Por Luis Tonelli.-

Para algunos ha sido una jugada maquiavélica del macrismo. Para otros, un colateral no querido de un movimiento autónomo de la Justicia. Lo cierto es que el regreso de CFK al centro de la política ha partido aguas interpretativas no solo acerca de quién fue su responsable, sino también en si el retorno de la dama le sirve al Gobierno o no.

Por un lado, tenemos una constatación que para el PRO tiene carácter de evidencia concluyente: las encuestas dicen que CFK divide la sociedad, pero sus seguidores representan hoy solo una minoría blindada. La mayoría de la opinión pública sigue pensando que las dificultades económicas y sociales son una consecuencia de las políticas y la corrupción kirchnerista y también sigue confiada en que la administración del presidente Macri va a poder encaminar al país nuevamente por la senda del crecimiento. Claro está que la línea balística que graficaba el ascenso en la popularidad presidencial luego de la devaluación y el tarifazo tocó su cenit y comenzó a declinar, pero sería un milagro si esto no sucediera. Y en política, milagros no hay.

Claro está que la dimensión de la opinión pública, que es la privilegiada por Macri y sus colaboradores más íntimos no agota a la política. Por ejemplo, uno puede evaluar el impacto del regreso de CFK en relación al peronismo. Para el manual de la política no peronista, se aplica lo que una vez Margareth Thatcher dijo cuando le preguntaron sobre la unificación de Alemania “Alemania me gusta tanto que quiero dos”. Aquí el gobierno apuesta a que haya no dos peronismo, sino “tres, cuatro, muchos…”

Hoy, es posible distinguir por un lado el peronismo que sigue apegado a CFK, que paradójicamente está compuesto por los tifosi de La Cámpora (sin caer en la discusión bizantina de cuan peronistas son) pero también por los pragmáticos intendentes conurbanos, quienes en impactante mayoría concurrieron al convite que les hizo la ex Presidenta. Es necesario distinguir entre pragmatismo y moderación. Los intendentes por un lado captan que cerca del barro de la pobreza que ellos intentan gestionar, la Presidente rankea mejor que en Palermo Chico. En segundo lugar, la posición extrema de CFK les permite tener un potencial de amenaza mayor sobre el Gobierno de Vidal, siempre atento (y lo bien que hace) a la posibilidad de desbordes y violencia social aparateada por la política. Por último, ha sido esa gobernabilidad la que les ha permitido conseguir una parte muy jugosa del endeudamiento provincial, lo cual le da autonomía para precisamente jugar políticamente donde más le conviene.

El otro bando, es el “peronismo responsable”, compuesto tanto por los gobernadores que sufren tanto o más que el gobierno nacional el descenso de la actividad económica, golpeándolos todavía fuerte la crisis de la economía regional, producto del dólar barato del neo-comunista Axel Kicillof -política pública cuya aplicación comparte con los camaradas José Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, entre otros revolucionarios-. Las condiciones macroeconómicas de la competitividad han cambiado favorablemente con la devaluación producida apenas llegó el nuevo gobierno a la Casa Rosada.

Pero si un tipo de cambio bajo arruina directamente a las economías regionales, un tipo de cambio alto, tarda en revitalizarlas, por el mero hecho que tiene que recuperarse la tierra, reconstruirse los canales comerciales y reconquistas mercados internacionales abandonados. O sea se necesita tiempo para que vuelva a moverse la rueda que da empleo genuino en las provincias.

Por su parte, en el Congreso de la nación, los diputados y senadores se dividen entre los que guardan lealtad a la ex Presidenta, los que están en íntima relación con los gobernadores y, por último, los que intentan reunificar al peronismo sobre bases moderadas y de apoyo a la gobernabilidad. Y aquí aparece una contradicción en el rédito político del macrismo respecto al regreso de CFK: en un hecho inédito el gobierno no tiene mayorías propias ni en diputados ni en senadores. La partición de la bancada del Frente para la Victoria le ha permitido al gobierno conseguir apoyos contundentes en la negociación con los holdouts.

Pero cabe preguntarse si los que intentan la renovación seguirán teniendo suficiente aire si el cruce del desierto hasta que la economía se reactiva se alarga y asciende el termómetro del descontento y el conflicto social. La polarización podrá fagocitar ese centro, atrayendo el núcleo del populismo antisistema al peronismo dialoguista, como pasó con la decadencia de Antonio Cafiero y el ascenso de Carlos Menem a fines de los 80’s.

A lo que hay que sumarle la cuestión Sergio Massa: ¿él divide al peronismo o también le resta votos a Cambiemos? Porque si es así, dos peronismos, más una fuerza de centro ya asemejan a una jauría de perros que pueden morder por todos lados al oficialismo, especialmente en la provincia de Buenos Aires.

Y en el 2017 más que jugarse anticipadamente la posibilidad de reelección de Mauricio Macri, se juega algo mucho más importante: la gobernabilidad de la Argentina. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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