Por Hernán Andrés Kruse.-

¿Quién puede olvidarse de aquella popular frase de Roberto Galán: “¡se ha formado una pareja!”? Pues bien, en los últimos días se formó una de las parejas políticas más rimbombantes de los últimos tiempos: la conformada por el líder libertario Javier Milei y el histórico dirigente sindical gastronómico Luis Barrionuevo, cuya frase más famosa fue “debemos dejar de robar por lo menos dos años para que el país salga adelante”. Fruto de ese vínculo fue el acto político que tuvo lugar el 22/9 a la noche en el salón eventos del Golden Center de Parque Norte, en el que el libertario actuó como una verdadera estrella del rock, al mejor estilo Mick Jagger. El público estaba compuesto por candidatos a concejales y diputados por La Libertad Avanza, y segundas y terceras líneas de los gremios y empresarios gastronómicos y hoteleros convocados por don Luis, que no participó del evento.

El momento cumbre del acto fue el discurso del libertario. Comenzó descerrajando munición gruesa contra los “políticos corruptos”, las “víboras” y “manga de brutos” que manejaron a su antojo el país en los últimos veinte años. Ni el kirchnerismo ni Juntos por el Cambio se salvaron de sus chicanas. El único presidente que fue ensalzado por el libertario fue Carlos Saúl Menem, ovacionado por los asistentes cuando don Javier lo nombró. En ningún momento se refirió de manera despectiva a los popes sindicales, pese a que durante su presencia en el Consejo de las Américas los había calificado como “prebendarios”. Prometió trabajo para todos los argentinos en caso de llegar a la Casa Rosada. “Con nuestro plan motosierra estamos proponiendo hacer obra pública por iniciativa privada, eliminar los subsidios económicos, eliminar el déficit de empresas públicas privatizando. Pero esto no va a caer sobre la gente de bien, que genera riqueza”, enfatizó. “Nuestro plan para crear un seguro de desempleo nos permitiría pasar de 6 millones a 14 millones de puestos de trabajo”. “Trabajaríamos sobre litigiosidad laboral. Y, al estar limpia la señal de precios, se crecería en trabajo, con más remuneraciones y que más gente ingrese al mercado laboral. Habrá trabajo para todos”, lanzó en medio de una estruendosa ovación. Y agregó: “Estamos en el primer caso de primer presidente economista ortodoxo hasta la médula: el que venga a gastar, le corto la mano”. El libertario finalizó su discurso con una frase alusiva a la tragedia de diciembre de 2001: “Pensar que hubo un “que se vayan todos” y no se fue ninguno”. “Que se vayan todos, vamos a sacarlos a patadas en el culo” (Fuente: Brenda Struminger, “Milei se mostró más en presidente y prometió más trabajo ante sindicalistas en el acto organizado por Barrionuevo”, Infobae, 23/9/023).

Confieso que aún no he salido de mi estupor luego de enterarme a través de los medios de comunicación de la flamante alianza del libertario con Luis Barrionuevo. Porque si hay en la Argentina un emblema de la casta sindical es, precisamente, don Luis. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿por qué Milei decidió transar con lo peor del sindicalismo ortodoxo, con un dirigente que, como el camaleón, cambia de colores según la ocasión? Me parece que la razón primordial es contar con un dirigente sindical de peso que le garantice la protección de los votos en las presidenciales que se avecinan. En este sentido, es entendible la decisión del libertario de acercarse al poderoso gremialista. El problema es el precio que Milei ha decidido pagar por semejante protección. Porque nadie duda de que Barrionuevo no mueve sus fichas sin obtener una tajada importante del botín. Ese precio aún no está claro pero qué duda cabe que será más alto que el Aconcagua.

Lo real y concreto es que Milei se alió con lo peor de la casta sindical, con lo cual no hizo más que echar por tierra el pensamiento liberal sobre el poder sindical. Recordemos qué decía Friedrich Von Hajek del sindicalismo en su obra “Los fundamentos de la libertad”.

“Durante algo más de un siglo la política sindical se ha movido entre dos polos opuestos. De una situación en la que los sindicatos podían hacer bien poco dentro del ámbito de la legalidad, si es que no les estaba prohibida cualquier actuación, hemos llegado a un estado de cosas en que las asociaciones obreras se han convertido en instituciones privilegiadas a las que no se aplican las reglas generales del derecho. Constituyen el único e importante fracaso de los gobiernos en lo que respecta a su más fundamental función: la prevención de la coacción y la violencia (…). Nunca insistiremos bastante en el hecho de que la coacción que los sindicatos se han permitido utilizar, contra todos los principios de libertad bajo la ley, es, de modo singular, coacción ejercida sobre los compañeros de trabajo. Cualquier poder coactivo auténtico utilizado por los sindicatos contra el sector empresarial deriva del aludido poder primordial de coaccionar a otros obreros; la coacción sobre los empresarios perdería su carácter objetable si los sindicatos se vieran privados del poder de lograr apoyo aun en contra de la voluntad del que lo presta (…). Es indudable que cualquier sindicato que efectivamente controle toda la fuerza de trabajo en potencia de una empresa o una industria puede ejercer una presión casi ilimitada sobre el empresario, y que, particularmente en los casos en que se haya invertido una gran suma de capital en equipo especializado, el sindicato puede expropiar prácticamente al propietario y casi obligarle a renunciar a las utilidades del negocio. Lo importante, sin embargo, estriba en que tal proceder nunca será de interés para todos los trabajadores y, por lo tanto, sólo lo puede lograr el sindicato coaccionando a algunos obreros para que, desatendiendo su interés, apoyen tal gestión concertada (…).

