Por Hernán Andrés Kruse.-

El 13 de mayo se cumplió el centésimo primer aniversario del nacimiento de uno de los más relevantes politólogos del siglo veinte. Giovanni Sartori dejó como legado intelectual obras de gran relevancia científico-políticas, como “Partidos y sistemas de partidos”, “La política: lógica y método en las ciencias sociales” y “Teoría de la democracia”. Fue profesor de Historia de la Filosofía Moderna, Lógica y Doctrina del Estado a partir de 1946, de Filosofía Moderna (1950-56), de Ciencias Políticas (1956-63) y de Sociología (1963-66) de la Universidad de Florencia. También ejerció la docencia en el Instituto Universitario Europeo (1974-76) y en la Universidad de Stanford (1976-79). Fue nombrado profesor Albert Schweitzer de Humanidades en la Universidad de Columbia (1979/94) y Profesor Emérito de la Universidad de Florencia. Varias universidades el otorgaron el doctorado honoris causa: la Universidad de Guadalajara, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Georgetown, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad del Salvador (Argentina) (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo del profesor de la Universidad de Boloña Angelo Panebianco titulado “Sartori y la ciencia política”. Explica con un gran poder didáctico la enorme contribución de Sartori a la ciencia política contemporánea.

TEORÍA POLÍTICA Y MÉTODO COMPARADO

“Me han dejado la tarea, de la cual estoy agradecido, de escribir sobre la teoría política de Giovanni Sartori. Iniciaré con una afirmación que puede parecer extraña sólo a quienes no conocen la obra de Sartori, lo que quiere decir que en este autor la teoría política coincide en gran parte con la metodología de la ciencia política. La teoría política en Sartori es inseparable de la metodología; no se puede hablar de una sin hablar también de la otra. Subrayaré también que esta particular combinación de teoría y metodología es, conjuntamente a la teoría de la democracia y la teoría empírica de los sistemas de partido, la contribución más importante de Sartori a la ciencia política, es lo que ha dejado más huella de su modo con el cual los científicos políticos piensan la política, sobre las categorías que utilizan para pensarla.

Una vez Sartori, en un ensayo famoso (Quale teoria), definió como tertium genus la teoría política distinguiéndola tanto de la filosofía política como de la ciencia política. En aquella interpretación de Sartori, la teoría política era un género que preparaba y mediaba el pasaje de la filosofía política a la ciencia política: la teoría política era entendida como un modo autónomo (ni filosófico ni científico) de mirar a la política. La obra de Maquiavelo era indicada como ejemplo de eso que, según Sartori, debía entenderse por teoría política. Sartori concluía sosteniendo que la teoría política terminaría, antes o después, reabsorbida por la ciencia política, admitiendo que esta última llegase a consolidarse definitivamente como disciplina científica.

No sé si esta previsión de Sartori se realizará algún día, pero pienso que, en la fase en la cual vivimos (y supongo que Sartori estará de acuerdo conmigo), la previsión o la deseable reabsorción aún no se ha realizado. Por esta razón, la teoría política, precisamente como ha sido entendida (y practicada) por Sartori, sigue teniendo, para la ciencia política, una grandísima relevancia; aún más, queda como su guía indispensable. Una ciencia política empírica que no esté guiada por la teoría política en el sentido con el cual Sartori la entiende es una ciencia política inevitablemente ciega y condenada a la irrelevancia científica.

Para entender como ha sido posible que Sartori escogió realizar una relación estrecha entre su propuesta metodológica y la teoría política, es necesario situar históricamente el discurso de Sartori y tomar en cuenta los polémicos objetivos contra los cuales su elaboración teórica se ha dirigido (Sartori, además, jamás ha escondido que el pensar en contra de, el pensar polémicamente, es un aspecto central, constitutivo, de su modo de trabajar). Los blancos de Sartori, en particular en los años cincuenta, sesenta y los primeros años setenta (cuando elabora y pone a punto su posición teórico-metodológica) son esencialmente dos: el primero “nacional”, italiano; y el segundo, internacional. El blanco italiano es la cultura idealista, aún muy fuerte en aquellos años, aquella que devaluaba, tratándolo con suficiencia, todo aquello que era “meramente empírico” y que polemizaba con la ciencia política, y las ciencias sociales en general, en nombre y por cuenta de la filosofía. Pero sobre esto no quiero detenerme. Es un aspecto relevante para situar algunas polémicas intelectuales de Sartori, pero no nos sirve para entender la empresa real y el verdadero interés de su posición teórico-metodológica por la ciencia política.

