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"Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a muchos". Maquiavelo

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Sociedad

Amnesia, el síndrome de la argentinidad

Por Jacinto Chiclana.-

Así como determinados virus se instalan en algunos territorios con mayor facilidad que en otros, favorecidos por condiciones climáticas, pauperización de la calidad de vida en general, etc., la Argentina ha cultivado una tradicional predisposición a desarrollar una especie de amnesia colectiva que, lamentablemente, actúa en ambas direcciones.

Es decir, al amnésico, el olvido selectivo de todo aquello que no forma parte tangible de su vida cotidiana le facilita embelesarse con un falso canto de sirena de que “todo está más o menos”, “no es tan grave”, o “ya pasará”, o “vendrán tiempos mejores” que finalmente nunca aparecen y él permanece cual idiota hipnotizado, persiguiendo la posibilidad de acceder al nuevo Smartphone o la última tablet de 10 pulgadas, o la inalcanzable pantalla Smart TV de dos metros por uno cincuenta, o cualquier otra exquisitez en 18 cuotas, mientras además se deleita con el FPT y la impresión y el reparto de guita a troche y moche; convencido de que la riqueza inacabable de este emblemático país proveerá de alguna manera, la salida triunfal y el acceso a “mejores vientos”.

Al embaucador profesional, o sea aquellos que se dedican a vendernos las bolitas de colores y baratijas que se diseminan con sus encendidos y patrióticos discursos, llenos de lugares comunes aunque carentes de real contenido, se le hace el campo orégano con el síndrome de amnesia colectiva inconsciente que nos embarga.

A lo largo de los tiempos, desde aquella olvidada y criticada Generación del 80, que permitía vislumbrar un país lleno de posibilidades y con prestigio creciente en el mundo entero, los buhoneros trashumantes que llegaron desplegaron sus abalorios narcotizantes, cual manteros vendedores de ilusiones, que te prueban el collar de bolitas de bermejo con la mano derecha, mientras que con la izquierda te desvalijan el bolsillo y manosean tus ilusiones.

Total, pasado mañana nadie se acordará de nada.

¿Quién se acuerda de la enorme cantidad de gente que, chupada al agradable viento de cola del uno a uno, pudo salir por primera vez en su vida de nuestra dilatada geografía?

¿Quién se detuvo en aquellos tiempos azarosos a pensar que, mientras con un mango comprábamos un dólar, se rifaba la flota mercante y los barcos que antes surcaban los mares del mundo iban derechito al destino final en el festival de la herrumbre y la destrucción?

¿Quién sintió alguna preocupación cuando se regalaron los ferrocarriles, los aviones, los teléfonos y comenzaron a cerrar las pymes, porque se traía desde cualquier lugar del mundo miles de piezas con lo que aquí costaban los materiales para fabricar sólo diez?

¿Quién dejó de dormir la siesta a pata ancha, mientras el “carnaval del mundo gozaba y se reía”, pensando en un mañana no tan venturoso?

Claro que, analizando todo desde el axioma complaciente de que “todo tiempo pasado fue mejor”, las épocas del riojano patilludo y ese tufo a corrupción generalizada que entornaba a licitaciones truchas, privatizaciones arregladas, funcionarios interventores que la juntaban con pala y “pa’ guardar” y otras plagas de profunda raigambre en esta inefable Argentina, a la luz de esta inimitable y singular “actualidad”, parecen leves fiebres tropicales, aptas para curar con una aspirineta.

Si junto con los autos que se manejan solos, algún día inventáramos el coche de “Volver al Futuro” y pudiésemos obtener una fotografía de la Argentina en el año 2030, ¿cuántos se acordarían de Nisman? ¿Y de Schoklender y su madrecita putativa? ¿De Amado y su fábrica de billetes o su cuevita en el médano? ¿De Jaime y su barquichuelo escondido en Punta y sus Posadas brasileñas? ¿De los empresarios previsores que alquilan hoteles al completo, por si a los ponjas se les ocurre venir todos juntos a degustar un wiscacho on the rocks, con hielo milenario? ¿Quién se acordará en aquellos tiempos del juez tortuga o de las maniobras para apartar jueces peligrosos? ¿Quién se indignará con la falta de cumplimiento del fallo de la Suprema a la Maryland de reponer al procurador sureño? ¿Quién recordará que en plena inundación, el gobernador acuanauta se fue a las Europas, a estudiar el flujo de las mareas venecianas, y sólo volvió cuando los correveydiles le hicieron notar que era medio desprolijo, por no decir irresponsable total? …me atrevo a decir que en el resguardo de esa epidemia de amnesia que ataca por igual a la totalidad de la sociedad Argentina, salvo los que medran con ella… nadie se acordará…!!

Los que venimos transitando con este bondi, desde aquellos aciagos tiempos del surgimiento del Pocho, la Siambreta y El Justicialista, ya lo sabemos de sobra y no nos hace falta ser antropólogos con posgrado en sociología criolla para descubrir que en casi ningún otro país del mundo la amnesia colectiva se ha adueñado, generación por generación, de las mentes de los ciudadanos.

La epidemia ataca por igual a jóvenes y ancianos y, entre otras cosas, produce la rara consecuencia de que, en el país que pintara con maestría el gran Discepolo, nada menos que nueve millones de personas, en lugar de concurrir a votar para desarraigar de una buena vez la amnesia, aprovecharan ese domingo destemplado para realizar alguna otra actividad más edificante… total, como decía Don Julio, “todo pasa”.

¿Remedios para eso?

Creo que no hay… y si hay escasean preparadores de recetas magistrales… por algo así estamos.

Y no lo dude, ¡estaremos pior…!!

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5 comentarios en «Amnesia, el síndrome de la argentinidad»

  • ¡¡MUY BUENO !! (como siempre)

    Pero además de amnesia tenemos abulia, porque cuando por algun hecho fortuito recordamos alguna de todas las trapisondas, somos incapaces de hacer ALGO para que no vuelva a ocurrir

    Tenemos que encontrar la forma de canalizar los esfuerzos de quienes quieren hacer ALGO aunque su entusiasmo sea transitorio (porque tampoco tenemos constancia para un trabajo largo y arduo y nos gustan las soluciones fáciles y rápidas)

    Respuesta
  • No tenemos remedio fácil.
    No hay «cura mágica».
    Menos, cura milagrosa.
    Más vale aprender a mirar a la muerte a los ojos.

    Respuesta

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