Por Hernán Andrés Kruse.-

Si algo faltaba para que quedara dramáticamente en evidencia la aversión del presidente de la nación por la democracia liberal en general y la educación en particular, ha sido su draconiana decisión de vetar la ley de financiamiento universitario, provocando un conflicto cuyas consecuencias son impredecibles. Con anterioridad, desde la Casa Rosada afirmaron que “El Poder Ejecutivo celebra el sinceramiento de los dirigentes Cristina Kirchner, Sergio Massa, Martín Lousteau, Horacio Rodríguez Larreta y Elisa Carrió, quienes han decidido unirse públicamente con el objetivo de obstruir el plan económico del Presidente. Esta convergencia deja de manifiesto la consolidación de un nuevo frente de izquierda populista en defensa de los privilegios de la dirigencia política”. “Esta administración no cederá ante el espectáculo mediático, los proyectos de ley irresponsables, ni la manipulación de causas nobles con fines partidarios”. Minutos antes de la publicación del comunicado, Milei había escrito el siguiente tuit: “Si para enfrentar a uno sólo tenés que juntarte con un montón de impresentables prostituyendo una causa noble (en este caso es una forma de ocultar la corrupción de los chorros de siempre) eso es una mayúscula muestra de debilidad y cobardía” (fuente: Melisa Molina, página/12, 3/10/024).

Ha quedado una vez más de manifiesto el desprecio del presidente de la nación por la educación pública. Fiel al credo anarcocapitalistas, considera a la educación pública, en este caso la universitaria, un gasto, un despilfarro de dinero. Si detentara el poder absoluto, no dudaría un segundo en arrasar con el sistema educativo nacional público. Por si lo recién expresado no bastara, ha quedado una vez más de manifiesto su repulsa por la democracia liberal, por la democracia que se apoya en la consideración del hombre como persona, como ser pensante.

Javier Milei no es un liberal, si se entiende por liberalismo una filosofía de vida basada en el respeto y la tolerancia. Para que quede bien en claro el antiliberalismo de Milei qué mejor que rememorar el pensamiento de un brillante intelectual norteamericano: el pedagogo, psicólogo y filósofo John Dewey. Buceando en Google me encontré con un ensayo de José María Rosales (Universidad de Málaga) titulado “La retórica de la democracia y el liberalismo político en los escritos de John Dewey” (Revista de Estudios Políticos-2012). Saque el lector sus propias conclusiones.

“Pocos pensadores han tenido una presencia tan influyente y continuada en la vida pública norteamericana como John Dewey. Durante siete décadas publicó de manera ininterrumpida. Desde sus primeros ensayos filosóficos de 1882 hasta sus últimos trabajos de filosofía, política y pedagogía de 1952, Dewey consiguió además cruzar la frontera del espacio académico. Se convirtió en un intelectual en el sentido más elevado de intelectual independiente. No llegó a ser propiamente un divulgador, sino que trató de compaginar su producción académica con una incesante actividad publicística. Consiguió, eso sí, que el gran público se interesara por lo que se investigaba y enseñaba en la universidad y demostró con su ejemplo personal que los académicos tienen una especial responsabilidad ciudadana.

El cultivo de ambas facetas no hizo con los años sino afianzar su reconocimiento en el mundo universitario y ampliar su influencia en la vida pública. Ambas facetas ilustran su trayectoria como pensador liberal, en el sentido que tiene este término en el mundo anglófono y, de modo especial, durante la primera mitad del siglo XX. Como filósofo pragmatista, Dewey afirma la prioridad de la experiencia sobre la teoría, no de modo absoluto, sino en el sentido instructivo de la prioridad de la democracia como experimentación cívica sobre la teoría democrática. Dicha experimentación tiene lugar no sólo en la esfera política, sino en otros ámbitos sociales, de modo especial en la escuela y, asimismo, en el trabajo o en las asociaciones civiles. En todos ellos los individuos participan en prácticas políticas y educan hábitos democráticos. Sirven como bancos de prueba que muestran cómo la democracia puede convertirse en una parte significativa de la vida cotidiana (…)”.

