Por Hernán Andrés Kruse.-

El 22 de mayo se cumplió el centésimo trigésimo primer aniversario del nacimiento de un eminente sociólogo, economista y filósofo alemán que fue un emblema de la Escuela de Frankfurt y cofundador del Instituto de Investigación Social. Friedrich Pollock nació en Friburgo de Brisgovia el 22 de mayo de 1894. Durante el tiempo que le dedicó para el estudio de las finanzas (1911-1915) conoció a quien se convertiría en su amigo más fiel: Max Horkheimer. Más adelante estudió economía, sociología y filosofía en Frankfurt del Meno, donde se recibió de doctor en 1923. Al año siguiente fundó, con la ayuda de Félix Weil, el Instituto de Investigación Social de Fráncfort del Meno. Dicho instituto albergó a pensadores marxistas de la talla de György Lukács, Karl Korsch, Karl Wittfogel y Friedrich Pollock. Sus miembros fundadores fueron Pollock, Weil, Leo Löwenthal y Erich Fromm. Fue su director entre 1928 y 1930. En 1933, en compañía de Horkheimer, se exilió en Ginebra y luego en Londres, París y Nueva York. En 1950 regresó a Frankfurt junto a su amigo de toda la vida. Ambos restablecieron el Instituto de Investigación Social, tomando Pollock nuevamente el papel de director. Entre 1951 y 1958 fue profesor de economía nacional y sociología en la universidad de Frankfurt. En 1959 se trasladó a Montagnola (Tesino, Suiza). En ese entonces era profesor emérito de la universidad de Frankfurt. En ese lugar dejó de existir en 1970 (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Amaro Fleck (Universidad Federal de Minas Gerais-Brasil, 2021) titulado “Pollock y los frankfurtianos. Notas sobre la recepción del concepto de capitalismo de estado”. Analiza, en primer lugar, lo que pensaba Pollock sobre el capitalismo de estado, y en segundo término, la influencia que ejerció su diagnóstico sobre Horkheimer, Adorno, Habermas y Postone.

INTRODUCCIÓN

“No sin intenciones controvertidas, Philipp Lenhard, editor de las obras completas de Pollock en Alemania, considera que “la teoría del ‘capitalismo de Estado’, también llamada más tarde ‘mundo administrado’ o ‘capitalismo tardío’, marca el verdadero comienzo de la Teoría Crítica”, siendo más determinante para esta tradición de pensamiento que el famoso ensayo de Horkheimer, “Teoría tradicional y teoría crítica” . Evitando la comparación, podríamos decir que ambos textos (o las dos ideas contenidas en ellos) son determinantes para la constitución de esa escuela. El caso es que la necesidad de actualizar la crítica por la transformación estructural del capitalismo representada en el diagnóstico de Pollock es fundamental para la teoría crítica de Frankfurt, y sus diversos representantes pensaron acerca de ese diagnóstico, aceptándolo o rechazándolo en mayor o menor medida, pero tomándolo siempre como decisivo.

Es común en la literatura que trata directa o indirectamente de la obra de Pollock la identificación entre la tesis del capitalismo de Estado y el diagnóstico de una creciente intervención estatal en el campo económico, es decir, se entiende el capitalismo de Estado como sinónimo de un orden planificado. Sin embargo, tal identificación tiende a oscurecer la peculiaridad de Pollock en el debate de la planificación, convirtiéndolo en un economista más, entre muchos otros, comprometido en demostrar que la planificación no es económicamente inviable. Además, cualquier observador mínimamente atento sabía que el Estado estaba comenzando a desempeñar un papel cada vez más prominente en la economía, además de garantizar una gama más amplia de derechos para sus contribuyentes, especialmente a través de intervenciones en el mercado laboral.

Las posibilidades de órdenes resultantes de la planificación son mucho más amplias que las descritas por Pollock en su tesis del capitalismo de Estado. La quintaesencia de esta tesis es la afirmación de la primacía de lo político sobre lo económico y, en consecuencia, la afirmación de que la producción se dirigió nuevamente hacia valores de uso, como en los modos de producción precapitalistas, en lugar de hacia valores de cambio; en otras palabras, para la satisfacción de necesidades, más que para la valorización del valor. Toda la polémica radica en este punto, ya que nadie seguía creyendo que se vivía en un orden basado en el antiguo laissez-faire, entonces considerado completamente obsoleto”.

