Por Hernán Andrés Kruse.-

LA LIBERTAD COMO EMANCIPACIÓN Y EXCELENCIA

“La mayoría de los críticos contemporáneos de Mill tienden a considerar que Mill es incoherente con sus propios principios al defender puntos de vista aparentemente distintos en On Liberty y Utilitarianism, principalmente. Contrariamente a las apariencias, la verdad es que el pensamiento de Mill es mucho más complejo de lo que se quiere admitir y que su fidelidad a los principios de su obra cardinal Utilitarianism se mantiene siempre si bien las lecturas superficiales de On Liberty podrían llevar a muchos a considerar que Mill es un pluralista en ética, en el sentido en que lo son Rawls y otros liberales contemporáneos.

Por lo que yo sé, autores como Ryan, Rosen, Berger o Donner han arrojado luz suficiente para apreciar la finura de los discernimientos de Mill. En esta ocasión me referiré primordialmente al trabajo de Alan Ryan «In a Liberal Landscape», incluido en la obra colectiva coordinada por John Skoruposki The Cambridge Companion to Mill, publicada por la Cambrigde Unversity Press en 1998. Como Ryan indica, y haré ver más adelante adentrándome en el contenido de On Liberty, para Mill, contrariamente a lo que ocurre con Rawls, «es un objeto legítimo de la política social el alumbrar tantas mejoras y tantos hombres autónomos, auto-críticos, con conciencia social como sea posible». Como afirma Ryan más adelante el punto de vista de Mill no era el de Rawls. Mientras que este autor mantiene en su Political Liberalism, que no se ejerza presión alguna sobre los que muestran un pensamiento libre y autónomo, Mill simplemente propone que el gobierno liberal debe actuar con delicadeza. Mill no quiere imponer su ideal de excelencia (término que él no utilizó pero que considero apropiado para la comprensión de sus puntos de vista sobre el fin de nuestra existencia), pero no está dispuesto a aceptar la neutralidad rawlsiana respecto a la vida “buena”.

Para Mill, a diferencia nuevamente de Rawls, mi lucha por la libertad no es un fin en sí misma. Con palabras de Ryan: «Para Mill la búsqueda de la libertad era la búsqueda de la felicidad». Ocurre, sin embargo, que Mill aborrecía el dogmatismo y consideraba, por ello, que la búsqueda de la felicidad no era posible bajo la tutela del Estado, de las élites imperantes, o de las mayorías imperantes también, sino que se trataba de una cuestión individual. Mill argumenta, según Ryan, en contra de teorías liberticidas como la de Comte, que no tenemos conocimientos suficientes acerca del bienestar humano como para interferir en las elecciones individuales, excepto para impedir que se dañe a otros. Ocurre así que mientras admite tantas formas deseables como individuos existan, no acepta por igual tantas formas variadas de gobierno, como se dan en un momento dado. Muchas culturas se fundamentan en creencias supersticiosas de modo que no son igualmente aceptables, desde el punto de vista del utilitarismo de Mill. En éste y otros muchos sentidos Mill no podía ser respetuoso con las culturas que no defendían la auto-determinación y emancipación de los individuos, ya que el sentido ético de una cultura es el de procurar la coordinación de los diversos planes de vida planificados desde lo que podemos llamar, con Kohlberg, el estadio de desarrollo post-convencional.

Por lo demás autores como Ten han puesto de relieve el carácter no pluralista de los valores sociales, que sólo podrían ser garantizados en sociedades progresistas liberales o sociales en las que se garantiza la igual libertad, por usar un término de Dworkin. Como Ten indica al respecto: no existe una conexión necesaria entre el liberalismo y ya bien una teoría del laissez-faire económico o una teoría de las funciones. Es posible combinar el principio de la libertad de Mill, con, por ejemplo, la creencia en el socialismo (cursivas mías). La forma en que se distribuyen los recursos de la comunidad cae dentro del ámbito social, y, por tanto, del ámbito legítimo de la intervención del Estado.

