Por Guillermo Cherashny.-

Es la primera vez que un presidente desde 1983 decide un alineamiento estratégico con los Estados Unidos e Israel, lo cual es muy positivo, porque hasta aquí, desde la vuelta de la democracia, la cancillería argentina sostiene una posición anti israelí y los presidentes también, con la excepción de Menem, porque durante el gobierno de Macri la canciller Malcorra, buscando convertirse en Secretaria General de las Naciones Unidas, coqueteaba con los países árabes. Pero ahora, el nuevo presidente hizo tabula rasa y decidió otra política exterior y esa posición exige una nueva AFI, el organismo de inteligencia nacional que está lleno de ñoquis e inútiles del kirchnerismo y del macrismo, que además se utilizaban para operaciones políticas contra la oposición, que es totalmente ajena a los trabajos de inteligencia.

Este nuevo alineamiento estratégico hace que se constituya un núcleo duro de agentes con aceitados contactos con la CIA y el Mossad, más los otros servicios de inteligencia occidentales, y hoy lamentablemente hay pocos oficiales de inteligencia con esas cualidades dentro del organismo, pero fuera de él hay unas decenas de civiles y oficiales de las Fuerzas Armadas con especialidad en inteligencia a quien recurrir y rearmar imperiosamente el organismo de la calle 25 de Mayo.

La exjefa de la AFI consultó a un ex alto funcionario de la época de Menem-Anzorreguy sobre la tarea a seguir y éste le señaló que tomara contacto con la CIA y la Mossad. La respuesta fue “muchas gracias” y el resultado fue, por torpeza, destabicar al agente encubierto en el Líbano, es decir, algo que no pasa en ningún servicio del mundo, lo mismo que poner a un experto en negociar delanteros de Boca a un club brasileño como única experiencia en el espionaje  criollo.

Por eso el Dr. Silvestre Sívori, el nuevo jefe de la AFI, tiene una tarea ciclópea, con una plantilla de personal que no sólo no sirve para la inteligencia sino para ningún trabajo decente.

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