Por Hernán Andrés Kruse.-

El viernes 15 de diciembre tropas de la 401 Brigada Blindada de Israel ejecutaron una operación en una escuela situada en el barrio Rimal de la ciudad de Gaza, logrando capturar a un miembro de las fuerzas de élite Nukhba de Hamás y a otro terrorista que tuvo activa participación en la masacre del pasado 7 de octubre. Las Fueras de Defensa de Israel señalaron que los detenidos fueron sometidos a interrogatorios por parte de la Unidad 504 de la Dirección de Inteligencia Militar. Creo que a nadie le hubiera gustado estar en el lugar de esos detenidos.

La guerra entre las fuerzas armadas de Israel y el grupo terrorista islámico Hamás ha convertido gran parte del norte de Gaza en un lugar desértico. No hay que olvidar que luego de 10 semanas de feroces combates casi el 85% de la población de Gaza ha abandonado sus hogares. Según Lloyd Austin, Secretario de Defensa de la república imperial, su país lejos está de haber fijado un cronograma tendiente a poner fin a la guerra. Austin y otros funcionarios de la administración Biden han expresado en reiteradas oportunidades su preocupación por el elevado número de bajas civiles en Gaza. Sin embargo, se esmeró en remarcar que Estados Unidos no había presentado demandas contra el Estado de Israel: “Esta es la operación de Israel. No estoy aquí (en Israel) para dictar plazos o términos”, enfatizó. El mencionado funcionario y el general CQ Brown Jr. arribaron a Israel para discutir con el gobierno del país anfitrión las operaciones militares que se están llevando a cabo en Gaza, signo elocuente del creciente distanciamiento entre ambos países por el curso de los acontecimientos (fuente: Infobae, 18/12/023).

Mientras tanto un alto funcionario hutí advirtió que cualquier país que actúe en contra de los rebeldes yemeníes será considerado un país agresor. Mohammed Ali al-Huthi, en una entrevista concedida a la televisión iraní al-Alam, no anduvo con rodeos: “Cualquier país que actúe contra nosotros tendrá sus barcos atacados en el Mar Rojo”. Por su parte, Mohamed Abdulsalam, portavoz de los hutíes, afirmó: “La coalición formada por Estados Unidos es para proteger a Israel y militarizar el mar sin ninguna justificación, y no impedirá que Yemen continúe con sus operaciones legítimas en apoyo de Gaza”. “Estados Unidos se permitió apoyar a Israel formando una alianza, y también sin alianza. Los pueblos de la región tienen plena legitimidad para apoyar al pueblo palestino. Yemen se ha encargado de defender el derecho palestino y hace frente a la gran injusticia en Gaza”. “Las operaciones navales de Yemen tienen como objetivo apoyar al pueblo palestino para hacer frente a la agresión y el asedio a Gaza, y no son una demostración de fuerza ni un desafío para nadie”. “Quien quiera ampliar el conflicto debe asumir las consecuencias de sus acciones” (fuente: Infobae, 19/12/023).

Las fuerzas armadas israelíes descubrieron una red de túneles situada bajo el centro de la ciudad de Gaza. Tal descubrimiento se produjo luego de que las tropas israelíes lograran el control de una zona central de la ciudad, afirmó el teniente coronel Peter Lerner, portavoz de las fuerzas armadas de Israel. Las imágenes que el ejército compartió con la prensa demuestran la existencia de escaleras de caracol y un ascensor de hasta 20 metros para acceder a la red. “Este complejo, tanto en la superficie como bajo tierra, era un centro de poder para las facciones militares y políticas de Hamás”, afirmó Lerner. Sin embargo, Reuters no logró confirmar la veracidad de dicha información. La red encontrada por las fuerzas armadas israelíes era utilizada por los altos mandos de la organización terrosita islámica, como Sinwar, Ismail Haniyeh y Muhammad Deif, para dirigir operaciones y para desplazarse por el centro de la ciudad de Gaza sin ser localizados por las tropas israelíes (fuente: Infobae, 21/12/023).