EL “CAPITALISMO DE ESTADO” DE POLLOCK

“En el noveno y último de los volúmenes publicados del Zeitschrift für Sozialforschung, luego rebautizado como Studies in Philosophy and Social Science, Friedrich Pollock publicó dos trabajos: “Capitalismo de Estado: sus posibilidades y limitaciones” y “¿Es el nacionalsocialismo un nuevo orden?”. El último número de la revista también contó con contribuciones de Horkheimer (“El fin de la razón” y “Arte y cultura de masas”); Adorno (“Sobre la música popular”, “Spengler hoy” y “El ataque de Veblen a la cultura”); Marcuse (“Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna”), así como con el aporte de otros teóricos asociados al Instituto de Investigaciones Sociales.

Los dos artículos de Pollock tratan del mismo asunto: la configuración económica de la Alemania nazi. En ambos, la Alemania nazi es vista como el presagio de una nueva era, como una situación avanzada de algo que debería repetirse en otros lugares. En otras palabras, la Alemania nazi sería entonces el ejemplo más cercano de un tipo ideal de capitalismo que tendería a extenderse, ya que las tendencias en esta dirección también podrían verse en otros lugares, aunque en una etapa incipiente. Es, por tanto, la cuestión que siempre ha estado en el centro de las preocupaciones de la teoría crítica: las transformaciones del capitalismo, así como las posibilidades y peligros derivados de estas transformaciones.

Pollock, por supuesto, no es el único teórico que aborda este tema. De hecho, una parte considerable de las discusiones en teoría social versó sobre este asunto, especialmente durante las décadas de 1930 y 1940. Prácticamente no hubo disputa sobre el alcance e incluso la importancia de las transformaciones. Después de todo, hubo un acuerdo razonable de que el capitalismo había cambiado radicalmente, tanto por la adopción de medidas de estabilización macroeconómica, evitando el surgimiento, diseminación y profundización de crisis, como por el hecho de que el Estado asume funciones cada vez más destacadas: regular los mercados, redistribuir la riqueza, impulsar el desarrollo de industrias estratégicas, reemplazando las áreas fundamentales. Lo que se discutió fueron las implicaciones de estos cambios para la naturaleza misma y el futuro del capitalismo.

Lo que Pollock ofrece en ambos trabajos es una contribución a la respuesta a este problema. Pollock ofrece así una respuesta un tanto paradójica, que puede situarse como una posición extrema en el debate en cuestión, a saber, que, en sus palabras: “el verdadero problema de una sociedad planificada no reside en el ámbito económico, sino en el político, en los principios que deben aplicarse a la hora de decidir qué necesidades se deben preferir, cuánto tiempo se debe dedicar al trabajo, cuánto del producto social se debe consumir y cuánto se debe usar para la expansión, etc.”. Así, “la sustitución de medios económicos por medios políticos como última garantía para la reproducción de la vida económica cambia el carácter de todo el período histórico. Esto significa la transición de una era predominantemente económica a una era esencialmente política”.

En resumen, “bajo el capitalismo de Estado (…) el motivo de lucro es reemplazado por el motivo de poder”. La tesis es paradójica, al menos dentro del marxismo, ya que una de las características esenciales del capitalismo sería precisamente la defensa de una primacía de lo económico, que la dominación social se ejerce principalmente a través de la economía y no a través de la política. En otras palabras, superar la primacía de la economía significaría el socialismo o algún otro arreglo postcapitalista. Razón que lleva a Franz Neumann a declarar que “el propio término ‘capitalismo de Estado’ es una contradictio in adjecto”.

HORKHEIMER…

“Amigo íntimo de Pollock desde su adolescencia, probablemente Horkheimer siguió de cerca el desarrollo de los argumentos presentados en sus trabajos publicados en la revista del Instituto, Zeitschrift für Sozialforschung. Pero la relación de Horkheimer con las tesis presentadas en “Capitalismo de Estado” y “¿Sería el nacionalsocialismo un nuevo orden?” es más ambigua de lo que sugiere una parte significativa de la literatura que trata sobre su obra. A empezar por el hecho de que Horkheimer trabajaba, simultáneamente, sobre el mismo tema: las transformaciones estructurales de la sociedad capitalista. Este tema aparece en primer plano en los textos “Teoría tradicional y teoría crítica” (1937), “Los judíos y Europa” (1939) y “El Estado autoritario” (escrito en 1940, publicado en 1942). Estos tres trabajos fueron escritos antes de los dos de Pollock recién mencionados, y avanzan una parte importante de lo que allí se defiende, pero también discrepan, exponiendo algunas observaciones que no se pueden identificar ni conciliar con el contenido de los mismos.

