Por Hernán Andrés Kruse.-

El viernes 1 de mayo se cumplió el sexagésimo sexto aniversario del primer viaje que hizo a la Argentina el flamante líder de la revolución cubana que depuso al dictador Fulgencio Batista: Fidel Castro. Casi a la misma hora de su arribo a Buenos Aires el presidente de la nación, Arturo Frondizi, inauguraba el nonagésimo primer período de Sesiones del Congreso. En un momento político e institucional harto delicado, don Arturo lanzó una advertencia que con el correr de las décadas adquiriría una vigencia feroz: “No se busque en la fuerza lo que el comicio no niega. La violencia sería la derrota definitiva en la Argentina”.

Castro aterrizó poco después del mediodía. Lo aguardaban senadores, diputados, el embajador Carlos Leguizamón, y cuatro militares nombrados por el gobierno: el capitán Eduardo Bracco, el teniente de navío Héctor Alegre, el capitán Julio Fortunato y el edecán naval del presidente de la nación, capitán de fragata Hermes Quijada, quien a comienzos de 1973 sería asesinado por la guerrilla trotskista del Ejército Revolucionario del Pueblo en Buenos Aires.

Apenas instalado en el Alvear Palace Hotel, el líder cubano recibió a los periodistas. Le manifestaron la preocupación del gobierno de Estados Unidos porque, según los círculos oficiales de la Casa blanca, se había detectado una infiltración comunista en su gobierno. La respuesta de Castro fue de un cinismo inaudito: “No coincido con el comunismo. Somos una democracia. Estamos contra todo tipo de dictadura. Por eso nos oponemos al comunismo”.

El sábado 2 de mayo Castro habló ante el “Comité de los 21”. Se adueñó del protagonismo. Su discurso duró una hora y media. Varias veces fue interrumpido con vítores y aplausos. El tema central tocado por el líder cubano fue el drama del subdesarrollo, al que consideraba la causa primordial de la inestabilidad política del continente. También trazó un panorama nada optimista del futuro inmediato de aquellos países que, como la Argentina, había reconquistado la democracia luego de un gobierno castrense. También lanzó una severa advertencia que el tiempo se encargó de confirmar: “Todos nos hemos hecho la nueva ilusión de que las tiranías van desapareciendo de la faz de nuestro continente. Sin embargo, la realidad es que se trata de una mera ilusión y nadie sería capaz de afirmar aquí honradamente cuánto tiempo de existencia se les calcula a varios gobiernos constitucionales de América Latina; cuánto tiempo se le calcula a esta era de despertar democrático que tanto sacrificio costó: y cuánto pueden durar los gobiernos constitucionales arrinconados entre la miseria, que provoca todo tipo de conflictos sociales, y la ambición de los que esperan el momento oportuno de adueñarse nuevamente del poder por la fuerza”. Horas más tarde se entrevistó con Frondizi en Olivos. Es probable que a partir de ese momento los militares antiperonistas hayan comenzado a planear su derrocamiento. Al día siguiente partió rumbo a Uruguay (fuente: Alberto Amato, Infobae, 2/5/025).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Jorge Núñez y Martín Ribadero titulado “Fidel Castro y su primera visita a la Argentina (mayo de 1959)” (“A 50 años del restablecimiento de las relaciones entre Argentina y Cuba. Una revisión de los documentos históricos”, María Cecilia Míguez y Leandro Morgenfeld (comp.), Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales). Los autores analizan la participación de Castro en el “Comité de los 21” y el endiosamiento de su figura de parte de los diarios más relevantes de esa época.

INTRODUCCIÓN

“Pocos meses después del triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959, Fidel Castro inició una serie de viajes por los Estados Unidos y América Latina. En esa gira, cuyo motivo era acercar al nuevo Gobierno Revolucionario a Estados y organismos internacionales, el primer ministro cubano visitó la Argentina a comienzos de mayo por unos días. El objetivo principal era asistir a la Reunión de los 21 de la Organización de Estados Americanos (en adelante, OEA) a celebrarse en Buenos Aires. En dicho evento, Castro sobresalió entre los participantes. Su presencia en la ciudad no pasó inadvertida. Todo lo contrario. Le fue otorgada una gran cobertura por parte de los más importantes medios de prensa, quienes lo catalogaron como el “héroe” que había derrocado al “tirano” Fulgencio Batista. Además, fue vitoreado por entusiastas multitudes en el aeropuerto y en el hotel donde se alojó, y bien recibido por el entonces presidente Arturo Frondizi y un sector del arco político nacional. Por último, el gobierno lo declaró huésped oficial y organizó una serie de actos para homenajearlo.

Desde la insurrección popular en Cuba, la prensa argentina siguió con relativa atención los acontecimientos, sobre todo a partir de un hecho que alcanzó estatura global: el secuestro por parte del Movimiento 26 de Julio del piloto de Fórmula Uno, multicampeón mundial, el argentino Juan Manuel Fangio. De amplia cobertura en los principales diarios argentinos, el caso logró ubicar la lucha desencadenada en Cuba en las tapas de varias publicaciones periodísticas desde febrero de 1958. Sumado el impacto que tuvo el reportaje que el periodista estadunidense Herbert Matthews, del New York Times, le realizara a Fidel Castro un año antes –y que llevó al periodista del diario El Mundo, Jorge Ricardo Masetti, a viajar a la Sierra Maestra para entrevistar también a Fidel–, de allí en adelante, el interés de los medios gráficos y radiales de la Argentina por Cuba fue nítido, y, por lo tanto, también en el conjunto de la escena nacional.

