Por Hernán Andrés Kruse.-

Las Fuerzas de Defensa de Israel publicaron el viernes 8 de diciembre un informe sobre la muerte de numerosos miembros de la organización terrorista islámica Hamás a raíz de una serie de bombardeos en la zona de Khan Younis. A lo largo de esas jornadas israelíes y terroristas islámicos continuaron sus feroces combates en las principales ciudades de Gaza, especialmente en la zona sur de la Franja, donde está la ciudad mencionada precedentemente. Ante la intensidad creciente del conflicto el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se comunicó telefónicamente con el premier israelí Benjamín Netanyahu, a quien le “insistió en la necesidad absoluta de proteger a los civiles y diferenciar a la población civil de Hamás”. El apoyo de la república imperial a Israel se mantiene incólume, lo que no implica que esté dispuesta a tolerar ataques indiscriminados de Israel sobre la población palestina (Fuente: Infobae, 8/12/023).

El sábado 9 de diciembre Hezbollah reivindicó unos once ataques contra las bases militares de las localidades de Ramya y Metula, situadas en el norte de Israel. Mientras tanto, la formación de Hassan Nasrallah dio a conocer el fallecimiento de uno de sus soldados, Hassan Kamal Sorour, sin hacer mención alguna del lugar ni de la forma en que murió. Por la noche Hezbollah lanzó numerosos misiles guiados contra posiciones de las Fuerzas de Defensa de Israel en las granjas de Shebaa y el cuartel general de la Tercera Brigada de Infantería de la División 91. Como represalia, aviones de combate israelíes atacaron varios centros de mando del grupo Chií, en el sur del Líbano. Mientras tanto, el Asesor de Seguridad Nacional de Tel Aviv, Tzachi Hanegbi, reiteró las advertencias lanzadas por el premier israelí y su ministro de Defensa a Hezbollah por su participación en la guerra. “Ya no podemos aceptar que la fuerza de élite de Hezbollah, Radwan, esté operando en la frontera. Ya no podemos aceptar que no se implemente la Resolución 1701”, enfatizó el funcionario en alusión a la resolución de 2006 del Consejo de Seguridad de la ONU que prohíbe cualquier presencia de Hezbollah en un radio de 30 kilómetros del límite con la frontera israelí (Fuente: Infobae, informe de Isabella Ederly, 9/12/023).

Israel expuso el sábado 9 de diciembre el momento en que miembros de Hamás interceptaron a un grupo de gazatíes que transitaban en el barrio de Sakaiya, situado al norte de Gaza, y les robaron los suministros de ayuda humanitaria. Avihai Adrei, portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelíes, expresó: “Hamás impide que los civiles de Gaza reciban alimentos y suministros, desviándolos para sus propias necesidades”. “Los líderes de Hamás no se preocupan por la población civil de Gaza y la oprimen”. “Hamás es un enemigo para todos en la Franja”. Mientras tanto, a 64 días del comienzo de la tragedia numerosos ciudadanos de la Franja comenzaron a rebelarse contra el poder omnímodo de Hamás. Una mujer denunció que cualquier gazatí que esté en contra de la guerra es inmediatamente acusado de traidor por Hamás. Por su parte, otro residente de Gaza sostuvo: “No tengo casa, vida, nada. Estamos condenados a sufrir por esta estúpida organización. ¿Quién nos llevó a vivir en la pobreza aquí en Gaza? Los judíos no, Hamás sí” (fuente: Infobae, informe de Inés Ehulech, 9/10/023).

