Por Hernán Andrés Kruse.-
El 29 de mayo se cumplió el centésimo cuadragésimo quinto aniversario del nacimiento de un destacado historiador y filósofo alemán, cuyo legado intelectual más relevante fue su libro “La decadencia de Occidente”. Oswald Spengler nació en Blankenburg el 29 de mayo de 1880. En 1891 la familia se instaló en Halle, donde Spengler frecuentó las clases de latín de la Fundación Francke. Se recibió de bachiller en 1899. Posteriormente estudió matemáticas, ciencias naturales y filosofía en las universidades de Halle, Múnich y Berlín. Su tesis doctoral, bajo la dirección de Alois Riegl, se tituló “Fundamentos metafísicos de la filosofía de Heráclito”. En 1904 comenzó a trabajar como profesor de ciencias en un instituto, cargo que obtuvo por concurso. En dicho concurso disertó sobre “El desarrollo de los órganos de la vista entre las principales especies animales”. En 1908 fue designado profesor titular en Hamburgo. Tres años más tarde, se estableció en Múnich donde se dedicó a la escritura. Allí comenzó a elaborar su ensayo más relevante: “La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal”.
La caída de Alemania en 1918 lo convenció de lo nefasta que era, desde su óptica, la democracia. Sus convicciones antidemocráticas fueron expuestas por Spengler en “Prusianismo y socialismo” (1919) y “La regeneración del imperio alemán” (1924). Sus ideas ejercieron una profunda influencia en el Movimiento Revolucionario Conservador de Alemania. En su libro “Años decisivos” (1033) toma distancia de Hitler y se acerca a Benito Mussolini. Rompió definitivamente con el nacionalsocialismo luego de que se produjera el golpe interno contra la SA que Hitler utilizó como pretexto para eliminar a Ernst Röhm en la noche de los cuchillos largos del 30 de junio de 1934. Pero el crimen que más le dolió fue el del crítico musical Willi Schmid, confundido por las SS con el oficial SA Wilhelm Schmidt. Spengler murió en la noche del 7 al 8 de mayo de 1936 en Múnich. Su muerte prematura alimentó la hipótesis de un asesinato político (fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre).
Buceando en Google me encontré con un ensayo de María Laura Lescano (Departamento de historia-Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche-Universidad Nacional del Comahue-San Carlos de Bariloche-2009) titulado “Súbitamente y sin causa: Historia, Azar y Decadencia en el pensamiento de Oswald Spengler”. Explica las ideas medulares del autor, contenidas en su libro fundamental, sobre el mundo, la cultura, la moral, los hombres, la fatalidad y el devenir.
LA HISTORIA
“El eje de la teoría de Spengler se encuentra en la distinción y contraposición del universo como naturaleza y del universo como historia. La historia posee, para el autor, una dimensión mayor y más compleja que la que usualmente se le asigna: no sólo la vida de los hombres, sino también el cosmos puede ser contemplado y analizado en términos históricos. Esta postura lo lleva a redefinir el concepto mismo de historia; profundizando la dicotomía establecida, postula que solo lo natural puede ser sometido a leyes, mientras que lo histórico es aquello que comprendemos como dotado de forma (Gestalt) o figura. Aquello que logre ser cuantificado o verificado, es “ahistórico”. Retomando a Heráclito, Spengler afirma la idea de un acontecer puro, regido por la ley de la impermanencia. La disciplina histórica se sitúa por fuera del campo científico, al cual se atribuye la verificación de los conceptos de verdad y falsedad. La historia trasciende esta dicotomía, y por ello “debe ser tratada poéticamente”.
A lo natural pertenece el caso, el cual siempre es posible de repetir; a lo histórico, el acontecimiento, aquello que fue y no volverá a ser nunca más. Lo natural puede ser comprendido mediante el principio de la causalidad; lo histórico, se explica a través de la idea del destino y del sino. Lo natural se conoce. Lo histórico se vive. De allí, se desprende la noción de que el conocimiento histórico es un verdadero arte; un ámbito repleto de símbolos, que sólo algunos elegidos lograrán develar. Así, el autor le atribuye al historiador no sólo el don creador, sino la fuerza de la intuición, la capacidad de contemplación y la sensibilidad para observar cómo devienen los hechos.
La idea del escritor visionario y del “poeta vidente”, proviene del siglo XIX y está presente en Charles Baudelaire, así como en la poesía simbolista de Arthur Rimbaud y Stéphane Mallarmé. Esta “mirada clarividente” fue una figura poética retomada luego del 1900 por aquellos intelectuales cercanos al pensamiento político de la derecha y defensores de sistemas elitistas, como por ejemplo, Ernst Jünger, el mismo Spengler, Jaspers, Drieu La Rochelle, y en el caso argentino, Ernesto Quesada y Leopoldo Lugones. Poseer esa “divina mirada” para romper con los sortilegios de la realidad, sitúa al autor de La decadencia de Occidente en la posición del artista, es decir, en un trance creador, cuyo resultado no debe ser comprendido, sino sentido. De allí se desprende su afirmación: “Un hombre puede educarse para la física. El historiador, en cambio, nace”. La intuición vivificadora frente al intelecto que mata y paraliza en el mismo acto del conocimiento, permite al historiador penetrar de un solo golpe en el espíritu de las épocas guiado por un sentimiento que no se aprende ni se planifica. Todo lo que existe son símbolos, y ellos se desenvuelven en un plano espacial que no puede transmitirse mediante el intelecto. De este modo se intenta romper con la interpretación de la historia como sucesión de hechos. Lo que deviene son símbolos que ponen de manifiesto el estilo de un alma.
La distinción establecida entre naturaleza e historia le permitió a Spengler aplicar el método de conocimiento de Goethe (intuición y certezas interiores) al tiempo que refutaba la filosofía kantiana y aristotélica. El defecto de los racionalistas, afirmó, fue considerar como único objeto del conocimiento humano el ámbito de la naturaleza, obturando la posibilidad de conocer el devenir. De la historia universal al universo como historia. Spengler indaga el signo del cosmos utilizando la intuición pero reconociendo sus límites. De esta manera, no sólo nos impulsa a abandonar el superficial pragmatismo de la historia buscadora de causas y consecuencias; sino que, a su vez, nos advierte de la imposibilidad de una íntima aproximación a los tiempos de los cuales nos consideramos discípulos, sin ser más que sus circunstanciales adoradores.