El objetivo de este capítulo es analizar el primer arribo de Fidel Castro a la Argentina, bajo la idea de considerar tanto sus motivaciones políticas y las repercusiones generadas en la prensa y la opinión pública. De este modo, pretendemos, a partir del análisis de los medios gráficos (La Nación, Clarín, La Prensa), reconstruir el itinerario de la visita del líder cubano en nuestro país. Frente a una imagen parcializada y negativa de Castro que se diagramó en la Argentina en décadas posteriores, la reconstrucción de su breve paso por la capital de la República permite apreciar no solo la pregnancia que el proceso cubano tenía entre distintos sectores sociales sino también la popularidad que la figura de Fidel Castro alcanzó durante los primeros meses del año 1959 (…)”.

LA OPERACIÓN PANAMERICANA Y LA CUESTIÓN DEL SUBDESARROLLO EN AMÉRICA LATINA

“La llegada de Castro a Buenos Aires tenía estrecha relación con la reunión de la Comisión de los 21 organizada por la OEA, en donde se daría inicio a la discusión del proyecto denominado Operación Panamericana. El lanzamiento de esta propuesta había sido iniciativa del gobierno de Brasil, y en especial de su presidente Juscelino Kubitschek, destinada a los países latinoamericanos y a los Estados Unidos en 1958. En su programa general, la Operación Panamericana apuntaba a estrechar lazos a nivel regional y con la potencia del norte bajo la idea de alentar el desarrollo económico al tiempo que garantizar el restablecimiento de las democracias y la contención del comunismo en el marco de la Guerra Fría.

Kubitschek, quién entreveía en esta proposición un paso más en el camino de convertir a Brasil en potencia regional, hacía un llamado a las demás naciones del subcontinente con el propósito de firmar acuerdos con los Estados Unidos para incentivar la generación de inversión privada y financiamiento por parte de dicho país, y así incrementar la producción tanto agraria como industrial para terminar con el “subdesarrollo” de la economía latinoamericana. Por ello, a través de instituciones transnacionales de crédito –como el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID)– y una política financiera activa por parte del gobierno federal norteamericano, el plan trazado por Brasil contemplaba un aumento de empréstitos públicos –vitales para la construcción de carreteras, represas hidroeléctricas y proyectos energéticos– y la formación de mercados regionales para potenciar la producción primaria e industrial y así motorizar un incremento sustantivo de la actividad económica, del empleo y el bienestar social.

La Operación Panamericana tenía como objetivo revertir la poca atención que los Estados Unidos venía dispensando a la región desde inicios de la década, más preocupados por la reconstrucción económica europea –vía el Plan Marshall– y estabilizar el este asiático. Que esto haya sido así también dependió en buena medida de la perspectiva que el gobierno estadounidense había asumido respecto a las causas y las medidas que debían considerarse contra el subdesarrollo, las cuales estaban en las antípodas de lo que este plan proponía en torno al despliegue de la industria pesada, un Estado interventor e inversión en diversas áreas económicas. Para el gigante del norte, por el contrario, una política de liberalización de la economía y menor injerencia estatal eran las recetas que garantizarían el despegue económico y no las políticas proteccionistas y el intervencionismo que, por ejemplo, los Estados de la región habían implementado desde los años treinta en respuesta a la crisis de 1929.

El tópico del “subdesarrollo” como el eje de todos los problemas no solo de orden económico sino también político, se hizo dominante entre las élites políticas y aun culturales, en especial entre economistas, sociólogos y politólogos en la década del cincuenta. Desde Argentina y Uruguay, hasta México y Cuba, la preocupación por las vías capitalistas de superación de las desigualdades existentes a través de una mayor profundización de la industrialización y la merma del estado “semicolonial” y primario de sus economías, era un aspecto nodal en los discursos y reuniones de los presidentes a lo largo de los años cincuenta, tal como lo era para quienes integraban la Cepal –constituida en 1948 por parte de las Naciones Unidas– y sobre todo para un actor central de esta usina de pensamiento económico latinoamericano como era el argentino Raúl Prebisch. En la lógica de este concepto, además, se observaba una preocupación por las recurrentes crisis y dictaduras que azotaban a la región desde la década del treinta y por los problemas económicos que se arrastraban desde hacía décadas. De esta manera, siguiendo con el razonamiento, la inestabilidad de las democracias era un estricto producto del “atraso” y la “miseria” económica en donde estaban sumidas las mayorías de sus sociedades que “bajo esas condiciones sociales y económicas”, contradecían “los ideales de justicia y libertad” a los que aspiraban las élites políticas a la salida de la Segunda Guerra Mundial (Frondizi citado por Altamirano)”.

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