Por Pascual Albanese.-

Si bien todas las encuestas sobre intención de voto quedaron seriamente cuestionadas luego de los resultados de las elecciones primarias del 13 de agosto, cuando ninguno de esos sondeos anticipó la exitosa performance de Javier Milei, en el mundillo político y empresario está fuertemente instalada la percepción de que el candidato libertario volverá a ocupar el primer lugar en la primera vuelta del 22 de octubre pero tendrá que competir con Sergio Massa en la segunda vuelta prevista para el 19 de noviembre. El primer debate entre los candidatos presidenciales no modificó en absoluto esa impresión, aunque las mediciones sobre las menciones en las redes sociales destaquen la performance de Juan Schiaretti.

De acuerdo a esas estimaciones, Patricia Bullrich quedaría fuera de la competencia de noviembre y Milei no lograría los porcentajes necesarios para evitar ese balotaje con Massa. En esa instancia definitiva, los pronósticos favorecen a Milei pero las diferencias no son abrumadoras y en el tiempo que todavía resta nadie puede entonces descartar de plano alguna modificación en las tendencias del electorado.

En ese panorama, el mayor esfuerzo está a cargo de Bullrich, forzada a producir un cambio sustantivo en un escenario adverso. Por ahora, las señales le son negativas. La candidata de Juntos por el Cambio no logra todavía retener la totalidad de los votos que en agosto pasado cosechó su rival, el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, ni tampoco atraer a una franja del electorado que apostó por Milei, ni mucho menos por Massa.

El ciclópeo trabajo del comando de campaña de Bullrich y la inocultable simpatía que la candidata despierta en el llamado “círculo rojo” y en los principales medios de comunicación social no alcanzan para disimular una realidad: Bullrich ha quedado en el medio de la polarización entre Massa y Milei, un sitio que nunca quiso ocupar y que precisamente era el lugar al que aspiraba su derrotado Rodríguez Larreta.

En este contexto, cabe prever que en la noche del 22 de octubre puede haber un abrupto cambio en el escenario, que se advertiría muy rápidamente y en primer lugar en muchos comentaristas políticos de los canales de televisión. Porque si Bullrich queda fuera de carrera, un amplio espectro mediático, hasta entonces empeñado en criticar las propuestas y sobre todo el estilo político de Milei y su llamado “populismo de derecha”, girará súbitamente para apoyarlo en la segunda vuelta contra Massa, cuya demonización será seguramente la justificación para ese súbito cambio de postura.

Milei tiene también por delante una tarea difícil pero mucho más sencilla. Su campaña busca combinar el afianzamiento de su perfil confrontativo con la búsqueda de una imagen de gobernabilidad. Los anuncios sobre la configuración de su eventual elenco de gobierno apuntan en la dirección de irradiar tranquilidad. La aureola de éxito que rodea actualmente al personaje facilita también su acercamiento con los distintos factores de poder, que desconfían de su imprevisibilidad.

En tal sentido, la nominación de Guillermo Francos como posible Ministro del Interior implica el anuncio de una estrategia de diálogo con los demás actores políticos. Sería ridículo caracterizar a Francos como una personalidad beligerante sino más bien todo lo contrario. Más allá de su estrecha relación con Eduardo Eurnekian (el primer padrino político de Milei), la larga trayectoria política de Francos descarta toda inclinación de esa índole.

En efecto: Francos estuvo al frente del Partido Federal, fundado por Francisco Manrique. También fue, junto a Domingo Cavallo, cofundador del Partido Acción por la República, más tarde presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Daniel Scioli y hasta hace unos días representante del gobierno de Alberto Fernández ante el Banco Interamericano de Desarrollo, una designación sugerida por Gustavo Beliz. Una de las primeras manifestaciones de este desembarco es el hecho de que dos integrantes del equipo político de Scioli hayan pasado a colaborar con Francos en el armado de una red de contactos en el peronismo para un eventual gobierno de Milei.

Un aspecto novedoso en ese sentido fue el acercamiento de Milei con un sector del sindicalismo peronista, que tradicionalmente ha exhibido un realismo a toda prueba para negociar en circunstancias políticamente adversas. El diálogo con Luis Barrionuevo es la versión más desembozada de las conversaciones mucho más reservados con el líder de la UOCRA, Gerardo Martínez, y hasta con Facundo Moyano, dos dirigentes que no rehúyen el debate sobre la actualización de la legislación laboral, una cuestión que será inevitablemente uno de los puntos neurálgicos de la agenda del próximo gobierno.

