencias de conceptos entre la Edad Antigua y la Contemporánea. Señaló que el prelado dirigente politico de los católicos alemanes, Ludwig Kaas, había publicado a principios de 1933 un artículo en el cual celebraba a Mussolini como un “estadista de vocación interior”. Günther Jacob escribió en 1937 The Confessing Church, y, aunque sin utilizar el término religión política, describió los fundamentos sagrados del nacionalsocialismo, definiéndolos “una religión en el sentido pleno” en un “Estado–Iglesia”.

La tercera etapa ocupa el período de la II Guerra mundial. Fue entonces cuando los festivales del Reich ya no fueron posibles, por lo que comenzó un nuevo tipo de adoración “de la mañana”, establecida en todos los festivales. Ello dio al culto nacionalsocialista un medio para hacer propaganda de su ideología, para integrar a los miembros de la sociedad en la comunidad nacional y, finalmente, para sancionar el poder político del führer. Con el culto a Hitler un elemento pseudo– religioso se hizo patente. Hitler declaró que el nacionalsocialismo era más que una religión, era el deseo de creación de un nuevo hombre. Voegelin confesó que la nueva Ecclesia (Estado) se encontró en lucha con el cristianismo. El pueblo y el führer se encontraban unidos en una sustancia sacral que vivía en ambos, Dios vivía en el hombre mismo y sería por lo tanto posible que el espíritu del pueblo se transformara en la voz de Dios, y a la vez el führer era el portavoz y representante del espíritu del pueblo en fuerza de la propia unidad racial.

En otro de sus escritos, The New Science of Politics, Voegelin dijo que el destino espiritual cristiano del hombre no podía ser representado en la Tierra por un poder político, sólo por la Iglesia. Sturzo se quejó de que los nacionalsocialistas habían reemplazado el saludo católico, “Alabado sea Jesucristo” por “Heil, Hitler” y en relación al calendario afirmó que las referencias a las fiestas litúrgicas cristianas y los nombres de los Santos habían desaparecido, siendo reemplazados por festivales míticos y pre–históricos. La religión política nacionalsocialista inventó una liturgia compleja y sofisticada, en la que aquellos que morían por su idea eran motivo de celebración. Este proyecto de la inmortalidad personalizada pretendió crear y re–crear la integración comunitaria mediante el uso de símbolos fácilmente identificables”.

(*) Pablo Baisotti (Universidad Sun Yat-sen (China): “El culto a la muerte como principal sustento de las religiones políticas” (Revista Estudios (editada por la Universidad de Costa Rica)-2017).

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