Por Hernán Andrés Kruse.-
El 13 de mayo se cumplió el centésimo primer aniversario del nacimiento de uno de los más relevantes politólogos del siglo veinte. Giovanni Sartori dejó como legado intelectual obras de gran relevancia científico-políticas, como “Partidos y sistemas de partidos”, “La política: lógica y método en las ciencias sociales” y “Teoría de la democracia”. Fue profesor de Historia de la Filosofía Moderna, Lógica y Doctrina del Estado a partir de 1946, de Filosofía Moderna (1950-56), de Ciencias Políticas (1956-63) y de Sociología (1963-66) de la Universidad de Florencia. También ejerció la docencia en el Instituto Universitario Europeo (1974-76) y en la Universidad de Stanford (1976-79). Fue nombrado profesor Albert Schweitzer de Humanidades en la Universidad de Columbia (1979/94) y Profesor Emérito de la Universidad de Florencia. Varias universidades el otorgaron el doctorado honoris causa: la Universidad de Guadalajara, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Georgetown, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad del Salvador (Argentina) (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).
Buceando en Google me encontré con un ensayo del profesor de la Universidad de Boloña Angelo Panebianco titulado “Sartori y la ciencia política”. Explica con un gran poder didáctico la enorme contribución de Sartori a la ciencia política contemporánea.
TEORÍA POLÍTICA Y MÉTODO COMPARADO
“Me han dejado la tarea, de la cual estoy agradecido, de escribir sobre la teoría política de Giovanni Sartori. Iniciaré con una afirmación que puede parecer extraña sólo a quienes no conocen la obra de Sartori, lo que quiere decir que en este autor la teoría política coincide en gran parte con la metodología de la ciencia política. La teoría política en Sartori es inseparable de la metodología; no se puede hablar de una sin hablar también de la otra. Subrayaré también que esta particular combinación de teoría y metodología es, conjuntamente a la teoría de la democracia y la teoría empírica de los sistemas de partido, la contribución más importante de Sartori a la ciencia política, es lo que ha dejado más huella de su modo con el cual los científicos políticos piensan la política, sobre las categorías que utilizan para pensarla.
Una vez Sartori, en un ensayo famoso (Quale teoria), definió como tertium genus la teoría política distinguiéndola tanto de la filosofía política como de la ciencia política. En aquella interpretación de Sartori, la teoría política era un género que preparaba y mediaba el pasaje de la filosofía política a la ciencia política: la teoría política era entendida como un modo autónomo (ni filosófico ni científico) de mirar a la política. La obra de Maquiavelo era indicada como ejemplo de eso que, según Sartori, debía entenderse por teoría política. Sartori concluía sosteniendo que la teoría política terminaría, antes o después, reabsorbida por la ciencia política, admitiendo que esta última llegase a consolidarse definitivamente como disciplina científica.
No sé si esta previsión de Sartori se realizará algún día, pero pienso que, en la fase en la cual vivimos (y supongo que Sartori estará de acuerdo conmigo), la previsión o la deseable reabsorción aún no se ha realizado. Por esta razón, la teoría política, precisamente como ha sido entendida (y practicada) por Sartori, sigue teniendo, para la ciencia política, una grandísima relevancia; aún más, queda como su guía indispensable. Una ciencia política empírica que no esté guiada por la teoría política en el sentido con el cual Sartori la entiende es una ciencia política inevitablemente ciega y condenada a la irrelevancia científica.
Para entender como ha sido posible que Sartori escogió realizar una relación estrecha entre su propuesta metodológica y la teoría política, es necesario situar históricamente el discurso de Sartori y tomar en cuenta los polémicos objetivos contra los cuales su elaboración teórica se ha dirigido (Sartori, además, jamás ha escondido que el pensar en contra de, el pensar polémicamente, es un aspecto central, constitutivo, de su modo de trabajar). Los blancos de Sartori, en particular en los años cincuenta, sesenta y los primeros años setenta (cuando elabora y pone a punto su posición teórico-metodológica) son esencialmente dos: el primero “nacional”, italiano; y el segundo, internacional. El blanco italiano es la cultura idealista, aún muy fuerte en aquellos años, aquella que devaluaba, tratándolo con suficiencia, todo aquello que era “meramente empírico” y que polemizaba con la ciencia política, y las ciencias sociales en general, en nombre y por cuenta de la filosofía. Pero sobre esto no quiero detenerme. Es un aspecto relevante para situar algunas polémicas intelectuales de Sartori, pero no nos sirve para entender la empresa real y el verdadero interés de su posición teórico-metodológica por la ciencia política.
Mucho más importante es el segundo blanco que es, pero en un modo que deberé enseguida precisar, el comportamentalismo (dominante en la ciencia política internacional de aquellos años) o con mayor precisión, determinados defectos y determinadas patologías del comportamentalismo. La relación de Sartori y el comportamentalismo es seguramente una relación compleja. Por un lado, es evidente que Sartori aprueba y aprecia del comportamentalismo el aire nuevo que ha llevado a la ciencia política. Aprueba y aprecia el intento de hacer de la ciencia política una auténtica ciencia empírica que estudie los comportamientos políticos antes que detenerse sobre los aspectos jurídicoformales de la política. Digamos que Sartori aprecia del comportamentalismo su intento científico y su polémica en contra del institucionalismo (de viejo cuño), dominante en la ciencia política del pasado.
Por otro lado, sin embargo, es igualmente evidente que Sartori quiere reaccionar, y reacciona a su manera, o sea con gran ímpetu, en contra de aquellos que le parecen los mayores defectos de la investigación de inspiración comportamentalista. Es contra las debilidades de aquel comportamentalismo que Sartori arroja sobre la mesa su propuesta, concentrada totalmente sobre el correcto uso del instrumento lingüístico, sobre la formación de los conceptos, sobre el correcto uso del método lógico. En este cuadro, como veremos, la teoría política se ocupa sobre todo, y antes que nada, de la elaboración de los conceptos (trátese de democracia, de ideología, de opinión pública, de representación política, etcétera), entendida como actividad preliminar, indispensable para la investigación empírica.
Sartori reacciona sobre la a-teoricidad de una parte relevante de la ciencia política comportamentalista, a-teoricidad que se revela particularmente en el modo ingenuo, desgarbado, descuidado, con el cual tantos científicos políticos manejan materiales delicadísimos como los conceptos, las clasificaciones y, naturalmente, las elaboraciones teóricas. El primer punto de Sartori es que sin un correcto uso del lenguaje, la ciencia no puede ir a ninguna parte. El problema prioritario consiste en la distinción entre los distintos lenguajes, aquel ordinario y aquellos especializados, y entre los distintos usos del lenguaje. Saltándome muchos pasajes intermedios, recuerdo que Sartori, una vez que ha hecho la distinción entre lenguaje emotivo y lenguaje lógico, procede posteriormente a estimular una ulterior y fundamental distinción, esta vez dentro del lenguaje lógico: es decir, entre un lenguaje lógico que tiene una finalidad empírico-científica y un lenguaje lógico especulativo-filosófico.
