Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 21 de septiembre Infobae publicó un artículo de Mónica Gutiérrez titulado “La política en estado líquido”. Escribió la autora: “Milei es un fenómeno mediático. Es nacido y criado como figura pública en los medios masivos de comunicación de los que hoy reniega. El minuto a minuto del prime time lo desvela tanto hoy como en sus primeros escarceos por la tele abierta. Fue el calor de las descarnadas refriegas del paneleo que se ganó un lugar. Hay que reconocer que se posicionó por mérito propio. El economista iracundo, tan basado como sacado, capaz de imponerse a los gritos para ocupar un lugar en los debates, devino un insumo muy precioso para las producciones necesitadas de “good show”.

El meteórico ascenso de Milei a la presidencia es un claro ejemplo de la mediatización de la política. En efecto, el economista libertario no necesitó contar con el apoyo logístico de ninguna estructura partidaria a nivel nacional ni de poderosos sindicatos para obtener la histórica victoria en el ballottage del año pasado. Su estructura de apoyo fueron los grandes medios de comunicación que hipnotizaron a millones de argentinos con el slogan “Milei o la casta”. El voto a Milei fue, por ende, eminentemente emocional, basado en el odio al kirchnerismo en general y a Cristina en particular. A Milei no lo votaron por sus ideas anarcocapitalistas sino porque fue considerado el instrumento más adecuado para echar a Cristina del gobierno, para aplastar al enemigo.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Sebastián Moreno Barreneche (Facultad de Administración y Ciencias Sociales-Universidad ORT-Uruguay) titulado “La mediatización de la política como amenaza al sistema democrático: una aproximación crítica basada en el estado actual de la investigación” (2021). La llegada de Milei a la Casa Rosada no hace más que confirmar el título del paper. A continuación paso a transcribir la parte del escrito en el que el autor explica por qué la mediatización de la política es una amenaza para la democracia.

EL CAMPO POLÍTICO: DISCURSO, COLECTIVOS Y MEDIATIZACIÓN

“La mediatización es entonces un meta-proceso que abarca diversas áreas de la vida social, por lo que se podría afirmar que se trata de un fenómeno con un alto grado de portabilidad. En esta sección se presentará el fenómeno de la mediatización de la política, un campo específico de la realidad social, para identificar algunos aspectos que permitirán argumentar por qué este fenómeno tiene efectos nocivos para la democracia. Sin embargo, antes de avocarnos a esa tarea, es preciso discutir el carácter discursivo de esta actividad social para entender cómo la mediatización potencia ciertos de sus rasgos distintivos.

Ya en 1932, Carl Schmitt proponía que lo que distingue al campo político de otras áreas de lo social es una relación adversativa de base entre “amigos” y “enemigos”. En la obra del autor, estos colectivos surgen a partir de la creencia sobre quiénes podrían defender los mismos intereses políticos que uno. Con el paso de los años, la propuesta de Schmitt fue retomada en el campo de la teoría política por autores como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes han trabajado en desarrollar una teoría discursiva para la comprensión de los fenómenos políticos. Para Laclau, por ‘discurso’ debe entenderse “un complejo de elementos en el cual las relaciones juegan un rol constitutivo”, una premisa de cuño estructuralista que también aparece en el trabajo de Mouffe, para quien lo político se articula a partir de una dicotomía entre las categorías excluyentes de Ellos y Nosotros, que cobran sentido a partir de su diferencia constitutiva: según Mouffe, a nivel político “la afirmación de una diferencia es una precondición de la existencia de [la] identidad”. La diferencia –y en particular la diferencia entre colectivos–es entonces un aspecto central en la teoría discursiva de Laclau y Mouffe sobre lo político.