El lunes 11 de diciembre se intensificaron los combates entre las fuerzas militares israelíes y los terroristas islámicos, luego de que Hamás amenazara con ejecutar a todos los rehenes si sus exigencias no eran cumplidas. Un periodista de la AFP informó de intensos ataques por aire sobre Khan Younis. Por su parte, la Yihad Islámica reportó violentos combates en una zona de la ciudad de Gaza. El mismo día, el ejército de Israel informó que hubo lanzamientos de cohetes desde Gaza y duros enfrentamientos el domingo 10 en diversos barrios de la capital palestina y en Khan Younis. El jefe del ejército israelí, Herzi Halevi, expresó: “No quiero decir que utilizamos todas nuestras fuerzas, pero sí una fuerza significativa y estamos logrando resultados significativos”. Al mismo tiempo, Netanyahu afirmó: “Deponen las armas y se entregan a nuestros soldados heroicos. Eso tomará tiempo. La guerra continúa, pero es el comienzo del fin de Hamás”. “Les digo a los terroristas de Hamás: Se acabó, ríndanse ahora” (Fuente: Infobae, informe de Mai Yaghi y Claire Gounon, 11/12/023).

El martes 12 de diciembre las autoridades israelíes afirmaron que Hamás está al borde la disolución. Diversas organizaciones humanitarias, luego de expresar su temor de que la Franja de Gaza quede a merced de enfermedades de todo tipo y de la hambruna, presionaron a Israel para que incremente su protección a la población civil. Según el ministerio de Salud controlado por la guerrilla islámica, desde que se desató el conflicto el sábado 7 de octubre la ofensiva militar de Israel ha provocado 18.200 víctimas, muchas de ellas mujeres y niños. Según la ONU casi dos millones de palestinos han sido desplazados, la mitad de ellos menores de edad. Según Joseph Borrell, jefe diplomático de la Unión Europea, los civiles enfrentan una situación dramática, similar a la que enfrentaron los civiles durante la segunda guerra mundial. De los 36 hospitales que tiene Gaza, sólo funcionan 14. El lunes 11 el hospital Al Aqsa no dio abasto para recibir el alud de víctimas provocado por los ataques israelíes al campo de refugiados Al Maghazi. Un periodista de la AFP afirmó que las universidades Islámica y Al Azhar quedaron reducidas a escombros. Rami al- Dahduh, un joven sastre, reconoció que “no hay agua, no hay electricidad, ni pan y leche para los niños, y no hay pañales” (fuente: Infobae, informe de Adel Zaanoun y Aymeric Vincenot, 12/12/023).

El miércoles 14 de diciembre el comando Central de Estados Unidos confirmó que ese día respondió a un ataque perpetrado por rebeldes chiíes hutíes en el Mar Rojo contra un buque cisterna de bandera de las Islas Marshall y destruyó un drone lanzado desde territorio de los hutíes. Por su parte la ONG Human Rights Watch los acusó de perpetrar crímenes de lesa humanidad por sus ataques contras barcos civiles en el mar Rojo durante las últimas semanas. Michael Page, director adjunto para Oriente Próximo y el Norte de África de la ONG mencionada, señaló que “los hutíes afirman que están llevando a cabo ataques en nombre de los palestinos, cuando la realidad es que están atacando, deteniendo arbitrariamente y poniendo en peligro a civiles de las tripulaciones de barcos que no tienen ninguna conexión con ningún objetivo militar conocido. Los hutíes deberían liberar inmediatamente a los rehenes y poner fin a sus ataques contra civiles atrapados en el fuego cruzado de su guerra declarada contra Israel” (fuente: Infobae, 14/12/023).

A continuación paso a transcribir la parte del ensayo de Luciana Manfredi, Maximiliano Uller y Pamela Bezchinsky titulado “El conflicto árabe-israelí: historia y perspectivas de resolución” (Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Bs. As., 2007) dedicado a la Carta Nacional Palestina y al giro diplomático de la OLP.

