Por Hernán Andrés Kruse.-

“Van sesenta años de ese día de mayo de 1810, y el Gobierno patrio no está constituido del todo todavía. Apenas es la mitad de un Gobierno. No tiene capital, no tiene residencia oficial, no tiene poder inmediato y directo en la ciudad que habita, como prescribe la Constitución escrita, que no pasa en esto de simple programa. En sesenta años, la mitad de la República ha desaparecido, por la ausencia de un Gobierno general para toda ella y la otra mitad está en camino de desaparecer por la misma causa. En 1810 se componía el país de ocho grandes intendencias, a saber: Buenos Aires, Paraguay, Córdoba, Tucumán, Mendoza, Charcas, Santa Cruz de la Sierra, Potosí, La Paz. La mitad de estas ocho intendencias han dejado de ser argentinas, y forman la República de Bolivia, a causa de que Bolívar les dio la libertad que San Martín, mandado a libertarlas y desligado del Gobierno nominal de su país, las dejó en poder de los españoles y abandonó la América. La otra mitad restante de las ocho intendencias tuvo que convertir sus partidos o individuos en provincias, para cubrir con el número sofístico de 14 provincias o Estados soberanos la pérdida que hizo la República de la Intendencia del Paraguay, la que hizo la Intendencia de Buenos Aires de sus dependencias de Montevideo, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, y por fin, la que hicieron ambos de la Banda Oriental del Uruguay. A pesar de esos destrozos territoriales, producidos por la ausencia de un Gobierno regular y eficaz para toda la nación, ésta sigue existiendo sin capital sesenta años después de su nacimiento, y el Gobierno nacional sigue habitando una ciudad en que no tiene poder inmediato y directo, porque en ninguna ciudad de la nación tiene tal poder. Ese Gobierno, sin embargo, se cree autor de los progresos que se producen sin él; en tal caso, tiene que apropiarse también los destrozos, atentados y desórdenes que se producen al lado de los adelantos. Pretenderse autor de los adelantos es confesarse autor responsable de los descalabros y pérdidas. Si las pérdidas territoriales y de todo orden que el país sufre se operan sin la voluntad del Gobierno, como es muy creíble, ¿por qué los progresos se producirían por su voluntad y acción? La excusa favorita con que se defiende el Gobierno, cuando le hacen responsable de cualquier desastre es su impotencia para evitarlo; pues bien: esa impotencia es su falta y su crimen, porque el crimen de todo poder es no ser suficiente a llenar el fin de su instituto. Esa falta es doble cuando la insuficiencia del poder nace de la voluntad del poder mismo, lo cual sucede siempre que el Gobierno es la obra y el producto de sí propio, como en la República Argentina. Tres veces la nación ha ofrecido una capital al Gobierno existente, y tres veces ha rechazado la ley con su veto, y se ha quedado sin capital y sin poder inmediato y local por su propia obra. Todo poder que no es inmediato y local es un poder abstracto, mediato, lejano, ideal. El Gobierno inmediato de su capital es el poder temporal de un presidente. Lo que no es ese poder inmediato y local es poder espiritual del presidente. Por eso la ley Argentina constitutiva, o constituyente, o constitucional de ese poder ejecutivo nacional le ha dado como atribución cardinal una capital para su mando inmediato y directo. Así está organizado el poder ejecutivo nacional en todas partes donde ese poder es realmente un Gobierno y no un simulacro de gobierno”.

LIBERTAD Y GOBIERNO

“El gobierno de sí mismo o la libertad es el gobierno de la Naturaleza. Como tal los animales lo practican: los pájaros, los insectos, los cuadrúpedos, lo mismo que el hombre salvaje o natural, todos son capaces de él, a una condición: la de no contrariar y alterar la Naturaleza con motivo o con pretexto de cultivarla y civilizarla. Conservar al hombre en el seno de la sociedad civilizada, su libertad natural o el gobierno de sí mismo es lo que han hecho los ingleses, y Montesquieu ha tenido razón en decir que el gobierno libre de los ingleses ha salido de los bosques de la Germania. Los pobladores de otros países han dejado sus libertades naturales en esos mismos bosques y han reorganizado su vida por el método romano, que consiste en hacer una masa de todos los habitantes encerrados en el círculo de una asociación y entregar sus libertades o poderes a un solo hombre para que los ejerza por cuenta y en nombre de todos los que se han quedado sin ellos. Cuando esta monstruosa depravación de la naturaleza primitiva se ha convertido en una segunda naturaleza por un hábito de siglos, la reasunción de la libertad natural o de gobierno de sí mismo, que practican todos los animales, viene a parecer un cambio artificial, con todo el aire de un paradojismo, de una utopía o de una cosa imposible. Lo que en los animales es el fenómeno más simple, en el hombre aparece como un atributo divino, superior a su naturaleza, bastardeada y depravada. Los políticos de la escuela de Darwin subordinan los derechos del individuo a los derechos de la especie; teoría natural que responde al sistema romano, en que el Estado era todo y el individuo nada. Una cosa olvida esta escuela, y es que el individuo es la forma en que vive y se propaga la especie, y que no hay, por lo tanto, otro medio natural de salvar la especie que salvar los individuos que la forman. El individuo es sagrado porque representa la vida de la especie; es decir, en lengua política, la patria, la sociedad, el Estado; ese todo que a su vez es individuo a la faz de otras especies. Cada hombre lleva consigo su gobierno. Dios le ha dado el gobierno de sí mismo como una necesidad lógica del cuidado y conservación de sí mismo. Privarlo de ese gobierno habría sido dejar su creación incompleta. Dejar el cuidado de cada hombre a otro hombre habría sido dejarle en el camino de su ruina y destrucción.

