Por Luis Alejandro Rizzi.-

Todos se refirieron a la invasión de Hamas al Sur de Israel y expresaron su solidaridad con las víctimas civiles. Miriam Bregman se diferenció y responsabilizó a Israel por el estallido de la crisis o guerra.

Tanto Milei, Bullrich como Schiaretti mostraron su solidaridad con el estado de Israel; Massa eludió los planteos de los primeros y no mencionó al estado de Israel. ¿Habrá sido por su solidaridad con el pacto Cristina-Irán?

Ninguno fue a la raíz del conflicto ni propuso una política por parte del país. De ese modo ocultaron su desconocimiento geopolítico de la grave cuestión que sería qué actitud debe asumir Occidente en este intento de prevalecer en el predominio de un poder en el mundo o administrar un equilibrio entre poderes opuestos.

¿Deben defenderse los valores de nuestra cultura, hoy reducidos a un incomprensible relativismo que es una de las causas de nuestra decadencia? Hemos perdido el sentido de la “convicción”.

La Argentina vive un desastre económico. En ese punto coincidieron Milei, Bullrich y Schiaretti. Massa recurrió a los lugares comunes, la sequía que nos privó de un ingreso de 25 mil millones de dólares.

Luego se trenzaron en una discusión sobre el pasado y eventuales responsabilidades. Faltaron propuestas y modos de acción. Sobraron las buenas intenciones, pero sabemos que con eso no basta.

Tampoco acertaron en el debate sobre seguridad. Bullrich criticó la política de seguridad del gobierno y los responsabilizó por el crecimiento de la delincuencia, y los consideró como “socios” de las mafias criminales. Utilizó a Luis Chocobar como símbolo de la lucha contra la delincuencia, como también a la dueña de un establecimiento lechero de Carlos Casares que creo que debió cerrar como consecuencia de la supuesta prepotencia sindical apañada por el Poder Judicial y la autoridad administrativa de Trabajo.

El uso de casos personales es una muy mala práctica, porque las cuestiones sociales superan las individualidades; el bien común no es una suma de bienes individuales.

Lo cierto es que este formato de “debates” es insuficiente, dado que se limita a una mera imputación de responsabilidades por sus respectivos pasados.

Las debilidades de los candidatos se pusieron en evidencia cuando intentaron personalizar como sinónimo de epítetos y a la vez amputar supuestos delitos como llamarlo “chorro” a Luis Barrionuevo o “asesina” a Bullrich por su discutible pasado en la JP. Tampoco es un mérito haber sido “luchadora”, porque en ese sentido hasta un cruel delincuente le podría caber el calificativo de “luchador”. Recordemos las moralejas de aquella serie “La casa de papel”.

No tiene sentido entrar en los detalles, porque fueron muy pobres y mostraron un muy bajo nivel de idoneidad para gobernar el país.

Los candidatos se mantuvieron ajenos al debate. Hubo monólogos o soliloquios -como prefieran- y las preguntas se respondieron hablando de otra cosa. Bullrich no tuvo coraje para decir, ante la concreta pregunta de Sergio Massa, que el programa pre viaje es absurdo y debe eliminarse, ya que es imposible financiarlo genuinamente.

La corrupción del sistema político, evidenciada en los casos “Chocolate” e “Insaurralde”, estuvo ausente. Lo grave es que se omitió debatir sobre el financiamiento de la política. Parecería que hay que resignarse al financiamiento espurio.

Un debate inútil. Nadie puede haber sumado un voto. Es más probable que hayan perdido votos, porque ninguno explicó una posible solución. La grave situación económica no se arregla con la eliminación de los piquetes o la necesaria construcción de más cárceles o con la eliminación de los cristikirchneristas.

La salida no está por el lado de salir por el lodo del “antismo”, como lo predica la Bullrich; está por la persuasión y el consenso.

Debe respetarse el derecho de la gente a participar en la elaboración de posibles soluciones, como la única forma de generar las necesarias responsabilidades. No es tiempo de derechos; es tiempo de obligaciones, mal que le pese a Durán Barba.

En fin, este formato de debate es inútil. En lo personal me aburrió; más bien fue una invitación para no votar.

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