LOS PALESTINOS COMIENZAN SU LUCHA ARMADA. LA CARTA NACIONAL PALESTINA

“La Carta Nacional Palestina, redactada y aprobada en 1964 y ratificada en 1968 bajo términos más duros aún, fue el documento a través del cual los palestinos reafirmaron su condición de pueblo y comenzaron su lucha contra Israel. Paulatinamente fueron ganando el reconocimiento en el mundo; reconocimiento sustentado sobre la idea de que Israel se había convertido en un Estado colonialista luego de 1967. En efecto, Israel, debido a su creciente militarización, su alianza incondicional con Estados Unidos y las duras condiciones a las que habían sometido a los habitantes de los Territorios Ocupados, pasó a ser visto como una potencia regional y no un pequeño país acosado por sus vecinos. La Carta afirma en su artículo 4 que «La identidad palestina es una característica auténtica, intrínseca y perpetua» y señala más adelante que «las divergencias entre las fuerzas nacionales palestinas deben pasar a un segundo plano para dar prioridad a la contradicción fundamental que existe entre el sionismo y el imperialismo por una parte y el pueblo árabe y el palestino por otra» (artículo 8). Más adelante habla de la lucha armada como único camino para la liberación del país y la unidad del pueblo árabe como fundamento de la lucha. No obstante, es crucial remarcar que la retórica del documento es claramente anti-sionista y anti-imperialista pero, de ninguna manera, anti-judía; esto reafirma el carácter laico y nacionalista de la OLP. Además, rechaza el Plan de Partición de 1947; hecho que marca la reivindicación total del territorio palestino, cuestionando la legitimidad de los judíos como pueblo y negando así la existencia del Estado de Israel: “La afirmación según la cual los judíos están unidos a Palestina por lazos históricos o espirituales, no se corresponde con los hechos históricos y no responde a las condiciones para construir un Estado. El judaísmo es una religión revelada. No es una nacionalidad particular. Los judíos no forman un pueblo con una identidad propia sino que son ciudadanos de sus países respectivos” (Artículo 22).

La dinámica de la lucha insurgente de los palestinos comenzaba, sin embargo, a plantear severas dudas en el mundo árabe. Los fedayines (guerrilleros entrenados fundamentalmente en China y la Unión Soviética) comenzaron a provocar atentados y duros golpes a las tropas y civiles israelíes. De este modo, se agudizaba el grado de crisis y se endurecían las represalias contra los palestinos. Esto comprometía seriamente la estabilidad de la región que pendulaba constantemente entre la alianza con Estados Unidos (lo que implícitamente suponía aceptar a Israel), apoyando regímenes ultraconservadores, y los gobiernos nacionalistas que, sin embargo, temían sumergirse en un nuevo conflicto bélico con el Estado sionista. Nasser moría en 1970 y el giro drásticamente pro-capitalista y pro-occidental en la política de reformas (infitah) de Anwar el-Sadat (el designado presidente de Egipto) era una clara señal de que los otrora abanderados del nacionalismo anti-imperialista buscaban ahora una posición conciliadora. Ahora se proponían desplazar a Israel dentro de las preferencias de Washington. Esta reorientación de la política egipcia implicaba, por su parte, abandonar el apoyo a la resistencia violenta de la OLP, algo que contradecía la voluntad de las masas que veían con simpatía cada vez mayor al movimiento y condicionaba duramente su política exterior. Por otra parte, la monarquía jordana percibía con mucha preocupación la creciente influencia de los combatientes palestinos en sus súbditos, algo que desnudaba los graves conflictos que enfrentaban en el plano interno ante un pueblo que demandaba cambios políticos hacia la democratización. El estallido de la guerra civil en 1970 y la expulsión de los palestinos de Jordania en 1971 marcaron el punto más álgido en la lucha por la liberación de Palestina que ya había sido reconocida como pueblo por Naciones Unidas en 1969 y a través de la Resolución 2787 le concedía el derecho a luchar por su tierra. La OLP trasladó su sede a partir de 1971 al Líbano, pero continuaba sin ser reconocida como el representante del pueblo palestino por Israel”.