El gobierno de sí mismo no es ni más ni menos que la libertad. Ser libre es gobernarse a sí mismo; pero gobernarse a sí mismo es obedecerse a sí mismo. Cada hombre libre es soberano y súbdito de sí mismo. Su gobierno es más completo cuanto más completa es su obediencia, y la obediencia de sí mismo es un elemento de la libertad tan esencial como la autoridad de sí mismo. Un hombre es un Estado en pequeño, con su Constitución en miniatura. Su exigüidad no excluye su perfección. En este sentido, su derecho civil o de hombre a hombre es una especie de derecho de gentes; como el derecho de gentes o de nación a nación no es sino un derecho civil, considerado cada Estado como un hombre en grande escala. En materia de gobierno, la forma interesa más que el fondo, porque la cuestión de la forma de gobierno se resuelve prácticamente en la cuestión de saber quién o a quiénes será dado el encargo de ejercer el gobierno: si a uno, a muchos, o a todos; si será dado por el país o será nacido sin la participación del país, aunque sí ejercido con ella. De aquí es que la cuestión de forma divide más a los pueblos que la cuestión del fondo del gobierno. La cuestión de fondo no interesa más que una sola vez: es cuando el país se ocupa de ser o de no ser soberano e independiente. Una vez conquistado y definido este derecho, ya no vuelve a ser materia de cuestión ni división interior. Lo que queda en discusión en adelante es la forma en que ha de ser ejercido el poder adquirido por el país. En qué forma quiere decir por quiénes será creado o constituido y por quiénes será ejercido. La forma del gobierno, se ha dicho, depende de la forma o modo de ser del país, en cuyo sentido el modo de constituir el gobierno es constituir al país; es decir, la manera de ser y de existir del país. Pero la manera de ser del país depende principalmente de la manera de ser del hombre, que es la unidad elemental de que se compone el país. Y como la manera de ser y condición del hombre de un país dado no se determina por la obra de un decreto, sino por la acción lenta de su educación y del medio en que se ha desenvuelto el hilo de su existencia, tan difícil es constituir un país por un decreto como formar y educar un hombre de un golpe y en un solo día. Así, el gobierno del país está trazado y constituido en el gobierno de cada hombre. Hablo del gobierno interior, pues un país de esclavos puede ser un Estado independiente de todo poder extranjero si tiene un soberano capaz de ejercer la soberanía exterior del Estado.

Un país libre respecto del extranjero puede no ser libre respecto de su propio gobierno, y éste es el caso común de todos los países, con excepción de una media docena de ellos. La libertad del hombre consiste en el gobierno de sí mismo. Pero si es cierto que el ser libre es gobernarse a sí mismo, no es menos cierto que el gobernarse a sí mismo es obedecerse a sí mismo. Luego la obediencia es un elemento esencial de la libertad, pues si ella falta, el gobierno no tiene sobre qué operar su acción. Así, el hombre es a la vez el soberano y el súbdito de sí mismo. Donde hay una entidad que manda y otra que obedece, hay los elementos de un gobierno perfecto. Luego cada hombre tiene dentro de sí mismo la constitución de su gobierno individual. Esa constitución de cada hombre es a la Constitución del país poblado de ese hombre lo que el tejido orgánico es a la vida del ente animal. Como la libertad es poder, se sigue que cuanto más poder tiene un hombre sobre sí mismo tanta más libertad posee a su disposición. Y como la extensión del poder de sí mismo se mide por la extensión de la obediencia de sí mismo, resulta que el hombre es capaz de libertad en la medida que es capaz de obediencia. El que no sabe obedecerse a sí mismo no es capaz del gobierno de sí mismo, es decir, no es capaz de libertad. Es, al contrario, un esclavo, porque otro tendrá sobre él el poder de que él es incapaz sobre sí mismo. Dadme a estudiar la conducta de un solo hombre y yo os diré cómo es el gobierno de su país. Si la libertad es el gobierno del país para el país, constituir su gobierno significa en realidad constituir su libertad. Todo país es libre desde que posee un gobierno suyo independiente del extranjero. Pero puede ser libre el país sin que lo sean los individuos de que se compone el pueblo del país. Tal fue la libertad política de los países antiguos. La libertad moderna conserva ese carácter esencial, pero además tiene otro no menos esencial: el ser individual. Ella consiste en que cada hombre sea independiente de otro hombre, como de países del extranjero. Así, cada ciudadano viene a tener dos soberanías o dos libertades, por decirlo así: una colectiva respecto del extranjero; otra individual respecto de su propio gobierno y de todo otro individuo de su país. Más que dos libertades son dos modos de ejercer una misma y sola libertad”.

