Por Luis Díaz de la Torre.-

Después del debate presidencial del pasado domingo 8 de octubre, no quedan dudas de que Milei goza del apoyo popular y representa la bronca de la sociedad contra la política y los políticos.

Durante más de 20 años el kirchnerismo y los organismos de Derechos Humanos vienen imponiendo en nuestra sociedad una visión parcial y mentirosa de lo que se conoce como la lucha antisubversiva desarrollada en la Argentina durante la década de los 70.

Siempre se trató de imponer una visión parcial de los acontecimientos que ocurrieron hace casi medio siglo. Se cometieron muchas injusticias en aras de implantar el discurso único y todos aquellos que lo cuestionaban eran automáticamente cancelados y perseguidos.

Solamente quedaban aquellos que habían vivido aquellos años oscuros de nuestra historia y que conocían por experiencia propia que lo que se trataba de imponer era por lo menos parcial.

El pasado domingo se vivió un hecho único e inexplicable, durante el debate presidencial, cuando el candidato Javier Milei se atrevió a desafiar la doctrina única sobre el mito de los treinta mil desaparecidos y frente a todo el país, que seguía por televisión el debate, cuestionó ese número “sagrado” para los defensores de los derechos humanos y los expuso contra las cifras oficiales de desaparecidos que reconocen algo más de ocho mil desaparecidos durante la dictadura militar.

En otro momento, esta blasfemia le hubiera costado la carrera presidencial a cualquier otro candidato; su coraje y decisión lo sacaron airoso de tan difícil trance, demostrando que Milei está angelado, se encuentra en estado de gracia con los votantes y lo convierte prácticamente en invencible.

Esto demuestra que es tan profunda la crisis que a los jóvenes ya no les entusiasma el discurso hipócrita que encarnan los hijos de la generación diezmada, que han demostrado ser absolutamente incapaces, y mucho peor que la maravillosa juventud de los setenta, que tanto reivindican en el oficialismo; eran tan sólo una banda de ladrones.

Mientras tanto, los que vivieron aquellos años de plomo se sienten identificados con el discurso que busca poner la historia en equilibrio.

Se nota claramente la influencia que tiene en el futuro gobierno libertario la doctora Villarruel, que tensó la cuerda hasta el límite y llevó al candidato al extremo del todo o nada haciendo este planteo de altísimo riesgo que la sociedad respaldó con su silencio y con el ascenso de Milei en las encuestas. Sus votantes le aplaudieron este gesto de reconocimiento a miles de ciudadanos olvidados por el Estado durante tantos años y el resto no se levantó para destrozarlo por sus dichos.

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