De manera más o menos contemporánea a la formulación de la teoría de la pareja argentino-belga, Eliseo Verón daba forma a la suya sobre los discursos sociales, al mismo tiempo que estudiaba de manera específica el campo político. Ya en 1987, Verón argumenta que el campo discursivo de lo político se caracteriza por su articulación polémica, la que se plantea entre colectivos de identificación subyacentes a la enunciación: para el autor, este campo “implica un enfrentamiento, relación con un enemigo, lucha entre enunciadores”, a lo que, en sintonía con la propuesta de Mouffe, agrega que “la enunciación política parece inseparable de la construcción de un adversario”. Su planteo, por lo tanto, también refleja las ideas de Schmitt, quien hizo de las identidades colectivas la base del funcionamiento del campo político.

En una línea similar de argumentación, Paolo Fabbri y Aurelia Marcarino sostienen que el discurso político es “un discurso de guerra cuya potencia se define por los adversarios en campo”, por lo que se trata de un discurso “polémico conflictual”. Según el enfoque discursivo de Verón, lo que interesa al lidiar con el campo de lo político es el estudio de los procesos de intercambio discursivo, ya que en la enunciación quedan las marcas de los colectivos con los que los actores políticos se identifican, así como aquellos de los que se distancian. Es en este sentido que, para Verón, lo que caracteriza al campo discursivo de lo político es que se trata de la instancia social en la que se gestionan los colectivos identitarios en el largo plazo. Esto es así porque, como propone Dardo Scavino, mediante el uso del ‘nosotros’, “el sujeto de la enunciación de los verbos conjugados en primera persona ‘amplificada’ encarna aquella persona ficta: un personaje que, cuando habla, dice ‘nosotros’, está hablando como portavoz del conjunto en que se incluye”, a lo que agrega que “quien tiene la autoridad para hablar en nombre de algún conjunto […] tiene que silenciarse como persona singular, dejando de lado sus sentimientos, impresiones o deseos personales”. Por lo tanto, para Scavino “antes de una oposición ‘nosotros/ellos’, el discurso político supone una oposición entre dos ‘personas subjetivas’, ‘nosotros/yo’, la una caracterizada y la otra no caracterizada”.

De manera similar, Verón proponía que en el discurso político son rastreables al menos tres colectivos de identificación, según el posicionamiento de quien enuncia respecto a ellos: el prodestinatario, el contradestinatario y el paradestinatario. El prodestinatario, que es el colectivo de identificación por excelencia, se caracteriza por el uso de un “nosotros inclusivo” mediante el cual el enunciador busca reforzar la adhesión a las ideas que defiende. El contradestinatario, por el contrario, es la construcción imaginaria y discursiva de un Otro, el enemigo, con quien se intentará polemizar. Finalmente, al paradestinatario, que no es ni partidario ni opositor, se lo intentará persuadir, para que adhiera a las ideas del ‘nosotros’. En síntesis, el campo político es uno en el que la realidad social es construida a partir de la producción, circulación y consumo de discursos sociales. Por lo tanto, no se trata de un campo discursivo de corte representativo, sino de uno “de campo”, orientado a producir efectos de realidad y a transformar de algún modo tanto a las personas (sus creencias, sus emociones) como a las relaciones entre ellas.

Este proceso discursivo se articula en la forma de una polémica entre actores colectivos, que son imaginados como unitarios y homogéneos. Dado que el significado de las identidades políticas colectivas solo puede emerger de manera relacional y a partir del establecimiento de diferencias, la brecha –o grieta– entre estas parece ser una condición inevitable para la articulación del campo político, como señalaba Schmitt. Esto abre el campo para la emergencia de una lógica conflictiva que, si no es gestionada de manera adecuada en la esfera pública, puede devenir en los males de la polarización y fanatismo ‘blando’, que no hacen más que acentuar esas diferencias que son constitutivas del campo político. Para Mouffe, tiene sentido hablar de una relación agonística y de otra antagónica entre actores políticos, según cómo se conciba al Otro: como rival legítimo al que vencer o como enemigo al que destruir, respectivamente.

