Por Luis Américo Illuminati.-

«El problema de Argentina somos nosotros», dijo el papa Francisco a través de un podcast que difundió el Vaticano. El resto de la charla que no es un discurso sino una suerte de stand up donde no profundiza nada, es una sarta de obviedades y lugares comunes que no vale la pena trascribir porque insultan la inteligencia (que este es un «país bonito», que no hay que quedarse en la mitad del camino y puso de ejemplo la Selección Argentina en Qatar, etc.).

El Papa Francisco se equivoca feo cuando dice «nosotros» al meternos a todos en la misma bolsa. Yo le diría a Don Jorge que primero se mire él y vea de qué lado o sector desde el comienzo ha inclinado su balanza -el kirchnerismo que es una ominosa facción del peronismo son sus amigos- y después juzgue objetivamente. Nosotros no somos ustedes y viceversa. Vosotros sois una fracción y no el todo.

Pues un Papa que intenta mínimamente ser justo no puede irresponsablemente decir cualquier cosa, no puede hablar a medias tintas, un jefe religioso no tiene coronita para comportarse como un cínico, como un chanta sonriente y descomprometido de todo, y libre para decir todo tipo de ambigüedades (boludeces), en lugar de llamar a las cosas por su nombre: al mal, mal y al bien, bien, caso contrario más que Vicario de Cristo es Vicario del Anticristo.

Don Jorge cree que, con no venir a la Argentina esa es una posición ecuánime. Lo cual no sólo es antojadizo y arbitrario sino injusto. Además, todo el mundo -la Argentina- sabe cuál es su preferencia política. Olvida Francisco que no se puede ser amigo de Dios y del diablo al mismo tiempo. Si Don Jorge no leyó la obra de Goethe «Dr. Fausto», que la lea y verá que él se le parece bastante.

Si Francisco hubiera sido sincero, tendría que haber dicho: «El problema de la Argentina somos nosotros: los peronistas, una bolsa de gatos furiosos y serpientes».

Le aclaro a Don Jorge que yo creo en la Justicia Divina, soy cristiano, bautizado y que tomé los otros sacramentos (salvo Orden Sagrado y Extremaunción) y aún le rezo a Jesucristo y a la Santísima Virgen María.

Gran parte de la actual jerarquía eclesiástica, -con excepción de Monseñor Héctor Aguer, jubilado por la edad- es muy parecida a la que el Padre Leonardo Castellani (1899-1981) describe en su libro «Su Majestad Dulcinea». Ellos son Panchampla, Papávero y Fleurette -sujetos sin vocación, depredadores de la fe, corruptos, lobos que son falsos pastores con notable influencia sobre las crédulas y confiadas ovejas-, además del Papa Juliano Felsenburg, sentado en la silla romana, al frente de una Iglesia falsificada, una Contra-Iglesia Modernista. Dice el autor del libro en forma de protesta, casi una profecía cumplida: «Porque yo no defiendo ahora sino solamente mi FE -gritó el Cura cuando se apagó el vocerío-, contra la herejía más sutil que existe, la última herejía, dentro de cuyo caldo nacerá el Anticristo. Muchos de vosotros defendéis el ser histórico de esta nación, que habéis aprendido a amar, como Uriarte por ejemplo; otros defendéis o vengáis directamente vuestros bienes arrapiñados, que consideráis con razón requisito necesario de vuestra vida moral y racional; como por ejemplo el tagarote de Quiroga Quintana. Pero yo defiendo directamente la fe católica. Porque este democratismo que se nos impone a la vez con la mentira y la violencia, es una cosa religiosa, es el Cristianismo de Cristo transformado en el Cristianismo de Panchampla, adulterado, tergiversado y vaciado de todo su contenido; y rellenado por Juliano Felsenburgh de un contenido satánico…» («Su Majestad Dulcinea», Primera parte, Capítulo X, El sermón del Cura Loco).

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