Por Hernán Andrés Kruse.-

Si algo caracteriza a la política argentina es su capacidad para sorprendernos todo el tiempo. Ello quedó plenamente de manifiesto en las últimas horas. Hasta el atardecer del viernes 23 se daba por descontada la competencia interna entre el precandidato a presidente del kirchnerismo, Wado de Pedro, y el precandidato a presidente por el albertismo, Daniel Scioli. De repente, casi por arte de magia, los canales de cable dieron la noticia que sorprendió a la opinión pública: Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández habían acordado una única fórmula presidencial compuesta por el ministro de Economía, Sergio Massa, y el jefe de Gabinete, Agustín Rossi.

¿Cómo se llegó a ese acuerdo? En las horas previas al anuncio rimbombante hubo frenéticas negociaciones. Desde el núcleo duro del kirchnerismo se informaba que la demora en oficializar la precandidatura presidencial de Wado de Pedro se debía a la falta de acuerdos y las presiones por una lista de unidad. Todo quedó en la nada. La oficialización de la precandidatura presidencial del ministro del Interior comenzó a desmoronarse como un castillo de naipes cuando se supo que Ricardo Quintela, gobernador riojano, afirmó que el presidente les había propuesto a los gobernadores que lo visitaron el jueves (el catamarqueño Raúl Jalil y el santiagueño Gerardo Zamora) conformar una lista de unidad siempre y cuando el candidato a la vicepresidencia fuera un hombre de su confianza.

Las negociaciones se hicieron frenéticas cuando se expandió el rumor de que Massa estaba dispuesto a abandonar el gobierno si no lograba encabezar una lista de unidad. Mientras tanto, Wado de Pedro se reunió el viernes por la mañana con la vicepresidenta, quien no lo autorizaba para que confirmara a Manzur como su compañero de fórmula hasta tanto no quedara garantizado el apoyo de los sectores más representativos del peronismo. Los miembros de la mesa chica de De Pedro, mientras tanto, aún estaban esperanzados con su precandidatura a presidente. “Hay que tener paciencia. Todo puede pasar”, se entusiasmaban. Alrededor de las 18 hs. Cristina y Massa se reunieron en el despacho de la vicepresidenta en la Cámara Alta, luego de que el ministro estuviera junto a sus dirigentes más cercanos en el Palacio de Hacienda. Cerca de las 21 hs. la cuenta de Twitter expresó lo siguiente: “Unión por la Patria tiene lista de UNIDAD. Por responsabilidad institucional, política y social, nuestro espacio ha decidido conformar una lista de unidad que nos representará en las próximas elecciones” (fuente: Perfil, 23/6/023).

La primera pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿se trató de una jugada maestra de Cristina o fue una decisión desesperada para tratar de impedir lo que todas las encuestas auguran: la derrota en las elecciones presidenciales que se avecinan? Da toda la sensación de que se trató de un manotazo de ahogado. ¿Alguien puede suponer que Cristina elucubró semejante jugada para encumbrar a un dirigente que aborrece? Lo que sucedió fue que, una vez más, la realpolitik impuso sus reglas de juego. Cuando lo que está en juego es el poder el peronismo deja de lado los afectos. Cristina no hizo más que seguir esta tradición. Ella bendijo a Wado de Pedro porque creyó que de esa manera lograría conservar su “núcleo duro”. Pero su deseo se estrelló contra una pared. Esa pared no era más que el escaso entusiasmo que despertó la precandidatura presidencial de Wado de Pedro. Para empeorar el panorama, emergió la figura de Juan Manzur como segundo del ministro del Interior.

Ante la imposibilidad de garantizar un amplio apoyo a la fórmula De Pedro-Manzur, la vicepresidente accedió a negociar con Massa y Alberto una fórmula de unidad. Massa siempre soñó con ser presidente. Cuando fue nombrado por Alberto ministro de Economía, se percató de que la Casa Rosada estaba al alcance de la mano. Para lograr su tan ansiado objetivo era fundamental tomar medidas que mejoraran la calidad de vida de los argentinos. Fracasó en ese intento. La inflación lo pone dramáticamente en evidencia. ¿Cómo hizo, entonces, para lograr quebrar a Cristina y a Alberto? Es probable que los haya extorsionado de la siguiente manera: “si yo no encabezo una lista de unidad me voy a mi casa. Y si eso pasa estallarán por los aires las negociaciones con el FMI. Y si eso llegara a suceder será la economía la que estalle por los aires”. Frente a semejante demostración de fuerza Cristina y Alberto no tuvieron más remedio que resignarse a lo inevitable: que Massa encabece la lista de unidad del oficialismo.