En On Liberty se ocupa Mill de uno de los ingredientes constitutivos de la felicidad que ha de serle asegurado a todo ser humano para garantizarle un desarrollo moral que debe llevarle a la posesión de criterios y principios a los que se adhiera críticamente, emancipándole de las voces de la tradición que quieren acallar su legítima reclamación existencialista de ser auténtico, con la diferencia entre los existencialistas y Mill, de que la autenticidad no es buena por sí misma, sino en cuanto constituye uno de los elementos básicos de nuestra felicidad. Con palabras de Mill: «para el bienestar intelectual de la humanidad (del que depende todo otro bienestar) es necesaria la libertad de opinión y la libertad de expresar toda opinión», o lo que es igual la libertad de opinión, la emancipación, forman parte de aquella excelencia humana necesaria para una vida plenamente feliz, con lo cual no se desmarca Mill de lo mantenido en el Utilitarianism, contrariamente a lo postulado por Isaiah Berlin en «J. S. Mill y los fines de la vida», incluido en la versión castellana de On Liberty. La libertad en Mill, es emancipación, excelencia y liberación de las fuerzas benéficas que están pendientes de ponerse en acción en todos nosotros, haciendo que los individuos se vuelvan responsables socialmente. De tratar de «la educación peculiar de un ciudadano, la parte práctica de la educación política de un pueblo libre, que les saque de los estrechos límites del egoísmo personal (cursivas mías) y de la familia y les acostumbre a la comprensión de los intereses generales y al manejo de los negocios de todos, habituándolos a obrar por motivos públicos o semipúblicos y a guiar su conducta hacia fines que les unan en vez de aislarles, unos de otros».

Como Wendy Donner nos dice en su obra de 1991 The liberal Self –John Stuart Mills Moral and Political Philosophy– el liberalismo de Mill difiere extraordinariamente del liberalismo posesivo que «considera a los humanos como seres que ven su bien en términos de adquisición de propiedades, estando este valor ligado al deseo o necesidad de controlar a los demás, Mill, por el contrario, considera que el bien de los humanos es el del auto-desarrollo, valor que es antagónico con la mediocridad o el deseo de controlar a los demás». La prohibición por parte de Mill de que el gobierno (ya bien consista en una minoría o en una mayoría) determine el bien de cada individuo, deriva no del deseo de obrar conforme a los caprichos o deseos momentáneos, sino que se desarrolla, de acuerdo con su propia iniciativa, convirtiéndose en un ciudadano excelente. Afirma Mill: «nadie piense que la excelencia en la conducta humana consiste en que la gente no haga más que copiarse unos a otros», lo cual no le lleva sin embargo a un solipsismo moral ya que «sería absurdo pretender que la gente viva como si nada se hubiese conocido en el mundo antes de su venida a él, como si la experiencia no hubiera hecho nada por mostrar que una manera de vivir es preferible a otra», no obstante lo cual «el privilegio y la propia madurez de sus facultades consisten en utilizar e interpretar la experiencia a su manera».

Las características peculiares del utilitarismo de Mill, bastante más lejano de Bentham de lo que generalmente se piensa, aparecen claramente expuestas en el capítulo 3 de On Liberty, llegando a afirmar así que «realmente no sólo es importante lo que los hombres hacen, sino también la clase de hombres que lo hacen», añadiendo algo que sorprenderá a muchos detractores del muy desconocido Mill: «Entre las obras del hombre, en cuyo perfeccionamiento y embellecimiento se emplea legítimamente la vida humana, lo primero en importancia es seguramente el hombre mismo. Suponed que fuera posible construir casas, hacer crecer el trigo, ganar batallas, defender causas y hasta erigir templos y decir oraciones mecánicamente –por autómatas en forma humana– sería una pérdida considerable cambiar por estos autómatas los mismos hombres y mujeres que habitan actualmente las partes más civilizadas del mundo…».