DE LA GUERRA DE 1973 A LA INTIFADA DE 1988: EL GIRO DIPLOMÁTICO DE LA OLP

“No es objetivo del presente trabajo analizar el profundo entramado de causas que desencadenaron la guerra de octubre de 1973 entre Israel y una coalición formada por Siria y Egipto y que sacudió al mundo árabe, aunque es un hecho clave para entender la dinámica posterior del conflicto. La coyuntura internacional marcaba el comienzo de una grave crisis económica, consecuencia de la decisión de los países nucleados en la OPEP de limitar la producción petrolera; algo que indujo a una fuerte alza de los precios internacionales, debido a la presión ejercida por la demanda mundial. Sucintamente, podemos señalar que, históricamente, las empresas que explotaban los yacimientos de petróleo y efectuaban su refinación, distribución y comercialización eran compañías multinacionales de origen norteamericano y europeo principalmente, las cuales, por lo general, recibían jugosas concesiones que incluían exenciones impositivas y márgenes amplios de ganancia. De hecho, en la jerga económica se solía denominar como «fifty-fifty» el acuerdo entre los países árabes y las empresas, es decir, el reparto de las ganancias 50% para cada una de las partes. El ascenso al poder del coronel Muhammad Gadafi en Libia, en 1969, implicó una ruptura en este equilibrio de fuerzas al determinar que el Estado se quedaba con el 55% de lo producido, generando una presión extra en el seno de la OPEP, encabezada principalmente por las monarquías del Golfo Pérsico, aliadas históricas de Estados Unidos. De hecho, la política nacionalista de inspiración nasserista de Gadafi tuvo un primer impacto en la estabilidad regional a causa del cierre de las bases militares de Gran Bretaña y Estados Unidos, un verdadero acto de temeridad teniendo en cuenta las represalias que solían tomar los países imperialistas ante este tipo de acciones. Los árabes entendían entonces que era momento de golpear al «enemigo cercado» y ceder así a la presión de sus respectivos pueblos, que aún reclamaban la recuperación de los territorios arrebatados por Israel en 1967 (nos referimos a la península del Sinaí de Egipto, las alturas del Golán sirias y Cisjordania).

Podemos afirmar, entonces, que la cuarta guerra árabe-israelí resultaba totalmente funcional a esta nueva coyuntura, ya que resultaba intrínsecamente desestabilizante para una región cada vez más sujeta a una intensa volatilidad y un creciente alejamiento de las perspectivas de solución pacífica. La lucha por la liberación, llevada a cabo por la OLP desde la frontera del Líbano y los Territorios Ocupados, encontraba una respuesta permanente a través de incursiones del ejército israelí. Este reprimía en los campos de refugiados con una intensidad varias veces mayor y llevaba adelante medidas que iban desde la supresión de derechos civiles hasta el encarcelamiento sin juicio de importantes líderes políticos árabes. Sin embargo, a pesar de la efímera sensación de victoria de 1973, los palestinos comenzaron a asumir que su resistencia armada contra Israel resultaba desgastante y fútil, dadas las tremendas diferencias de poderío entre ambos y el respaldo que significaba ser el principal aliado regional de Estados Unidos. En mayo de 1974, con motivo de la Cumbre de Argel, Yasser Arafat y la OLP fueron reconocidos por los países árabes como únicos y legítimos representantes del pueblo palestino, hecho refrendado por Naciones Unidas el 19 de octubre del mismo año. Este hecho tal vez pueda señalarse como un vuelco en la estrategia de la OLP. Pronto circunscribió su reclamo a los territorios comprendidos bajo la Resolución 181 (II), y cuando se puso en marcha el proceso de paz en 1991, se conformó alrededor de la frontera de la llamada línea verde, establecida a partir de la Resolución 242, que corresponde a las fronteras posteriores a 1967. En otras palabras, los palestinos se encontraban ante la difícil situación de continuar una lucha infructuosa contra un adversario más poderoso, con muy escasas perspectivas de recuperar la totalidad del territorio y lograr su autodeterminación.