Romper con la idea de las posibilidades de la razón para alcanzar el conocimiento llevó al autor a refutar los distintos intentos de interpretación histórica, ya sea desde un posicionamiento religioso, político o sociológico. La concepción científica del universo, admitió, había situado a Occidente en una posición central y superior al resto de los pueblos. Frente a este esquema, que él mismo denomina ptolemaico, postula la interpretación copernicana. Ello significa un quiebre original en la interpretación positivista de la historia, donde la idea de desarrollo temporal lleva implícita la noción de programación, de planificación y de finalidad. Spengler negará la existencia de un plan cósmico. El tiempo presente, deja de ser en su teoría, el punto supremo de la evolución y la meta del progreso humano. Con un cariz propio del relativismo cultural el pensamiento spengleriano postula el valor intrínseco de las diferentes culturas antes que su comparación jerárquica. Egipto y Babilonia, la Roma imperial y China, India y la civilización azteca, la cultura árabe y el gótico medieval, todas son manifestaciones que poseen vida propia, que aparecen unas junto a las otras, prescindiendo de posiciones privilegiadas.
La Historia posee tres tipos de temporalidades que se irán sucediendo hasta llegar a una cuarta y fatal etapa crepuscular; éstas son: la Clásica o Apolínea; la Mágica, asociada al mundo islámico, la Occidental o Fáustica, y la de Decadencia o etapa de Civilización. La historia no es para Spengler una sucesión de culturas y épocas que se conectan, se mezclan, se transmiten conocimientos o se relacionan, sino que como entidades vivas, nacen, se desarrollan y mueren solas, repitiendo el mismo ciclo vital que las plantas y los animales. No hay transmisión de experiencias entre los perros y los caballos, ni entre los árboles de un mismo bosque. Todos cumplen simplemente su ciclo vital y desaparecen. En el mismo sentido, las culturas y los pueblos son los protofenómenos de la historia; entidades dotadas de vida, finitas, surgidas súbitamente y sin causa para cumplir su sino: “no tienen una finalidad, una idea, ni un plan. Como no tiene finalidad ni plan la especie de las mariposas o de las orquídeas”.
La Primera Guerra Mundial contribuyó a quebrantar el optimismo decimonónico y a reemplazar la confianza en el progreso por la certeza de la perennidad. El derrumbe del centenario sistema de valores occidentales convirtió al presente en un interrogante. Por ello la modernidad e incluso la originalidad del pensamiento spengleriano se encuentran justamente en la sistematización de ese pesimismo. Spengler sostiene que los intentos de modificar la realidad político-social carecen de sentido. Las masas no hacen la historia. Son sólo las élites, en su ambición por el poder, las que producen algunas alteraciones superficiales que no van más allá del reemplazo de un grupo por otro. Pero, coincidentemente con la imposibilidad de los pueblos de intervenir en sus destinos, la existencia de algunos intereses privilegiados parece asociarse armoniosamente con las fuerzas cósmicas. De este modo, la perpetuación de las élites en los gobiernos y el poder de los líderes políticos no responderían a las arbitrariedades del sistema sino a designios suprahistóricos.
Toda Cultura posee como parte de su sino la conformación de una Civilización. El alma del pueblo transmuta siempre en intelecto, en artificio. Se vuelve urbana e imperialista. Se expande, se dilata; y en ese intento desesperado por abarcarlo todo se cosifica y muere. El trabajo de Spengler intenta mostrar que la realidad vivida por Europa en los años de la primera posguerra corresponde a este período final, civilizatorio y fatalmente expansivo. Vislumbrando a su vez para el porvenir, para el cenit de la civilización, un destino occidental, “germánico, y particularmente alemán”. Podemos afirmar, por último, que la interpretación de la historia en Spengler posee algunos puntos de contacto con la teoría de Herder; la cual, considera a aquella no como el producto de la acción más o menos consciente de los individuos, sino como el resultado de fuerzas vitales. Es así como los avatares humanos se reinterpretan desde la perspectiva de un destino trazado por la providencia frente a la cual los hombres jamás vencerán”.
EL TIEMPO
“Aplicando su criterio histórico al estudio del mundo y del hombre, Spengler apela a una triple distinción que complejiza la oposición historia y naturaleza: el “cosmos”, el “microcosmos” y el “macrocosmos”. Sin embargo, este nuevo recorte de la realidad no hace más que reiterar ideas esbozadas en su concepción acerca de la historia y de las ciencias. La oposición básica se halla en los extremos Vida y Muerte. Ambos términos, de modo implícito, son la materia prima que luego moldearán nociones de mayor complejidad. A partir de esta dicotomía, se irán ordenando en pares de opuestos las distintas ideas de la obra sobre lo histórico y lo natural, lo cósmico y lo microcósmico, lo rítmico y lo estático, lo que deviene y lo que permanece, la cultura y la civilización, el intelecto y el instinto.
Cada tema introducido por el autor, contiene una doble esencia en donde la vida manifiesta desde los inicios su propio final. Unidos en una fugaz permanencia, el pasado, el presente y el futuro, el nacimiento y la decadencia, la vida y la muerte serán los símbolos que el autor conciba como el conflicto trágico del Tiempo, es decir, su propia esencia. La vida tiene una duración prefijada y el joven posee en su rostro los rasgos de su propia vejez. El tiempo, como una de las problemáticas primordiales en La decadencia de Occidente, se vincula con lo cósmico. Lo vegetal es cósmico; lo animal es, además, un microcosmos en relación con un macrocosmos. En lo cósmico se halla la periodicidad, los ritmos, los ciclos, la circulación de la sangre, la sexualidad. En cambio, lo microcósmico se caracteriza por la polaridad, por la tensión y por los pares de opuestos (sentidos y objetos; el yo y el tú; la causa y el efecto).
Dentro de este marco, “sentir es darse cuenta del ritmo cósmico. Percibir es darse cuenta de las oposiciones microcósmicas”. Spengler distingue con esta afirmación lo propio y lo ajeno: lo propio logra sentirse; lo extraño únicamente se percibe o vislumbra. Afirmada la oposición entre lo cósmico y microcósmico, se subraya la superioridad del primero. El ritmo cósmico es el que vibra en cada movimiento de los microcosmos y el que permanece cuando desaparece la conciencia vigilante. La superioridad cósmica, como veremos más adelante, se pone de manifiesto en su teoría del Hombre, donde la “sangre” se haya sobre el “intelecto”, la “política” sobre la “religión” y lo “activo” sobre lo “contemplativo”. Contrapuesta al concepto de espacio, la idea de tiempo sólo llega a los hombres cuando piensan. Es decir, cuando una íntima certidumbre nos hace saber que “somos el tiempo”.