La defensa de la excelencia, la autonomía y el bienestar profundo del ser humano se refleja en el siguiente espléndido pensamiento: «La naturaleza humana no es una máquina que se construye según un modelo y dispuesta a hacer exactamente el trabajo que le es prescrito, sino un árbol que necesita crecer y desarrollarse por todos los lados, según las tendencias de sus fuerzas interiores que hacen de él una cosa viva». Es cierto que en determinados pasajes de la obra que comento parece Mill excesivamente obsesionado por la originalidad de los seres humanos hasta el punto de que parece aceptar como buenas las conductas más excéntricas imaginables. Desde mi punto de vista es cuestionable cuando menos su afirmación de que «la libertad humana exige libertad en nuestros gustos y en la determinación de nuestros propios fines; libertad para trazar el plan de nuestra vida según nuestro propio carácter, para obrar como queremos, sujetos a las consecuencias de nuestros actos, sin que nos lo impidan nuestros semejantes, en tanto que no los perjudiquemos». De ser éste el principal postulado de Mill nos encontraríamos ante lo que se ha venido en denominar utilitarismo negativo que se conforma con postular protección de lo que perjudica a los demás, sin tener en cuenta la deseabilidad moral de que nos ocupemos de acciones que positivamente tiendan a incrementar la felicidad general.

Desde mi punto de vista, Mill sigue preocupado en esta obra por la mayor felicidad general posible, para todos los seres humanos, e incluso todos los seres sintientes, lo que ocurre es que desea que el logro de la felicidad colectiva no puede alcanzarse sino cuando se estimulan las capacidades creativas de toda la comunidad. Incluso llega a aceptar en On Liberty que existen muchos actos beneficiosos que podrían ser ya no sólo recomendados sino exigibles de nosotros. Lo que Mill muy acertadamente pretende es que la moral no sea algo impuesto mediante coerción, salvo en el caso de causar daño, pero por supuesto todo el tomo apasionado de On Liberty en defensa de los seres con vitalidad, creatividad y fuerza, es un emocionado alegato en contra de las individualidades pasivas que no sólo no se preocupan del bienestar general, sino de su propio bienestar particular.

A diferencia del clima tibio de tolerancia a la hora de preferir el tipo de vida que a cada uno se le antoje, tendencia habitual en la ética contemporánea, Mill es moderadamente paternalista al afirmar con contundencia que «el despotismo es un modo legítimo de gobierno tratándose de bárbaros». Añadiendo en otra parte de su obra que «la única parte de la conducta por la que cada uno es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu el individuo es soberano». Tan contundente afirmación no debe llevarnos, como ya he insistido, a considerar a Mill como un adelantado de las posturas «neutrales» de la filosofía moral y política contemporánea. Así, a continuación del párrafo acabado de citar, señala: «Casi es innecesario decir que esta doctrina es sólo aplicable a seres humanos en la madurez de sus facultades». El objetivo de Mill, por consiguiente, no es tanto permitir conductas de todo tipo en el ámbito privado, como postular el derecho a desarrollar las capacidades críticas a fin de convertirnos en ciudadanos creativos que viven con pasión y lucidez su propia vida, embelleciendo al tiempo la vida de los demás.

Como Berlin comenta en su artículo ya citado, Mill se convirtió en el más apasionado y popular defensor de los oprimidos y vejados de Inglaterra. Lo cual le lleva a Berlin a considerar, erróneamente a mi entender, que no era la utilidad sino la libertad y la justicia lo que él buscaba primordialmente, como si la utilidad no significase precisamente eso: la promoción de individuos benevolentes y con capacidad de empatía que lucharan por las causas justas y mejorasen la vida material y espiritual de sus semejantes, no imponiéndoles las normas de conducta moral mediante leyes y presiones externas de todo tipo, sino mediante una actitud ejemplar que por sí misma atraía a nuestra sensibilidad moral por poco desarrollada que estuviese.

