¿Se animarán, por fin?
Por Italo Pallotti.-
Seguimos, porque así parece ser la matriz, formando parte de uno de dos pueblos. Como separados por una barrera que desde tantos años nos fueron diferenciando caprichosamente. Uno que, bajo la máscara de militantes, luego devenidos en sindicalistas, con el título de defensores de los derechos de los trabajadores se han ido transformando en un ejército de tramposos que como una rémora se fueron incrustando en el cuerpo social. Estos, vilmente entrenados, se han valido de aquellos a quienes en apariencia debían defender, escrupulosamente preparados para complicarle la vida al hombre común, lo que doy en llamar los del otro pueblo. Esta verdadera legión de parásitos, hechos a imagen y semejanza de una dirigencia cuyos orígenes no ha sido otra cosa que la demagogia populachera y degradante, con los genes de un populismo rapaz y decadente, gozan de plena impunidad. Todo esto en un contexto de inoperancia de grupos a los que no se ha sabido inculcarles la cultura del trabajo. Los dueños del poder, por décadas, los han hecho víctimas de la mentira, el abuso y tantas otras maniobras que una dirigencia mediocre les presenta con una vertiente facilista y engañosa. No solamente se los ha sumido cada día más en la pobreza, sino también en una mínima intelectualidad que le permita comprender que se los está utilizando. Siempre buscando una salida con su voracidad como dirigente; o bien en la búsqueda de conseguir prebendas o favores personales.
En este encuadre, aquel hombre, utilizado por una dirigencia sindical, tantas veces carcomida por los efectos de una corrupción endémica, resulta nada más que una víctima sumida en la más cruel de las decadencias; cuando no salpicados por actos reñidos con la ley, producto de una obsecuencia, más ligada a la complicidad, que al compañerismo o a la lealtad. Tanto tiempo perdido en evitar que esa dirigencia sindical, atornillada en los mandatos, algunos por décadas, sin la debida renovación de sus cuadros, generaron una muralla de autoritarismo que parece infranqueable a todo atisbo de democratización que se intente aplicar para evitar semejante desatino. Gremios de todos los espacios han caído en esta concepción inalterable de permanencia en el poder; cuyo final aún parece lejano de modificar. Demasiado apetitoso parece resultar el beneficio para dejarlo escapar. La buena vida, no siempre es patrimonio de los honestos.
Dicho esto, el episodio vivido esta semana con el conflicto, ya en la cumbre del hartazgo para miles de viajeros, de Aerolíneas Argentinas/Intercargo pone, una vez más, sobre el tapete la calidad de una dirigencia sindical, lindante con el delito (siempre) con sus acciones, como fue la infamia de sostener, por horas, encerradas en los habitáculos de los aviones a cientos de pasajeros. Demasiado lejos se ha dejado llegar a esa escandalosa casta de dirigentes, producto de ese pueblo plagado de privilegios, frente a ese otro qué, aparte del castigo de tener que sostenerlos con el pago de sus impuestos padece el atropello y la humillación cada vez más insultante. Es deber de la ciudadanía, definitivamente, exigir que se la respete, frente a la conducta de verdaderos marginales en la conducción de los sindicatos que nada les importa la tranquilidad de sus pares. El hastío y el estado de indefensión de los usuarios exige que el gobierno, de una vez por todas, los margine sin miramientos, pues todo tiene que ver con que esa delictual conducta recurrente, no afecte la paz social, al borde ya de un ataque de nervios. A los arteros y bribones, la ley y con rigor. La Justicia, no siempre del lado de las víctimas, debe cambiar el rumbo zigzagueante, heredado de cercanos tiempos, si no quiere caer inexorablemente bajo el escarmiento de una sociedad harta de tanto oprobio. ¿Se animarán, por fin?
No