El jueves 21 de diciembre las fuerzas armadas israelíes atacaron infraestructuras pertenecientes a la organización terrorista Hezbollah en territorio libanés valiéndose de aviones de combate y tanques. Dijo el ejército israelí: “Hoy se han detectado varios lanzamientos desde el territorio del Líbano hacia varias zonas de la frontera”. “Las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) atacaron con fuego el lugar del tiroteo. Además, las FDI atacaron varias zonas del territorio libanés con fuego de artillería”. Previamente, un portavoz del ejército israelí había señalado que “aviones de combate atacaron una serie de objetivos militares de Hezbollah en territorio libanés, entre ellos puestos de lanzamiento, estructuras militares e infraestructura terrorista”. “Además, aviones de combate, tanques y artillería de las Fuerzas de Defensa de Israel atacaron la infraestructura militar del grupo chií” (fuente: Infobae, 21/12/023).

El viernes 22 de diciembre Daniel Hagari, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, aseguró que las tropas israelíes entraron en “las etapas finales del control operativo” de la zona norte de Gaza. Según Hagari las tropas israelíes están librando feroces combates contra los últimos batallones de Hamás situados en al zona norte de Gaza, especialmente en los barrios de Daraj y Tufá, en la ciudad de Gaza. Además, remarcó que las tropas de las FDI “continúan las operaciones terrestres en Jan Yunis”, una de las más relevantes ciudades de la Franja, situada en la zona sur. Por su parte, Yoav Gallant, ministro de Defensa de Israel, aseguró que Sinwar “pronto se enfrentará a los cañones de nuestras armas” (fuente: Infobae, 22/12/023).

El sábado 23 de diciembre Benjamín Netanyahu, premier israelí, agradeció a Joe Biden la postura de la república imperial en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que emitió una resolución que, por un lado, pide garantizar la entrada de ayuda humanitaria en la franja de Gaza y, por el otro, no pide al mismo tiempo un cese de las actividades bélicas. En un comunicado la oficina del primer ministro israelí “dejó en claro que Israel continuará la guerra hasta que se cumplan todos sus objetivos”, es decir hasta que los rehenes aún en cautiverio sean liberados y que Hamás sea borrado de la faz de la tierra. Por su parte, Hamás consideró que dicha resolución peca de insuficiente: “La administración estadounidense ha trabajado duro para vaciar esta resolución de su esencia y emitirla en esta fórmula débil, que permite a la ocupación fascista completar la misión de destrucción masiva, matanza y terrorismo en la Franja de Gaza, desafiando la voluntad de la comunidad internacional” (fuente: Infobae, 24/12/023).

A continuación paso a transcribir la parte del ensayo de Luciana Manfredi, Maximiliano Uller y Pamela Bezchinky “El conflicto árabe-israelí: historia y perspectivas de resolución” (Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Bs. As., 2007) que trata la cuestión del islamismo como nuevo factor social y político.

INTRODUCCIÓN

“En el capítulo anterior señalábamos que la frustración que había causado, en el mundo árabe, la derrota de 1967 mostraba a las claras la impotencia de los regímenes nacionalistas para resolver el problema palestino y destruir el Estado de Israel. Estos eran los dos únicos objetivos compartidos de manera monolítica por todos los países de la región (inclusive las monarquías del Golfo), a pesar de que las necesidades de aparecer como aliados de la política norteamericana, modificaran sustancialmente la retórica de algunos de ellos. Es decir, tanto el sha de Irán como las monarquías del Golfo mantenían su incondicional apoyo a la política de Washington (por ejemplo, otorgando jugosas concesiones a las empresas petroleras de Estados Unidos), en oposición a los regímenes socialistas respaldados por los soviéticos. Sin embargo, a partir de la muerte de Nasser y el inesperado giro pro-occidental de Sadat, Egipto también se sumó al concierto de naciones aliadas al bloque capitalista, aún a costa de agravar el descontento de sus pueblos, de por sí disconformes por la ausencia de participación política y las crecientes desigualdades sociales generadas por décadas de postergación.

