Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 16 de diciembre Página/12 publicó un artículo de David Cufré titulado “Milei quiere un nuevo orden social”. Durante la campaña electoral y luego de haber obtenido un histórico triunfo en el ballottage, el economista libertario Javier Milei no se cansó de expresar que un ajuste feroz o, si se prefiere, una política de shock, es la única alternativa viable para sacar al país de la ciénaga. Es el ajuste o la hiperinflación. Es cierto que el ajuste ortodoxo implica sufrimiento, pero es el precio que inexorablemente se debe pagar para ingresar en una nueva era plagada de felicidad y bonanza.

Cuando Milei afirma que no hay otra alternativa más que el ajuste ortodoxo anula cualquier atisbo de crítica, de pensamiento alternativo. El presidente hace gala de una intolerancia y un autoritarismo impropios del liberalismo si por tal entendemos una filosofía basada en la tolerancia y el respeto. Al sentenciar que el ajuste ortodoxo es la única alternativa intenta domesticar al pueblo, enervar su capacidad de reacción, de anular su espíritu de resistencia.

Como bien señala Cufré no es cierto que el ajuste ortodoxo sea la única alternativa. Por ejemplo, en lugar de imponer una feroz devaluación del peso el presidente libertario podría haber elegido el camino del desdoblamiento cambiario con impuesto extraordinario a los grandes exportadores y un pacto, social para balancear precios y salarios. Cabe, por ende, formularse la siguiente pregunta: ¿por qué Milei sentencia que el ajuste ortodoxo es la única alternativa? Lejos de intentar solucionar la crisis heredada del gobierno anterior, el presidente libertario no ha hecho más que agravarla. “El argumento de que hay que soportar una inflación de 250 a 300 por ciento, con quita de subsidios, congelamiento de planes sociales, incremento de impuestos y bloqueo a la política de ingresos olvida un concepto moral básico: el “ordenamiento” de la economía tiene que ser con la gente adentro”, afirma Cufré. Además, la historia económica argentina demuestra que estos ajustes ortodoxos nunca fueron transitorios. En 1976 Martínez de Hoz prometió que el ajuste sería por corto tiempo. Lo mismo prometieron Domingo Cavallo en 2001 y Alfonso Prat Gay en 2016. A esas promesas se las llevó el viento. ¿Quién pagó las consecuencias de esos ajustes? El pueblo. ¿Por qué ahora sería diferente con Caputo?

Según Cufré la intención de Milei es imponer un nuevo orden social. Ello significa que el ajuste económico no es más que un medio para el logro de ese fin. El presidente libertario pretende imponer un nuevo orden social basado en el individualismo más extremo, lo que implicaría la pulverización de todo atisbo de solidaridad social, de justicia social. En un orden social de esa índole imperaría el más crudo darwinismo social. Aquel estado de naturaleza impiadoso elucubrado por Thomas Hobbes se haría finalmente realidad. El hombre se convertiría en un lobo para los otros hombres. De esa forma Milei no haría más que aniquilar al verdadero individualismo magistralmente descrito por Hayek en su ensayo “Individualismo: verdadero y falso”. Recordemos qué decía Hayek al respecto: “La actitud fundamental del auténtico individualismo es de humildad hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas no ideadas o comprendidas por ningún individuo y son en efecto más grandes que las mentes individuales. La gran cuestión en este momento es la de si se permitirá a la inteligencia del hombre continuar su desarrollo como parte de este proceso o si la razón humana se ha de colocar cadenas de su propia fabricación. El individualismo nos enseña que la sociedad es más grande que el individuo, únicamente en la medida que alcance libertad. En tanto se la mantenga controlada o dirigida, tiene los límites de las mentes individuales que la controlan y dirigen. Si la soberbia de la mente moderna, incapaz de respetar nada que no sea controlado conscientemente por la razón individual, no aprende a tiempo dónde detenerse, podemos estar seguros, como Edmund Burke advirtió, de que “todas las cosas que nos rodean se reducirán gradualmente hasta el punto de que al fin las más atractivas habrán adoptado las escasas dimensiones de nuestra capacidad mental”.

Milei no cree en el verdadero individualismo hayekiano. Cree en un individualismo extremo, en un conjunto de individuos aislados, egoístas, que les interesa muy poco lo que acontece a su alrededor. Buceando en Google encontré un ensayo de Nicolás Viotti (Conicet, IDAES, UNSAM) cuyo título es altamente perturbador: “El individualismo autoritario” (Revista Latinoamericana de sociología, política y cultura, 2020). ¿Será este individualismo la base ideológica y moral del gobierno del libertario Javier Milei?