EL IDEAL DE LA DEMOCRACIA EN LOS ESCRITOS DE JOHN DEWEY

“Desde el punto de vista intelectual, el liberalismo de John Dewey abraza una de las versiones de la tradición liberal, la más cercana a la socialdemocracia europea, al tiempo que trata de mantener el individualismo solidario de la tradición liberal americana. Pero es también un liberalismo militante. En sus diferentes desempeños como presidente del People’s Lobby o de la League for Independent Political Action, Dewey asume un protagonismo destacado en el debate político. Argumenta una y otra vez que la suerte del liberalismo se decide no tanto en sus formulaciones teóricas, como en su capacidad para influir en la arena política. Es justo esta visión la que revela su papel como intelectual liberal crítico con la actuación de una administración también liberal, la del presidente Franklin Delano Roosevelt.

La relación intelectual y política, aunque no personal, entre Dewey y Roosevelt requiere una atención aparte. Para este trabajo, sin embargo, merece la pena destacar el seguimiento sistemático que Dewey hace de las políticas del New Deal, a las que considera insuficientemente reformistas. Ya antes de su primera presidencia, todavía como gobernador del estado de Nueva York, Roosevelt es objeto de una breve pero documentada y convincente crítica publicada en el New York Times. Dewey pone en entredicho el carácter redistributivo de su política fiscal, que, de acuerdo con los datos oficiales, beneficia a las rentas del capital sobre las rentas del trabajo. Durante los dos primeros mandatos de Roosevelt, las críticas de Dewey ponen de relieve los desequilibrios del New Deal. No sólo la improvisación que caracterizó la puesta en marcha de sus primeros programas, sino su incapacidad manifiesta para evitar el empobrecimiento de las clases trabajadoras o su desconsideración de la educación como prioridad son denunciadas en reiteradas ocasiones. Sólo a partir del tercer mandato, y tras la entrada de Estados Unidos en la guerra mundial a finales de 1941, cambia la percepción que Dewey tiene de Roosevelt. Para entonces, sin embargo, se ha producido una cercanía de posturas sobre el signo de la política exterior que deja en un segundo plano las cuestiones de política económica y social, que habían formado el núcleo de las reflexiones políticas y de las intervenciones públicas de Dewey en los años previos.

Lo esencial sobre teoría democrática se encuentra en trabajos publicados por Dewey entre 1916 y 1939. En los escritos anteriores, recogidos en su edición de Collected Works, tanto en las Early Works de 1882 a 1898 como en las Middle Works, entre 1899 y 1924, hay por supuesto múltiples referencias a la democracia y algunos ensayos monográficos. Pero es en la década de 1930 donde aparecen no sólo el mayor número de trabajos, sino las interpretaciones más elaboradas. De entre ellos, se han seleccionado los más representativos. La primera referencia obligada es su libro Democracy and Education, de 1916. Se trata de uno de los clásicos de la teoría pedagógica, que contiene las páginas más conocidas sobre su «concepción democrática de la educación». De trasfondo late la idea de la educación para el ejercicio de la ciudadanía democrática, pero el propósito de Dewey es más ambicioso y apunta a la capacidad transformadora del orden social que tiene la educación.

Una sociedad democrática, argumenta, es aquélla en la que la educación ha conseguido reconfigurar su tejido asociativo. La educación crea «una forma de vida social» caracterizada por la mutualidad de intereses entre sus miembros. Dewey la llama una «comunidad democrática». Dewey sostiene que «una democracia es más que una forma de gobierno; es ante todo un modo de vida asociativo, de experiencia conjunta comunicada». Una sociedad será democrática si garantiza la «participación en su bien de todos sus miembros en términos de igualdad» y si asegura «un reajuste flexible de sus instituciones mediante la interacción entre las diferentes formas de vida asociativa». La educación puede transformar una sociedad de individuos en una comunidad democrática de intereses que permita de una manera novedosa el desarrollo de las libertades. No en vano, argumenta Dewey, la democracia descansa sobre una condición epistémica, pues es la libre circulación del conocimiento la que hace posible este reajuste, o este equilibrio, entre las libertades individuales y la vida comunitaria.