Al final de “La palabra adversativa”, de 1987, Verón refiere a la mediatización de la política. Allí, el autor propone que se trata de un proceso que “afecta a todos los discursos sociales, y el discurso político en particular” y agrega que, “lejos de provocar, como se ha pretendido, una simplificación o una ‘unidimensionalización’ de los discursos, la mediatización de las sociedades democráticas vuelve las estrategias discursivas cada vez más complejas”. Esto es el caso porque el discurso político, originalmente oral y posteriormente escrito, a partir de la modernización de las sociedades occidentales y de la difusión de los medios masivos de comunicación cuenta con otros soportes para la construcción de la esfera pública y, con ella, de los colectivos de identificación que darán lugar a la estructura polémica entre Ellos y Nosotros. Así, durante las décadas de 1980 y 1990, la televisión se volvió un objeto de estudio por excelencia, mientras que, actualmente, las redes sociales digitales como Twitter, Facebook e Instagram han despertado el interés de investigadores por el tipo de fenómenos de circulación de discursos y construcción de realidad que facilitan.

Verón fue, entonces, pionero en identificar el fenómeno de mediatización de la política, al que posteriormente otros investigadores se avocaron. Esser y Strömbäck definen a la mediatización de la política como “un proceso de largo plazo mediante el que ha aumentado la importancia de los medios y sus efectos en los procesos, las instituciones, las organizaciones y los actores políticos”. Para los autores, se trata de un proceso complejo en el que cuatro dimensiones deben ser tenidas en cuenta: las fuentes de información, la autonomía de los medios, las prácticas mediáticas y las prácticas políticas. Entre ellas, las últimas dos son particularmente interesantes para una perspectiva semióticodiscursiva: si bien el fenómeno de la mediatización de la política es un proceso por el cual la actividad política tiene mayor apoyo en y/o dependencia de los medios (masivos, como la televisión, y digitales, como las redes sociales), esta cambia y se rige cada vez más por la lógica de los medios, a través de lo que se ha denominado, por ejemplo, ‘política pop’ (Mazzoleni y Sfardini) o ‘video-política’ (Sartori).

Como afirmaban Mazzoleni y Schulz, los medios tendrían un “efecto mutagénico” en las prácticas sociales que hacen del campo político uno específico. Sin embargo, si bien es cierto que a partir de la incorporación de la lógica mediática a la acción política emergen nuevas prácticas e imaginarios sociales, la mediatización de lo político no hace más que acentuar el carácter discursivo señalado por Schmitt, Laclau, Mouffe y Verón, como si se tratara de un efecto fotográfico digital que permite intensificar la saturación, el brillo y/o el contraste de la imagen original. En este sentido, si actualmente la mediatización de la política preocupa es porque se considera que esa manipulación fotográfica produce unos efectos de sentido que atentan contra la esencia de lo político, un campo social que, siguiendo una fuerte tradición de pensamiento occidental, debería orientarse al diálogo, al debate y al consenso.

En un texto seminal de 1999, Gianpietro Mazzoleni y Winfred Schulz sostenían que la política mediatizada es aquella que “ha perdido su autonomía, se ha vuelto dependiente en sus funciones centrales de los medios masivos y es continuamente moldeada por las interacciones con estos”. Ese artículo, publicado en 1999, otorgaba un rol central a los medios masivos (en especial a la televisión). Verón, por su parte, señalaba en la misma época que “en el proceso de mediatización de lo político, la función de la televisión fue al comienzo enriquecer la comunicación política y por lo tanto aumentar la complejidad de esta última”, aunque posteriormente el efecto haya sido otro: “en la mediatización de lo político, es lo político lo que ha perdido terreno en relación con los medios: tratando de lograr el dominio de los medios a toda cosa, los políticos perdieron el dominio de su propia esfera”.