Ahora bien ¿cómo hizo Alberto para imponer la candidatura de Rossi? No hay que olvidar que al “Chivo” lo apoyan varios movimientos sociales y buena parte del kirchnerismo. No creo que a Cristina le moleste demasiado su presencia en la boleta porque, es bueno recordarlo, Rossi fue la cara visible del kirchnerismo en la Cámara de Diputados durante el conflicto por la 125. Es probable que Alberto haya jugado estas cartas para imponer su presencia en la fórmula. Además, Rossi siempre fue leal al presidente. Y ya se sabe que el peronismo siempre premia las lealtades.

Las cartas, por ende, están echadas. Se trata de un hecho consumado. Unión por la Patria consiguió lo que muchos anhelaban: una fórmula de unidad. La deseaban Cristina, los gobernadores e intendentes del PJ, la CGT y, fundamentalmente, Sergio Massa. Otros, como el presidente y su jefe de Gabinete, no la deseaban pero no tuvieron más remedio que aceptar las reglas de juego de la realpolitik. El gran ganador fue, qué duda cabe, el ministro de Economía. La gran perdedora fue Cristina ya que por primera vez desde que tiene la sartén por el mango se resignó a una fórmula presidencial ajena al kirchnerismo.

Sin embargo, conviene ser precavido. No hay que olvidar que la vicepresidente es muchas cosas menos una política sin experiencia. ¿Por qué aceptó semejante fórmula de “consenso”? Como lo expresé precedentemente porque no tenía otra opción. Pero también porque no sería de extrañar que su intención no sea otra que sean precisamente Massa y Alberto los futuros mariscales de la derrota si finalmente la oposición obtiene la victoria en las elecciones presidenciales. Y si Kicillof resulta reelecto en la provincia de Buenos Aires habrá logrado su objetivo de aglutinar al kirchnerismo en dicha provincia, evitando de esa manera que lo salpique la derrota a nivel nacional.

Lo real y concreto es que el peronismo se presentará unido en las PASO y en la primera vuelta. Es cierto que todas las encuestas auguran un triunfo opositor pero conviene no confiarse. En períodos electorales el peronismo es una fuerza temible que maneja muchísimos recursos (no hay que olvidar que está en el poder) y que hace gala de un feroz pragmatismo. Cristina y Alberto detestan a Massa. El tigrense, a su vez, detesta a Cristina y a Alberto. Los tres no se toleran. Pero cuando lo que está en juego es el poder (y el dinero), los sentimientos son barridos por los intereses. A partir de ahora, Cristina, Alberto, los gobernadores peronistas, los barones del conurbano, la CGT y la militancia se han encolumnado detrás del tigrense, no por lo que es como persona sino porque es el mejor candidato que encontraron para conservar el poder. Las urnas dirán si realmente lo era.

Esta nota se titula “La obscenidad de la política argentina”. Elegí este título luego de observar la manera impiadosa en que fueron bajados de las candidaturas Wado de Pedro y Daniel Scioli. De Pedro es un emblema de la generación diezmada. Sus padres fueron asesinados y desaparecidos por las fuerzas de tareas durante la última dictadura militar. Es un dirigente de confianza tanto de Cristina como de Máximo Kirchner. Seguramente lo estiman. Seguramente respetan su trayectoria. Sin embargo, cuando la realpolitik se hizo presente Cristina y Máximo no dudaron: sale De Pedro y entra Massa, como sucede en el fútbol. El ministro del Interior había dejado de ser útil para los intereses políticos de Cristina y Máximo. Entonces no dudaron en sacrificarlo. Para que sus heridas cicatricen lo más rápido posible lo premiaron con una candidatura a senador nacional por la provincia de Buenos Aires. Lo mismo cabe acotar respecto a Scioli. El ex gobernador bonaerense no se cansó de brindar una imagen de candidato fuerte, decidido, incapaz de permitir que le tuerzan el brazo. Confieso que estaba seguro de que competiría con De Pedro. Cometí un grosero error de cálculo. Frente al pragmatismo peronista el ex motonauta claudicó. Frente al pragmatismo peronista tanto De Pedro como Scioli tomaron plena conciencia de que, al no tener votos propios, están a merced de esa feroz maquinaria electoral creada por uno de los máximos emblemas del maquiavelismo: Juan Domingo Perón.