El reconocimiento a partir de 1975 por parte de Arafat de la decisión de abandonar toda lucha por recuperar la Palestina histórica y concentrar el reclamo en Gaza y Cisjordania, parece haber sido un reconocimiento tácito a la existencia del Estado de Israel, aún cuando la retórica de la OLP continuaba enfatizando la lucha por su destrucción. El triunfo en 1977 del Likud, liderado por Menahem Begin, que acabó con casi treinta años de gobiernos laboristas, significó un duro revés para las aspiraciones palestinas y la estabilización de la región, sobre todo, a partir de la anexión definitiva de Jerusalén oriental como capital del Estado en 1980 y de las Alturas del Golán sirio en 1981. Asimismo, los Acuerdos de Camp David (1978), firmados entre Israel y Egipto (en el que ambos se reconocen mutuamente y se comprometen a trabajar por la paz monitoreados por Estados Unidos), causaron un profundo malestar entre los palestinos y sobre todo entre los grupos islámicos, que reforzaron su oposición y comenzaron a ganar legitimidad y consenso entre las masas, a medida que la posición de la OLP dejaba de ser tan intransigente para volverse más negociadora. En 1982, Israel invade el Líbano con el argumento de acabar con los focos guerrilleros de la OLP y capturar a sus líderes, principalmente los de Al Fatah, aprovechando las circunstancias de la guerra civil iniciada en ese país a partir de 1975. En un Estado caracterizado por una singular segmentación confesional, que dotaba de una especificidad única al país y a su organización política, la presencia de la OLP significaba un obstáculo para la minoría cristiana, que se constituyó como aliado del ejército israelí en la invasión de 1982. La entrada de las fuerzas armadas de Israel bajo el mando del general Ariel Sharon junto con las Falanges libanesas (grupo armado de extrema derecha ligado a los cristianos) provocó la matanza de 40.000 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila y obligó a la OLP a trasladar su base a Túnez.

Por último, es importante señalar que el inesperado giro de la política exterior egipcia a partir de 1977, y la dureza cada vez mayor que adquiría la ocupación israelí, que perseguía líderes palestinos inclusive fuera de su territorio, produjo un profundo replanteo sobre la estrategia de lucha de la OLP, ahora concentrada sobre la recuperación de Gaza y Cisjordania y la creación del Estado como objetivos de máxima. Sin embargo, la generación más joven de palestinos, que había vivido íntegramente bajo ocupación israelí, comenzaba a desconocer este liderazgo forjado «desde afuera», es decir, por aquellos que vivían en el exilio. Y buscaba apoyo en grupos más radicales que retomaran aquella vieja consigna de destruir el Estado de Israel para recuperar la dignidad y constituirse como nación. Los movimientos islámicos, principalmente Hermanos Musulmanes, respondían a ese modelo. Contaban con una intensa labor de base en los Territorios Ocupados, proveyendo todas las necesidades básicas allí donde, muchas veces, ni siquiera llegaban los organismos responsables de los refugiados de las Naciones Unidas. La despreocupación con la que la clase política israelí había considerado la evolución de estos grupos, que gozaban de una fuerte legitimidad en los territorios bajo ocupación, tuvo como consecuencia fundamental la reaparición de la dimensión religiosa en el conflicto. Se trataba de un discurso de legitimación islámica con un fuerte contenido anti-sionista, ultrarradical y con una violencia asimétrica como mecanismo de lucha, es decir, no a través de la insurgencia armada sino mediante el uso de atentados suicidas que solían cobrar numerosas víctimas.

El 8 de diciembre de 1987, tras un confuso episodio en el que un camión israelí arrolló a cuatro jóvenes palestinos, se desató la Intifada (traducido en occidente como «la guerra de las piedras»), tenaz resistencia de miles de palestinos contra la ocupación sionista. Este hecho marca definitivamente el fin de una etapa, y la evolución del conflicto hacia una salida diplomática, sobre todo, por la presión ejercida por la comunidad internacional sobre Israel, tras la condena de la represión desatada como represalia al alzamiento popular. El inicio del llamado Proceso de paz, con el antecedente del mutuo reconocimiento entre Egipto e Israel en 1979, parecía ser el camino irreversible hacia el futuro, con el inicio de las conversaciones entre palestinos e israelíes a partir de 1991; sin embargo, muchas más frustraciones esperaban a la vuelta de la esquina”.

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