Mucho más importante es el segundo blanco que es, pero en un modo que deberé enseguida precisar, el comportamentalismo (dominante en la ciencia política internacional de aquellos años) o con mayor precisión, determinados defectos y determinadas patologías del comportamentalismo. La relación de Sartori y el comportamentalismo es seguramente una relación compleja. Por un lado, es evidente que Sartori aprueba y aprecia del comportamentalismo el aire nuevo que ha llevado a la ciencia política. Aprueba y aprecia el intento de hacer de la ciencia política una auténtica ciencia empírica que estudie los comportamientos políticos antes que detenerse sobre los aspectos jurídicoformales de la política. Digamos que Sartori aprecia del comportamentalismo su intento científico y su polémica en contra del institucionalismo (de viejo cuño), dominante en la ciencia política del pasado.

Por otro lado, sin embargo, es igualmente evidente que Sartori quiere reaccionar, y reacciona a su manera, o sea con gran ímpetu, en contra de aquellos que le parecen los mayores defectos de la investigación de inspiración comportamentalista. Es contra las debilidades de aquel comportamentalismo que Sartori arroja sobre la mesa su propuesta, concentrada totalmente sobre el correcto uso del instrumento lingüístico, sobre la formación de los conceptos, sobre el correcto uso del método lógico. En este cuadro, como veremos, la teoría política se ocupa sobre todo, y antes que nada, de la elaboración de los conceptos (trátese de democracia, de ideología, de opinión pública, de representación política, etcétera), entendida como actividad preliminar, indispensable para la investigación empírica.

Sartori reacciona sobre la a-teoricidad de una parte relevante de la ciencia política comportamentalista, a-teoricidad que se revela particularmente en el modo ingenuo, desgarbado, descuidado, con el cual tantos científicos políticos manejan materiales delicadísimos como los conceptos, las clasificaciones y, naturalmente, las elaboraciones teóricas. El primer punto de Sartori es que sin un correcto uso del lenguaje, la ciencia no puede ir a ninguna parte. El problema prioritario consiste en la distinción entre los distintos lenguajes, aquel ordinario y aquellos especializados, y entre los distintos usos del lenguaje. Saltándome muchos pasajes intermedios, recuerdo que Sartori, una vez que ha hecho la distinción entre lenguaje emotivo y lenguaje lógico, procede posteriormente a estimular una ulterior y fundamental distinción, esta vez dentro del lenguaje lógico: es decir, entre un lenguaje lógico que tiene una finalidad empírico-científica y un lenguaje lógico especulativo-filosófico.

El parteaguas, que posteriormente será el parteaguas entre la ciencia y la filosofía, se encuentra en su totalidad en el tratamiento de los conceptos: el conocer especulativo-filosófico puede incluso contentarse con conceptos vagos, los cuales es vaga la relación entre el significado y el referente. En cambio, la ciencia tiene necesidad de tratar los conceptos en modo de eliminar la ambigüedad (o sea, hacer explícita, clara y unívoca la relación entre palabra y significado) y en modo de reducir lo más posible la vaguedad a través de una correcta operacionalización del concepto. Aquí ocupa un espacio crucial (incluso porque, como veremos, se trata de uno de los instrumentos necesarios para la comparación) la cuestión de la escala de abstracción y, por eso, de la correcta relación por instituir entre connotación y denotación de los conceptos.

Nótese un aspecto que Sartori trata casi en passant, pero que, a mi juicio, es muy importante y que, entre otras cosas, al menos sobre este punto, acerca muchísimo la posición de Sartori a la de Max Weber. En efecto, Sartori, mientras está abordando cuestiones de lógica, rápidamente después de haber ilustrado las características de los conceptos (la tríada palabra, significado, referente), en un determinado momento, hace la siguiente afirmación: la diferencia crucial entre las ciencias sociales y las ciencias naturales es que las ciencias sociales tienen que vérselas con animales simbólicos, no con objetos inanimados como es el caso de la mayor parte de las ciencias naturales o animales desprovistos de impredicibilidad simbólica como es el caso de la zoología. Cuando el referente de nuestros conceptos (es esto, por decirlo de algún modo, el pasaje weberiano) está constituido por hombres, el resultado es que el referente, en sustancia, es otra tríada compuesta por palabras/significados/referentes multiplicada al infinito (por el número de hombres que observamos) e interactuante al infinito (a partir del número posible de relaciones entre ellos). El tratamiento de los conceptos es un aspecto crucial de aquel método lógico, tan descuidado por la ciencia política cuando Sartori escribía estas frases.

El segundo aspecto crucial está dado por la lógica clasificatoria. Correcto tratamiento de los conceptos y correcto uso de la lógica clasificatoria son para Sartori condiciones necesarias, aunque no suficientes, de una buena investigación empírica. La importancia estratégica de la lógica clasificatoria depende del hecho de que la ciencia política, al igual que las otras ciencias sociales (pero en esto a semejanza de algunas ciencias naturales, como la zoología o la botánica), es precisamente una ciencia clasificatoria. Y una ciencia clasificatoria está obligada a realizar un uso riguroso, más aún rigurosísimo, de la lógica clasificatoria. Observo de paso que esto es también el corazón de la lección de Sartori sobre el método comparado. No se hace buena comparación si no se tratan los conceptos en modo de hacerlos viajar correctamente de un contexto al otro, y no se hace buena comparación si no se clasifican preliminarmente en modo correcto los “objetos” que quisiéramos comparar. Pero de la comparación en Sartori hablaré un poco más adelante en modo pormenorizado.