El obsceno cierre de listas del oficialismo no hizo más que poner en evidencia la vigencia del pensamiento político del primer trabajador. El 6 de diciembre de 2021 la Agencia Paco Urondo publicó un artículo de Aldo Duzdevich titulada “Leer a Perón: “el sectarismo es la tumba de la conducción”. En su escrito el autor transcribe lo dicho por Perón en la película de Pino Solanas “Actualización política y doctrinaria para la toma del poder”.

“Ahora, dentro de la acción política que se desarrolla todos los días, vemos mucha gente que proviene de otros sectores políticos, que pueden ser del comunismo, o pueden ser del conservadorismo. Porque de todo hay en la huerta del Señor. Por aquí han pasado las más diversas tendencias, yo a todos les digo exactamente lo mismo: vean señores, cuando nosotros fundamos el justicialismo vinieron hombres conservadores como el doctor Remorino (era secretario de Julito Roca, así que imagínese, el riñón de la oligarquía) ¡Y fue un gran peronista!, un buen servidor y un gran peronista. Del otro lado vinieron sectores socialistas, como Bramuglia, como Borlenghi, como, en fin, un montón. Y también del comunismo. Y todos esos hombres han demostrado a lo largo de estos años, que han sido buenos peronistas, ¿Por qué vamos a suponer que un hombre que se incorpora hoy, en vez de haberlo hecho hace veinticinco años va a ser peor que esos que se incorporaron entonces?”

En una charla que mantuvo con miembros de la juventud peronista el 8 de septiembre de 1973, expresó: “Cada uno, dentro del movimiento, tiene una misión. La mía es la más ingrata de todas. Me tengo que tragar el sapo todos los días. Otros se lo tragan de cuando en cuando. En política todos tienen que tragar un poco el sapo, pero yo más, yo hago aquí de padre eterno. Bendigo orbe et urbi. ¿Por qué? Porque mi misión es esa. La misión mía es la de aglutinar al mayor número, porque la política tiene esa técnica, acumular la mayor cantidad de gente proclive o pensante hacia la finalidad y los objetivos que nosotros perseguimos (…) Yo estoy para llevarlos a todos, buenos y malos. Porque si quiero llevar solo los buenos voy a quedar con muy poquitos, y en política con muy poquitos no se puede hacer mucho (…) Esta es mi misión, como digo es la más ingrata de todas, porque muchas veces llega un tipo que yo le daría una patada y le tengo que dar un abrazo. Pero la política es así, es un juego de ductilidad, tolerancia y paciencia. ¡Pero qué paciencia hay que tener! Y, si no, no hay que meterse en esta, ¿no?”

En política hay que acostumbrarse a tragar sapos, sentenció Perón. ¡Cuánta razón tenía! En estos momentos Cristina se está tragando un enorme sapo, un escuerzo, mejor dicho. Porque no debió ser sencillo para ella el haber “bendecido” la candidatura presidencial de alguien que se cansó, en un pasado no tan lejano, de demostrarle su enemistad infinita. Ni qué hablar del enorme sapo, un escuerzo, mejor dicho, que se tragarán los kirchneristas al ingresar al cuarto oscuro y pongan en el sobre la boleta con el rostro de Massa. Pero estas son las reglas de juego que impone el peronismo. Perón creó una fuerza política basada en el más estricto verticalismo, muy similar al que impera en el ámbito castrense. Después de todo no hay que olvidar que Perón era un militar. En consecuencia cada decisión del jefe debe ser acatada por sus subordinados. Quien se rebela corre el riesgo de ser tildado de “traidor”. La historia del peronismo lo ha demostrado de manera dramática. La “lealtad” es, por ende, un valor esencial. Un ejemplo de “lealtad” es Wado de Pedro, quien obedeció sin chistar la defenestración de sus aspiraciones a la presidencia de la nación. El sapo que se acaba de tragar es enorme. Ni qué hablar de Daniel Scioli, a esta altura de su vida un experto en deglutir batracios.

El verticalismo o, si se prefiere, la obediencia ciega al líder, no hace más que anular lo medular de la condición humana: el libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones de manera autónoma. Quien obedece sin chistar deja de ser una persona. Tal el precio que están pagando De Pedro y Scioli por sus ambiciones de poder. La pregunta que nos debemos formular es la siguiente: ¿vale la pena?

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