En “Teoría tradicional y teoría crítica”, Horkheimer parte del supuesto de que: “En los conceptos de empresa y de empresario hay, a pesar de su identidad, una diferencia, según se los extraiga de la representación de la primera forma de economía burguesa o del principio del capitalismo desarrollado, y según provengan de la crítica de la economía política del siglo XIX, la economía de los empresarios liberales, o de la del siglo XX, que tiene ante sí a los empresarios monopolistas”. Esto significa que la explicación y la crítica presentes en el Capital de Marx no pueden simplemente trasladarse a la realidad existente sesenta años después. Pero tampoco pueden considerarse obsoletos y, por tanto, ser abandonados. Según Horkheimer: “La fijeza de la teoría consiste en que, a pesar de sus cambios, la sociedad, en cuanto a su estructura económica básica, a las relaciones de clase en su forma más simple y, con ello, también a la idea de su supresión, permanece idéntica”.

Es a través de esta tensa relación con la crítica de la economía política marxista que Horkheimer busca construir su diagnóstico de la época. Marx sigue siendo necesario, porque su teoría del capitalismo todavía es capaz de explicar la “estructura económica fundamental” de la sociedad capitalista, pero su teoría ya no es suficiente para explicar las peculiaridades del capitalismo monopolista desarrollado, una nueva fase dentro del mismo período histórico. Por eso, el diagnóstico se construye en contraste con el de Marx, para actualizarlo. Para entender la década de 1930, es necesario dialogar con el Capital, más precisamente, es necesario partir de él y decir qué ha cambiado en relación a lo que allí se expone.

Pero lo mismo ocurre en menor medida, si todavía aún ocurre, en los textos de Pollock publicados en 1941. Esto se debe a que el capitalismo de Estado no es simplemente una nueva “fase” en el mismo período, como afirmó Horkheimer en 1937, sino una nueva “era”. El debate que tiene lugar a finales de la década de 1940 en el Instituto de Investigación Sociales, no solo entre Horkheimer y Pollock, sino también con los demás miembros, no se trata de si el capitalismo siguió siendo similar al explicado por Marx. Hubo consenso entre ellos en que se había producido un proceso de concentración económica, por lo que los acuerdos entre monopolios sustituyeron a la competencia entre capitalistas privados. También hubo consenso entre ellos en que la injerencia del Estado y el principio de planificación trajeron consigo cambios importantes.

Pero si todos estuvieran de acuerdo en que el capitalismo había entrado en una nueva fase, no todos estarían de acuerdo en que entró en una nueva era. El disenso no se centraba en si el capitalismo había cambiado, sino en hasta qué punto lo había hecho. Y aquí Pollock representa uno de los extremos, Neumann probablemente el otro, y los otros miembros están o bien cerca de uno, o bien cerca del otro, sin, sin embargo, coincidir enteramente en sus posiciones con ninguno de ellos. Las diferencias entre el capitalismo liberal del siglo XIX y el capitalismo monopolista de principios del siglo XX señaladas por Horkheimer en 1937 pueden enumerarse brevemente de la siguiente manera: 1) Existe una separación entre la propiedad de los medios de producción y su control, de modo que los propietarios legales ya no dirigen sus industrias; 2) Hay un proceso de concentración y cartelización de la economía, por lo que la competencia da paso al monopolio; 3) Como resultado, la sociedad ya no está dominada “por propietarios independientes, sino por camarillas de dirigentes de la industria y la política”; 4) Hay una desaparición de la resistencia y los trabajadores se vuelven cada vez más impotentes.

El hecho de que masas de trabajadores se vuelvan impotentes y sean lideradas por camarillas de industriales y políticos no significa una pérdida de importancia en los conflictos económicos. Por el contrario, Horkheimer afirma que “estas transformaciones no dejan de afectar la estructura de la teoría crítica. Ella no cede a la ilusión cuidadosamente cultivada por las ciencias sociales, de que la propiedad y la ganancia ya no tienen el papel decisivo”. En lugar de un cambio de la primacía de lo económico a lo político, como Pollock dirá cuatro años después, lo que Horkheimer señala es que “lo económico determina más directa y conscientemente a los hombres”. Dos años después, en “Los judíos y Europa”, el diagnóstico sobre la transformación estructural del capitalismo gana aún más protagonismo. Horkheimer refuerza las cuatro diferencias enumeradas anteriormente y les agrega tres: 5) “La esfera de la circulación (…) pierde su significación económica” y prácticamente desaparece; 6) la intervención y la planificación estatales conducen a una estabilización de la economía, de modo que “para el fascismo como sistema mundial no es previsible un final desde el punto de vista económico”; 7) “La dominación social, que ya no puede mantenerse por medios económicos porque la propiedad privada ha quedado anticuada, se prolonga ahora por medios directamente políticos”.

