Por Luis Américo Illuminati.-

En la mitología griega, Procusto, también conocido como Damastes, cuyo nombre significa el estirador, era un peligroso malhechor del Ática (península de Grecia), hijo de Poseidón, dios de los mares, de enorme estatura y fuerza. Procusto engañaba con su comportamiento amable, complaciente y afectuoso hacia los viajeros, a quienes les ofrecía se hospedaran en casa. Una vez en ella, los invitaba a descansar en su lecho de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y amarraba en las cuatro esquinas de la cama para verificar si se ajustaban a la misma. Si el huésped poseía una estatura mayor que el lecho, le cortaba las extremidades inferiores o superiores hasta quedar a la altura del lecho. Sus fechorías culminaron cuando un día apareció Teseo y lo enfrenta y lo lleva a caer en una trampa, al lograr que Procusto se acostara en su propio lecho para comprobar si su cuerpo encajaba en él, y, cuando lo hizo, lo amarró a las cuatro esquinas y le hizo probar su propia medicina.

Esta leyenda tiene varias interpretaciones en el campo psicológico y social. Un sector manifiesta que existen modernos Procustos (o idiotas) donde cada individuo está encastillado en sus propias creencias, aprisionado por ellas y, para peor, juzgando a los demás a partir de ellas. No hay ni que decir que no están sujetas ni a verificación empírica ni a criterios de razonabilidad. Es decir, los argumentos no importan, sino que los individuos son marionetas de sus cambiantes percepciones, generalmente inducidas. Esto lleva al escalamiento exponencial de la intolerancia y la descalificación, lo que desemboca en crispación social y violencia. El síndrome de Procusto es el reino de la subjetividad individual. En cada Procusto hay un fundamentalista, inmune a argumentos y razones. Es la antítesis del diálogo. Tal es la posición de una corriente de la Psicología.

En el campo de la política, desde mi punto de vista tengo para mí que el lecho de Procusto es un molde, una cama-trampa preparada en la que muchos argentinos caen. Pasan los años, cambian los actores, pero el drama o la tragedia es siempre la misma; nada se corrige y todo se olvida y las conmociones destructoras se suceden a intervalos regulares cual si obedecieran a leyes naturales.

La irreflexión los lleva a creer que el molde es lo más seguro sin analizar las posibles consecuencias de un esquema mental armado, con una narrativa falaz. Tal manera de hablar o conducirse sin comprometerse con la verdad es «lo políticamente correcto». Esta forma de aceptar lo dado sin analizar o sopesar si se adecua o no a la realidad, Heidegger le llama el «uno impersonal»(das man), lo superficial que no va al fondo de las cosas, lo que la gente lo toma como una verdad incuestionable, una mirada u opinión estereotipada y fabricada en molde que se oye y repite como un eco reiterado, interminable, que convierte al hombre en un loro que repite lo que oye, así obra como un autómata, el hombre-máquina que pronto será dirigido por la inteligencia artificial. De ahí que haya una existencia «inauténtica», que es de la hablamos y otra «auténtica» que busca el ser: «operari sequitur esse». Primero la reflexión y a continuación la acción y no a la inversa.

Y esto es precisamente lo que sucede en la Argentina con el molde oficial que nos ha impuesto este sistema perverso que nos rige y que hemos aceptado, un lecho de Procusto, que obliga al ciudadano, al hombre que vota (homo sufraganis) a adaptarse a sus medidas y si no encaja le cortan las piernas o los brazos, desde el punto de vista psicológico y social. Hablamos en sentido figurado que ayuda al sentido filosófico de la palabra.

Tempranamente los más sensatos advirtieron que muchos de los individuos que forman la sociedad estaban siendo cortados con tijeras por normas y leyes contrarias a nuestra noble tradición. Sobreabundaron los clichés y estereotipos -moldes o programas falsos- y la moral les pareció una prisión. ¿Qué fines persigue el molde? ¿Quién lo había hecho? ¿Y fundamentalmente, quiénes son los que toman decisiones perjudiciales para todos? ¿Quién aprobaba leyes tan desparejas?

Cada día la gente estaba más alienada en ese molde, implacable, apretado como un chaleco de fuerza. La política enfermiza de los últimos 50 años en nuestro país impuso el maldito molde o lecho de Procusto, un círculo de poder, un establishment alejado de los principios de la democracia auténtica. Un círculo egoísta, una casta política que para su provecho ha instaurado un simulacro de democracia que en realidad es una ominosa demagogia que lleva a la división, a la anarquía, al marasmo y a la autoliquidación del individuo y de la sociedad.

Tal fenómeno transmutó en una especie del mismo género y desde hace veinte años está representado por el kirchnerismo, una facción maniática que es una mezcla o mixtura a lo Frankenstein de populismo exacerbado y montonerismo marxista que se enquistó en el peronismo falleciente de los 70. ¿Qué es lo que había pasado? ¿Cómo pudimos tolerar semejante descalabro durante veinte años? Una sórdida organización delictiva procedente de Santa Cruz había tomado descaradamente el Estado como de su propiedad. Duhalde les franqueó las puertas. Se mimetizaron en el peronismo y luego lo transformaron en un gólem a sus órdenes. Una banda de delincuentes de cuello blanco en el gobierno. El crimen perfecto. En el crimen perfecto, la perfección misma es el crimen, de la misma manera que en la transparencia del mal, la transparencia misma es el mal. Pero la perfección siempre es castigada y su castigo es la reproducción. Si las consecuencias del crimen son permanentes, no hay ni asesino ni víctima (Jean Baudrillard).

Share