Hoy el discurso metodológico de Sartori es, al menos formalmente, aceptado. Podemos decir que la ciencia política ha asimilado, al menos oficialmente, esta lección. Pero ello no era así cuando Sartori escribía estas tesis. En ese entonces, la ciencia política procedía a lo más en modo muy confuso. Había descubierto la comparación hacía poco tiempo, se había ido a “viajar” incluso por fuera del mundo occidental, pero lo hacía con frecuencia mal, manejando mal los conceptos y con clasificaciones inadecuadas. Más aún, había descubierto también poco tiempo después las ventajas de la cuantificación y se dedicaba a medir, más o menos desatinadamente, variables de cualquier tipo, perdiendo sin embargo de vista –era esta la enseñanza de Sartori en ese entonces– que sin una instrumentación lógica adecuada, la cuantificación no hace crecer para nada la cientificidad de la investigación: al contrario, nos inunda de datos sin darnos ningún conocimiento auténtico.

La lección metodológica de Sartori no se detiene aquí. Otros aspectos importantes, según creo, aluden a su concepción de la causalidad y la elección de valorizar el lugar central que en la ciencia política mantienen las teorías que Robert Merton definió como de medio rango. En la época en la cual Sartori escribía sus primeros ensayos metodológicos, en la ciencia política dominaba la llamada concepción fisicalista de la causalidad. Sartori objeta aseverando que es necesario distinguir entre determinación e indeterminación causal. En ambos casos, hay explicación causal pero, por ejemplo, en el primer caso se llega al determinismo particular del modelo fisicalista y en el segundo no. Es una diferencia entre tipos de explicación causal. En el caso de la determinación causal (particular de algunas ciencias naturales) la causa C es condición necesaria y suficiente del efecto E; en el caso de la indeterminación causal (particular de las ciencias sociales) se pueden individuar sólo causas que sean condiciones necesarias, pero no suficientes. Esto significa que dada la causa C es probable que consiga el efecto E. La razón de ello tiene que ver con la naturaleza simbólica del referente constituido por hombres, en cuanto tales en grado de reaccionar en modo impredecible y, por consiguiente, no necesariamente predeterminado.

En otra ocasión, Sartori escribirá, siempre sobre el papel de la causalidad, que la diferencia entre ciencias naturales y ciencias sociales es que allá en donde encontramos aquellos animales simbólicos que son los hombres, siempre encontraremos una indeterminación. Y según Sartori, ello también explica el fenómeno de las reacciones previstas observado por Carl Friedrich, o sea la inversión temporal entre la causa y el efecto, la circunstancia por la cual los hombres reaccionan no sólo a los eventos, sino también a las expectativas de eventos. Estas tesis de Sartori, hoy pacíficamente aceptadas por muchos, no eran para nada pacíficas cuando las escribió.

El último aspecto de la posición metodológica de Sartori sobre el cual quisiera llamar la atención es la fuerte valoración de la importancia de las teorías de medio rango. En abstracto, Sartori no niega, naturalmente, la posibilidad de teorías generales, ni niega la importancia en las ciencias sociales de las explicaciones ideográficas, sino que su enfoque lo lleva a privilegiar estrictamente las teorías mertonianas de medio rango: tanto porque la ciencia política no está lista aún, quizás jamás lo estará, para teorías generales, como porque las explicaciones estrictamente ideográficas son inevitablemente de bajo contenido de cientificidad. Y lo son porque se substraen a la posibilidad de controles empíricos serios.

La importancia de las teorías de medio rango está, por su parte, estrechamente conectada con la importancia asignada por Sartori al nivel intermedio de la escala de abstracción en el tratamiento de los conceptos. En efecto, es este nivel intermedio en donde son colocados los conceptos de clase, los conceptos por genus et differentiam, y por lo tanto las taxonomías. Es en este nivel en donde se realiza un equilibrio entre denotación y connotación de los conceptos. Es en este nivel que se colocan las teorías de medio rango. El punto de Sartori es que es en este nivel particular en donde se desarrolla si se quiere llenar el vacío en virtud del cual los científicos políticos se encuentran con mucha frecuencia oscilando entre categorías universales (con un alto nivel de abstracción) y observaciones descriptivas (con bajo nivel de abstracción).