INDIVIDUALISMO AUTORITARIO

“El problema del individualismo ha sido un tema clásico de las ciencias sociales y del pensamiento político del siglo XIX. Mayoritariamente, las miradas sobre este fenómeno lo han asociado con una dimensión progresiva de la vida moderna y en contraste con un modo de organización social jerárquico asociado con el orden conservador y reaccionario. La imagen de la revuelta liberal contra el Ancienne Régime ha sido tal vez el modelo paradigmático para imaginar esa tensión entre individualismo y conservadurismo, lo que atenta contra la posibilidad de detectar la dimensión conservadora del propio individualismo. El individualismo parece ser, por un lado, una categoría acusatoria con un uso político coyuntural, que es utilizada en un sentido normativo como sinónimo de falta de sociedad, falta de moral. Usada con recurrencia en las críticas actuales al “neoliberalismo” o el “egoísmo”, a veces imaginados como sinónimos. Pero al mismo tiempo, el individualismo resulta la base de los valores de igualdad y de mérito, uno de los núcleos centrales de las ideas liberales de libertad, respeto de la diferencia y de las reivindicaciones progresistas frente a las concepciones jerárquicas de la herencia, la sangre y la autoridad inamovible.

Estos usos del individualismo son usos situados, muestran disputas y recurrencias prácticas del campo semántico que rodea el valor de la idea de individuo como configuración moral y atraviesa, por lo menos, la experiencia de las llamadas sociedades complejas contemporáneas. Su derrotero como uso práctico es complejo y sinuoso: ha sido criticado por ser la fuente de la disolución social o reivindicado como vehículo de la libertad y la libre elección. Más allá de los usos prácticos, entendemos aquí como configuración individualista a un orden lógico que excede las disputas por su significado. Tal como señaló Dumont (1987), ha sido al mismo tiempo la base del proyecto moderno y sus críticas, encontrándose tanto en la ciudadanía, sustento de la idea de nación, como en la idea de solidaridad. Contra lo que habitualmente se supone, la solidaridad no se opone al individualismo, sino que es su consecuencia: sólo existe en la medida en que hay individuos que sean solidarios. Para Dumont, el “individualismo” no es lo que se opone a lo “social”, sino un valor ideológico que organiza y precede tanto la idea de individuo como sujeto autónomo como la idea de lo social en tanto agregado de individuos. El acceso a la ideología individualista no se da únicamente por medio de la experiencia intersubjetiva, sino por la puesta en relación de esa dimensión sensible con totalidades abiertas. Es justamente el análisis comparativo de esas constelaciones lógicas lo que sería el objeto de la antropología de las sociedades modernas. Las mismas no existen en sí, sino sólo en el contraste analítico. Estamos utilizando, entonces, el término individualismo en este sentido lógico y analítico, que no es sinónimo de las disputas por los usos prácticos y experienciales del término “individualismo”, sino uno más estructural, de larga duración y que es resultado del contraste con lógicas no individualistas que se encuentran mucho más allá de una mirada encriptada en las sociedades modernas.

Para Dumont, sólo podemos entender el fenómeno individualista en contraste con otros órdenes ontológicos de construcción de la persona, que provienen de ejemplos etnológicos o históricos no modernos. ¿Para qué nos sirve esta idea del individualismo como lógica general de las sociedades contemporáneas? ¿Qué tiene que ver ello con el giro conservador en Latinoamérica? Desde la década de 1970 una corriente influyente de la antropología brasilera hizo un uso bastante creativo de las ideas de Dumont para reflexionar sobre la vitalidad de ideologías jerárquicas que mantenían cierta distancia del modelo igualitario del individualismo. De este modo, el ensayo de interpretación nacional de Roberto Da Matta (1979), sobre todo su particular reflexión acerca de las relaciones jerárquicas de la cultura nacional inscriptas en las micro escenas cotidianas de la vida urbana, en las figuras del “malandro”, el “héroe” y en el Carnaval, y el análisis situado de Luiz Fernando Días Duarte (1986) sobre los modos relacionales de construcción de la persona en torno al padecimientos de “nervios” en el mundo popular urbano de una periferia de Río de Janeiro, ambos mostraban la persistencia de configuraciones donde el individualismo igualitario aparecía subordinado a principios ideológicos basados en concepciones jerárquicas (que afectaban los modos de entender la familia, la política-ciudadanía, la religiosidad y la propia persona).