El parteaguas, que posteriormente será el parteaguas entre la ciencia y la filosofía, se encuentra en su totalidad en el tratamiento de los conceptos: el conocer especulativo-filosófico puede incluso contentarse con conceptos vagos, los cuales es vaga la relación entre el significado y el referente. En cambio, la ciencia tiene necesidad de tratar los conceptos en modo de eliminar la ambigüedad (o sea, hacer explícita, clara y unívoca la relación entre palabra y significado) y en modo de reducir lo más posible la vaguedad a través de una correcta operacionalización del concepto. Aquí ocupa un espacio crucial (incluso porque, como veremos, se trata de uno de los instrumentos necesarios para la comparación) la cuestión de la escala de abstracción y, por eso, de la correcta relación por instituir entre connotación y denotación de los conceptos.
Nótese un aspecto que Sartori trata casi en passant, pero que, a mi juicio, es muy importante y que, entre otras cosas, al menos sobre este punto, acerca muchísimo la posición de Sartori a la de Max Weber. En efecto, Sartori, mientras está abordando cuestiones de lógica, rápidamente después de haber ilustrado las características de los conceptos (la tríada palabra, significado, referente), en un determinado momento, hace la siguiente afirmación: la diferencia crucial entre las ciencias sociales y las ciencias naturales es que las ciencias sociales tienen que vérselas con animales simbólicos, no con objetos inanimados como es el caso de la mayor parte de las ciencias naturales o animales desprovistos de impredicibilidad simbólica como es el caso de la zoología. Cuando el referente de nuestros conceptos (es esto, por decirlo de algún modo, el pasaje weberiano) está constituido por hombres, el resultado es que el referente, en sustancia, es otra tríada compuesta por palabras/significados/referentes multiplicada al infinito (por el número de hombres que observamos) e interactuante al infinito (a partir del número posible de relaciones entre ellos). El tratamiento de los conceptos es un aspecto crucial de aquel método lógico, tan descuidado por la ciencia política cuando Sartori escribía estas frases.
El segundo aspecto crucial está dado por la lógica clasificatoria. Correcto tratamiento de los conceptos y correcto uso de la lógica clasificatoria son para Sartori condiciones necesarias, aunque no suficientes, de una buena investigación empírica. La importancia estratégica de la lógica clasificatoria depende del hecho de que la ciencia política, al igual que las otras ciencias sociales (pero en esto a semejanza de algunas ciencias naturales, como la zoología o la botánica), es precisamente una ciencia clasificatoria. Y una ciencia clasificatoria está obligada a realizar un uso riguroso, más aún rigurosísimo, de la lógica clasificatoria. Observo de paso que esto es también el corazón de la lección de Sartori sobre el método comparado. No se hace buena comparación si no se tratan los conceptos en modo de hacerlos viajar correctamente de un contexto al otro, y no se hace buena comparación si no se clasifican preliminarmente en modo correcto los “objetos” que quisiéramos comparar. Pero de la comparación en Sartori hablaré un poco más adelante en modo pormenorizado.
Hoy el discurso metodológico de Sartori es, al menos formalmente, aceptado. Podemos decir que la ciencia política ha asimilado, al menos oficialmente, esta lección. Pero ello no era así cuando Sartori escribía estas tesis. En ese entonces, la ciencia política procedía a lo más en modo muy confuso. Había descubierto la comparación hacía poco tiempo, se había ido a “viajar” incluso por fuera del mundo occidental, pero lo hacía con frecuencia mal, manejando mal los conceptos y con clasificaciones inadecuadas. Más aún, había descubierto también poco tiempo después las ventajas de la cuantificación y se dedicaba a medir, más o menos desatinadamente, variables de cualquier tipo, perdiendo sin embargo de vista –era esta la enseñanza de Sartori en ese entonces– que sin una instrumentación lógica adecuada, la cuantificación no hace crecer para nada la cientificidad de la investigación: al contrario, nos inunda de datos sin darnos ningún conocimiento auténtico.
La lección metodológica de Sartori no se detiene aquí. Otros aspectos importantes, según creo, aluden a su concepción de la causalidad y la elección de valorizar el lugar central que en la ciencia política mantienen las teorías que Robert Merton definió como de medio rango. En la época en la cual Sartori escribía sus primeros ensayos metodológicos, en la ciencia política dominaba la llamada concepción fisicalista de la causalidad. Sartori objeta aseverando que es necesario distinguir entre determinación e indeterminación causal. En ambos casos, hay explicación causal pero, por ejemplo, en el primer caso se llega al determinismo particular del modelo fisicalista y en el segundo no. Es una diferencia entre tipos de explicación causal. En el caso de la determinación causal (particular de algunas ciencias naturales) la causa C es condición necesaria y suficiente del efecto E; en el caso de la indeterminación causal (particular de las ciencias sociales) se pueden individuar sólo causas que sean condiciones necesarias, pero no suficientes. Esto significa que dada la causa C es probable que consiga el efecto E. La razón de ello tiene que ver con la naturaleza simbólica del referente constituido por hombres, en cuanto tales en grado de reaccionar en modo impredecible y, por consiguiente, no necesariamente predeterminado.
En otra ocasión, Sartori escribirá, siempre sobre el papel de la causalidad, que la diferencia entre ciencias naturales y ciencias sociales es que allá en donde encontramos aquellos animales simbólicos que son los hombres, siempre encontraremos una indeterminación. Y según Sartori, ello también explica el fenómeno de las reacciones previstas observado por Carl Friedrich, o sea la inversión temporal entre la causa y el efecto, la circunstancia por la cual los hombres reaccionan no sólo a los eventos, sino también a las expectativas de eventos. Estas tesis de Sartori, hoy pacíficamente aceptadas por muchos, no eran para nada pacíficas cuando las escribió.
El último aspecto de la posición metodológica de Sartori sobre el cual quisiera llamar la atención es la fuerte valoración de la importancia de las teorías de medio rango. En abstracto, Sartori no niega, naturalmente, la posibilidad de teorías generales, ni niega la importancia en las ciencias sociales de las explicaciones ideográficas, sino que su enfoque lo lleva a privilegiar estrictamente las teorías mertonianas de medio rango: tanto porque la ciencia política no está lista aún, quizás jamás lo estará, para teorías generales, como porque las explicaciones estrictamente ideográficas son inevitablemente de bajo contenido de cientificidad. Y lo son porque se substraen a la posibilidad de controles empíricos serios.
