Por Luis Alejandro Rizzi.-

En la primera parte de esta saga afirmamos que el “poder político” tiene como finalidad excluyente la promoción del bien común, por lo menos en una concepción moral de la política.

Si a la política la desvinculamos del “propósito moral”, como lo pensaba Charles de Gaulle, y caemos en una suerte de teoría pura de la política, como simple medio para lograr y mantener el poder, como lo hicieron los “Macbeth”, caeremos en cualquiera de las formas del autoritarismo y populismo, es decir en la sofística de la política o la política como sofisma.

Desde este punto de partida haremos un escrutinio del gobierno de Javier Milei, para precisar su nivel moral de la gestión.

Aceptamos, como hipótesis de este test, también la autenticidad de su buena fe y la convicción firme en sus ideas.

Es cierto que asumió el gobierno de un país y una sociedad en profunda crisis en la que, siguiendo a Gramsci y para resumir, “la decadencia no terminaba de morir y el crecimiento no podía nacer”, por esa razón desde hace años vivimos épocas de morbosidad, como Ortega, podríamos hablar de la “Argentina desvertebrada”.

Para ser más originales podríamos decir “La Argentina dispersa”

Milei está convencido de que el problema nuestro es el “déficit fiscal”, padre de todos los males, y como los sabios brutos de Ortega, actuó en consecuencia practicando un muy cruento ajuste fiscal, deshumanizando la ciencia económica y menoscabando la concepción moral de la política.

Milei no tuvo en cuenta que sólo es pecaminoso el “déficit fiscal” que se origina para financiar gastos corrientes del estado, pero no lo es cuando el gobierno gasta en inversión de capital como el mantenimiento y mejora de la infraestructura de un país, para facilitar su desarrollo y atraer inversión privada.

La Unión Europea admite un déficit del 3% y un endeudamiento del 60% de su PBI respectivamente, porcentajes que quizás se ampliarán con la cuestión de su defensa militar.

Una conclusión cultural y moral del objetivo excluyente del Milei de eliminar el déficit fiscal, podríamos calificarlo de inmoral, porque lo ha logrado causando perjuicios, como el de suspender toda inversión de capital, no sólo en continuación de la obra pública, sino suspendiendo el mantenimiento de lo poco y regular existente.

El modo en que se está logrando la eliminación del déficit fiscal no es moral ni profesionalmente aceptable.

Ha disminuido el porcentaje de inflación, pero se mantiene en un piso promedio del 2% mensual que es altísimo, se mantiene un 40% de informalidad y marginalidad económica y social y se castiga una vez más a los jubilados, un segmento social vulnerable e indefenso.

Se controla el funcionamiento económico mediante el control del precio del dólar, en un régimen de libertad de flotación controlada y garantizada entre piso y techo con una tolerancia del 40%, entre ambos extremos. Eso se logra con ingresos de dólares financieros por un plazo mínimo de seis meses, que vence con las elecciones del 28 de octubre, a los que se les garantiza un tentador y generoso “carry trade” que no es más que otro modo de gerenciar nuevo endeudamiento.

Un casino financiero con rentabilidad garantizada.

Por otra parte, este tipo de “avivadas” genera desconfianza y el riesgo país se quedará en los niveles actuales, ya que esta bonanza sofística tiene duración limitada.

Con el RIGI se esperaba un piso de inversiones de 50 mil millones, y hasta ahora no se han superado los quince mil millones.

En conclusión, le será posible al gobierno controlar el tipo de cambio hasta las próximas elecciones, y de ese modo controlar la inflación que podría situarse entre el 25 y 30% anual, un nivel altísimo.

En definitiva, el gobierno está trasladando la deuda a los futuros gobiernos. Hay otro agravante: el gobierno está administrando sin presupuesto aprobado por el congreso de la nación.

El artículo1º de la ley 27612 dispone: “La Ley de Presupuesto General de la Administración Nacional de cada ejercicio deberá prever un porcentaje máximo para la emisión de títulos públicos en moneda extranjera y bajo legislación y jurisdicción extranjeras respecto del monto total de las emisiones de títulos públicos autorizadas para ese ejercicio”.

El acuerdo en ejecución con el FMI no ha sido aprobado por ley del Congreso, como lo dispone el Artículo 2º: “Dispónese que todo programa de financiamiento u operación de crédito público realizados con el Fondo Monetario Internacional (FMI), así como también cualquier ampliación de los montos de esos programas u operaciones, requerirá de una ley del Honorable Congreso de la Nación que lo apruebe expresamente”.

Es obvio que el DNU 179/25 no es una ley del congreso, pero en su artículo 1º confirma su ilegitimidad ya que dice: “Apruébanse las operaciones de crédito público contenidas en el Programa de Facilidades Extendidas a celebrarse entre el Poder Ejecutivo Nacional y el Fondo Monetario Internacional, las que tendrán un plazo de amortización de diez (10) años y serán destinadas a la cancelación de: ….”

Es obvio que ningún tribunal podría aprobar la legitimidad legal de la operación, ya que el “acuerdo” se “aprobó” sin ley de presupuesto ni ley formal.

De lo que no queda lugar a dudas es que el Poder Ejecutivo obró de modo inmoral.

Por último, Javier Milei tampoco puede aprobar los test morales, por su agresividad y violencia discursiva, que no sólo hace poner en duda su equilibrio psicológico mínimo para gobernar, sino su incapacidad para persuadir y consensuar.

El gobierno administra el país de modo inmoral y sus invocaciones a las “Fuerzas del Cielo” me hacen acordar a las invocaciones al “Señor” en la serie “Los Enviados”, para esconder sus tropelías.

Vale la pena recordar al “Pepe” Mujica, de cuya muerte me enteré cuando finalizaba esta nota, con esta frase que le pertenece:

“En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio. El odio termina estupidizando, porque nos hace perder objetividad ante las cosas, el odio es ciego como el amor, pero el amor es creador, y el odio nos destruye”.

Toda persona que fomenta el odio es mala gente e inmoral. No merece respeto, apenas y con esfuerzo y sentido de la caridad, mucha lástima.

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