Mill defiende con ardor y entusiasmo la originalidad, no tanto como un modo de rebeldía sin causa, o un mero afán de diferenciarse, sino como un afán de mejorarse. Bien es cierto que a veces las afirmaciones de Mill son sumamente ambiguas y podrían llevarnos a la conclusión de que lo que importa no es mejorar la opinión prevaleciente de las masas mediocres, sino simplemente ignorarla. Afirma así Mill: «Parece que cuando en todas partes la opinión del hombre ordinario se ha convertido, o se está convirtiendo en el poder dominante, el contrapeso y el correctivo a esta tendencia sea la individualidad». «En otros tiempos no habría ventaja alguna en que hicieran esto, a no ser que obrasen no sólo de modo diferente sino mejor. Ahora el mero ejemplo de disconformidad, la mera repulsa a hincar la rodilla ante la costumbre es en sí misma, un servicio».

En muchos sentidos resulta interesante esta disidencia, que nos llevaría al estadio 4.5 de Kohlberg pero no hay que olvidar que es sólo un primer paso para alcanzar el nivel de la moral autónoma, que nos lleva a elegir críticamente con independencia de las opiniones prevalecientes. Como Mill afirma, casi en paralelo con Marx, (del que no sabemos que tuviera mucho conocimiento) «dondequiera que hay una clase dominante una gran parte de la moralidad del país emanará de sus intereses y sus sentimientos de clase superior». Por ello se hace imprescindible que nos emancipemos no sólo desobedeciendo las normas impuestas, sino repensándolas, mejorándolas, sustituyéndolas por otras, que superen la propia convencionalidad de acuerdo con el criterio ético más refinado, el más justificado y que consiga el favor de los espíritus ilustrados. Los espíritus ilustrados, me atrevería a añadir, no sólo tienen el derecho a manifestar sus ideas y someterlas a la discusión universal, sino que tienen a su vez el deber, como en La República de Platón tenían los filósofos, de intentar mediante el razonamiento y la sensibilización que las personas devengan seres plenamente desarrollados.

Lo que Mill no quiere en modo alguno es que el latigazo de la ley nos obligue a mejorar nuestra vida privada y esto por razones de utilidad, tal como «utilidad» se entiende en el contexto de Mill. Como el autor afirma en las últimas líneas de la obra de que me ocupo: «Un Estado que empequeñece a sus hombres, a fin de que puedan ser más dóciles instrumentos en sus manos aun cuando sea para fines beneficiosos, hallará que con los pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada y que la perfección del mecanismo, a la cual todo hombre ha sido sacrificado, terminará por no servir para nada por falta del poder vital que, en aras de un más fácil mejoramiento de la máquina, ha preferido proscribir».

EL BIENESTAR INDIVIDUAL Y SOCIAL COMO METAS INCUESTIONABLES

“La aportación de J. S. Mill es particularmente provechosa no sólo a la hora de fundamentar sino más contundentemente todavía a la hora de delimitar el contenido de un programa de gobierno. He titulado este trabajo «J. S. Mill y el socialismo del futuro» porque creo que en su obra pueden encontrarse las bases que equilibren las demandas de igualdad y libertad, emancipación, excelencia y auto-desarrollo, valores que han sido reconocidos en un grado discreto a lo largo de la historia del pensamiento y que, en la obra de Mill como en pocas otras, aparecen armonizados y justificados. Como Johatan Riley ha comentado: «Mill va más lejos que Bentham al admitir la posibilidad de que un código ideal pueda abandonar la propiedad privada por completo, a favor de los derechos iguales de los miembros de empresas socialistas, auto-dirigidas. En suma, la maximización del bienestar general podría implicar una forma de socialismo descentralizado, más que una forma más cooperativista e igualitaria de capitalismo».

En Utilitarianism, desarrolla Mill una teoría ético-política que parece imprescindible para suavizar las aristas del socialismo del futuro y hacerlo más complejo, más sutil, y más apto para responder a las demandas más profundas de los seres humanos. El socialismo históricamente ha adoptado distintas formas, desde las más radicales y revolucionarias hasta las más leves y benignas, como es el caso de los socialismos (en USA, liberalismo de izquierdas) imperantes. Se trata en el caso de Mill de un nuevo socialismo, que asegura no sólo el bienestar material, sino, lo que es más importante, supone asegurar una vida intelectual y espiritual de calidad que asegure el máximo de satisfacción personal y unas relaciones amistosas entre los seres humanos, con independencia de la etnia, nacionalidad, raza, sexo o grupo religioso.