El autor enfatiza la diferencia entre presentir la llegada del propio fin -como logra hacerlo un animal mal herido- y el hecho muy distinto, de vivir con la conciencia de la muerte. Es este punto del análisis lo que le permite a Spengler encontrar la raíz del pensamiento histórico: percibir la transición conlleva a la capacidad de pensar el pasado y entender la esencia de lo irrevocable. A todos, tarde o temprano, la experiencia de la muerte nos conecta con la inmensa soledad del universo. Bajo la forma del temor a la muerte despunta en los hombres el sentimiento del terror cósmico, el cual, es a su vez el origen de la percepción histórica, por encarnar en el alma humana la noción de tránsito e irrevocabilidad. El terror aparece en la filosofía de Spengler como el máximo principio creador. El hombre de las postrimerías, el habitante de las grandes ciudades, el que ha dejado atrás la Cultura para ingresar en la Civilización, niega el misterio y se refugia en “la concepción científica del mundo” Aplacar el terror cósmico equivale a convertir la realidad en algo comprensible. Nombrar es adquirir poder sobre lo nombrado; por ello la misma palabra Tiempo (Zeit), refleja para el autor, el acto supremo de liberación de los hombres.
La teorética spengleriana consiste en reducir las problemáticas a una oposición entre dos términos fundamentales para, luego, sobrevalorar uno de ellos, rompiendo así el dualismo provisionalmente adoptado. Es por ello que encontramos ahora la sobrevaloración del tiempo sobre el espacio. El tiempo como el producirse y el espacio como el producto se contraponen del mismo modo que la historia y la naturaleza, la vida y la muerte, Goethe y Newton. La oposición entre la idea de sino y el principio de causalidad aborda la dicotomía establecida entre experiencia de vida y experiencia científica desde un ángulo distinto y con el objeto de otorgarle a las reflexiones sobre la problemática de la historia universal un carácter metafísico.
La noción de causalidad es un afán enumerativo, una búsqueda de causas últimas y lógica que logran apoderarse de la creación, es decir, del arte, de la historia y del instinto. Esta explicación nos remite a Nietzsche, cuando afirmaba: “Nosotros hemos inventado el concepto de finalidad: en la realidad falta la finalidad… Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo,–– no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar el todo (…) Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad… sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir”.
En un acto de defensa ante lo incomprensible, la razón condena todas las posibilidades que no residan en ella misma. Para el autor, no obstante, el lenguaje es una prueba de que la idea entorno al Sino se presentó inicialmente rodeada de misterio: Zufall, Verhängnis, Schicksal, en idioma alemán; Némesis, Ananké y Fatum, para los antiguos; Kismet, Mek’touby o Kader para el pueblo árabe; todos estos vocablos remiten al hado, al azar, al destino y a la fatalidad. Pero no son conceptos, sino símbolos. Para Spengler constituyen la clave de su análisis, son “el centro de gravedad de esa imagen del mundo que he llamado el universo como historia”. El valor intrínseco de estas palabras se adquiere mediante la propia experiencia de vida; sistematizar su sentido sería matar su esencia.
La teoría de Spengler no solo rompe con el orden marcado por la cronología, sino que al concebir los acontecimientos político-sociales como un perpetuo devenir, no hace más que suspender en un eterno presente lo pasado, lo actual y aquello que sucederá. Los hombres y las mujeres ocupan un lugar superfluo en la historia social; este espacio es interrumpido, escasas veces, por el “azaroso” nacimiento de seres que no cumplen meramente con su destino, sino que encarnan el propio Sino de la cultura a la cual pertenecen. En esta teoría de la élite encuentran su lugar Alejandro y Mahoma, Julio César y Napoleón, Buda y Carlomagno. En sí mismos, ellos son un símbolo: “esos hombres no viven; vienen con su presencia a demostrarnos algo”. El resto de los hombres conforman la masa: “La arena de la humanidad: todos muy iguales, muy pequeños, muy redonditos”, como señalara Nietzsche.
El universo entendido como un gigantesco ser de vida independiente posee su particular período de florecimiento. En su ramaje infinito, los frutos crecen casualmente y, como los brotes nuevos son símbolos de la primavera, las religiones, los mitos y los sistemas de creencias son el indicio del advenimiento de un pueblo nuevo. Pero “pueblo” es aquí tan sólo una figura; una base para que se afiance el cristianismo, para que se luche en Troya o para que el Islam se logre expandir. Si la historia real “tiene un sino y no leyes”, si entendiendo la esencia de la historia (su carácter fatal) encontramos que no hay nada verdaderamente nuevo y que todo se repite a intervalos regulares, sin causa y con mínimas modificaciones, entonces, entendemos que se puede prever el futuro, aún cuando sea imposible calcularlo. Es decir, que aún sabiendo lo que sucederá (porque ya ha sucedido) no podríamos torcer la fuerza del destino. Toda una vida puede leerse en un rostro, porque toda esa vida que fatalmente devendrá, en verdad, ya estaba allí.
Spengler adopta la idea nietzscheana, enunciada previamente por Maquiavelo, que sostiene que sólo los “grandes” (nobles, héroes) poseen una existencia significativa, una existencia realmente histórica. La actitud verdaderamente aristocrática no solo concibe a la humanidad escindida en dos, sino que considera esa escisión como dada naturalmente. La vida y la historia no encarnan en los individuos aislados; por el contrario, se impregnan en la nobleza. A aquellos que adhieren a la visión de la élite como portadora de una misión histórica trascendente, Simone de Beauvoir los considera al servicio de un egoísmo burgués que, al condenar la Historia, valoriza sin embargo el momento de la Historia que hace de ellos unos privilegiados. Quizás Spengler no se encuentre del todo reflejado en una definición como ésta; ya que, por momentos, su análisis de la decadencia cultural de occidente se vuelve devastador, incluso para su clase. Sin embargo, no puede soslayarse que la nación elegida para presidir el momento fatal del ocaso, no es otra que la suya propia: Alemania. Y que ese declinar de la civilización es siempre precedido por una etapa expansiva e imperialista”.
23/06/2025 a las 10:43 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La violencia y el regreso del pasado
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
22/6/025
Un clima autoritario, peligroso y regresivo se está instalando en el país, promovido por las dos principales fuerzas políticas: el oficialismo y su oposición kirchnerista. Uno, el Gobierno, carece de una estructura política significativa, pero todo indica que transita por un buen momento en las mediciones de simpatía popular, aunque siempre está convencido de que lo acecha algún enemigo más imaginario que real. El otro, el peronismo cristinista, tiene a su lideresa presa por delitos de corrupción cometidos en la función pública.