Estos contactos entre Milei con sindicalistas peronistas, unido a la crecida cantidad de figuras paradigmáticas de la década del 90 que acompañan al candidato libertario, estimulan la tendencia a comparar el fenómeno de Milei con el ascenso de Carlos Menem, primero en la competencia interna dentro del peronismo con Antonio Cafiero y más tarde en la elección presidencial de mayo de 1989, en medio del estallido inflacionario registrado en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín.

En otro plano, ese tarea de potabilización de la imagen de Milei, exhibida notoriamente en el debate televisivo del domingo pasado, está abonada por el creciente protagonismo de Diana Mondino, la posible canciller de su gobierno, y por la incorporación de algunas personalidades de prestigio en sus respectivas áreas, como es el caso de Guillermo Ferraro, directivo de KPMG, una consultora empresario de primerísimo nivel y ex subsecretario de Industria durante la gestión de Lavagna, mencionado como Secretario de Infraestructura, o de Daniel Salomone, un destacado miembro de la Academia Nacional de Agronomía y Ciencias Veterinarias para presidir el Consejo Nacional de Ciencia y Técnica, lo que implicó un paso atrás en relación al anuncio de su disolución, y por la oficialización de los aportes de especialistas como Fernando Vilella en la formulación de la estrategia de desarrollo agroindustrial.

El escollo más significativo para este esfuerzo de potabilización de la imagen pública de Milei parece surgir de su controversia con la Iglesia Católica, personalizada en el Papa Francisco, una confrontación que seguramente no supone un obstáculo insalvable para ganar la elección presidencial pero sí un obstáculo significativo a la hora de gobernar la Argentina en una situación de emergencia económica y social. La oportuna pregunta de Massa a Milei en el debate sobre sus afirmaciones contra Francisco y el tímido reconocimiento del error son un síntoma de la conciencia de que el fuego quema,

El carácter multitudinario de la reciente peregrinación a Luján revela la dimensión de esta cuestión y constituyó también una clara manifestación de la trascendencia de la designación como arzobispo de Buenos Aires de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, quien tendrá un papel protagónico en la visita a la Argentina del Papa Francisco, prevista para el año próximo y que casi con seguridad será el acontecimiento de mayor impacto público en la Argentina de 2024.

Massa, que tiene que lidiar con la hipoteca del “kirchnerismo”, y una imagen personal fuertemente negativa en la opinión pública, libra su pelea en cuatro frentes simultáneos. El primer es naturalmente, su condición de parte del gobierno de Alberto Fernández, lo que lo obliga a lidiar con la hipoteca del “kirchnerismo”, el aumento de los índices de pobreza y las acusaciones de corrupción, intensificadas en los últimos días con las revelaciones sobre el manejo irregular de fondos en la Legislatura bonaerense, que involucran al conjunto del sistema político, y el escándalo que determinó la renuncia de Martín Insaurralde.

El segundo frente es su gestión al frente del Ministerio de Economía, acosada por la tasa de inflación y por el precio del dólar. En este terreno las necesidades electorales lo obligaron a realizar concesiones políticas que reducen sensiblemente los ingresos tributarios y tensan la cuerda de la relación con el Fondo Monetario Internacional pero logra sortear transitoriamente estas dificultades con el abierto respaldo del gobierno de Joe Biden, a quien preocupa la sintonía entre Milei y Donald Trump.

El tercer frente de batalla que afronta Massa es la necesidad de impulsar la movilización del aparato político y sindical del peronismo, aletargado por la parálisis del gobierno, los resultados del 13 de agosto y las sucesivas derrotas electorales en Santa Fe, Chaco y Mendoza y por la actitud renuente del “kirchnerismo”, cuya prioridad es la reelección de Axel Kicillof a fin de conservar el control político de la provincia de Buenos Aires más allá de la contienda presidencial.

El cuarto frente es la desesperada búsqueda de una ampliación de la base de sustentación electoral de Unión por la Patria, a través del intento de recuperación de los votos de los sectores de menores recursos que en la primera vuelta le rebanaron Milei y el elevado abstencionismo y, al mismo tiempo, tratar de horadar el respaldo a Juntos por el Cambio atrayendo a una parte de los votantes que en agosto sufragaron por Rodríguez Larreta, especialmente aquéllos de origen radical.

Este último punto desencadenó un sinfín de sospechas y especulaciones en Juntos por el Cambio. Frente a la hipótesis, bastante generalizada, de que la segunda vuelta se librará entre Milei y Massa y que en ese caso Mauricio Macri y la mayoría de la estructura política del PRO, incluida por supuesto Bullrich, optarán por apoyar al candidato de La Libertad Avanza, el clima predominante indica que esa disyuntiva implicaría la ruptura de la coalición y que, puesta ante semejante alternativa, una ancha franja del aparato radical respaldaría a Massa, quien ya avanzó por su cuenta con la idea de un “gobierno de unidad nacional”.

