Por Malú Kikuchi.-

Desde finales decimonónicos Argentina fue la tierra prometida para los desesperados con hambre de comida y de trabajo. Se convirtió con los EEUU en un país receptor de migrantes y de sus ilusiones.

En la mayoría de los casos esas ilusiones se convirtieron en realidad. La educación pública de excelencia, gratuita y obligatoria (la maravillosa ley Nº1420 de Roca en 1884) hizo posible el sueño de *“m´hijo el dotor”.

Con trabajo y esfuerzo, todo ello basado en la meritocracia y el respeto a la Constitución Nacional, los migrantes ayudaron a hacer crecer una Argentina dispuesta a hacerlo sobre bases sólidas.

El país creció. Fue la admiración del planeta, se ubicó entre las naciones más importantes del mundo. Su Producto Bruto Interno, PBI era más alto que el de toda Sudamérica sumada. Argentina era un gran país.

Lástima que por culpa del populismo y sus demenciales políticas los verbos queden en el pasado. Lástima el “era”. Ya no lo es. Porque Argentina no sólo expulsa, echa y despide empresas extranjeras y quiebra pymes locales.

Las empresas aeronáuticas marcaron el camino del exilio de Argentina. Lo hicieron Alitalia, British Airways, Emirates, Cubana de Aviación, Qatar Airways, Ethiopian, Air Canada, Air New Zealand (low cost), Sky y las brasileñas Gol y Azul.

También se fueron la cadena de supermercados Wall Mart; la chilena Falabella; Dr. Martens (inglesa, más de 100 años en Argentina, fábrica de zapatos); Eli Lily (EEUU) farmacéutica; Alicorn, productos de cuidado personal y de limpieza del hogar; Base, pintura para automotrices; PPG, empresa global de pintura; Axalta (EEUU) química; Raizen Gas, gas licuado; el banco brasileño Itaú y ahora la empresa española textil, Zara.

Se fueron Nike y Asics (zapatillas); Brightstar (EEUU) celulares fabricados en Tierra del Fuego y Glovo, empresa de delivery. Estas últimas tienen operadores en el país.

El país también destierra y exilia a profesionales mal pagos que emigran hacia otros rumbos. Un médico que hace una guardia en Chile, cobra por esa única guardia lo que cobraría por cinco guardias en Argentina.

La educación pública no sólo ha dejado de ser de excelencia, ha pasado a ser lamentable. No hay más maestros, han sido remplazados por trabajadores de la educación. Un tal Baradel la maneja.

El resultado es la ausencia de clases con cualquier pretexto, calor o frío, el día del guanaco o el de la tortita negra. Los que enseñan no sólo no saben sino que se dedican a hacer militancia política con los chicos.

Aquellos afortunados que pudieron estudiar y tienen comprensión de textos (un milagro), los que fueron a la universidad y se recibieron, diploma bajo el brazo parten al exilio hacia los países de donde salieron sus antepasados.

También Argentina expulsó la educación pública. Esa que la hizo grande, la bandera que la distinguió en el mundo durante muchos años. Porque no importan las riquezas naturales, importa la educación de las personas.

Argentina, país enterrado en un populismo cerril y empobrecedor, también ha echado de mala manera su moneda, el vapuleado $ peso, que ya venía sacándole (al peso moneda nacional) 13 ceros.

El país se desespera por tener dólares, desde el gobierno hasta los simples ciudadanos. No hay. Pasaron largamente la barrera de los $500 por un solo dólar, deseado y muy difícil de conseguir. Echar la propia moneda es para el Guiness.

En el resto del mundo, en casi todos los países, incluyendo los de la región, las monedas se aprecian. El peso argentino se deprecia cada día un mucho más. Y el verbo depreciar viene de despreciar, es lo que están haciendo los argentinos con su moneda. Obligados por el gobierno.

En 1986 Borges le escribió a Manucho Mugica, “Tuvimos una patria y la perdimos los dos”. La perdieron los argentinos. En un año electoral, las elecciones abren ventanas a la esperanza. Se puede recuperar la Patria.

En 1912, a partir de la ley electoral Nº 8.871, su autor, el Presidente Roque Sáenz Peña le dijo a los argentinos, “Quiera el pueblo votar”. Hay que votar, es la única arma lícita de los ciudadanos.

* “M’hijo el dotor” (1903) obra teatral del uruguayo Florencio Sánchez.

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