Ni el peronismo ni ella refutan nunca las pruebas de la Justicia por las que Cristina Kirchner fue encerrada en su casa, pero denuncian permanentemente una conspiración de vastos alcances para “proscribir” a quien fue dos veces presidenta de la Nación. Ella no podrá participar en procesos electorales por decisión del Código Penal, no porque alguien la haya excluido arbitrariamente. El Presidente tiene el poder de la lapicera y, por lo tanto, sus decisiones implican una mayor trascendencia institucional. El kirchnerismo ejerció desde que existe la violencia de la palabra y la persecución personal; ahora agregó, en el tramo tal vez final de la decadencia de su jefa, la violencia de los hechos y las amenazas físicas. Un feo vaho se abatió, en definitiva, sobre la nación política.
Empecemos por el oficialismo, que es el que tiene el poder. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, militó en el peronismo de los años 70 y en su rebelde y combativa Juventud Peronista. Ella asegura, contra el testimonio de muchos protagonistas de aquella época desquiciada, que nunca integró la agrupación insurgente Montoneros. Creámosle. También Bullrich parecía ser la figura destacada del setentismo que mejor se había integrado luego al sistema político por su convincente defensa de los valores democráticos, de la reconciliación de los argentinos y de los derechos y garantías de los ciudadanos. Con el descontrolado poder que le dio Milei, Bullrich parece haber regresado a las históricas concepciones autoritarias del peronismo y, sobre todo, de aquella intolerante Juventud Peronista. En días recientes, Milei firmó un decreto, inspirado en la propia Bullrich, que estableció un nuevo estatuto para la Policía Federal, que se convertirá de ahora en más en una especie de FBI argentino. En primer lugar, los federales deberán olvidarse de sus viejas mañas (o de algunas, al menos) si quieren compararse con la agencia norteamericana de investigaciones. Con el voluntarismo no es suficiente. La primera observación que debe hacerse a esa decisión de Bullrich, refrendada por Milei, es que, al legislar sobre cuestiones penales, debió ser una ley aprobada por el Congreso, no un simple decreto con la firma del Presidente y su ministra. Dos personas no pueden tirar abajo toda la estructura jurídica que protege a los argentinos de los abusos del Estado. A todo esto, ¿no era, acaso, nefasta la incursión del Estado en la vida de la gente común? ¿O lo es solo en las cuestiones económicas? Las facultades especiales que el Parlamento le dio a Milei al comienzo de su mandato le permiten hacer “reordenamientos administrativos” en la administración pública. Puede incluir a la Policía Federal, pero no habilita al jefe del Estado a restringir los derechos de las personas. Son dos cosas demasiado distintas como para que los funcionarios públicos, sobre todo Bullrich, no lo hayan percibido antes de pedirle la firma a Milei. El Presidente es una persona que se formó como un obsesivo economista; nunca se interesó en el conocimiento de los aspectos institucionales ni en el corpus jurídico que protege los derechos de los argentinos de las ocurrencias de sus gobernantes.
“Cuando se trata del derecho de las personas, siempre deben estar la ley y el juez”, suele decir Ricardo Gil Lavedra, actual presidente del Colegio Público de Abogados y exmiembro de la Cámara Federal que juzgó y condenó a los integrantes de las juntas militares por violaciones de los derechos humanos. Esa síntesis del reconocido abogado penalista sirve para analizar el nuevo estatuto de la Policía Federal; de hecho, el propio Gil Lavedra repite el concepto cuando le preguntan por el reciente decreto firmado por Milei y Bullrich. Y en ese estatuto policial pergeñado por Bullrich faltan la ley y el juez. Por ejemplo: la Policía Federal podrá detener durante 10 horas, sin autorización judicial, a personas que “hagan presumir” que cometieron un delito o que puedan cometerlo y que no acrediten fehacientemente su identidad. Salvo en caso de delitos flagrantes (cuando la policía ve a alguien cometiendo un delito), la privación de la libertad era hasta ahora una facultad exclusiva y excluyente de los jueces. Felizmente, ni siquiera el presidente de la Nación puede poner preso a nadie durante ningún tiempo. Los argentinos tendrán que cuidarse nuevamente de llevar siempre consigo los documentos de identidad, porque su libertad quedó en poder de la mirada parcial y muy personal de un policía. ¿Qué es, si no, la facultad de la policía de detener a personas que le hagan “presumir” que podrían ser delincuentes? Los que vivieron el último régimen militar podrán recordar que existían las arbitrarias detenciones por “averiguación de antecedentes” y la necesidad de los argentinos de llevar siempre el documento que acreditara su identidad.
Si bien se consigna en el estatuto que habrá un “compromiso de respetar los derechos fundamentales de las personas”, también establece que la policía hará “tareas de prevención del delito en espacios digitales”; es decir, un constante ciberpatrullaje sin orden judicial en las redes sociales. La norma no exceptúa explícitamente, como debería hacerlo, a plataformas digitales de mensajería (WhatsApp o Telegram, por ejemplo), porque si esa fuerza de seguridad hurgara en tales redes estaría violando el derecho a la intimidad de los argentinos. Incluso, el estatuto debería contener más precisiones sobre las “tareas de prevención” cuando se trata de las redes sociales; la policía merodeando en esas herramientas de comunicación podría menoscabar la libertad de expresión y las cuestiones privadas de los ciudadanos. Hace poco más de tres años, a principios de 2022, la Argentina vivió un hecho estrafalario cuando el entonces presidente de la Nación, Alberto Fernández, reveló por cadena nacional que un grupo de jueces y funcionarios del gobierno capitalino habían viajado a la Patagonia, a la estancia Lago Escondido, para pasar un fin de semana. Alberto Fernández obtuvo esa información por una filtración ilegal de mensajes privados intercambiados entre los magistrados y los funcionarios en la plataforma Telegram. El propio Fernández reconoció en su discurso público que se enteró de ese viaje por una “intromisión en una plataforma de comunicación” privada. ¿Por qué, entonces, quien era jefe del Estado legitimó un hecho ilegal si se trataba de una “intromisión” en conversaciones privadas entre ciudadanos, por más jueces y funcionarios que hubiesen sido? Cuidado: ese precedente podría convertirse en un anticipo del futuro según la legislación tramada por Bullrich y avalada por el Presidente.