La importancia de las teorías de medio rango está, por su parte, estrechamente conectada con la importancia asignada por Sartori al nivel intermedio de la escala de abstracción en el tratamiento de los conceptos. En efecto, es este nivel intermedio en donde son colocados los conceptos de clase, los conceptos por genus et differentiam, y por lo tanto las taxonomías. Es en este nivel en donde se realiza un equilibrio entre denotación y connotación de los conceptos. Es en este nivel que se colocan las teorías de medio rango. El punto de Sartori es que es en este nivel particular en donde se desarrolla si se quiere llenar el vacío en virtud del cual los científicos políticos se encuentran con mucha frecuencia oscilando entre categorías universales (con un alto nivel de abstracción) y observaciones descriptivas (con bajo nivel de abstracción).
La estructura de sustento de la escala de abstracción es, según Sartori, el nivel intermedio y es aquí, en este nivel, que es importante sobre todo trabajar con los ejercicios clasificatorios, con la comparación entre casos relativamente homogéneos, y con las teorías de medio rango cuya elaboración este tipo de comparación puede permitir. Más allá de sus tesis metodológicas, naturalmente la preferencia y el interés de Sartori por las teorías de medio rango se deduce de su misma investigación. Su más importante teoría empírica sobre los sistemas de partido, tiene precisamente las características de una teoría de medio rango. Resumiendo, Sartori “confronta” la teoría y todo aquello que permite su construcción: el uso correcto del lenguaje, la formación de los conceptos, la lógica clasificatoria, ya que está convencido de que sin esta confrontación la investigación empírica no puede llevarnos a la generación de nuevos conocimientos.
Debo hacer ahora un pequeño paréntesis. Aquí he enfatizado de la lección metodológica de Sartori sobre todo aquello que tiene relación con la teoría y la relación entre teoría e investigación. Sin embargo, debo recordar que en Sartori también tiene un grandísimo espacio no sólo la reflexión sobre la relación entre teoría e investigación, sino también entre teoría y praxis y, por ello, toda su elaboración sobre la ciencia política como saber aplicable. No he tratado y no trataré este aspecto. En realidad no toco este aspecto ya que al no ser un promotor de la tesis de la aplicabilidad de la ciencia política, en el significado preciso que Sartori le da al término aplicabilidad no me siento la persona más idónea para hablar sobre ello. En efecto, creo que las ciencias sociales ejercen o pueden ejercer una influencia más o menos grande (incluso con efectos, con frecuencia, del todo impredecibles) sobre las actitudes y sobre los comportamientos de los actores sociales, pero no voy más allá de esto. Se puede decir que este es el único punto sobre el cual disiento de Sartori y he aquí pues porque prefiero concentrarme sobre aquello que, en cambio, comparto. Ciertamente, comparto el modo con el cual Sartori entiende la teoría y la relación entre teoría e investigación. Y pienso que los científicos políticos cometerían un grave error si creen poder prescindir de la lección de Sartori sobre estos aspectos.
COMPARACIÓN Y TEORÍA POLÍTICA
“Sartori se ha ocupado infinidad de veces de la comparación. Lo hizo, en primer lugar, en el ensayo “La política comparada: premisas y problemas”, con el cual se abre el primer fascículo de la Rivista italiana di scienza politica en 1971. Con la distancia de veinte años, en 1991 Sartori regresa sobre el argumento para hacer un balance y una actualización. En esta sede, el discurso de Sartori sobre la comparación nos interesa por sus conexiones, implícitas y explícitas, con la teoría política. Haré referencia, por cuestiones prácticas, al ensayo de 1991. En él son recuperadas precisamente y profundizadas las tesis ya expuestas veinte años antes. Sartori inicia sus reflexiones recordando el pésimo estado de salud de la investigación comparada.
Recuerda, por ejemplo, que en las universidades y en los centros de investigación de los Estados Unidos (que es a su pesar el país que guía la ciencia política internacional) se ha impuesto la malísima costumbre de entender la comparative politics como sinónimo de “estudio de países extranjeros”. El panorama académico, por lo que respecta a la ciencia política, aparece de este modo dominado por legiones de norteamericanistas, estudiosos del sistema político norteamericano, muy parroquiales y metodológicamente muy poco sofisticados, al cual se le agrega un grupo numeroso de presuntuosos cultores de comparative politics igualmente parroquianos y poco sofisticados, los cuales estudian simplemente a los “otros” países.
Así pues resulta extraño por la conciencia de muchos científicos políticos en Estados Unidos, pero también más allá de este país, el hecho de que la “comparación” es, en su esencia, un método de control de hipótesis y generalizaciones, por lo que, en ausencia de “control comparado”, ninguna explicación que respecta la política norteamericana (o francesa o china, etcétera) puede considerarse verificada y corroborada. Por consiguiente, la comparación es un método de control (a pesar de que es más débil que otros métodos de control como el método experimental y el método estadístico) y es indispensable para establecer la verdad o la falsedad de las generalizaciones manejadas por los científicos políticos.
Confirmado el aspecto indispensable de la comparación para la ciencia política, Sartori rápidamente observa que la comparación presupone la clasificación. En efecto, para comparar y por lo tanto controlar empíricamente nuestras hipótesis, debemos asumir que los objetos de la comparación sean similares en determinados atributos (o propiedades) y distintos en otros atributos (o propiedades). La clasificación sirve precisamente para volver “iguales” (o por lo menos, similares) los objetos respecto a ciertos atributos/propiedades, permitiendo confrontarlos en relación a otros atributos/propiedades. El uso correcto de la lógica clasificatoria es por consiguiente indispensable para el control comparado de nuestras hipótesis”.
25/05/2025 a las 3:09 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La historia se repite, y no solo en modo neoliberal
Claudio Scaletta
El Destape
25/5/025
Entre quienes siguen de cerca el devenir de la economía y no comparten la visión del actual gobierno, se reproduce una sensación de desaliento centrada en la repetición de procesos históricos. No es difícil leer la historia económica local como una analogía del mito de Sísifo, con su repetición infinita de tránsitos sobre la misma pendiente. Aunque con diferencias de grado y contexto, los parecidos entre las experiencias de la política económica de la última dictadura, el menemismo, el macrismo y el presente no son difíciles de encontrar.
Cualquiera que vuelva a detenerse en la vida cotidiana, visiones y valores que emergen de la película “Plata Dulce”, de Fernando Ayala, que satiriza las consecuencias sociales de la política económica de José Alfredo Martínez de Hoz, experimentará esta sensación. La contradicción entre lo nacional y lo importado, entre producir y la “plata dulce” de la renta financiera y el dólar barato no tienen nada de nuevo. Tampoco sus efectos sociales. Todos estos procesos históricos tienen puntos en común, momentos de apreciación cambiaria que generan un efecto transitorio de “plata dulce” y que inevitablemente se expresan en una secuencia de tres etapas: aparición de déficit en la cuenta corriente del Balance de Pagos, endeudamiento en divisas para financiarlo y un corolario de crisis externa con devaluación caótica. Siempre sucedió y no sólo se plasmó en el arte, de ello también se ocupó la academia. Un ejemplo, entre tantos y para citar algún ordenador, es el paper de Carmen Reinhart y Carlos Végh (1999) “¿Las estabilizaciones basadas en el tipo de cambio conllevan las semillas de su propia destrucción?” Recorrer sus pocas páginas tiene el mismo efecto que ver el film Plata Dulce: ver el devenir inevitable de las relaciones causa efecto de la apreciación forzada.
