Un monstruo grande que pisa fuerte
Por Justo J. Watson.-
En una nota reciente invitaba a dejar por un momento la crispación del día a día, enfocando la mente en plazos más largos a fin de especular sobre nuestro futuro… en perspectiva ampliada.
Y esa opción por una perspectiva realmente amplia, que arranque “ubicándonos en la palmera” cósmica universal, podría empezar con la muy actual teoría de cuerdas en la que ciertos astrofísicos se apoyan para estimar que existen alrededor de 11 dimensiones distintas, cada una de las cuales contendría entre 10 y 500 universos.
Reduciendo la escala, estudios de 2016 estimaron que en el universo observable existen alrededor de 200 mil millones de galaxias; esto es, unas diez veces más de lo que se tenía por consenso antes de esa fecha.
En esta misma línea, los científicos creen que en una galaxia típica, como nuestra Vía Láctea, conviven unas cien mil millones (100.000.000.000) de estrellas aunque podrían ser bastantes más; hasta 400 mil millones, según algunos.
Reduciendo otra vez la escala y conforme análisis del año 2020 sobre datos aportados por el telescopio espacial Kepler, se afirma hoy que los planetas “habitables” tan sólo en nuestra galaxia, podrían ser… ¡300 millones!
¿Sigue creyendo alguien en verdad que estamos solos y que no somos observados por seres tecnológica y/o éticamente superiores, cual entomólogos?
Difícil no percibir nuestra insignificancia cósmica, más allá de las bizantinas (y peligrosas) dudas acerca de la existencia de Dios. Difícil no dudar a la luz de lo anterior, en fin, de nuestro sistema de organización social con sus tan serias falencias operativas. Difícil no percibir su violento primitivismo o su transitoriedad, propios de un sistema en equilibrio inestable minado de modalidades coercitivas que, sólo una pizca menos que siglos ha, siguen frenando nuestro desarrollo como especie y poniéndonos en riesgo.
Pero sigamos mirándonos en perspectiva: se estima que la Tierra, nuestra “mota de polvo azul en el espacio”, tiene una antigüedad de 4.600 millones de años, coincidente con la formación del Sistema Solar.
Siguiendo el hilo, la hipótesis más aceptada sobre nuestro origen es que la especie humana moderna (Homo Sapiens) surgió en África hace unos 200.000 años. Por otra parte, se toma como fecha de inicio de la Historia la de la aparición de la escritura, cuando el hombre pudo poner por vez primera sus ideas e impresiones por escrito, evento ocurrido en Sumer (región de la baja Mesopotamia cercana al Golfo Pérsico) hace algo más de 5.000 años.
Lo ocurrido desde entonces (una fracción de segundo en términos universales) coincide más que nada con el registro de una sucesión de violencias: de atropellos, guerras y latrocinios de diverso calibre; de tiranías y de pobreza generalizada a nivel supervivencia para una inmensa mayoría de personas. Gentes cuya existencia fue ciertamente corta, sucia, dura y cruel.
Sin embargo, tras siglos y más siglos en esta situación, saliendo de la noche de la Edad Media (siglo XV), hubo un período en Europa en el que la vanguardia de la civilidad pareció encaminarse hacia una mejora real para el común.
Aunque lento en términos de una urgencia social de milenios, el comercio capitalista creció hasta mediados del siglo XVII al amparo de la independencia de unidades políticas pequeñas creando riqueza y oportunidades hasta entonces desconocidas, en ambientes de orden y derecho protectores de la propiedad privada. Realidades que tuvieron singular importancia en lo que hoy es Italia. O en Alemania, por ejemplo, donde en ese entonces coexistían en anárquico equilibrio unos 40 países, ciudades libres y grandes casas nobles independientes en competencia.
Hablamos de un orden anárquico similar al que en la actualidad conforman los escasos 195 países (Estados-naciones) del mundo, que coexisten sin una común autoridad política, militar ni legal. Obviedad factual que demuestra que la anarquía no es el cuco que pinta sesgadamente la currícula educativa obligatoria (“caos y abuso con miseria generalizada”) ni el problema a evitar, como sí lo es el muy real Estado depredador, fabricante de miseria generalizada y caos por abuso, como tan a la vista ha quedado en nuestro caso.
Lo que sucedió con aquel prometedor “experimento independista” de unidades políticas de escala más local y humana fue que desde los siglos XIV y XV venían construyéndose en Occidente grandes Estados (al principio monárquicos, más tarde republicanos) que acabaron con la recurrente “disputa” -en realidad, libre transacción entre diversidades- entre las ciudades, feudos y regiones libres anteriores. Y lo hicieron generando estructuras políticas, militares y sobre todo judiciales monopólicas, a las que cientos de centros pequeños fueron sometidos, quedando contenidos dentro de las dimensiones territoriales del leviatán que fuese. Con algunas exitosas excepciones como Mónaco o Luxemburgo, por caso, que lograron eludir hasta nuestros días al letal “monstruo grande que pisa fuerte”.
La especulación sobre nuestro futuro de largo plazo en perspectiva ampliada, como sugeríamos al comienzo de esta nota, apunta asimismo a la descentralización. A volver sobre los pasos de la historia en busca de una escala más humana y más diversa a todo orden. En busca, ahora, de modelos socioeconómicos crecientemente voluntarios que respeten la ética básica de los 3 derechos naturales que todos (incluso los extraterrestres de las civilizaciones que seguramente nos observan) portamos al nacer: los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la propia felicidad, que derivan su aplicación práctica en el avanzado sistema de las ideas de la libertad y su corolario, la no-violencia intra-social (¡o inter-social!), el mejor paraguas existente para el desarrollo de cualquier especie.
Algo que calza como guante al corpus de ideas libertarias en boga. Algo, empero, que choca de frente con el modelo contra-estimulante que aún nos rige: primitivo; tosco. De hecho, mafioso y coactivo tanto en lo tributario como en lo reglamentario. En lo medular, un sistema no-voluntario; por lo tanto violento y a consecuencia de ello ineficiente, a más de inmoral.
Lo importante, entonces, es tomar las cosas en perspectiva y empezar a notar que vivimos encadenados a reliquias bárbaras de otra era, desagradables a cualquier espíritu evolucionado además de retrasantes y empobrecedoras, derivadas de negar que la libertad en tanto matriz humana esencial es más importante que el instrumento (adrede sacralizado y mal usado) al que denominamos democracia.
Superior incluso a instrumentos organizativos algo más elevados, como república o constitución.
Siguiendo con el hilo lógico de la temática en cuestión.
Ahora lo único que falta. Es que la hagan cargo a Cristina de esto también…
Lo está oculto tras la bucólica mirada es la desaparición de la comunidad política en provecho del mercado. El único cambio que habrá será que los que pisan fuerte serán los que lo controlan en beneficio propio. Cambiar la cleptocracia por una plutocracia, parece ser la idéa que se esta impulsando.