Menos sustanciales para pensar la región han sido los análisis de Dumont sobre el fenómeno del autoritarismo moderno, con base en el ejemplo histórico del nazismo, donde desarrolla la hipótesis de que lejos de ser una manifestación regresiva de los valores modernos la experiencia del nazismo se entronca en una deriva posible del individualismo. La crítica al igualitarismo y la democracia se montan sobre una versión particular del valor individualista. Sobre todo, a partir de los valores en torno a la idea de “lucha de todos contra todos” y el darwinismo social derivado de ese principio, la interpelación al “hombre común” de la prédica autoritaria que desconfía de los valores monárquicos, y la utilización nacionalista, es decir eminentemente moderna, de la idea de “raza”. Este movimiento del análisis sobre la ideología individualista nos resulta particularmente útil, porque evita la mirada habitual que asocia las posiciones conservadoras con resabios de una mirada arcaica o, en el peor de los casos con persistencias “tradicionales”, sugiriendo una lectura binaria entre lo moderno y lo tradicional de corte evolutivo. Al mismo tiempo, nos enfrenta con una mirada posible sobre los rasgos individualistas del llamado “giro conservador” a la luz de los fuertes procesos de individualización en las décadas recientes. Las profundas transformaciones de la última parte del siglo XX y las primeras décadas del XXI han hecho más complejo el imaginario binario entre valores individualistas y jerárquicos, mostrando una nueva fase del individualismo, profundizada por la amplia difusión del modelo de una sociedad mercantilizada. La conformación de las naciones latinoamericanas modernas estuvo marcada por la construcción de individuos-ciudadanos, con diferentes niveles de eficacia.

En Argentina, esta proyección del individuo-ciudadano fue resultado de políticas públicas que construyeron una autoimagen homogénea de la nación: higienismo médico, catolicismo social, servicio militar obligatorio, ejército de frontera, policía y educación pública fueron parte de una trama de individualización que organizó lo moralmente aceptado. Desde la década de 1960, y a pesar de los gobiernos autoritarios, un movimiento de cambio cultural alteró los modelos de familia, las prácticas religiosas, los usos de la industria cultural en expansión, los modos de afectividad y sexualidad, en base a un proceso de autonomización que supuso un nuevo capítulo en la historia del individualismo argentino. La llamada “crisis generacional” de esa década habilitó nuevos modos de establecer relaciones con los otros y con uno mismo, amparados en recursos de autoconocimiento donde el psicoanálisis resultó paradigmático. Estos no eran contradictorios con un proceso de politización creciente de las generaciones más jóvenes. En realidad, el proyecto de auto-indagación de uno mismo que las técnicas psi popularizadas habilitaban era parte de un mismo cambio cultural.

La llegada de la democracia en la década de 1980 consolidó en el plano político y cultural un proceso de democratización alrededor de los principios de “libertad” y “autonomía” que se difundieron en la vida social de un modo nuevo sobre el escenario de la democracia política pero que se consolidaron en la vida cotidiana de modos aun poco analizados en conjunto: nuevas formas de organización familiar, movimientos que reivindicaban la igualdad de género, el multiculturalismo, nuevas sensibilidades estéticas vinculadas con el rock y nuevos modos de vida urbanos, terapéuticas, como las terapias alternativas, y religiosas, desde el pentecostalismo en el mundo popular a las nuevas espiritualidades entre los sectores educados. Estos cambios en la vida cotidiana fueron la contracara de un modelo económico de mercado, basado en el “ciudadano-consumidor” (Fridman, 2008), que se profundizó durante la dictadura militar (1976-1983) y que confluyeron en un tipo de individualismo asociado con la creatividad subjetiva, el emprendedorismo y la desconfianza a la autoridad jerárquica. El ciclo sociocultural que se inició en 1983 garantizó libertades individuales en términos políticos y culturales que la década anterior profundizó en una versión estrictamente económica. Contra la idea del sacrificio, marca tanto de una moral del esfuerzo y el mérito como de una generación abnegada por la transformación social y personal, surgían diferentes reivindicaciones del placer “aquí y ahora”.

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