REFORMAS LEGISLATIVAS

“La gran ventaja de reformar la legislación civil gradualmente y ley por ley es que todo el mundo sabe y siente la razón y la necesidad de la reforma, todo el mundo participa de su discusión, el cuerpo legislativo lo mismo que la prensa y la sociedad entera; y la ley es no solamente la experiencia de la opinión general, sino la satisfacción completa de una necesidad real del país. En un Código no sucede lo mismo: con las leyes más necesarias se mezclan otras absurdas y dañosas, que pasan inapercibidas, porque los Códigos se sancionan sin discusión, por la razón de que no necesitan discutirse. Cuando en vez de confiar a un sabio o a un magistrado el trabajo de elaborar la ley o el Código es dado a un abogado en ejercicio, el peligro de los Códigos es mayor que nunca, porque es difícil que el abogado deje de tener interés propio en hacer pasar una ley o un principio que resuelva en su favor una cuestión que la antigua ley no permitía entablar y que sólo espera una ley nueva por crearse, o que al menos sirvan para vengar su amor propio de una herida recibida por la causa de la antigua legislación. Todo el mundo conocería esta razón personal del abogado en la discusión de una ley suelta elaborada por él, y la ley falaz dejaría de recibir su sanción. Pero en un Código sancionado sin discusión a causa de su magnitud, el abogado que lo trabaja es dueño de hacer pasar cuantos principios necesita el interés de su bolsillo o el interés de su amor propio. Y como en América los Códigos son elaborados por abogados en ejercicio y no por magistrados ni sabios ajenos a la práctica del foro, los Códigos son especie de alegatos y de fallos anticipados dados por la parte interesada en los litigios de promoción posible para un porvenir previsto y esperado. Son trabajos interesados y su interés es esencialmente parcial y particular. La ciencia podrá abundar en ellos; lo que faltará de sus leyes es la justicia y el derecho, es decir, todo lo que constituye la ley”.

EL ESPÍRITU DE LA REVOLUCIÓN

“Toda revolución tiene su ley natural, según la cual se produce naturalmente. En virtud de esa ley, toda revolución se hace o produce por un interés que debe dar satisfacción a una necesidad esencial a la vida del país. Una revolución, como una guerra, no se hace jamás por una idea. Aunque el país se compusiera de puros ideólogos, no haría una revolución ni una guerra por una idea. La idea que representa una revolución no se da a conocer, aun a sus autores, sino después que la revolución está hecha bajo la impulsión instintiva del interés que debe satisfacer la necesidad natural por la cual es gobernado el país en ese acto, sin tener idea siquiera del interés especial y determinado que lo impulsa. De ahí es que las revoluciones se hacen a veces sin revolucionarios, por la simple necesidad de las cosas que interesan a la mejora y al bienestar social. Tal fue la revolución de América. No fue hecha por una idea, fue la obra de un interés en servicio de una necesidad general. Por eso se convirtió en ley. Si no existiese esa ley natural, no habría progreso humano. Todavía no está definida la idea de progreso, y el hombre es un ser progresista que progresa desde su origen en el mundo. Así, el gran revolucionario de la Humanidad es el interés instintivo de mejorar y progresar; es decir, de cambiar su condición actual por otra mejor, en virtud de la ley que hace que lo que es hoy perfecto sea mañana insuficiente; lo que hoy merezca vivir, mañana merezca desaparecer, en servicio de la mejora del hombre. Es tontería ver en los ideólogos y en las ideas los autores y objetos de las revoluciones. Ellas son la obra de los intereses y de las necesidades, que gobiernan la conducta de los hombres, casi siempre inconscientes de lo que hacen, bueno o malo, en su propio favor. Los revolucionarios argentinos son hombres sin ideas. No las tienen fijas sobre nada, y la única necesidad que los gobierna es la de ocupar el Poder para vivir de él vida grande y cómoda, con poco trabajo”.

(*) Alberdi: Pensamientos (Libros Tauro).

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