Por Claudio Valdez.-

Cualquier político y todo banquero sabe que “el Estado no quiebra”; puede subsistir en continuada y permanente “convocatoria de acreedores”, como de hecho sucede con la mayoría de los que suelen catalogarse como “fallidos” e “inviables”, casi siempre mediados por la “corrupción de sus estadistas y servidores” (políticos, funcionarios y muchos de sus propios gobernados).

La paradoja se presenta con las empresas estatales que, aunque estén “fundidas”, pueden seguir operando cargando su déficit a las cuentas generales del Estado. En los regímenes socialistas esto ni siquiera se visibiliza, desde que la eficiencia no se mide por los beneficios de sus empresas o cooperativas: sus parámetros pretenden fundarse en la solidaridad social. Por lo demás, se entiende que la solidaridad es coercitivamente exigida entre quienes creen ser los beneficiarios de esa cultura comunista. Así se aprueban leyes permisivas con finalidades demagógicas y otras “cuasi confiscatorias” para quienes dispongan de algún bien económico.

En La Argentina, Estado-nación, que se define como “representativo republicano federal” y democrático en su texto constitucional, nada avala en su letra la ideología social comunista. No obstante, debería tenerse en cuenta que la zancadilla del eurocomunismo logró redefinir al colectivismo económico como “progresismo”. En consecuencia, el actual comunismo mundial se presenta como “progresismo” y también lo hacen las democracias liberales para no “desentonar” con la necedad sociocultural actual. De idéntica forma se desempeña nuestro electoral régimen político, alcanzando sólo deficientes resultados para los ámbitos públicos tanto como privados. ¡Déficit y quiebras son sus resonantes logros!

Todos pierden material y moralmente en economía y en forma satisfactoria de vida en sociedad. Aristóteles (384-322 a.C) en su tiempo observó: “Justo es hablar no sólo de cuántos males se suprimirán con la práctica del comunismo, sino también de cuántos bienes”.

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