Aunque a menudo los sindicatos actúen en desacuerdo con su propio ideario, no cabe duda alguna de que, a la larga, no son capaces de lograr aumentos de los salarios reales-de todos los que desean trabajar-por encima del nivel que establecería un mercado libre (…). Aun cuando es notorio que los sindicatos, con su política de salarios, han logrado mucho menos de lo que se cree, la acción sindical en dicho campo es, sin embargo, perniciosa en extremo desde el punto de vista económico y altamente perniciosa desde el político. Las asociaciones obreras utilizan su poder de tal suerte que conduce al aniquilamiento del mercado y a que la actividad económica quede bajo su control. Control que sin duda entraña grave peligro ejercitado por el estado, pero que resulta intolerable en manos de un grupo particular. Para alcanzar su finalidad, los sindicatos influyen sobre los salarios relativos de los diferentes grupos de trabajadores y mediante ininterrumpida presión alcista actúan también sobre el nivel de los salarios nominales, con sus inevitables consecuencias inflacionarias (…). El actual desarrollo del sindicalismo comporta el peligro de que-mediante el establecimiento de monopolios efectivos en la oferta de diferentes tipos de mano de obra-se impida a la competencia actuar como regulador eficaz en la asignación de todos los recursos. Ahora bien, cuando se impide a la competencia desempeñar tal papel, es forzoso arbitrar un sustitutivo. La única alternativa del mercado es, sin embargo, la dirección autoritaria impuesta por los poderes públicos. Tal dirección, evidentemente, no puede dejarse en manos de sindicatos determinados interesados en concretos sectores de la actividad económica, ni puede desempeñarse adecuadamente por una organización unificada de toda la masa laboral, no sólo por cuanto se convertiría en el más fuerte de todos los poderes del estado, sino en un poder que controlaría al estado de un modo absoluto. El sindicalismo, sin embargo, tal como en la actualidad se halla estructurado, tiende a instaurar ese mismo sistema de planificación central socialista que en realidad pocos sindicatos desean ver implantado y que, en efecto, por instinto de conservación, deberían evitar (…).

Los sindicatos no pueden lograr sus principales objetivos a menos que obtengan el control absoluto en la oferta del tipo de mano de obra relacionado con su específica actividad; y puesto que a todos los trabajadores no les conviene someterse a tal control, algunos han de verse inducidos a actuar contra sus propios intereses. Ello puede conseguirse con cierta amplitud mediante presiones puramente psicológicas y morales fomentando la errónea creencia de que los sindicatos benefician a todos los trabajadores. Cuando logran crear una opinión favorable a la idea de que cada obrero debe, por interés hacia su propia clase, apoyar la acción sindical, la coacción acaba por ser aceptada como un medio legítimo de obligar a los recalcitrantes a cumplir con su deber. Para el logro de esta finalidad los sindicatos han dispuesto de un instrumento de gran eficacia; a saber: el mito de que el nivel de vida de la clase trabajadora se ha elevado tan rápidamente debido a la presión sindical y que sólo mediante su acción permanente continuarán elevándose los salarios -un mito que los sindicatos continúan explotando, contando para ello incluso con la colaboración de sus oponentes-(…). Aun cuando la presión moral ejercida por los sindicatos llegue a ser muy poderosa, difícilmente bastará para darles la fuerza necesaria para causar un daño efectivo. Los líderes sindicales parece que se hallan de acuerdo con los estudiosos de este aspecto del sindicalismo: en que precisa recurrir a formas más extremas de coacción para que los sindicatos logren alcanzar sus metas. Al objeto de hacer efectiva la obligatoriedad de la afiliación, los sindicatos han desarrollado técnicas de coacción que denominan “actividades organizadoras”-o, en los Estados Unidos, bajo el curioso eufemismo de “defensa sindical”-. Y que les dan efectivo poder. Como la fuerza de los sindicatos auténticamente voluntarios quedaría restringida a lo que son intereses comunes de todos los trabajadores, los sindicatos han encaminado sus principales esfuerzos a lograr que los disidentes se plieguen a su autoridad (…).

El actual poder de coacción de los sindicatos descansa, por tanto, principalmente en el uso de métodos que no se tolerarían para cualquier otro propósito y que se oponen al principio de protección de la esfera individual privada. En primer lugar utilizan-en una proporción mayor de lo que comúnmente se reconoce-brigadas de choque como instrumento de intimidación. Aun en el caso de los denominados piquetes pacíficos se trata de una medida altamente coercitiva, y tolerarla significa conceder un privilegio. Privilegio otorgado en razón al legítimo fin presumido, como lo demuestra el hecho de que puede ser y es utilizado por quienes no son obreros, con objeto de forzarles a afiliarse a un sindicato que precisamente aquéllos controlarán (…). Además de que se tolera a los sindicatos utilizar las brigadas de choque, concurre otro factor que les permite coaccionar a los obreros mediante la imposición de la sindicación obligatoria, principio amparado por la legislación y los tribunales. (…) También debemos considerar como métodos inadmisibles de coacción todas las huelgas y boicots secundarios que se utilicen no ya como instrumentos en la negociación colectiva de salarios, sino exclusivamente como medio de obligar a otros trabajadores a doblegarse a la política sindical. Los sindicatos pueden acudir a tales métodos tan sólo porque la ley los exime de la responsabilidad ordinaria establecida por los códigos, permitiéndoles no someterse tampoco a las leyes especiales de asociaciones”.

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