¿Y por casa cómo andamos? Siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, lo que lleva a soslayar las reiteraciones históricas de los gobiernos nacional populares. Una de estos procesos que no funcionaron, pero que se repitieron y amenazan con volver a repetirse, es la perspectiva acrítica sobre la Industrialización Sustitutiva de Importaciones, más conocida como “la ISI”. Estrictamente hablando, la ISI es una de las etapas históricas del desarrollo económico local, la que va desde el agotamiento del modelo agroexportador, que puede fecharse en torno a 1930, hasta mediados de los años ’70, cuando inicia la hegemonía neoliberal. Siempre en perspectiva histórica la ISI surge y se sostiene en períodos de “crisis en el centro” que afectan el flujo de manufacturas del mercado global, en concreto, las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado, lo que indujo a países como Argentina a fabricar lo que se dificultaba importar, “sustituir importaciones”. En pocas palabras, existía un incentivo económico muy poderoso para hacerlo. Finalizada la segunda guerra, ya sin crisis en el centro y reestablecido el flujo de mercancías en el marco del inicio de la “era de oro” del capitalismo, se recordó una vieja teoría de fines del siglo XVIII y principios del XIX, la de “la industria naciente”. Muy brevemente la teoría sostenía que las industrias nacientes necesitaban asistencia y protección arancelaria hasta llegar a su etapa madura, es decir hasta poder participar en igualdad de condiciones en la mítica “libre competencia” en el mercado (Al parecer al Donald Trump tardío alguien le habló de Alexander Hamilton). En su origen fue un debate contra el liberalismo clásico, pero tras la segunda guerra, ya en el marco de la guerra fría, la teoría fue recuperada para justificar la asistencia a los países en vías de desarrollo elegidos por Estados Unidos para desarrollarse. De todas maneras, la justificación de la industria naciente, que es absolutamente válida, es la que se encuentra por detrás de cualquier “régimen de promoción industrial” que, contra sus detractores del presente, no es mala palabra. No obstante, la promoción siempre tiene un costo además de fiscal, para los consumidores. Es una concesión que se le hace a la industria (y a sus propietarios) y que se supone debe tener una contrapartida temporalmente acotada y medible, por ejemplo, el cumplimiento de metas de desarrollo. Una promoción que dure medio siglo, como el régimen fueguino, solo puede justificarse por razones extraeconómicas, como por ejemplo la soberanía. Sin embargo, la geopolítica no alcanza para justificar transferencias de medio siglo que favorecen a unos pocos en detrimento de millones de consumidores y de los costos de producción del conjunto de la economía. Se trata de un problema que, como tantos otros, debió ser abordado racionalmente por los gobiernos nacional-populares.
Pero la crítica a la ISI que realmente importa no es un caso puntual, tampoco es una crítica general a los regímenes de promoción industrial. A mediados de los años ’60 del siglo pasado, es decir en pleno auge de la ISI, muchos economistas estructuralistas ya advertían sobre sus limitaciones, desde Raúl Prebish a María Tavares, pero también otros a mitad de camino entre la ortodoxia y el estructuralismo, como Carlos Díaz Alejandro. Esta crítica destacaba desde los problemas para superar la ineficiencia y alcanzar productividades medias, hasta la falta de articulación sectorial y, especialmente, la generación de una estructura productiva desequilibrada (con distintas productividades sectoriales) y, como resultado general, problemas de estrangulamiento externo por importación de insumos y falta de capacidad exportadora. El resultado más conocido era una macroeconomía insostenible y los ciclos de “stop & go”.
Sin embargo, el golpe de gracia para la ISI no residió en sus inconsistencias internas, sino en los cambios productivos a escala global. El tema es largo, pero se sintetiza rápido por la vía del desarrollo de las cadenas globales de valor, cuyo dato central es que cambiaron las escalas de la producción de casi todos los bienes. Los aumentos de escala, más allá de la mala crítica que reciben sobre concentración y oligopolios, suponen una baja en los costos de producción, lo que vuelve inviables las escalas más pequeñas. Parte del éxito del capitalismo asiático, por ejemplo, se basa no solo en la productividad, sino precisamente en las posibilidades de escalas que brindan sus mercados inmensos. Se entiende entonces que sustituir productos industriales estándar para mercados pequeños se vuelve inviable económicamente. El fin de la ISI en Argentina no fue solo la consecuencia de la lucha de clases plasmada por la última dictadura, sino que se debió especialmente a los cambios en el modo de producción del capitalismo a escala planetaria. Pensar que hacer política industrial en Argentina es sostener regímenes de apoyo a commodities industriales con alto contenido importado y escaso valor agregado se parece mucho a repetir políticas que no solo ya fracasaron en el pasado, sino que posibilitan también situaciones de extracción de renta para algunos “industriales”.
Como conclusión cabe preguntarse por qué importa en el presente la crítica de la ISI, cuando es evidente que desde mediados de los ’70 ya no es el modelo hegemónico. La razón se debe a que la derecha extremista hoy gobierna no por haberle ofrecido a los electores un modelo de desarrollo, sino porque canalizó el rechazo al peronismo/kirchnerismo tras el fracaso que se consolidó en 2019-23. Sin advertir la profundidad de este rechazo, buena parte de la dirigencia que dejó el poder en diciembre de 2023 intuye que el modelo de dólar barato es insostenible y cree que solo debe sentarse a esperar que todo estalle, momento en que la sociedad volverá a buscarlos. Luego, llegado tal momento, solo se trataría de volver a un imaginario modelo industrialista que, sin mayor necesidad de aumentar exportaciones, consistirá en alguna forma de promoción de la industrialización sustitutiva con una visión mercado internista. De esto se habla, por ejemplo, cuando se reivindica “volver a Perón”, quien elaboró su pensamiento económico en tiempos de la ISI. Desde entonces, el capitalismo se transformó radicalmente. El deber de cualquier militante político que siga teniendo como norte las tres banderas del peronismo, no es volver a las ideas económicas que sostuvieron la ISI y su estructura de clases, sino pensar con creatividad y sin ataduras conceptuales cual puede ser el modelo de desarrollo de un gobierno nacional popular frente a los cambios del capitalismo global y, especialmente, frente a la nueva heterogeneidad de la estructura social, donde no predomina precisamente “el obrero en la fábrica”. La “actualización doctrinaria” empieza por no repetir los errores del pasado.
