Por Luis Alejandro Rizzi.-

Desde hace muchos años me vengo preguntado si hay modo para medir una cultura y compararla con otras; me refiero a su «calidad».

En la cultura musulmana hay muchas cosas que nos chocan. Las consideramos antiguas, sus rigideces religiosas, la situación de la mujer, pero también me pregunto, ¿podemos o tenemos derecho a compararla con nuestros modos de vida?

Se advierten reacciones en grupos que parecen minoritarios, caso Irán, reclamando “derechos occidentales” y el sistema se defiende aplicando su propia “cultura”, llegando incluso a la aplicación de la pena de muerte, por hechos que a nosotros nos parecen lícitos o legítimos, vistos desde nuestra “cultura”.

Lo que me quedó claro es que no podemos comparar partiendo desde un supuesto atraso: el de “ellos” contra una superior modernidad, la “nuestra”.

Simétricamente, “ellos” nos podrían considerarnos según sus pautas culturales y seguramente saldríamos perdiendo.

Ortega enseñó que ser “culto” es estar a la altura de las ideas vitales del tiempo que nos toca vivir y agregaría según las propias creencias y valores. Nuestra “altura del tiempo y nuestras ideas vitales” son diferentes a las de lo que es la cultura oriental, africana o musulmana, lo que nos quedaría por explorar es si en el fondo teológico filosófico, no nos encontraríamos con los mismos principios y diferentes medios para llegar a esos principios o fines.

En nuestra cultura tenemos nuestras graves contradicciones que me imagino deben ser inentendibles para quienes viven en otros “mundos culturales”.

Me pregunto: ¿se puede ser “abortista” -que no es más que un asesinato de un ser en absoluta indefensión y fríamente premeditado- y al mismo tiempo decir que se defienden derechos humanos?

¿Qué diferencia hay entre ejecutar a una persona en Irán por militar a favor de derechos que en este momento son “contraculturales” y legalizar el aborto?

El resultado es el mismo, pero parecería que, para nuestra cultura, más avanzada, el aborto no es delito y una ejecución por motivos religiosos lo sería.

Así voy llegando, a partir de nuestras hipocresías, al caso de Franco Rinaldi, que finalmente renunció a su postulación.

No juzgo su discurso, pero rescato una virtud: no fue hipócrita y luego manifestó una disculpa; pero apareció la “cultura de la cancelación”, que no es patrimonio del “progresismo” sino de esa hipocresía que impera en casi todos nosotros.

Cuando una persona dice “que se pudra en la cárcel”, está agraviando la dignidad del ser humano, aunque resulte el más atroz criminal, porque los derechos no son sólo para los supuestamente “buenos”; los derechos humanos valen cuando más los respetamos con los más indignos.

¿Cuántos argentinos hemos pensado y pensamos que a las villas habría que bombardearlas o que a ciertos delitos habría que castigarlos con la máquina de cortar fiambre, me refiero a los delitos de violación?

Hay diputados en ejercicio que cuando se trataron los contratos para importar la vacuna Pfizer, nos dijeron que el laboratorio pretendía llevarse lagos, las cataratas del Iguazú y el Aconcagua y hoy están en funciones y presiden la Cámara de diputados.

El lenguaje embustero de Sergio Massa que hoy no duda en chupar el sumo político de una bombacha que puede reportarle el sabor, no importa que fuera a mierda, de algunos votos y mienta de modo descarado sobre el cuento del funcionario del FMI y supuestos economistas que pedían que no le “dieran nada al gobierno” petición a la que me sumo si realmente existió y en caso contrario la formulo de modo personal.

Rinaldi renunció. Massa, Moreau, Lousteau siguen en carrera y algunos en funciones.

Aclaro no lo hubiera votado a Rinaldi, más por Jorge Macri, que por él, pero me tengo que bancar a los Massa, Moreau, cristinas, patricias, etc. Ellos sí tienen derechos… en el fondo en hora buena; a Rinaldi se los sacaron.

Hipocresía al cuadrado; ésa es la “casta verdadera”.

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