Por Luis Américo Illuminati.-

Ha conmovido a la provincia de Córdoba, a la Argentina y el mundo el crimen consumado por un adolescente en Laboulaye que asesinó con una saña increíble a su amigo de su misma edad. Un hecho horroroso, que es un síntoma u obscuro indicador del grado de locura que impera en nuestro país, un extravío que se agrava día a día. No es un hecho aislado. Es un grave síntoma de una enfermedad, una psicosis o psicopatía general que los adultos fingen no saber dónde están las raíces del mal. Tienen frente a sus narices el árbol podrido, pero hacen como que no existiera.

Cientos de vecinos de Laboulaye despidieron el martes pasado los restos de Joaquín en medio de la consternación general. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Laboulaye. Ese mismo día se conoció que el menor recibió un total de 18 golpes en la cabeza, de acuerdo con las conclusiones de la autopsia que se le realizó. El informe reveló que Joaquín murió a causa de un traumatismo de cráneo y que sufrió un daño encefálico que le provocó la muerte inmediata Desconcierta la desmesurada reacción homicida del autor del crimen. No cabe otra conclusión que este hecho es un barómetro o indicador de la pérdida de valores de un mundo cada vez más catastrófico, sobre todo en la Argentina actual, país donde se ha extinguido aquella noble y proverbial amistad que existía en otras épocas y la diferente manera que tenían los niños y púberes de resolver sus diferencias de una manera mucho más sana que la actual donde todo se resuelve a las puñaladas, tiros y garrotazos. Como el caso de los rugbiers que mataron en Villa Gesell a Fernando Báez Sosa. Antes todo se arreglaba a la salida del colegio a las piñas y trompadas. Eran reglas de juego honorables donde lo máximo que ocurría podía ser un sangrado de narices o un ojo negro. Y ahí terminaba todo.

Pero hoy el bullying en la Argentina ha cobrado visos de ferocidad y maldad inusitadas. Los noticieros de todo el país daban cuenta del estupor que el crimen de Laboulaye ha causado en el seno de la sociedad. Y si bien el autor del crimen es un adolescente (inimputable por su edad), resulta curioso el inexplicable azoramiento y sorpresa de las autoridades escolares, psicólogos, abogados, sociólogos, etc., que no ven que la gran corruptora que ha podrido la moral, las buenas costumbres y la buena convivencia es la televisión -escuela perniciosa de la perversión- que hace 50 años viene socavando los cimientos de la sociedad argentina, de ella aprenden -un lavado de cerebro- los niños y los adolescentes; a lo que hay que añadirle la rampante corrupción de la política que promueve todo tipo de vicio aberrante y le cierra la puerta a la virtud.

El Estado no se hace cargo de nada, cobra impuestos exorbitantes, obliga al ciudadano a votar el mismo sistema perverso que ha envenenado el alma nacional y le da carta blanca al narcotráfico y a la enervación de la justicia, el orden y la cultura. De modo que a Joaquín no sólo lo asesinó su mejor amigo sino esta hipócrita, cínica, necia, ciega y corruptísima sociedad. El Estado argento es un bribón, su objetivo no es el bien común sino el espectáculo continuado, el show de la risa apocalíptica, la risa del loco.

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