25/05/2025 a las 3:21 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Consecuencias del triunfo de Milei
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
25/5/025
Cristina Kirchner es una romántica cuando habla en las tribunas del conurbano o es arbitraria y ofensiva cuando habla de sus adversarios y del periodismo, pero practica un pragmatismo ciego y sordo cuando debe enfrentar elecciones cruciales para ella. Nunca aborreció tanto a nadie cuando era presidenta como a Alberto Fernández y Sergio Massa, pero terminó gobernando con los dos en la fallida administración peronista que concluyó encaramando a Javier Milei en la presidencia. Es lo que hay, dice –le guste o no–, y se abraza a lo que hay.
Otras consecuencias fueron menos previsibles. Una de ellas fue el tono humorístico que le dio el Presidente al intento de fraude electoral que sucedió cuando tuiteros de La Libertad Avanza viralizaron un video trucho con imágenes hechas con inteligencia artificial, en el que se veía y escuchaba al expresidente Macri anunciar que Silvia Lospennato declinaba su candidatura en la Capital y llamaba a votar por Manuel Adorni. La primera conclusión consiste en que el Gobierno aceptó la autoría propia de ese delito electoral; por primera vez, no denunció conspiraciones nacionales e internacionales en contra suya, ni culpó a nadie ajeno a su espacio, ni imaginó una alianza imposible entre Macri y Cristina Kirchner, como lo hizo cuando dos senadores cambiaron su voto a último momento y sepultaron el proyecto de ficha limpia. Esta vez la carga de la prueba se abatió sobre el Gobierno y era abrumadora. Fue una broma, pretextó por la fake news, y defendió la libertad de expresión de los tuiteros anónimos; es la libertad que les niega a los periodistas con nombre y apellido. La supuesta “broma” fue el reconocimiento implícito de su culpa en el uso de la IA en las elecciones. La broma inverosímil significó el hecho más grave que haya ocurrido en el mundo con el uso de la IA para interferir en elecciones de funcionarios. Nadie sabrá nunca cuánto influyó –si es que influyó– ese video trucho en las elecciones o en la enorme cantidad de porteños que se ausentaron de las elecciones, novedad que el Gobierno no mencionó ni una sola vez. ¿Fue a votar una importante mayoría de los porteños empadronados? No. Solo la mitad. Julio Cobos, actual diputado nacional, aseguró que ese video falso tuvo 14 millones de vistas y que, por eso, presentó un proyecto de ley para evitar que el intento de fraude se repita en las próximas elecciones de este año (o en cualquier otra elección). La iniciativa de Cobos tuvo el apoyo explícito e inmediato de diputados de distintas extracciones políticas. ¿Lo vetará Milei si se convierte en ley? Quién lo sabe. Milei quiere el camino y el atajo. Todo despejado.
A pesar de todo, Macri decidió enviarle un sobrio mensaje de felicitación a Milei cuando se enteró de que el Presidente dijo que “llama el que pierde, no el que gana”. Es cierto, pero llaman los candidatos, no los jefes partidarios. Y Lospennato lo había llamado a Adorni para reconocer el triunfo de este. Milei le respondió a Macri como si no pasara nada entre ellos. Resulta que el jefe del Estado tuvo palabras inexplicablemente agresivas contra el expresidente de Cambiemos no bien constató su victoria en la Capital. Fue extraño: destrató a Macri y a Pro y casi no mencionó al peronismo también derrotado, que era la facción política a la que le auguraban la victoria casi todas las encuestas. Milei declaró la defunción de los “amarillos” (en alusión a Pro) y le mandó decir a Macri que debería tomar nota de que “su tiempo ya pasó”. Antes, por el escándalo de la inteligencia artificial, lo trató al expresidente de “llorón” y “muy de cristal”. Incapaz de prodigar afectos, el Presidente ninguneó con la victoria al jefe de la fuerza política que más lo ayudó en el Congreso durante el año y medio de soledad parlamentaria. El precio de la ingratitud es alto y se paga. A veces, tarda en llegar cuando se hace política, pero llega. Inexorable.
Por ahora, el espanto de los otros no se deja ver. Al contrario, son muchos más los que se cuelgan, no sin desesperación, del carromato del vencedor. Algunos intendentes eligieron la sumisión porque temen perder las elecciones de este año, si se alejan de La Libertad Avanza, y quedar expuestos a concejos deliberantes en condiciones de destituirlos. Gobernadores no peronistas presienten que una derrota los podría dejar en manos de los seguidores de Cristina Kirchner en las legislaturas provinciales. Hay dirigentes del radicalismo que hasta suponen que podrían llegar a las gobernaciones de sus provincias aferrados a Milei. Algunos de ellos (la piedad impide nombrarlos) hasta han defendido públicamente los ataques del Presidente al periodismo, aunque lo hicieron de una manera implícita y rocambolesca. Siempre con una crítica muy general a los agravios de Milei a la prensa; siempre, también, con un “pero” posterior que desnaturalizó la crítica anterior. Llegó lo que era difícil imaginar: que dirigentes notables del radicalismo coincidieran con el destrato presidencial al periodismo. No todos son iguales. Hubo algunos, pocos, dirigentes políticos, entre ellos radicales, de la Coalición Cívica, de Pro, del peronismo y Margarita Stolbizer, que manifestaron su rechazo al trato de Milei al periodismo, hecho por lo general delante de periodistas que simpatizan con él.
Así como Milei disocia el trato público y privado con Macri, también lo hace con el periodismo. Pasa del compadreo con los periodistas amigos a decir que el 85 por ciento de lo que publican los diarios es falso. ¿Para qué les concede reportajes a periodistas, entonces? Si fuera así, no le sirven ni sus periodistas amigos. Es cierto que cuando se le pregunta a la gente común sobre su confianza en “los medios” los resultados no son buenos para el periodismo. Pero otra cosa es cuando se la consulta sobre el medio y los periodistas que eligió para informarse. Las estadísticas se dan vuelta en el acto cuando la pregunta cambia. Seguramente leyendo la primera encuesta, la que indaga sobre “los medios” en general, el ministro de Economía, Luis Caputo, anunció la desaparición del periodismo. El periodista Pablo Sirvén advirtió, con razón, que la palabra “desaparecer” tiene en la Argentina evocaciones históricas más graves que su significado académico. La administración de Milei y muchos de sus funcionarios exhiben lagunas, que se parecen a océanos, en el conocimiento de la historia más reciente del país que gobiernan. Caputo, un eficaz titular de la cartera económica, no necesita convertirse en un profesional de la adulación a Milei para conservar el cargo.