Tal vez uno de los ejemplos de esta situación de decepción sea la reconocida actitud de muchos árabes -incluso en el campo intelectual- de haber responsabilizado a la «falta de fe» de los musulmanes como causa principal de la derrota. En contraposición, la fortaleza moral y espiritual de los israelíes figura como su principal carta de triunfo. Esta reacción, criticada desde varios sectores por ser autocomplaciente y arcaica, muestra claramente cómo el desgaste producido en los gobiernos nacionalistas, tras una década y media de frustraciones, minaba el consenso forjado durante los años de la Revolución y amenazaba con diluir el compromiso ideológico entre las distintas clases, que comenzaban a plantear reivindicaciones divergentes acordes con sus diversas lógicas. Es decir, las fuerzas que aglutinaban esa «cooperación entre clases», que posibilitó la independencia y esperanzó a las masas tras la bandera del desarrollo, se vieron prontamente debilitadas por sus propias contradicciones y por el fracaso de un modelo que sólo ofrecía bienestar y progreso a los sectores de la burguesía. Estos rápidamente se alinearon a la política oficial, postergando a millones de desheredados que se hacinaban en las nuevas urbes. Asimismo, la ausencia persistente de derechos políticos y civiles en los regímenes monárquicos, donde un Estado «patrimonialista» se apropiaba inescrupulosamente de las cuantiosas rentas derivadas del petróleo en medio de un océano de desigualdades, justificaba la acción de millones de jóvenes pobres que se encolumnaban detrás de discursos más radicales, en general antisionistas y antiimperialistas. Entre estos, la aparición de grupos islámicos que se autoproclamaban auténticos representaba un desafío al status quo vigente.

En este contexto, se produce el resurgimiento del pensamiento político islámico, que encuentra su punto más álgido tras la Revolución Iraní de 1979 y la Intifada Palestina de 1987. Estos movimientos, rebautizados como islamistas o Islam político, ya habían cobrado relevancia en el siglo XIX, durante la penetración del colonialismo europeo, a partir de un profundo replanteo no sólo espiritual, sino también ideológico del pensamiento religioso. Tras siglos de inmovilismo, absorbidos por la dominación turco-otomana, que construyó una «barrera cultural» respecto de occidente, el pensamiento islámico renace tratando de dar respuestas a la profunda aculturación que estaban sufriendo las sociedades árabe-musulmanas en la etapa colonial, con la imposición de una modernidad forjada exógenamente y cuya consecuencia principal fue la descomposición del Califato y, por ende, el fin de la umma. Pero este pensamiento se plasmó a través de una progresiva politización de sus cuadros, no sólo en los círculos académicos, sino también gracias a la labor de muchos ulemas (jurisconsultos o doctores de la ley islámica) y de las nuevas cofradías populares, quienes respondían a la amenaza que ponía en peligro siglos de civilización, esto a través de un discurso que combinaba la reivindicación de la condición de musulmanes y la lucha contra el colonialismo ocupante, destacando los rasgos civilizatorios por encima de los religiosos.

En este sentido, la ruptura que significó la aparición de los Hermanos Musulmanes, desde el punto de vista pragmático, y su preponderante rol social, ejercido apenas comenzada la década de 1930, demuestra con claridad que el Islam no podía quedarse al margen de esta nueva realidad, una vez que el contacto con occidente se restableció, pero de manera violenta y forzada. Surge entonces el interrogante: ¿cuál sería la dinámica de estos movimientos en el contexto del conflicto árabe-israelí? Precisamente, las frustraciones generadas luego de la independencia y la autonomización de los palestinos, respecto a los regímenes nacionalistas, son algunas de las múltiples causas que lanzaron a estos movimientos a la arena política de la región. Su baza ideológica ya no pasaba por la restauración de la umma (más allá de su carácter panislamista) sino por la construcción de un nuevo tipo de Estado, configurado en torno a los valores islámicos auténticos (en oposición a las monarquías conservadores como Jordania y Arabia Saudita) y la liberación de Palestina. Para ello, es esencial recorrer los antecedentes más inmediatos del islamismo y el impacto que su crecimiento político ha tenido en la dinámica del conflicto, sobre todo, a partir de los dos hechos consignados al principio”.