En publicaciones posteriores desarrolla esta idea, de clara raigambre hegeliana, que durante años sin embargo pasó desapercibida o subestimada. Sin duda, la obra más destacada de este proyecto sobre la comunidad democrática es The Public and Its Problemas, de 1927. Se había iniciado como un comentario a The Phantom Public, de Walter Lippmann, publicado en 1925. Dewey comparte con Lippmann el diagnóstico pesimista sobre la escasa capacidad y hasta la apatía cívicas de la ciudadanía norteamericana, que detectan los sondeos sociológicos de la época. Pero no comparte la respuesta. De entrada, sostiene que la apatía política se debe a la incapacidad de los individuos para encontrar su lugar político en la sociedad. La industrialización ha cambiado las formas de vida tradicionales pero no ha conseguido proporcionar formas de mutualidad alternativas. La democracia americana, señala Dewey, se había originado en las primeras experiencias de vida comunitaria tras el establecimiento de las colonias. Aunque realmente no tan pronto, lo cierto es que desarrollaron prácticas de autogestión local, que en gran medida han resistido el paso del tiempo, aunque no son las únicas prácticas comunales de la democracia americana.

Para Dewey, sin embargo, contienen la respuesta al «eclipse de lo público», al eclipse de la ciudadanía como un público participativo y gobernante. Su recuperación, o su reinvención, permitirían superar el estadio de la «Gran Sociedad», que «ha invadido y desintegrado parcialmente a las pequeñas comunidades». Y crear una «Gran Comunidad» tras la integración entre los diferentes públicos de ciudadanos ahora divididos. La imagen tiene un antecedente inmediato en la idea de comunidad humana universal de otro gran pragmatista, Josiah Royce, desarrollada sobre todo en su obra de 1913 The Problem of Christianity. Royce había elaborado la idea de una comunidad de comunicación, tan fecunda en la recepción postidealista alemana del pragmatismo. Dewey amplía su significación política. La democracia, argumenta, sólo puede ser una forma de vida comunitaria, y es más: «Es la idea de vida comunitaria misma», un ideal realizable, no utópico, plasmado en múltiples formas de vida asociativa.

Sobre la imagen de la comunidad, Dewey amplía también su significación moral. La democracia, sostiene, es un ideal moral, que no se reduce a la democracia política. Es el nombre «de una vida de comunión libre y enriquecedora». Dewey se pregunta si la búsqueda de este ideal pasa por «recuperar la realidad de las organizaciones comunales menores y por penetrar y saturar a sus miembros con un sentido de vida comunitaria local». Su respuesta afirmativa dirige la atención hacia las formas básicas de relación interpersonal: «La democracia debe comenzar en el hogar, y su hogar es la comunidad vecinal». La realidad, sin embargo, sólo refleja esa experiencia de manera parcial, distribuida o dispersa, pero no integrada. ¿Cabe alguna posibilidad de reconstrucción política? El intento de convertir en verosímil el ideal de la Gran Comunidad como ideal democrático sigue siendo una preocupación central de Dewey en los años siguientes. En la década de los treinta publica nuevos trabajos en los que acentúa las condiciones prácticas que lo harían posible. En Liberalism and Social Action, de 1935, recuerda que la razón última para el desarrollo de la democracia reside en la educación. Junto con la introducción del sufragio universal y la democracia representativa desde el siglo XIX, la educación, señala Dewey, es una vía imprescindible para la extensión de la «forma de organización social» que supone la democracia «a todas las áreas y formas de vida» en las que los individuos ejercen sus libertades”.

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