Desde que Patricia Bullrich es ministra de Seguridad, el periodismo, sobre todo los fotógrafos, tienen que lidiar con la innecesaria violencia de las fuerzas de seguridad. Hubo hechos cuestionables desde el principio de su gestión. Ya hubo un fotógrafo, Pablo Grillo, que fue herido por un proyectil de gas lacrimógeno que casi le quita le vida. El miércoles último, otro fotógrafo, Tomás Cuesta, colaborador de la agencia francesa AFP y de LA NACION, fue aplastado contra el piso por la rodilla de un gendarme. Las imágenes que se vieron se parecieron demasiado a las de la detención del ciudadano norteamericano George Floyd, quien murió asfixiado de la misma forma en Minnesota, en 2021, bajo la rodilla del policía Derek Chauvin. Chauvin fue condenado en los Estados Unidos a 22 años de prisión por la muerte de Floyd. Ya sea por la violencia verbal del Presidente y sus funcionarios genuflexos, o por el silencio de la mayoría de la política, de las organizaciones empresarias y de los líderes religiosos del país, o por la acción violenta y amateur de las fuerzas de seguridad, la brutalidad rodea peligrosamente al periodismo. Así las cosas, la prensa no necesitará de un loco suelto para que haya un periodista herido o muerto en la calle. Muy pocos dicen algo sobre tanta violencia. La mayoría calla. O no quieren enemistarse con el poder, siempre pasajero, o son dirigentes que tenían viejos rencores escondidos contra el periodismo. Milei les abrió las puertas de la revancha, como en su momento lo hizo Cristina Kirchner, profesora y maestra del Presidente en las formas de gobernar.
Pero ¿cómo sigue el proceso electoral? La decisiva provincia de Buenos Aires tendrá dos fechas significativas: el 7 de septiembre se realizarán las elecciones para cargos legislativos provinciales; el 26 de octubre sucederán, como en todo el país, las elecciones para los cargos legislativos nacionales. Milei aspira, según dijo públicamente, a un acuerdo con Pro y con otros partidos para derrotar por un amplio margen al kirchnerismo. No se sabe, hasta ahora, si el acuerdo bonaerense que imagina el Presidente es con Pro o con dirigentes de Pro que están dispuestos a saltar sin que los llamen. Macri indicó que quiere un acuerdo “orgánico” con La Libertad Avanza, que el expresidente suele llamar un “frente”. Difícilmente en las elecciones de septiembre Pro pueda eludir un acuerdo con el oficialismo; varios intendentes macristas le están avisando al propio Macri que necesitan esa alianza. Otra cosa es una alianza nacional para octubre. Milei, dicen a su lado, no la rechaza, pero reclama que se llame La Libertad Avanza. Nunca ninguna coalición electoral de partidos llevó solo el nombre de uno de los partidos que la integran. Por ahora, Cristian Ritondo fue designado por Macri para negociar con el mileísmo. Pobre Ritondo.
El problema al que nadie alude es la profunda diferencia interna dentro del propio mileísmo sobre qué hacer en la provincia de Buenos Aires. Santiago Caputo, que fue quien diseñó la estrategia de las elecciones que lo llevaron a Milei al poder, sostiene que las listas bonaerenses de los próximos comicios deben integrarse con representantes de La Libertad Avanza que representen más al mundo joven de los tuiteros que él construyó. También propone que el oficialismo enhebre una alianza con Pro y con el radicalismo. O con dirigentes bonaerenses del radicalismo que estén dispuestos a acordar con el mileísmo. La prioridad de Caputo es dejar muy atrás al kirchnerismo. La lucha interna del joven Caputo es con el armador bonaerense Sebastián Pareja, que lleva a la Casa de Gobierno los desechos del peronismo y del kirchnerismo. “Eso no es una ambulancia recogiendo heridos del kirchnerismo; es un camión de traslado de presos”, describió, irónico, un alto funcionario oficial. Pareja está más cerca de la hermanísima Karina Milei que del asesor todoterreno Caputo. El triángulo vacila.
El conflicto de fondo que se debate en Pro es qué papel cumplirá ese partido en los próximos años, aunque ahora las encuestas no le sean amables. “Si dejamos sin representación a la sociedad que está de acuerdo con la política económica, pero no con la furia y la locura del Gobierno, nuestro espacio será ocupado por algún otro”, dice un alto dirigente de Pro. Pero hay otros dirigentes de ese partido a los que no les importa lo que suceda en los próximos años, sino la peripecia de ellos mismos en los próximos meses. El papa León XIV acaba de señalar, con incomparable acierto, que “la paz comienza con la forma en que hablamos de los demás” y que “debemos decir no a la guerra de las palabras”. Guerra de las palabras. Aunque el Papa no hablaba de nadie en particular, y mucho menos de la Argentina, esa guerra es la que se instaló en un país donde sus dirigentes se encandilan ante cualquier guerra.
25/05/2025 a las 3:30 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Con una copita de ron alcanzaba
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
25/5/025
Compartiendo de tarde un café con este cronista, tiempo antes que estallara la pandemia, según el registro impreciso de la memoria, el ex secretario de Cultura de Néstor Kirchner, el abogado José Nun, diagnosticaba que uno de los males de la democracia argentina radicaba en la facilidad con que los gobernantes consideraban al poder como un bien adquirido. Característica que, a juicio suyo, habían exhibido hasta ese momento todos los presidentes. Hacía una salvedad piadosa con Fernando de la Rúa.
El ex funcionario e intelectual, de formación socialista, fallecido en febrero del 2021, estimaba que aquel vicio inducía a los gobernantes a incurrir en dos pecados. Suponer que la legitimidad de origen concedía derechos ilimitados. Como derivación, ignorar al otro. Los sujetos políticos que encarnan a la oposición encargados de concederle equilibrio al sistema. No recuerdo sí habló expresamente de la grieta, aunque en su desarrollo estuvo incluido, sin dudas, aquel concepto.
Esa remembranza reapareció después del primer tramo del calendario electoral de la Argentina que culminó con la victoria de Javier Milei en la Ciudad. Fueron seis comicios que representaron alrededor del 21% del padrón total superior a 36 millones de personas. El único distrito que obtuvo el oficialismo con el 30% de apoyo y una baja concurrencia (53%) fue precisamente el porteño. Que desde hace dos décadas es administrado por el PRO. La novedad impulsó al Presidente a vaticinar que el país “quedará pintado de violeta”, el color que identifica a La Libertad Avanza. Pontificó que el tiempo histórico de Mauricio Macri “ya pasó”. Aunque no dejó de registrar su felicitación. En aquellas reflexiones de “Pepe” Nun, la reacción del León libertario representaría el desconocimiento del otro. Con un agravante: el macrismo resultó crucial para los primeros 16 meses de administración libertaria.
Las palabras fueron seguidas por una sucesión de episodios que denotarían la creencia libertaria sobre el supuesto poder imperecedero. Milei sacó de nuevo su pie del freno. El Gobierno había incluido en La Ley Bases una serie de reformas laborales que la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo dejó en suspenso hace más de un año. Falta el veredicto de la Corte Suprema. El acuerdo no escrito entre las organizaciones sindicales y los libertarios era conservar el status hasta después de la votación de octubre.