A partir de los cambios tecnológicos recientes, no llama la atención que desde la academia se haya decretado el pasaje a una nueva fase de la mediatización de la política, en la que las redes sociales digitales juegan un rol central. Como sostiene Ana Slimovich, esta estaría caracterizada por “la imbricación de la política en las redes sociales, operaciones de digitalización de lo político, múltiples relaciones entre las lógicas mediáticas y las de las redes sociales en la construcción del discurso político y procesos de interacción entre gobernantes y gobernados sin que los periodistas actúen como intermediarios”. En relación a la constitución de colectivos de identificación, la autora afirma que en la sociedad hipermediatizada “se generan colectivos que surgen desde las redes sociales, ascienden a los medios masivos y generan quiebres de sentido en las intersecciones entre los sistemas de mediatización, al mismo tiempo que se da una ampliación y cambios en los enunciadores”.

Estas nuevas prácticas han conducido a que la ciencia política discutiera conceptualmente qué significa participar políticamente, así como qué prácticas constituyen formas de participación política en red u online. Más allá de los cambios en las prácticas de uso mediático tanto por parte del electorado como de los actores políticos, para Mariano Fernández, “la problemática de la mediatización de la política se centra en el desplazamiento de los espacios de conformación de lógicas de identificación, de producción de colectividades identificantes”. Fiel al planteo de Verón, Fernández sostiene que “la discusión tiene que ver con las lógicas de funcionamiento de las instituciones políticas y las instituciones de medios para gestionar, a lo largo del tiempo, identidades colectivas”. Se trata de un aspecto que ya señalaba Verón cuando denunciaba que la política se estaba viendo invadida por una lógica que le es ajena: la del marketing, que es una orientada al corto plazo, mientras que la política, por su naturaleza discursiva de gestión de las identidades colectivas, es una de largo plazo: para Verón, “asistimos, por un lado, a la decadencia del campo donde se ejercía la gestión de los colectivos de largo plazo (el de lo político) y, por otro, al dominio creciente de otro campo (el de los medios) esencialmente orientado por la gestión de los colectivos de corto plazo”.

Es precisamente por esta invasión de una lógica a un campo al que no pertenece que se puede concebir a la mediatización como una patología social, una categoría analítica que, como señala Martín Fleitas González, resulta útil para “identificar bloqueos experienciales de la agencia individual que son involuntariamente generados por algunas estructuras sociales”. En su libro El asedio a la imaginación, Gustavo Pereira concibe a las patologías sociales como “procesos sociales negadores de la libertad individual y social que acompañan a los procesos de racionalización social que están orientados a expandir tal libertad”, caracterizados por dos aspectos: por un lado, se trata de dinámicas sociales anónimas, independientes de los agentes que las implementan; por el otro, son resultado de “procesos de reproducción social que imponen un tipo de racionalidad práctica en espacios sociales ajenos a ella”, esto es, una racionalidad instrumental que distorsiona la comprensión intersubjetiva de esos espacios.

Algunos ejemplos de patologías sociales son la burocratización, el consumismo y la monetarización. Respecto al primer aspecto, Frank Marcinkowski y Adrian Steiner consideran a la mediatización un proceso supra individual, es decir, uno que trasciende a la agencia individual. Respecto al segundo, al verse invadida por la lógica del marketing, que es una orientada a seducir, generar adhesión y a vender a candidatos e ideas como si fueran productos, la persuasión se vuelve el componente central del discurso político, por lo que se podría argumentar que, de los tres colectivos identificados por Verón, solo quedaría activo el paradestinatario, a quien hay que convencer mediante estrategias discursivas guiadas por la lógica del target articuladas en torno a estrategias publicitarias: para Verón, “quien habla hoy de ‘comunicación política’ tiene en cuenta […] cuestiones concernientes a la imagen mediatizada de los políticos, y al rol de los “consultores en comunicación” que aconsejan a los políticos”. Por eso, según Verón el problema de la mediatización de la política radica en que la lógica de identificación que es característica de la actividad política se ve invadida por una en la que “los medios absorben los diferentes sectores de la producción de discursos sociales (informativos, estéticos, políticos, religiosos, lúdicos, literarios, de vulgarización científica, etc…) y los incorporan al conjunto de una oferta discursiva puramente determinada por el cálculo costo/beneficio”.

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