Por Luis Alejandro Rizzi.-

Ese es el título que parafrasea el de un libro que, si mal no recuerdo, escribió Marcelo Sánchez Sorondo en la década del 40, que se llamó “La revolución que anunciamos”. Lo leí cuando aún cursaba el quinto año del secundario en el Nacional de Buenos Aires y en ese momento ya era más bien “la revolución pendiente”.

Traigo a colación esa referencia porque desde que tengo uso de razón escuché decir y se escucha hoy que en la Argentina hay algo muy anunciado y sabido pendiente para hacer, pero no sabemos bien de qué se trata o lo sabemos tan bien que no queremos hacerlo porque implicaría un esfuerzo y un sacrificio personal que no queremos soportar, en especial las clases empresarias prebendarías, que siempre reciben uno o más beneficios del estado o los diferentes gobiernos, es lo mismo. Puede ser que el círculo rojo por eso mire con desconfianza a Milei, dice que terminará con todo eso…

De paso, Milei obtuvo el 30% de los votos, Massa el 21 y entre Patricia y Larreta se repartieron el 27, casi la mitad de los votos de Milei. En esta línea, hoy, es JxC quien quedaría fuera del ballotage entre Milei y Massa… ¿Quién lo diría?

También, retomando la revolución pendiente, podría ser esa imaginaria bomba que ya explotó varias veces. Vivimos sus efectos, varias veces, en 1975 (Rodrigazo), 1985 (Plan Austral) 1989 (Plan Bonex), 2001 (crisis convertibilidad), 2015 (herencia k) y ahora herencia Massa, y creemos que seguirá explotando en el futuro o, más aún, creemos que está por explotar y se la puede desarmar. También esa tarea podría ser la “revolución pendiente tantas veces anunciada”. En definitiva, a muchos les conviene que la bomba esté por allí sin explotar… vendría a ser el “cuco” de los cuentos infantiles.

Hasta ahora fuimos tirando, decayendo en una pendiente muy suave cuyos escalones sólo vemos en la perspectiva del tiempo y así, en 55 años, nuestra moneda perdió trece ceros y va en camino de perder por lo menos tres más, cuando el dólar toque los mil pesos, que puede ser antes de lo pensado.

Hoy tenemos sólo nueve millones de personas ocupadas, en blanco, seis en el mundo privado y otros tres o algunos más en el estado. Tenemos otros nueve millones, sea empleados en negro, trabajo esclavo, o esa nueva forma de monotributistas que son quienes se pagan sus propis cargas sociales, la pobreza ronda el 70%, pensemos, que la base de séptimo decil hoy no llega a cubrir el costo de la canasta básica. En ese lapso, desde abril es probable que los ingresos hayan aumentado un 25%; hoy estarían virtualmente “pari passu” con el costo de esa canasta básica.

Eso significa que hoy la pobreza está en términos reales vitales en un 70%, porque una mayoría venimos en descenso social. Es como decimos vulgarmente “ya muchos gustos no nos podemos dar”.

Es cierto que esa fue otra ficción, porque también nos dábamos gustos por sobre nuestras posibilidades reales, se financiaban con deuda y emisión y así el gasto de hoy se reducía con la inflación del día siguiente, gastábamos a cuenta de la futura mayor pobreza.

Es probable que más o menos hasta 1970 el empleo público cubría y escondía ese desempleo crónico que la “economía no podía asimilar”, y así salvábamos las apariencias de un país con baja productividad pero pródigo en derechos y “conquistas sociales” que causaron la quiebra del estado y pueden causar la quiebra de muchas empresas, en especial las “pymes”, las grandes se van o las dejan en manos de amigos del capitalismo de estado, donde negocian protecciones y beneficios, que hacen productiva la falta de productividad.

Un ejemplo son los regímenes especiales de promoción, como los de Tierra del Fuego, que sirven para generar fortunas personales, financiar gasto electoral y encarecer bienes que hoy son de uso imprescindible en la vida diaria, contribuyen al empobrecimiento.

Políticamente nuestras instituciones son sólo formales; puede ser que recién a partir del próximo 10 de diciembre, el parlamento sin mayorías propias, deba comenzar ese difícil aprendizaje del “negocio y el consenso político” y del equilibrio y respeto de los tres poderes de gobierno.

El poder ejecutivo deberá administrar la escasez de recursos en base a programas y prioridades, facilitar la inversión y garantizar el crédito y el ahorro de la gente en términos reales, en la vida diaria. Sólo nos podremos dar algunos gustos, no todos, y la calidad de vida ya no dependerá de tener, sino de saber ser.

Será una “revolución” difícil, que exigirá idoneidad de las elites dirigentes, prudencia en las decisiones y caridad con los costos sociales.

No se trata de todo, es imposible; no se trata de shock, carecemos de recursos para ello; no se trata de gradualismo, nos falta confianza; se trata de sustitución de malos usos y costumbres por otros y eso lleva tiempo; se trata de procesos con objetivos que son largos, así como el embarazo dura nueve meses.

Es imprescindible recuperar esa noción del tiempo. No debemos ilusionarnos con las oportunidades inmediatas del litio, gas y petróleo de Vaca Muerta, el resto de la minería o la productividad del campo, con buen tiempo. En un principio esas rentas deberán pagar nuestra fiesta casi centenaria del gasto sin fondos, para comenzar a recuperar confianza y seriedad en el mundo. El efecto derrame no será inmediato.

La recuperación de niveles de seguridad que, vale decirlo, no son tan bajos en el resto de la república, exigirá políticas modernas de seguridad y de recuperación de esa vasta población que hizo del delito y la contravención su forma natural de vida. Las cárceles deberán recuperar su finalidad constitucional de rehabilitación de quienes cumplan penas, los procesos penales deberán respetar las garantías de las víctimas y el derecho de defensa de los victimarios.

Debemos rescatar los conceptos de culpabilidad y responsabilidad.

Deberá ajustarse la presión fiscal a las capacidades contributivas de la gente y en lo posible deberá iniciarse una política de eliminación de los impuestos a los consumos.

Deberá diseñarse una política de transporte que facilite la conectivad local y la interjurisdiccional y promoverse el desarrollo de zonas alejadas, que hoy son inhóspitas, pero con potenciales capacidades de desarrollo y crecimiento.

Deberá promoverse una reforma judicial con plazos limitados de duración en los cargos y revalidaciones periódicas de idoneidad para permanecer y continuar en la función, deben eliminarse todo cargo de duración vitalicia o por límite de edad.

Debemos formular un nuevo derecho social en el que se admita que se debe participar en la asunción de pérdidas y participación en las ganancias y en la gestión de dirección; se debe eliminar el término de “conquistas eternas” por el de evolución en la calidad de vida del trabajo sin distinción de su calidad o responsabilidad. Todo trabajo exige respeto a esas cualidades. Todo trabajo tiene una misma medida de responsabilidad.

En fin, creo que esto es parte del contenido de la “revolución varias veces anunciada y aún pendiente” o el desarme de esa bomba que explotó varias veces o bien aún no generó la gran explosión, cuyas únicas defensas son la educación y la cultura.

Como todo en la vida, nada es fácil y sencillo, ni todo ni nada, lo que está a nuestro alcance depende de nosotros, de lo que estemos dispuestos a hacer.

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