En muchos sentidos, la vuelta a Mill podría suponer un proceso de regeneración del socialismo, que tendría no sólo valor moral, sino que así mismo sería prudencialmente aceptable ya que en Mill, como en Platón, nuestra propia naturaleza nos dota de sentimientos sociales que cuando son debidamente desarrollados, contribuyen a que disfrutemos con el goce de los otros. Como afirma Mill en Utilitarianism: «El concepto profundamente arraigado que todo individuo, incluso en el presente estadio tiene ya de sí mismo como ser moral, tiende a hacerle experimentar que uno de sus deseos naturales es el de que se produzca una armonía entre sus sentimientos y objetivos y los de sus semejantes».

Sin embargo a veces se ha tachado a Mill injustamente de ingenuo o utópico, cuando llaman la atención, contrariamente, sus consideraciones sobre la natural tendencia a la pereza, el descuido de la felicidad propia y general, que aparecen repetidamente en sus obras, reconociendo la débil constitución del ser humano. Pero Mill, desde luego es optimista, en el sentido de que contempla con confianza la posibilidad de transformación del ser humano, mediante la educación, y el cambio del tipo de relación entre los humanos. Una transformación que no viene determinada, como en Kant, por la pura razón práctica, sino que tiene sentido y significado en la medida que amplía nuestros horizontes y nos hace capaces de disfrutar de una existencia realmente gratificante. En más de un sentido es decididamente utópico, pero la utopía es un elemento necesario para estimular a los seres humanos para que lleven a cabo las transformaciones y cambios hacia una sociedad donde las relaciones humanas no sean ya no sólo de paz, sino de colaboración y compañerismo con repercusiones en el beneficio mutuo.

La concepción de la felicidad en Mill es innegablemente socrática. Sus afirmaciones relativas a que: «Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho, mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho», no implican sino una concepción muy sutil y profunda de la felicidad que nos es dado gozar como seres humanos. Distingue así Mill entre felicidad y contento, entre realización personal, emancipación y desarrollo de la empatía, fruto de una adecuada educación, y la conformidad con lo dado, derivada de nuestra, a veces, estrecha capacidad de miras. «Ningún ser humano inteligente aceptaría convertirse en un necio». Porque el ser humano inteligente distingue entre felicidad y contento. Ningún ser humano aceptaría tampoco establecer relaciones de dominio o sumisión respecto a todos los demás ya que la comunicación humana sólo es posible en condiciones de igualdad. La originalidad del socialismo milliano estriba en el convencimiento de que la lucha por la mejora social no es algo que el gobierno deba imponer de forma coercitiva sino que brotará del aumento de nuestra capacidad de empatía, de nuestro convencimiento de que al ocuparnos del bienestar, la libertad y la emancipación de los otros, se aumentan nuestras posibilidades de una vida rica en satisfacciones.

El hecho de que los seres humanos muestren poca sensibilidad y preocupación por el bienestar de los demás, se debe, de acuerdo con Mill, a un déficit educativo. Cuando las condiciones sociales, y el sistema educativo lo permiten: «El hombre llega, como por instinto, a ser consciente de que por supuesto (cursivas de Mill) presta atención a los demás. Llega a resultarle el bien de los demás algo a lo que naturalmente y necesariamente ha de atender, en igual medida que a las necesidades físicas de la existencia». Por supuesto que no es Mill ingenuo en absoluto al no considerar que de forma espontánea pudiera llegarse a una concepción progresista de las relaciones humanas como la que él propone. Como indica C. L. Ten en su trabajo de 1968, «Democrary, socialism and the working classes»: “Mill señala que las clases privilegiadas y poderosas han utilizado siempre su poder para mejorar sus propios intereses. La gente necesita ser protegida de los presuntos protectores. Los maridos que se supone protegen a sus mujeres y los padres que protegen a sus hijos han sido culpables de brutalidad y tiranía como muchos informes policiales han mostrado”.