Otro Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que alumbró días posteriores a la victoria en la Ciudad impuso nuevas y extendidas limitaciones al derecho de huelga. Abarcará no solo a los servicios esenciales ya contemplados (Transporte, Salud, Educación). También a la mayor cantidad de actividades que serán caratuladas de “importancia trascendental”. Hasta el abastecimiento de granos estaría previsto en esa calificación.
El avance exhibe el contraste de dos caras. El Gobierno, con una última módica legitimación en las urnas, destila una fortaleza que terminó descolocando a la Confederación General del Trabajo (CGT). Héctor Daer, el secretario general, corrió hasta la Casa Rosada para un diálogo con Guillermo Francos y la esperanza de abrir algún canal de negociación. El Jefe de Gabinete se encargó de desalentarlo. Milei vino masticando bronca con las últimas movilizaciones cegetistas. Siente que ha recibido un renovado aval social y que los gremios continúan hundiéndose en el desprestigio.
La central obrera no poseería una percepción demasiado diferente. Por esa razón parece dispuesta a descartar huelgas o protestas callejeras. Las últimas vinculadas a la pérdida del valor de los salarios con paritarias por debajo de la inflación no tuvieron el resultado esperado. El camino elegido ahora no diferiría del inicial: regresar con planteos de inconstitucionalidad a los Tribunales.
El Gobierno supo encadenar otros éxitos. Bloqueó la sesión en Diputados que apuntaba a considerar un incremento a los jubilados. Otra vez impidió el quórum con una maniobra repetida: la alianza con gobernadores. Corre por allí un hilván que resulta difícil descifrar, pero asoma efectivo. Pasó con Ficha Limpia en la víspera de la elección en la ciudad cuando dos senadores de Misiones cambiaron repentinamente su voto y enterraron el proyecto. Karina irá a Posadas para los comicios de junio. Las solidaridades e identidades partidarias se ampliaron con la cuestión jubilatoria. Existió ayuda peronista (Martín Llaryora, de Córdoba), del PRO (Ignacio Torres de Chubut; y radical (Carlos Sadir de Jujuy y Leandro Zdero, de Chaco).
El problema con los jubilados no se refleja solo en sus haberes decadentes. Se incuba otro conflicto que crece cada semana. Las protestas, en general módicas, frente al Congreso. Después de aquella irrupción en marzo de barras bravas de clubes de fútbol junto a los jubilados que derivó en violencia inusitada el Gobierno resolvió reforzar los operativos con fuerzas de seguridad. Por momentos es posible observar una abrumadora mayoría de efectivos desplegados que gente reclamando.
El tema radica en las consecuencias que ocurren cuando la policía decide actuar. Hace semanas un fotógrafo recibió en la cabeza una cápsula de gas lacrimógeno lanzada por un agente. Estuvo en terapia intensiva y salvó su vida de milagro. La semana pasada otro fotógrafo de una agencia internacional fue agredido. Un notero de La Nación fue impactado en su pierna por una bala de goma. El móvil en el que se desplazaba resultó golpeado. El maltrato al periodismo se repite.
Nadie podría asociar necesariamente esa realidad a la prédica de Milei y sus libertarios sobre que “no odiamos lo suficiente a los periodistas”. ¿O sí? Las coartaciones impuestas por la Casa Rosada se orientan en igual dirección. Regirá una norma que indica a los periodistas como se deben vestir y de qué manera (moderada, indica) tendrán que interrogar. Llama la atención tanta negligencia de aquellos agentes al actuar y la ajenidad de Patricia Bullrich. La ministra de Seguridad había prometido que cualquier exceso sería investigado y castigado. Nada se supo nada sobre el agente que disparó a mansalva aquel gas lacrimógeno. Tampoco sobre los responsables de los atropellos de la semana que pasó. A Bullrich se la encuentra mucho más entretenida intentado romper el bloque de Diputados del PRO.
Los macristas sofocaron una primera ofensiva que sucedió el miércoles cuando en un encuentro la diputada Patricia Vásquez, espada de la ministra de Seguridad, demandó definiciones. “¿Se quedan o se vienen?”, interpeló. En el medio estaba el debate por el ajuste a los jubilados que finalmente se desvaneció.
La responsabilidad para las negociaciones que vienen estará a cargo de Cristian Ritondo. Macri lo nombró emisario en las conversaciones difíciles para el doble armado en Buenos Aires: el de las elecciones desdobladas del 7 de septiembre y las nacionales de octubre. No tuvo otro remedio a raíz de la virtual desaparición del diputado Diego Santilli. “Es hora de presentar un hábeas corpus para pedir por su paradero”, ironizó uno de los fieles al ex presidente.
La mayor fortaleza macrista radicaría en el primer turno electoral bonaerense. Se trata de comicios para cargos municipales y legislativos provinciales donde los libertarios poseen pocas variantes. No alcanza con el despliegue de Sebastián Pareja, el ingeniero de Karina. El PRO tiene desperdigados en el territorio 18 intendentes. Libertario puro no existe ninguno. La radiografía no sería lineal: hay tres que ya militan en La Libertad Avanza, entre ellos Diego Valenzuela de 3 de Febrero; otros seis o siete estarían con un pie en cada orilla; los estoicos amarillos sumarían otros seis.
El Gobierno piensa llegar a esas elecciones de septiembre y a las nacionales de octubre con una sociedad entusiasmada, motivada. Distante de la apatía que ha exhibido hasta el momento a la hora de votar. El pronóstico se apoya en dos razones: la idea de seguir empujando la inflación a la baja; la fiesta de la habilitación para uso de dólares clandestinos que los libertarios armaron luego de la victoria.
Debe haber un reconocimiento. Agitar en el imaginario social la idea de la libre circulación de la moneda estadounidense (legal o no) significa encender un motor de expectativas. La cuestión a resolver sería una: observar la capacidad del Gobierno para reconstruir una confianza social que en ese terreno no existe.
El Gobierno tampoco inventó nada. Es difícil hacerlo en una economía argentina que buceó todos los caminos. Al menemismo, en plena convertibilidad, se le había ocurrido también convocar a los argentinos a volcar al mercado sus dólares guardados. No sucedió. Era el tiempo en que imperaba la intangibilidad de los depósitos por ley del Congreso. Luego sobrevino el nefasto corralito y la crisis terminal del 2001. Ahora los libertarios prometen otro blindaje legal con un par de proyectos que deben aprobar diputados y senadores.
El relato libertario envolvió el nuevo anuncio con invocaciones a la ampliación de libertades individuales y un veto a las trabas del Estado. Quizás la realidad pase por otro andarivel. El modelo actual requiere de alguna inyección de dólares para movilizar la producción. Las inversiones se demoran. También un flujo que pueda derivarse a las reservas del Banco Central que en el mejor trimestre del año para acumularlas las continúa perdiendo.