Días pasados, y a modo premonitorio, Franja Morada de Universidad de La Pampa declaró su apoyo a la candidatura de Massa ya no para el balotaje sino para la primera vuelta. Algunos dirigentes radicales, como Federico Storani, afirmaron ya públicamente que en una segunda vuelta entre Milei y Massa respaldarían a Massa.

La aparición en una foto del Massa con el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, y de Corrientes, Gustavo Valdez en una reunión de gobernadores del Norte Grande disparó alarmas en Juntos por el Cambio. Lo mismo aconteció con la postura de un grupo de diputados radicales, encabezados por Emilio Yacobitti, vicerrector de la Universidad de Buenos Aires, que habrían colaborado en la formación de quórum en la sesión en que la Cámara de Diputados que aprobó la eliminación del impuesto a las ganancias para los salarios de los trabajadores.

Massa tiene como “Plan A” un triunfo electoral en el balotaje a través de un acuerdo explícito con un sector mayoritario del radicalismo, de la fracción minoritaria del PRO liderada por Rodríguez Larreta, el peronismo de Córdoba, el socialismo santafecino y varios partidos provinciales. Este “polo anti-Milei” convergería alrededor de esa propuesta de un “gobierno de unidad nacional” con un gabinete multipartidario.

La revelación de que Roberto Lavagna podría cumplir un rol protagónico en un futuro gobierno de Massa sería la conformación de esa estrategia. Más allá de la necesidad imperiosa que tendría para Massa ese camino como única forma de remontar en un balotaje la diferencia que lo separa con Milei, lo cierto es que semejante acuerdo implicaría, en los hechos, la certificación del eclipse del “kirchnerismo”, reflejada en la estruendosa derrota sufrida en su ofensiva política sobre el Poder Judicial.

Pero Massa también tendría bajo la manga un “Plan B”, que consistiría en ser parte de una nueva renovación política del peronismo, semejante a la encabezada en la década del 80 por Cafiero, Menem, Carlos Grosso y José Manuel De la Sota tras el triunfo de Raúl Alfonsín, relegando a un segundo plano al “kirchnerismo”, y desde ese posicionamiento convertirse en una de las figuras centrales de una “oposición de centro” al gobierno de Milei.

En esa hipótesis, Massa y también numerosos gobernadores y dirigentes políticos del peronismo evalúan que un eventual gobierno de Milei, sería intrínsecamente débil, porque estaría en minoría en ambas cámaras del Congreso Nacional y condicionado además por una notoria orfandad territorial, derivada del hecho (institucionalmente inédito en más de un siglo) de un presidente cuyo partido no controlaría ninguna de las veintitrés provincias ni tampoco la ciudad de Buenos Aires ni ningún municipio relevante. En esas circunstancias, Milei estaría forzado a un ejercicio permanente de negociación para sostenerse en el poder. Ante esa situación, aún derrotado en las urnas y en un estado de horizontalización política, el peronismo podría convertirse entonces no sólo en el eje de la oposición sino en un contrapeso institucional capaz de garantizar la gobernabilidad de la Argentina.

Desde esta perspectiva, cobran otra interpretación, no sólo coyuntural, los múltiples vínculos subterráneos existentes entre Milei y Massa, cuya descripción deleita hoy a la chismografía periodística y origina una catarata de denuncias desde Juntos por el Cambio sobre un imaginario pacto oculto entre ambos competidores para eliminar a Bullrich del balotaje.

La diferencia entre la acción política y el análisis político reside en que la acción política necesita dramatizar la realidad. Es un esfuerzo sistemático de simplificación, esquematización y sobreactuación. En ese esfuerzo, los detalles están de más. La historia política argentina está repleta de ejemplos. En 1946 la consigna “Braden o Perón” opacó el hecho de que el candidato presidencial de la Unión Democrática no era Branden sino Juan Tamborini. En 1983, la denuncia del “pacto militar-sindical” dejó de lado cualquier otro punto de diferenciación de Raúl Alfonsín con Italo Luder. Lo mismo ocurre hoy con la campaña de Milei contra “la casta”.

En cambio, el análisis político exige precisamente desdramatizar la realidad y buscar aquellos hilos de continuidad y de consenso que se esconden detrás del telón y no anulan pero sí relativizan los elementos de ruptura proclamados por los protagonistas. Esta no es una tribuna de campaña, sino un centro de reflexión para la acción política. Por eso resultan procedentes dos precisiones absolutamente independientes de la coyuntura electoral.