DE LA SALAFIYYA HASTA EL WAHABBISMO: ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ISLÁMICO

“Como señalábamos al principio, el siglo XIX significó para los árabe-musulmanes la confrontación con una realidad irreversible como era la descomposición de sus estructuras tradicionales y el peligro de la pérdida de la propia identidad cultural. De allí que surgieran numerosas corrientes de pensamiento islámico que trataban de conciliar los aspectos fundamentales de la religión con un espíritu reformista, a partir de las ideas traídas de Europa por muchos árabes que, después de varios siglos, volvían a tomar contacto con occidente. Estas corrientes de pensamiento se vieron notablemente influenciadas por la acción de Muhamad Ali en Egipto, quien incorporó a su proyecto nacional a un importante caudal de intelectuales y funcionarios educados en Europa, atrapados por las modernas ideas políticas posteriores a la Revolución Francesa. Es así que conceptos tradicionales en el pensamiento islámico como shura (consulta) o aql (la razón o el intelecto), entre otros, encontraron una estrecha vinculación con las nociones de parlamento, asamblea, etc., al estilo occidental, cuidadosamente adaptadas a los valores históricos del Islam y sus fundamentos (usul), sin renegar (como ha intentado demostrar cierta literatura «orientalista») del progreso acuñado en Europa. Esta etapa fue entonces denominada Nahda (renacimiento). Se caracterizó por un considerable impulso reformista que se tradujo en una fuerte politización de los contenidos del texto sagrado, adaptados a las nuevas realidades que rompían con siglos de quietismo. Es así como el pensamiento islámico comenzaba a abandonar todo aquello ligado a la superstición o lo escatológico, relajando el rigorismo que caracterizaba a las corrientes dominantes y abriendo el espectro a la razón como valor indispensable. La creación de las Maylis o asambleas al estilo del parlamentarismo europeo, durante el gobierno de Muhamad Alí, permitía un ejercicio certero del principio coránico de la shura, reforzado por las reformas que los propios turcos estaban llevando a cabo (las tanzimat). Apuntaba también a la creación de un Estado con una constitución y la participación de asambleas consultivas, con el objetivo de frenar el autoritarismo del sultán y transparentar la gestión de los tributos. Conviene agregar, sin embargo, que estas medidas se veían notoriamente influidas por la presión que generaba la omnipresencia del colonialismo europeo y la consolidación de la fragmentación confesional, hechos que conspiraban contra la continuidad del califato.

La salafiyya nació como una corriente reformista que planteaba al Islam como una civilización y como fuente de toda unidad entre los musulmanes, no como una mera religión. Lejos de añorar la vieja gloria de los tiempos de los Abasidas, donde la cultura árabe-islámica había alcanzado notoriedad y esplendor, pretendía formar una sociedad moderna sin renegar del Islam y abrazando el progreso científico adecuado a sus valores. Allí se refuerza el concepto de la shura como «uno de los deberes del califa», pero tratando de incorporar los principios del Estado liberal moderno. De este modo se consolida el proceso de «politización» del Islam que mencionábamos con anterioridad. Entre los principales referentes de estas nuevas corrientes encontramos los siguientes: Yamal al-Din al-Afgani, quien propone un Islam «activo» (politizado) en torno a Dios como causa primera de las cosas. Cede al hombre la potestad de la formación de sus propias políticas, por ser quien propaga su mensaje en la tierra. Como señala Gema Martín Muñoz, “Así pues, al-Afgani aspiró a reformar la sociedad islámica y a transformar el islam en un instrumento de combate contra occidente y contra los gobiernos despóticos islámicos que pactaban con los europeos (…) Afgani acusaba a los poderes establecidos de ser incapaces de generar la unidad que, sin embargo, era uno de los valores principales del mensaje islámico”.

Muhammad Abdouh plantea que la gran diferencia entre el desarrollo alcanzado por los europeos y los musulmanes se encuentra principalmente en el dominio de las ciencias, y enfatiza la importancia de la conducta del gobernante como fuente de éxito o fracaso de su política. Es decir, no sólo es importante adaptar el pensamiento islámico a la realidad del mundo moderno, sino que además el gobernante debe mantener una rectitud en su conducta que evite la corrupción interior y, así, la opresión del enemigo externo. Se puede considerar a Abdouh como quien impregnó al ámbito político y cultural musulmán de una fuerte tendencia secularizante, rivalizando con los ulemas tradicionalistas. Estos se oponen al uso de principios como el iytihad (razonamiento personal) o el aql (razón o intelecto) e insisten en el apego rigorista al texto coránico.