También la Policía Federal podrá hacer tareas de inteligencia sin orden judicial y realizar requisas a personas o “inspeccionar lo que llevan consigo” y el interior de sus vehículos. En los hechos, la policía ha hecho siempre eso, sobre todo las tareas de inteligencia, pero la redacción del nuevo estatuto es muy vaga y general y podría darles injerencia a las fuerzas de seguridad en cuestiones que hacen a la vida política de los argentinos. El hecho de permitirle a la Federal iniciar investigaciones por su cuenta cambia el rol de esa fuerza, que antes era auxiliar de la Justicia; es decir, ayudaba a fiscales y jueces en la investigación de los delitos. Ahora, la policía tendrá iniciativa propia. Históricamente, las fuerzas policiales suelen leer esos documentos con una mirada más amplia que la letra de los propios documentos. De hecho, el miércoles pasado un periodista de LN+ fue obligado a ir a una comisaría para declarar como testigo después de que un kirchnerista fanático contara ante la cámara de televisión, en la importante manifestación cristinista en Plaza de Mayo, que proyectaba matar a Milei. Ese exaltado que proclamaba un crimen imperdonable había escalado nuevas cimas en la espiral de violencia verbal que estremece al país, pero la policía no puede obligar a una persona inocente, como lo era ese periodista, a ir a una comisaría. Lo correcto hubiera sido que le pidieran al periodista un teléfono o una dirección para que un juez lo llamara. En el excéntrico país que nos toca, es muy porosa la frontera entre lo correcto y lo incorrecto.
En esos mismos días se conoció, por una revelación de la periodista Florencia Donovan en LA NACION, que el gobierno nacional había contratado a Tactic Global, empresa de un personaje oscuro, el argentino Leonardo Scatturice, para hacer lobby en nombre de la administración local en Estados Unidos y, fundamentalmente, en las agencias de inteligencia norteamericanas. ¿Para qué? ¿Por qué? Silencio. Scatturice se radicó en Estados Unidos en 2020 y en apenas cinco años hizo una fortuna incalculable, que le permite tener, entre otras cosas carísimas, dos aviones privados de última generación. Inexplicable. Una de sus empresas acaba de comprar la compañía aérea Flybondi, una de las primeras low cost que se establecieron en el país en tiempos de Mauricio Macri, y esa adquisición sacó de nuevo su nombre a la luz pública. Nadie sabe cómo Scatturice logró hacer tanto dinero en tan poco tiempo y, además, sin la residencia permanente en Estados Unidos (las autoridades de Washington le negaron la green card), pero lo cierto es que se convirtió en un amigo cercano de Santiago Caputo, el superasesor de Milei. Varias fuentes confiables señalan que Scatturice es asesor del asesor Caputo en temas relacionados con la SIDE, ARCA (la ex-AFIP) y la UIF, que es la agencia que investiga el lavado de dinero. Esas tres dependencias tienen conocimiento de todo lo que hacen los argentinos, a través de la información reservada (SIDE) o de sus declaraciones de ingresos y gastos (ARCA). La UIF cuenta también con su propio servicio de inteligencia. Empresarios argentinos recuerdan a Scatturice, protegido por el dueño de medios digitales, cuando tenía una empresa de seguridad y espionaje –todavía vivía en la Argentina– en sociedad con el norteamericano Frank Holder, un exagente de la CIA. Luego, esa relación se rompió. Según Hugo Alconada Mon, Scatturice fue siempre considerado como una persona vinculada a la SIDE, agencia de la que fue empleado con un rango menor, y a la Policía Federal. Antes de la reciente contratación, un avión privado de Scatturice aterrizó en Aeroparque con siete valijas, no fue revisado por la Aduana y luego se fue a París sin control alguno. ¿Por qué el gobierno de Milei, al que los argentinos le confiaron que cambiara la dirección de la decadencia nacional, le gusta rodearse de sombríos personajes? Esa tendencia se agrava cuando tales individuos podrían tener indebidamente información sobre los argentinos. Los límites del Estado frente a las personas son indiscutibles; la entelequia sobre si el Estado debe existir o no es una discusión que no terminará nunca. Debe existir, por más parloteo que haya.
En la vereda de enfrente, el kirchnerismo hizo lo suyo con la violencia que siempre propagó. Después de la agresión que destruyó parte de las instalaciones de Canal 13 y TN por parte de militantes de Cristina Kirchner y de envarados dirigentes de La Cámpora (el segundo de Eduardo de Pedro, cuando este fue ministro del Interior, participó de los desmanes), varios jueces fueron amenazados. La primera intimidación le tocó al presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, luego de que ese tribunal le pusiera punto final al destino de Cristina Kirchner: ella debe estar presa y no podrá ejercer nunca más la función pública. Luego, la amenaza cayó sobre el presidente del tribunal oral que la juzgó y condenó por primera vez en la causa que la encarceló, Jorge Gorini. Al final, la provocación y la difamación cristinista afectaron a la familia del juez de la Cámara de Casación Carlos Mahiques, padre del fiscal Ignacio Mahiques, autor, junto con el también fiscal Gerardo Pollicita, del primer y demoledor informe sobre la corrupción kirchnerista en la obra pública. ¿Todo vuelve? Todo amenaza con regresar. Por ahora.
23/06/2025 a las 10:45 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
El dilema que Milei tiene con Cristina
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
22/6/025
La democracia argentina ha decidido someterse a una nueva prueba. Soslayando que, tal vez, no esté atravesando un tiempo de esplendor. El arresto domiciliario de Cristina Fernández, ya formalizado, significa en principio un hito en la historia. Lo será, de verdad, cuando su condena de seis años por corrupción (administración fraudulenta del Estado) complete el recorrido. Sin contemplar otras penas que, ocasionalmente, puedan caerle por causas que continúan en desarrollo.
El enunciado aflora sencillo, pero no lo es. Nuestro país posee en ese plano –y en muchos otros—antecedentes de marchas y contramarchas al ritmo de las crisis recurrentes. Los comandantes de la dictadura (Jorge Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti, entre otros) fueron condenados en 1985 por crímenes de lesa humanidad. En 1990 resultaron indultados por Carlos Menem en nombre de la reconciliación. En medio de una altísima inestabilidad provocada por la economía. Finalmente, la Corte Suprema de siete miembros remozada por Néstor Kirchner resolvió la anulación de aquel indulto y los jerarcas militares regresaron a la cárcel. Sucedió en 2007. La economía lucía estabilizada tras el derrumbe del 2001 y el entonces presidente ya había fortalecido su poder nacido de las urnas con el 22% de los votos.
Ese antecedente sería el que detonó las primeras controversias políticas apenas el arresto domiciliario de Cristina comenzó. Eduardo “Wado” De Pedro, ladero de la dama y ex ministro del Interior de Alberto Fernández, advirtió que el próximo gobierno no podrá arrancar sin “Cristina libre”. El ex jefe de Gabinete, Agustín Rossi, dijo lo mismo. Javier Milei afirmó que no tiene “la mínima intención de aplicar un indulto? Siempre su rostro trasunta tensión cuando lo interrogan sobre la ex presidenta. Además, ¿qué otra cosa podía decir ahora?