Primero una precisión estructural de carácter global: la contradicción fundamental de la política contemporánea, que recorre a todos los países del mundo, desde Estados Unidos hasta China es entre un nuevo sistema económico surgido de una revolución tecnológica que avanza a ritmo acelerado a escala planetaria y la subsistencia de sistemas políticos previos a esa transformación. Como consecuencia de esa dicotomía, los sistemas políticos son cada vez más impotentes para guiar, y menos aún para controlar, el curso de los acontecimientos económicos y sociales.

Perón decía que “la evolución histórica avanza a la velocidad de los medios técnicos que la impulsan”. En la era de la inteligencia artificial, los medios técnicos han dejado a todos los sistemas políticos vigentes como parte del pasado y ésa es la causa fundamental de un estado de disconformidad generalizada que emerge de diverso modo en los distintos países según las circunstancias y las características propias de cada cultura y de cada pueblo.

Más allá de cualquier consideración ética o legal, la mayoría de la opinión pública, no solamente en la Argentina sino en la mayoría de los países de Occidente, considera que al margen de la honestidad o deshonestidad de los dirigentes, actuales los sistemas políticos son inservibles para resolver sus problemas y si son inservibles son corruptos por definición, porque su existencia misma representa una estafa a la sociedad, ya que cobran por lo que no hacen. Lo de Insaurralde, la Legislatura bonaerense y la infinidad de ejemplos citados diariamente son apenas una exteriorización de ese fenómeno.

El cuestionamiento de Milei contra “la casta”, entusiastamente respaldado por la mayoría de la juventud argentina y erigido en el eje de su campaña electoral y la razón de ser de su éxito, no es entonces sólo un gran acierto publicitario, sino algo que está anclado en un fenómeno mundial. Es la explicitación de un “espíritu de la época”. En el mundo hay en marcha una revolución política y el futuro será de quienes sepan transformar ese fenómeno irreversible en una alternativa de gobierno y un sistema de poder capaz de tornarla posible.

Una segunda precisión estructural, esta vez de orden interno: el ocaso del ciclo del “kirchnerismo”, iniciado en 2003, representa el fin de una etapa signada por un modelo económico basado en una visión “estadocéntrica”, en la preeminencia del Estado como principal factor dinamizador de la actividad productiva. Por el contrario, la nueva etapa está caracterizada por un viraje estratégico hacia una estrategia apalancada en la promoción de la inversión privada y la apertura internacional, un rumbo en alguna medida ya iniciado a partir del acuerdo entre el gobierno y el Fondo Monetario Internacional y el ascenso de Massa al Ministerio de Economía.

Esto ayuda a explicar que uno de los candidatos mencionados para ocupar el Ministerio de Economía de un gobierno de Milei sea Guillermo Nielsen, embajador argentino en Arabia Saudita, quien entre 2003 y 2005 fue el encargado de la negociar la salida del default durante la gestión de Roberto Lavagna, en 2015 fue candidato a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires por el Frente Renovador y también presidente del partido PARTE, fundado por Alberto Fernández, y en 2019 titular de YPF durante el actual gobierno, lugar del que fue desplazado por el kirchnerismo. Por si hiciera falta para completar el cuadro, y más allá de lo anecdótico, Nielsen es el suegro de Leonardo Macdur, actualmente jefe de gabinete de Massa y ex coordinador general del Ministerio de Economía en la gestión de Lavagna.

Lo cierto es que, más allá de la bruma que envuelven al panorama electoral y a un sistema político en descomposición y por lo tanto en vísperas de una amplia reconfiguración de fuerzas, existe un consenso tácito entre los diferentes actores acerca de que la próxima etapa de gobierno estará signada por la profundización del giro “realista” inaugurado con el ascenso de Massa al Ministerio de Economía.

A principios de 2003, en vísperas del advenimiento del kirchnerismo, en una reunión celebrada por los economistas que asesoraban a los cinco candidatos presidenciales con posibilidades ciertas de acceder al gobierno, esto es Carlos Menem, Néstor Kirchner, Ricardo López Murphy, Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá, todos coincidieron en que la notoria intensidad de la disputa política era acorde con la convicción de que a partir del bajísimo piso establecido por la hecatombe de diciembre de 2001 la nueva situación internacional ofrecía una oportunidad extraordinariamente favorable para la Argentina. Hoy podrían decir exactamente lo mismo.

En idioma mandarín la palabra “crisis” significa, al mismo tiempo, “peligro” y “oportunidad”. En un escenario mundial ampliamente favorable para la Argentina, la actual crisis presenta ambas características. La crisis abre camino a la oportunidad, pero a la oportunidad hay que saber aprovecharla.

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