La estructura de sustento de la escala de abstracción es, según Sartori, el nivel intermedio y es aquí, en este nivel, que es importante sobre todo trabajar con los ejercicios clasificatorios, con la comparación entre casos relativamente homogéneos, y con las teorías de medio rango cuya elaboración este tipo de comparación puede permitir. Más allá de sus tesis metodológicas, naturalmente la preferencia y el interés de Sartori por las teorías de medio rango se deduce de su misma investigación. Su más importante teoría empírica sobre los sistemas de partido, tiene precisamente las características de una teoría de medio rango. Resumiendo, Sartori “confronta” la teoría y todo aquello que permite su construcción: el uso correcto del lenguaje, la formación de los conceptos, la lógica clasificatoria, ya que está convencido de que sin esta confrontación la investigación empírica no puede llevarnos a la generación de nuevos conocimientos.

Debo hacer ahora un pequeño paréntesis. Aquí he enfatizado de la lección metodológica de Sartori sobre todo aquello que tiene relación con la teoría y la relación entre teoría e investigación. Sin embargo, debo recordar que en Sartori también tiene un grandísimo espacio no sólo la reflexión sobre la relación entre teoría e investigación, sino también entre teoría y praxis y, por ello, toda su elaboración sobre la ciencia política como saber aplicable. No he tratado y no trataré este aspecto. En realidad no toco este aspecto ya que al no ser un promotor de la tesis de la aplicabilidad de la ciencia política, en el significado preciso que Sartori le da al término aplicabilidad no me siento la persona más idónea para hablar sobre ello. En efecto, creo que las ciencias sociales ejercen o pueden ejercer una influencia más o menos grande (incluso con efectos, con frecuencia, del todo impredecibles) sobre las actitudes y sobre los comportamientos de los actores sociales, pero no voy más allá de esto. Se puede decir que este es el único punto sobre el cual disiento de Sartori y he aquí pues porque prefiero concentrarme sobre aquello que, en cambio, comparto. Ciertamente, comparto el modo con el cual Sartori entiende la teoría y la relación entre teoría e investigación. Y pienso que los científicos políticos cometerían un grave error si creen poder prescindir de la lección de Sartori sobre estos aspectos.

COMPARACIÓN Y TEORÍA POLÍTICA

“Sartori se ha ocupado infinidad de veces de la comparación. Lo hizo, en primer lugar, en el ensayo “La política comparada: premisas y problemas”, con el cual se abre el primer fascículo de la Rivista italiana di scienza politica en 1971. Con la distancia de veinte años, en 1991 Sartori regresa sobre el argumento para hacer un balance y una actualización. En esta sede, el discurso de Sartori sobre la comparación nos interesa por sus conexiones, implícitas y explícitas, con la teoría política. Haré referencia, por cuestiones prácticas, al ensayo de 1991. En él son recuperadas precisamente y profundizadas las tesis ya expuestas veinte años antes. Sartori inicia sus reflexiones recordando el pésimo estado de salud de la investigación comparada.

Recuerda, por ejemplo, que en las universidades y en los centros de investigación de los Estados Unidos (que es a su pesar el país que guía la ciencia política internacional) se ha impuesto la malísima costumbre de entender la comparative politics como sinónimo de “estudio de países extranjeros”. El panorama académico, por lo que respecta a la ciencia política, aparece de este modo dominado por legiones de norteamericanistas, estudiosos del sistema político norteamericano, muy parroquiales y metodológicamente muy poco sofisticados, al cual se le agrega un grupo numeroso de presuntuosos cultores de comparative politics igualmente parroquianos y poco sofisticados, los cuales estudian simplemente a los “otros” países.

Así pues resulta extraño por la conciencia de muchos científicos políticos en Estados Unidos, pero también más allá de este país, el hecho de que la “comparación” es, en su esencia, un método de control de hipótesis y generalizaciones, por lo que, en ausencia de “control comparado”, ninguna explicación que respecta la política norteamericana (o francesa o china, etcétera) puede considerarse verificada y corroborada. Por consiguiente, la comparación es un método de control (a pesar de que es más débil que otros métodos de control como el método experimental y el método estadístico) y es indispensable para establecer la verdad o la falsedad de las generalizaciones manejadas por los científicos políticos.

Confirmado el aspecto indispensable de la comparación para la ciencia política, Sartori rápidamente observa que la comparación presupone la clasificación. En efecto, para comparar y por lo tanto controlar empíricamente nuestras hipótesis, debemos asumir que los objetos de la comparación sean similares en determinados atributos (o propiedades) y distintos en otros atributos (o propiedades). La clasificación sirve precisamente para volver “iguales” (o por lo menos, similares) los objetos respecto a ciertos atributos/propiedades, permitiendo confrontarlos en relación a otros atributos/propiedades. El uso correcto de la lógica clasificatoria es por consiguiente indispensable para el control comparado de nuestras hipótesis”.

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