Varios diputados del PRO, en su mayoría dependientes de Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, elevaron un proyecto para que resulte imposible la aplicación del indulto a la ex presidenta. Como si las leyes en la Argentina tuvieran vida propia, divorciadas de los contextos que tantas veces obligan a modificarlas u omitirlas. ¿No se pensó acaso en la reforma de la Constitución de 1994 que la creación de la figura del jefe de Gabinete sería un tapón para frenar la caída de cualquier presidente jaqueado por una crisis? La respuesta está en la experiencia que sufrió Fernando de la Rúa que abrió las puertas al 2001.
Para que el arresto domiciliario de Cristina se termine consumando como historia estarían haciendo falta, al menos, tres premisas. Una estabilidad económica que no dependa, como hoy, exclusivamente de la baja de la inflación. Que incluya algún horizonte productivo. Una regeneración de las instituciones que permitan recuperar la confianza social. Un reseteo del sistema de partidos descompuesto y a los pies del liderazgo libertario de Milei.
La anomalía estructural del presente posee un faro. Cualquier trabajo de opinión pública conocido después del fallo de la Corte Suprema demuestra que existe un tercio largo de la población (algunos lo estiran hasta el 40%) que descree de un proceso judicial de 17 años que incluyó un juez de primera instancia, el Tribunal Oral que desarrolló el juicio, la Cámara de Casación Penal y el aval del Máximo Tribunal. No se trataría de debatir si está bien o no que Cristina haya sido arrestada. Se la presume inocente en una defraudación al Estado (icono del pensamiento kirchnerista) que las distintas instancias de la Justicia estimaron en $85 mil millones.
El problema parece aún de mayor profundidad. De acuerdo con un trabajo cualitativo de la consultora IROL-Berensztein, ante la pregunta si la condena a Cristina puede representar un antes y un después sobre la corrupción en la Argentina, la respuesta recogida fue la siguiente: un 49% respondió que sí; un 49% respondió que no. Descreimiento hacia una mejora en el futuro que excede con claridad a la feligresía K que considera inocente a la ex presidenta.
Milei resultó prudente durante los convulsionados días que concluyeron con el arresto de Cristina. Acaso tuvo correlato con los esfuerzos silenciosos del Gobierno para que la Justicia le concediera condiciones de detención no extremadamente rigurosas. Quizás prefirió que la mochila con todos los enojos kirchneristas recayeran, como sucedió, sobre Mauricio Macri. Otro empujoncito para sacárselo de encima.
El relato kirchnerista en ese aspecto caló hondísimo. Los manifestantes callejeros y los testimonios circunstanciales responsabilizaron al ingeniero –también a medios de comunicación– por el arresto de la ex presidenta. Las críticas a Milei se fundaron sobre la realidad económica y social. La senadora bonaerense Teresa Garcia, persona clave, más que nunca desde el arresto, en el entorno de Cristina divulgó los nombres de todos los jueces y fiscales que intervinieron en la causa Vialidad durante 17 años y los vinculó directamente al titular del PRO.
Puede convenirse algo. Atañe solo al sentido común de la política. Si Macri, que a duras penas terminó su mandato y no pudo ser reelecto, que ayudó a hipotecar la elección de Juntos por el Cambio, que entregó sin condiciones a Milei los votos de la coalición en la primera vuelta, que es ninguneado por Karina Milei, que perdió a sus dos últimos candidatos (Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta), que sufre la disolución virtual del PRO, que no tiene injerencia en las negociaciones electorales con La Libertad Avanza, ha sido capaz de manipular aquella maquinaria judicial durante casi dos décadas, la sociedad debería pensar, tal vez, en coronarlo monarca.
Hubo una sola persona en el planeta kirchnerista que se apartó de ese libreto. Axel Kicillof, que estoicamente debió asistir a la masiva manifestación en defensa de Cristina a la Plaza de Mayo, cargó todas las baterías contra Milei. Lo acusó de la desventura de la ex presidenta. También de sembrar a su juicio la miseria en la nación. El gobernador de Buenos Aires hurga con desesperación la forma de confrontar con la administración libertaria para no perder perfil y la autonomía insinuada respecto de la líder que parecieron nublarse con el fallo de la Corte Suprema y el arresto domiciliario.
Kicillof tuvo otras notificaciones desagradables. Desde su domicilio de San José 1111, Cristina diseñó un primer comando de acción política para enfrentar las elecciones que parece no tenerlo en cuenta. La espada principal será su hijo Máximo. Concedió tres entrevistas y una conferencia de prensa durante los últimos 10 días. Difícil de creer. Es el jefe de La Cámpora que acostumbra a acosar al gobernador de Buenos Aires. Cuestionando incluso su gestión. ¿Primer candidato en octubre?. Quizás su madre quiera, aunque los números de las encuestas le dan en Buenos Aires muy mal. Bajo ese prisma también resulta improbable que reemplace en septiembre a Cristina en la Tercera Sección (el sur bonaerense).
Al lado de Máximo, en el comando político K que alumbró en Constitución, figura Mayra Mendoza. La intendenta de Quilmes. Miembro de La Cámpora y muy desconfiada de Kicillof. Algo más que eso. Instaló la idea, que da vueltas en la cabeza de la ex presidenta, que el desdoblamiento electoral dispuesto por el gobernador habría influido en el fallo de la Corte Suprema que avaló la condena. Precipitó, de acuerdo con esa visión, los tiempos por la postulación de Cristina. Un razonamiento con buena cuota de animosidad.
Los primeros movimientos de Cristina sembrarían dudas sobre un fenómeno advertido desde que resultó condenada. El abroquelamiento pero-kirchnerista. Con la reaparición de figuras, como Juan Grabois y Guillermo Moreno, que venía actuando en la periferia. Es cierto también que los gobernadores pejotistas escasearon (el riojano Ricardo Quintela fue el único visible) y que la Confederación del Trabajo (CGT) se comportó con ambigüedad. Algunos gremios poderosos concurrieron de todas formas a la Plaza de Mayo. Un veterano dirigente peronista plantó una observación: ¿“Cristina consiguió la unidad o solo pudo apilar dirigentes un rato?”, interpeló. Esa fue una de las razones por la cual el escenario montado en Plaza de Mayo quedó vacío. Solo se escuchó la comunicación de la ex presidenta. La presencia de otros oradores habría reavivado demasiado pronto la interna que el arresto domiciliario aplacó.