No obstante lo dicho hay que admitir que hay numerosos supuestos en la propuesta socialista de Mill que son susceptibles de crítica y refinamiento, aunque yo he preferido centrarme en sus principales aciertos que son más frecuentes y olvidados que sus errores. Se me ocurre que podría ser oportuna la crítica de Ten en el trabajo acabado de mencionar, cuando indica que «Mill parece tener demasiada fe en las personas educadas». Y así es, en efecto, a causa de su creencia platónica de que la virtud y la sabiduría son las dos caras de una misma moneda. Por supuesto que la dilucidación de hasta qué punto Mill está errado o está en lo cierto nos llevaría demasiado lejos. Baste decir ahora que su concepción de la educación no sólo suponía el cultivo de la mente sino así mismo de la sensibilidad moral, de los incipientes sentimientos de sympathy que se dan en todos los seres humanos. La posibilidad de alcanzar una sociedad moralmente desarrollada donde todos los individuos disfruten por igual del desarrollo de sus capacidades físicas, mentales y morales, podrá parecer una quimera, pero puede tratarse también de un hermoso sueño que a través del progreso humano va haciendo poco a poco su aparición como una realidad siempre mejorable.

Se podría sostener convincentemente que la ingenuidad de Mill no es más que aparente. Su vocación firme de reformador social le llevaría a poner énfasis en los posibles logros de una sociedad más libre, más igualitaria y con mayores oportunidades de gozo para todos. La facultad moral, afirmará Mill, «si bien no es parte de nuestra naturaleza es un producto natural de ella. Puede desarrollarse… en un grado determinado espontáneamente, siendo susceptible de alcanzar, mediante su cultivo, un elevado grado de desarrollo. Desafortunadamente también es susceptible de, mediante un uso suficiente de sanciones externas y la fuerza de las impresiones primeras, ser cultivada en casi cualquier sentido, de modo que no hay nada por absurdo o maligno que sea, que no pueda hacer que actúe mediante dichas influencias sobre el espíritu humano con toda la autoridad de la conciencia».

A pesar de lo cual Mill no desfallece en su intento de mejora de la humanidad y se considera esperanzado. Indica así al final del capítulo III de Utilitarianism: «El concepto profundamente arraigado que todo individuo incluso en el presente estadio tiene ya de sí mismo como ser social, tiende a hacerle experimentar que uno de sus deseos naturales es el de que se produzca ya una armonía entre sus sentimientos y objetivos y los de sus semejantes…en la mayoría de los individuos este sentimiento es mucho menos profundo que los sentimientos de tipo egoísta, y a menudo se carece de él por completo. Mas quienes lo experimentan son poseedores de algo que presenta todas las características de un sentimiento natural. No lo consideran como una superstición, o una ley impuesta despóticamente por la fuerza de la sociedad, sino como un atributo del que no deberían prescindir. Es más, quienes son capaces de superar el egoísmo propio de determinadas teorías de corte liberal conservador, podríamos añadir, a la vez que liberan y emancipan al resto de la humanidad, se vuelven capaces de experimentar un goce que es exclusivo de los seres humanos desarrollados».

Recordar a Mill, o poner sobre el tapete su importante contribución a la construcción de un socialismo del futuro que tenga como meta el bienestar profundo de todos los seres humanos es algo más que una tarea académica. Se trata nada menos que de propiciar un clima de relaciones humanas donde las fuerzas positivas y creadoras triunfan sobre el fanatismo, la rutina y las múltiples formas de servilismo. A las posibles críticas de quienes no quieren ver a Mill como un decidido defensor del socialismo replicaré que no es tanto mi objetivo defender a Mill como socialista que presentar a Mill como fuente inspiradora de todos los individuos y movimientos que crean que la humanidad es nuestra patria y que tenemos derecho a que se satisfagan nuestras necesidades y capacidades como seres humanos en una convivencia armónica”.

(*) Esperanza Guisán (Universidad de Santiago de Compostela): “John Stuart Mill y el socialismo del futuro”.

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