Las dos últimas declaraciones anticipan las tesis del capitalismo de Estado de Pollock. Mientras Horkheimer afirma que “el afán de beneficio culmina hoy en lo que siempre fue: afán de poder social”, Pollock dice que “el motivo de lucro es reemplazado por el motivo de poder”. Además, Horkheimer dice que “la economía no tiene ya una dinámica autónoma. Cede su poder a los económicamente poderosos.”. La proximidad es tan cercana que Abromeit concluye que, “como su viejo amigo Friedrich Pollock, (…) Horkheimer creía que el capitalismo de Estado representaba una nueva primacía de lo político sobre lo económico”. Y, de hecho, su conclusión se basa en un número significativo de pasajes encontrados en el texto de 1939. Sin embargo, aunque hay muchos pasajes que anticipan la exposición de Pollock, debe tenerse en cuenta que Horkheimer nunca afirma de manera definitiva la primacía del político sobre lo económico como se encuentra en el texto de Pollock, “Capitalismo de Estado”, siempre manteniendo una gran ambigüedad sobre el tema.

Incluso en “Los judíos y Europa”, Horkheimer se distancia claramente de Pollock por desconfiar de la unidad del Estado alemán, por darse cuenta de que allí había un conflicto velado: “Bajo la superficie del Estado del Führer se libra una furibunda batalla entre los interesados por hacerse con el botín. Si no fuera por el interés que comparten en mantener a la población en jaque, hace tiempo que la élite alemana y otras élites europeas hubieran entrado en guerras internas y externas. En el interior de los Estados totalitarios esta tensión es tan grande que Alemania podría disolverse de la noche a la mañana en un caos de luchas de gánsteres”. Esta afirmación es más coherente con el Behemoth de Neumann que con los argumentos de Pollock. Además, Horkheimer no afirma, como Pollock, que el Estado se apropie de la esfera económica, sino que lo político y lo económico se fusionen.

Y aquí está el meollo de la diferencia: lejos de la estrecha separación propuesta por Pollock, en la que la política y la economía son lógicas diferentes, motivadas por intereses diferentes (poder o lucro), lo que Horkheimer sugiere a lo largo de estos tres textos es que la política y la economía tienden para convertirse en el mismo dominio, para superar sus diferencias. Publicada en el mismo volumen que las “Tesis sobre el concepto de historia” de Walter Benjamin, “El Estado autoritario” inserta reflexiones sobre los cambios estructurales del capitalismo en una crítica a un cierto “confort” de una izquierda determinista que veía el “capitalismo de Estado” como un paso más en el inexorable camino hacia el socialismo. Para esta izquierda, la concentración de la propiedad en pocas manos, la separación de la propiedad y el control, el papel activo del Estado y la introducción del principio de planificación no serían más que signos de una transición pacífica hacia un orden racional.

Contra esta convicción, Horkheimer muestra que este momento puede no ser transitorio, que el capitalismo de Estado, “el Estado autoritario del presente”, puede estabilizarse, en definitiva, es decir, que el capitalismo puede sobrevivir a la economía de mercado. En este trabajo, Horkheimer habla de una “transición del capitalismo monopolista al capitalismo de Estado”. Por lo tanto, no caracteriza al capitalismo de Estado como capitalismo monopolista autoritario, sino como una fase postmonopolista. El Estado autoritario asumiría tres variantes: estatismo integral o socialismo de Estado soviético, fascismo o forma mixta y reformismo. Es represivo en todas sus variantes.

A pesar de la adopción de la terminología que Pollock hizo famosa, nuevamente aparece una diferencia crucial, no solo en relación con los trabajos pollockianos del 41, sino con su propio texto anterior, “Los judíos y Europa”. Ahora, Horkheimer señala que “a pesar de la supuesta ausencia de crisis, no hay armonía en absoluto. Aunque la plusvalía ya no se contabiliza como ganancia, de lo que se trata es de su apropiación. Se suprime la circulación, se modifica la explotación”. Incluso la ausencia de una crisis es sólo aparente. “Con el capitalismo de Estado, el poder vuelve a tener la capacidad de consolidarse. Pero también es una forma perecedera que contiene antagonismos. En él se puede ver fácilmente la ley de su caída: se basa en la represión de la productividad debido a la existencia de burócratas”.

Los mismos antagonismos que liquidaron el mercado bien podrían acabar con la fase fascista del capitalismo. Aunque su variante “reformista” puede presentar un rostro más humano, que al oponerse a las demás puede “inducir a un lúgubre respeto por la perpetuación de la coerción”, que incluso puede verse como deseable para el realismo que, enredado en la cadena de avances y retrocesos, le toca al teórico crítico recordar que puede haber una intervención humana que proponga “un fin antinatural: el salto a la libertad”.

Share