Ali Abd al-Raziq, juez y ulema de matriz nacionalista, ponía en duda la legitimidad del califato. Sostenía que éste había sido impuesto por la fuerza y que no necesariamente respondía al mensaje coránico, entendiendo como indispensable para reorganizar las naciones árabes post-califato la separación entre Estado y religión. Surgía de esta manera una interpretación del califato que deslegitimaba su reafirmación como entidad política representativa de la comunidad de fieles y avizoraba un futuro de inevitable fragmentación que conduciría al nacimiento de Estados nacionales. A esta corriente reformista/nacionalista se suma otra de raíz tradicionalista -aunque no reaccionaria- encabezada por Rashid Rida. Este defendía incondicionalmente el califato, adaptado a las modernas instituciones europeas que garantizarían la participación de los fieles. La shura sería la base principal de una sociedad construida en torno a los valores islámicos, en oposición al modelo nacionalista-constitucionalista europeo y liberal que intentaban reproducir de modo literal otras vertientes «europeizadas» (principalmente laicas). No obstante, debemos destacar algo que Gema Martín Muñoz señala inequívocamente, en relación a la incorporación del derecho positivo en el ámbito de la legislación islámica. En efecto, Rida planteaba la posibilidad de conflicto entre la sharia y el derecho positivo (aunque sometido éste último al primero), lo que en cierta forma limitaba el poder de los ulemas para determinar la aplicación de determinada norma, enfatizando que, si existían dificultades para establecer el iyma (consenso) entre los que deciden (Ahl alhall wa-l-‘aqd, «los que atan y desatan»), la consulta aparecía como una alternativa eficaz de solución.

Por último, cabe hacer alguna referencia al wahhabismo, una de las corrientes sunnitas dominantes dentro del mundo musulmán. Inspirada en el clérigo árabe Muhammad Ibn Abd al-Wahhab (1702-1792), cuya trascendencia estuvo estrechamente ligada a la familia del emir Muhammad Ibn Saud, fundador de la dinastía que se alzaría con el poder tras la fundación de Arabia Saudí, esta corriente ideológica islámica planteaba un modelo completamente rigorista y alejado de las concepciones interpretativas del Corán, reforzando su carácter dogmático. Esta corriente, sustentada en la tarea del cuerpo de ulemas de Arabia Saudí y las pequeñas monarquías del Golfo, donde la sharia tiene su campo de aplicación en todos los ámbitos del derecho, iba a ser una de las grandes contrapartes de los movimientos islamistas modernos. Ambas corrientes se encontrarán enfrentadas ideológicamente y hallarán su cénit luego de la Revolución Iraní shiíta de 1979.

En definitiva, es interesante notar en qué forma el pensamiento islámico avanzó hacia un compromiso político, abandonando progresivamente las posiciones «quietistas» tradicionales, y ubicándose temporalmente ante una nueva realidad. Una realidad que planteaba varios frentes importantes: la descomposición de la institución califal, sostén histórico de la comunidad de fieles y la penetración violenta del capitalismo en su fase imperialista, que amenazaba con fragmentar y sojuzgar a una civilización que sus propios protagonistas entendían como «esplendorosa», aun cuando se encontrara en franca decadencia. Además, el problema sionista implicaba el desafío de aceptar o rechazar un actor político y social nuevo, que obligaba a pensar en una convivencia pacífica o la alternativa del conflicto permanente, a partir de una lectura a menudo simplificada sobre su papel en la política colonialista europea.

Como anunciábamos en el prólogo, las visiones orientalistas o academicistas occidentales sobre el «rechazo congénito» de los árabe-musulmanes a la democracia no resisten la más mínima confrontación cuando se ahonda en una lectura más precisa y certera sobre el pensamiento islámico. Aun cuando chocamos con una limitación fundamental, que es la dificultad de acceder a textos de autores nativos. Así y todo, el acercamiento hacia algunas figuras del ámbito académico musulmán, como las que hemos mencionado aquí, nos da la pauta de un profundo compromiso hacia la conformación de espacios de pensamiento político e intelectual que implican la apertura hacia las nuevas corrientes llegadas de Europa, principalmente circunscriptas al ámbito de la razón. Para el mundo árabe, el restablecimiento del contacto con el Viejo Mundo podía llegar a significar un aire de renovación y modernización, en lo que respecta al corpus doctrinario tradicional. Podía darle a la umma un carácter dinámico capaz de adecuar las modernas ideas surgidas luego de la Ilustración y el progreso científico a sus estructuras sociales. Desafortunadamente, el contacto se produjo con un carácter dramático que implicó la imposición de la propiedad privada y el modo capitalista de producción, desacreditando siglos de historia y civilización y cuya consecuencia emergente fue una profunda aculturación”.

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