Los planes electorales del Gobierno tal vez deban ser revisados a la luz del nuevo paisaje. Milei pretendía polarizar en Buenos Aires contra Cristina. La ex presidenta estará solo en su balcón. Aunque cuanta mayor presencia pública tenga desde allí quizás logre mantener viva aquella ambición libertaria. Con una secuela: desplaza de la centralidad al Presidente. ¿Hasta cuándo? Entre ambos se encargan de ocupar toda la escena. El reflejo social inmediato así lo estaría indicando. La primera encuesta realizada en la provincia luego del fallo por una de las consultoras más prestigiosas reveló que el 90% optaría votar por los libertarios o el peronismo.
El Gobierno deberá prestar atención hasta octubre a lo que pueda suceder en el Congreso. Se viene en el Senado la aprobación del aumento del 7% a los jubilados y la emergencia en discapacidad. Un golpe, dicen, a las cuentas fiscales libertarias. Milei dijo que serán vetadas. ¿Conseguirá ahora los 87 “héroes” que tuvo en Diputados en 2024 para anular otro aumento a los jubilados?
A la par transita la economía. La inflación sigue en baja pero el consumo masivo lleva 14 meses sin repuntar. Ese beneficio se remite a bienes durables. La sociedad hace foco ya en esas cosas. El INDEC informó que el desempleo subió casi al 8%. Milei declaró que “estamos en récord de puestos de trabajo”. Las realidades paralelas de siempre que dibuja cualquier poder.
23/06/2025 a las 10:47 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Paseo Cristina, la celda más famosa del país
Roberto García
Fuente: Perfil
(*) Notiar.com.ar
2276/025
A medida que baje la eufórica espuma de la prisión domiciliaria y las porfías mediáticas del papanatismo argentino sobre visitas, permanencias, tobilleras, manifestaciones y comunicados, empezará a funcionar un recorrido turístico novedoso en la Capital Federal. Tal vez se denomine Paseo Cristina. Las agencias dedicadas al ramo deberán cambiar sus itinerarios y sus buses pasarán por San José 1100 para observar el departamento-presidio de quien fuera exmandataria. Lógico: pieza de interés para cualquier visitante que pretende ver la Casa Rosada, Caminito, la tumba de Gardel o el mismísimo Obelisco.
Aunque hoy no invita el tipo de cambio a la llegada de turistas, pocos o muchos se van a interesar por observar una nueva atracción porteña: el edificio del siglo pasado que alberga a la viuda de Kirchner, en particular su segundo piso. Tal vez, si se organizan sincronizadamente, hasta puedan combinar con la condenada un horario de visitas o de observación cuando ella salga al balcón para tomar “la fresca”, regar alguna plantita y mirar con cierta envidia a los que pastorean por el barrio, sea por ocio, trabajo o simple deseo de pasear en libertad, tema que para Cristina está vedado.
Según sus adláteres, hasta el 2027, cuando asuma un nuevo Presidente y la libere de su celda con varias habitaciones.
Así lo prometen su vocacional heredero a la Casa Rosada, Juan Grabois; su verdadero heredero, Máximo Kirchner; y la declarada heredera a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, Mayra Mendoza. Atrevimiento no les falta a esta muchachada para probarse la ropita que vas a dejar, según dice Discepolín en “Yira yira”.
A quince días del fallo, este fin de semana se sosegó parcialmente el desborde callejero por la detención. No fueron, claro, los diez días que conmovieron al mundo, pero en el subdesarrollado mundo argentino se advirtió –quizás por lo inédito del caso– la desorientación de la Justicia por la aplicación de la pena (lugar, salida al balcón, manifestantes, etc.) y las demandas de una rea que tampoco parece saber cuáles eran sus vastas pretensiones prioritarias.
Confuso el cuadro, obvia negociación para que ella no invite a subir la temperatura de sus adictos en la calle y, al mismo tiempo, los magistrados eviten concederle privilegios diferentes a cualquier preso común.
Medio bochornosa la situación, en la que más de uno sospecha que, para incrementar su victimización política denunciando una persecución abyecta, Cristina reclama prebendas de la nobleza para indignar a quienes la han juzgado como a una ciudadana de la República. Y le concedan ese gusto.
Igual, hay controversias insólitas: ella pretende salir como una pasionaria al balcón para saludar a sus adeptos –lo que sería otra gran atracción turística, tal vez paga en tiempos de carestía– y al mismo tiempo se queja por una presunta falta de seguridad para quien sufrió un atentado frustrado. Ni Cristina se entiende.
Del mismo modo que la exigencia del tribunal por aplicarle la tobillera carece de sentido común: está rodeada de custodios, ni se le ocurre ir al almacén, difícil que se escape aun disfrazada. ¿Para qué la obstinación de ajustarle ese cerrojo en su departamento? Farsesco el proceso de la prisión controlada.
Confesados legatarios de Cristina como Grabois, por petulancia personal, ya provocaron disgustos en la red peronista al proclamarse con derecho a la sucesión. Si ella ha forzado una unidad ficticia, estas aventuras protagónicas descomponen esa urdimbre, inclusive con vistas a las elecciones de septiembre y, posteriormente, a las de octubre. Volvió a aparecer Máximo, hablando con la voz prestada de la madre, también con un ímpetu individual y superador por portación de apellido. No será fácil, sin embargo, restar ansias de quienes tienen territorio escriturado (los gobernadores e intendentes), o son figuras en distintos distritos –de Sergio Massa a Axel Kicillof– y a una multitud de peronistas orgullosos de esa denominación frente a la impostura de La Cámpora ante la tradición del General. Por más que el PJ sea una licuadora de intereses ideológicos, un movimiento, como lo consignó Perón.
A menos de 15 días del confinamiento en San José al 1100, se advierte una marejada ciclónica oculta bajo la superficie del mar que, como saben los navegantes, puede ser más peligrosa que cualquier otra tormenta. Se verá. A Cristina, por ahora, le queda apostar al insulto fácil sobre personajes malqueridos por el peronismo, como Patricia Bullrich, quien hace lo imposible para que no le ofrezcan un cargo electivo este año, y señalar desde la cárcel fracasos previsibles del Gobierno, como la desocupación, al tiempo que espera la llegada de invitados de otras partes –Lula, por ejemplo– para mantener una presencia mediática de dudosa permanencia.