El mileísmo cerró su semana triunfal con la coreografía del dólar y marquesinas doradas. “Tus dólares, tu decisión”, proclamó Manuel Adorni. “Plan de reparación histórica de los ahorros” rubricó. Revolución, dispararon los tuiteros libertarios. “Con una copita de ron alcanzaba”, comentó un dirigente opositor, aludiendo a la embriaguez que suele generar el poder. Aquella a la que supo referir “Pepe” Nun, una tarde.
25/05/2025 a las 3:37 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Si se tiene que romper…
Roberto García
Fuente: Perfil
(*) Notiar.com.ar
25/5/025
Dijo ella: “Si se tiene que romper, que se rompa. Quizás luego empiece otra historia”.
Dijo él: “Si se tiene que romper, que se rompa. Quizás luego empiece otra historia”.
Responden esas dos reflexiones a Cristina Fernández de Kirchner y a Axel Kicillof, tal vez la única coincidencia que por ahora los reúne en el peronismo bonaerense: el resto son disputas entre ambos por el poder del poder, la evidencia de una posible ruptura. Justo en la guarida o santuario que más los cobija. Unos dicen que el gobernador se ha puesto más tozudo que ella ante cualquier entendimiento y, a su vez, la viuda de Néstor no retrocede un paso a favor de esa eventualidad. Hasta el hijo Máximo se apartó en apariencia de la contienda luego de haberla provocado: “Yo voy a hacer lo que diga mamá, no intervengo más”, repite. Por su parte, el solícito Sergio Massa, que pensaba unir a las partes, ya aflojó parcialmente en el intento: se dedica a cuidar su tropa en el distrito, en dilucidar si aspira o no a ser diputado nacional y en alertar a las provincias de que el mileísmo va a confrontar con los gobernadores más amigos como hizo con el PRO del fugitivo Mauricio Macri (a quien nadie le cree que tenía previsto viajar a Europa la misma noche de la derrota en Capital acompañado por el empresario Alejandro McFarlane). Massa lee a Milei como Maquiavelo: primero borrar lo cercano, más tarde ir por el premio mayor.
Hoy, la madre protectora y el indócil vástago político litigan en la provincia por un episodio clave e inminente: Kicillof está a favor de una ley que garantice la reelección de legisladores e intendentes; en cambio, Cristina plantea dos etapas para esa aprobación en el congreso bonaerense. Primero sancionar la perennidad de los legisladores, más tarde –y sin fecha– otorgarles la misma cobertura a los intendentes. Para ella, es demasiado violento que la sociedad se alegre con una doble medida de esas características que sacraliza ciertos criterios poco democráticos del peronismo. Mientras el gobernador, al mejor estilo Milei, estima que esa alternativa gradual debe superarse de un saque, sin anestesia, en lugar del estilo medroso de Macri. El doble de Kicillof, Carlos Bianco, ya salió a las pistas para reforzar esa decisión: otorgarles la reelección a los intendentes –dice– constituye el mayor acto democrático e institucional porque se apoya en la decisión del pueblo. Como es obvio, el gobernador cautiva a los intendentes para que lo respalden en la gestión, lo encumbren ahora y en los dos años que restan, y Cristina desea contenerlos, porque ya se han rebelado contra su liderazgo y la existencia misma de La Cámpora en el territorio. La elección provincial en septiembre, descolgada de la nacional en octubre, advertirá sobre esta contingencia interna, hoy posiblemente “rota” por balaceras que persiguen el poder de la lapicera para nombrar gente y acomodarse. Ese es el nudo del pleito.
“El peronismo unido jamás será vencido”, otra apropiación conceptual del club del general indica que tanto ella como él deberían confluir en un acuerdo bonaerense para evitar que Kicillof no se diluya en sus propósitos para 2027 mientras Cristina no se retire a cuarteles de invierno antes de lo previsto. Sin embargo, luego de las elecciones del domingo en la Capital Federal –consideradas como un gran éxito del mileísmo– se esboza una duda: una cuestión es perder con el “peronismo unido” y otra con el partido dividido en pedazos. Si bien hoy las encuestas les reconocen a los intendentes una mayoría triunfal en septiembre, no ocurre lo mismo con el desenlace de los comicios de octubre. Sería una debacle para el eslogan robado y la vigencia de ambos dirigentes un castigo en las urnas: quedaría un peronismo rengo que saldría a buscar un autor nuevo para impedir luego la reelección de un irrefrenable Milei. Aunque de eso se habla, supone un cálculo demasiado futurista.
En todo caso, más que fingir demencia o desconexión con la sociedad, tanto Kicillof como Cristina ni siquiera se preparan para los acontecimientos que afectarán al sindicalismo, al tronco principal en el que Perón depositó su partido, y que en contadas semanas se conmoverá con medidas del Gobierno. Hasta salió de la sombra eterna Armando Oriente Cavalieri, líder de Comercio, hablando en un reportaje. Insólito. Pero ve el ciclón antes que otros, se prepara para el refugio nuclear. También Héctor Daer parece estar al día: confesó que abandonará la CGT este año, luego de las próximas elecciones en su gremio (Sanidad), tras sufrir una lluvia helada en la Casa Rosada como único invitado: le deben haber notificado lo que Federico Sturzenegger imagina lanzar, desde la reforma laboral hasta decretos, sin olvidar desregulaciones que no requieren trámites complejos.
Difícil en el mundo gremial encontrar consenso para pelear en las calles, con presencias o ausencias, menguada la disposición popular para ese ejercicio de otra época. En consecuencia, la CGT apelará a otra vía, la Justicia, para reclamar por paritarias libres igual que la suba de precios y servicios. Porque las paritarias se deberán conformar, se estima, con un aumento cero o del uno por ciento, ya que la inflación –sostiene el Gobierno– rondará ese número. Se viene más quita económica en las obras sociales, el volteo de la ultractividad, la intrusión de límites a los descuentos en la nómina salarial y la transferencia de convenios por empresas al resto del país, sin atravesar por la Nación. Es, obvio, una búsqueda por bajar el costo laboral, también la influencia de los sindicatos. El Estado, incluso, no participará en el control de las elecciones sindicales. Afuera. Cada título de estas novedades implica un conflicto, antes un incendio, hoy en apariencia apenas una refriega jurídica. Notable la decadencia de los gremios, sus dirigentes y el peronismo que los cobijó, si curiosamente los más inclinados a la protesta son los que más ganan. Léase aceiteros o bancarios, con aumentos quizás poco suficientes, pero que son la envidia del resto de los trabajadores agremiados. Ni por este nuevo y excitante capítulo troncal se reúnen Cristina y Kicillof. Solo atienden su propio espejo. En verdad, tanto ella como él siempre despreciaron al sindicalismo organizado: era la derecha. Ahora parece que ni eso les va a quedar.