Para el Gobierno, esta suma de episodios cristinistas ha sido como unas vacaciones de invierno, en las cuales se han dilapidado informativamente las visitas de Javier Milei a Europa o la baja del costo de vida a niveles del 1,5%. Pero lo preservó de otras instancias para las cuales estuvo entusiastamente afónico. Aun así, tomó nota del giro en la velocidad de la Justicia para el futuro, del mismo modo que Mauricio Macri comenzó a desteñirse frente a ese recrudecimiento de cursos y sanciones. Se sacudió el avispero legal: más de una causa congelada tiene en su haber. Suspenso entonces para ampliar o no, a una Corte Suprema de Justicia después de las elecciones, en cambio acuerdo político ya para cambiar al procurador Casal o la designación de los nuevos directores de la Auditoría de la Nación.
Del mismo modo que este martes se reinician conversaciones entre partidos para cumplir un objetivo prometido y comprometido: la reforma laboral. Un pastiche en apariencia. El Gobierno no puede solo, requiere adhesiones. Inclusive hasta de una CGT que se hizo bastante distraída del desenlace presidiario de Cristina y evitó alborotos en la calle, sea por conveniencia, incapacidad técnica o falta de solidaridad con alguien que nunca los quiso como dirigentes. Justo aquellos que en otros momentos de la vida, como la culminación del rodrigazo y el exilio de José López Rega, fueron quienes determinaron esos cambios históricos.
Cristina no tuvo ese respaldo, si es que esa apoyatura existe. Hoy, en apariencia, todo se modificó: ni el sindicalismo respira como fuente de poder, el peronismo está pegado con engrudo y al mileísmo le faltan varios kilos para ser un peso pesado. El intríngulis de un año con elecciones.
23/06/2025 a las 10:51 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La curiosa coincidencia entre Axel Kicillof y Mauricio Macri
Marcos Novaro
Fuente: TN
(*) Notiar.com.ar
22/6/025
¿Qué necesidad tenía Javier Milei -justo cuando se está entrando en la recta final de la negociación con el PRO en provincia de Buenos Aires, y mientras la Justicia libra una dura batalla por darle legitimidad a sus fallos frente a un peronismo masivamente lanzado a negársela- de hacer propio el relato kirchnerista según el cual durante el mandato de Mauricio Macri el Ejecutivo se habría dedicado a interferir en los tribunales, para manipular causas por corrupción contra sus enemigos?
La apuesta del Presidente no es difícil de entender. Por un lado, sabe que mientras más devalúe a su “socio” menos tendrá que ofrecerle para que se le someta; y que el PRO, al menos su rama bonaerense, no tiene a esta altura más alternativa que bajar la cabeza y disimular la humillación.
Por otro, entiende que le conviene devaluar un poder, el Judicial, que no controla, del que desconfía, y en el que hasta aquí no pudo influir, ni metiendo jueces por la ventana, ni por medio de negociaciones con sus adversarios. Y además, que al tirar tierra sobre el trabajo de los tribunales se pone en sintonía con lo que piensa la mayoría. Incluso de quienes celebran en estos momentos la condena de CFK, más todavía de los votantes de filiación peronista, que también Milei está buscando seducir.
De allí que, como buen populista, buscara alternar una de cal y otra de arena: y a la celebración inicial por el fallo de la Corte contra Cristina, con un optimista y muy republicano, “la Justicia funciona”, la complementará con la difusa referencia a la “mesa judicial macrista”. Que enloda un poco a todo el mundo sin señalar claramente a nadie ni a nada que pueda comprobarse. Kirchnerismo de derecha en su máxima expresión, en suma.
Ahora bien: que actuar así le convenga en lo inmediato, ¿alcanza para justificar la apuesta de Milei por devaluar y desacreditar todo lo que escapa (todavía) a su control? ¿No se volverá un costo también para él, al condenarse a reinar sobre una tierra arrasada, en la que no solo los jueces, sino sus propios aliados no valdrán nada?
El empeño de Milei en destruir al PRO se corresponde con un sueño: reinar en forma exclusiva sobre una nueva mayoría electoral. Y el problema es que cada vez más, aquí y en todos lados, las mayorías están hechas de pedazos muy distintos entre sí.
Así que, una vez que salga de escena el PRO, es probable que muchos votantes que podrían acompañar al oficialismo si tuviera rostros o lemas más moderados que ofrecer, busquen otras propuestas, tal vez no tan dispuestas a colaborar con el mileísmo. O en su ausencia prefieran quedarse en su casa y no votar. Eso es justamente lo que se trata de evitar con las alianzas, atendiendo al mismo tiempo a distintos públicos con una oferta más o menos plural. Pero al mileísmo se le complica, obsesionado como está con la disciplina y la identidad.
También en este sentido tiende a comportarse como un kirchnerismo de derecha: recordemos cómo los Kirchner convirtieron la otrora vibrante cantera de líderes que era el peronismo en otros tiempos, en la tierra yerma que es ahora; y cómo deglutieron a sucesivos aliados, desde el duhaldismo al albertismo, pasando por el cobismo y distintas expresiones de izquierda, sin permitir jamás que ninguna figura mínimamente atractiva para el electorado creciera a su sombra.
Y es curioso, y muy semejante al trato que recibe en estos días Mauricio Macri, lo que está haciendo con quien encarna tal vez la única excepción a la regla recién enunciada: Axel Kicillof.
Cristina Kirchner está muy enojada con los jueces, naturalmente. Pero su furia la está volcando principalmente en quien consideraba su ahijado y ahora ve como un traidor a destruir, porque osó desafiarla, pese a que lo hizo del modo más educado y colaborativo que pudo. Así que ha comisionado a su hijo Máximo la tarea de cerrar las listas bonaerenses, asegurando el predominio de sus más leales, concediendo algunos lugares secundarios a las desahuciadas huestes del ya muy consumido Sergio Massa, y los menos posibles al kicillofismo.
Pero ¿no será este también, como el de Milei, un logro de patas cortas? Y puede que se trate, en su caso, de patas cortísimas. Porque al menos el mileísmo se está asegurando la exclusiva titularidad de un triunfo, cuyos problemas de solidez y sustentabilidad se podrán evaluar y atender más adelante. Mientras que Cristina y los suyos parecen disfrutar demasiado de una “centralidad” que los encamina a tener por premio la exclusividad de una derrota.
23/06/2025 a las 12:03 PM
Luego de prestar atención a «la producción» de Oswald Spengler (en particular a «La decadencia de Occidente») y soportar a los periodistas y apinólogos agregados por el Dr. Kruse, revalorizo para estos tiempos la denuncia que hiciera Brian Crozier en su obra «Occidente se suicida» (Editorial Atlántida. 1979).