Por Hernán Andrés Kruse.-

Estamos en 2023 pero a veces da la impresión de que estuviéramos en 1975. En aquel entonces la presidente era María Estela Martínez de Perón, quien había accedido a la presidencia a raíz del fallecimiento de su esposo, el general Perón. La despiadada lucha por el poder entre la izquierda y la derecha del peronismo no hacía más que sembrar el país de cadáveres mientras la economía marchaba hacia el desastre. En junio asumió como ministro de Economía Celestino Rodrigo quien decidió sincerar el desastre. El ajuste que aplicó fue impiadoso y quedó registrado en los libros de historia como el “Rodrigazo”. En julio el “Brujo” abandonó el gobierno y tiempo después la presidenta tomó licencia. Su reemplazante, el doctor Luder, ordenó el aniquilamiento de la subversión mientras el general Jorge Rafael Videla se hacía cargo de la jefatura del ejército en reemplazo del general Alberto Numa Laplane. El vacío de poder era innegable. Se estaba preparando el terreno para lo que finalmente tuvo lugar el 24 de marzo de 1976: el derrocamiento de Isabel. Resulta harto evidente que el escenario de 1975 es harto diferente al de 2023. Pero en algo coinciden: Isabel y Alberto jamás fueron presidentes de verdad.

En efecto, el de Alberto es, tal como lo fue el de Isabel, un gobierno en descomposición. Duele reconocerlo pero es la pura verdad. Y la verdad, como afirmó Serrat, no tiene remedio. Hoy la autoridad presidencial está hecha añicos. Muy pocos funcionarios le responden. Sin embargo, insiste con su pretensión de competir por la reelección. Cabe reconocer que otra opción no le queda. Si en estos momentos de zozobra Alberto anunciara por cadena nacional su decisión de no competir en las presidenciales, automáticamente quedaría transformado en un “pato rengo”, en un presidente invisible. Ello explica su decisión de brindar la imagen de un presidente que no ha bajado los brazos, que, a pesar de los problemas, no piensa claudicar.

Cerca del precipicio, el presidente tomó la decisión de mostrar fortaleza. Lamentablemente, decidió valerse de tácticas poco recomendables. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, pelearse con el ministro de Economía? Pareciera que Alberto no es consciente de la gravedad de la situación en materia económica. La inflación no da tregua, al igual que el dólar, mientras que el Banco Central se está quedando sin reservas. A propósito de esta última cuestión, el periodista de economía de Infobae, Pablo Wende, acaba de publicar el siguiente artículo (“Un informe privado alertó por la rápida caída de reservas netas que sufrió el Banco Central”, 21/3/023). Escribió Wende:

“En medio de las tensiones cambiarias crecientes, un informe elaborado por Fundación Capital arrojó un durísimo panorama respecto al comportamiento de las reservas netas. Según estimaron, el Banco Central habría perdido hasta mediados de marzo nada menos que el 85% del stock total (…) ¿Por qué se produjo tamaño derrumbe en el nivel de reservas netas en tan poco tiempo? Fundación Capital-que históricamente maneja Martín Redrado y ahora dirige su mano derecha Carlos Pérez-enumera los motivos: hubo pagos netos al FMI por 3.300 millones de dólares, a bonistas privados se les pagó 1.020 millones de dólares (la mayor parte intereses de la deuda reestructurada) y el programa de recompra de bonos globales se llevó otros 525 millones de dólares. Además, el Banco Central acumuló ventas por 1.960 millones de dólares hasta el 16 de marzo, a las que deben agregarse las del viernes y ayer por otros 350 millones de dólares.

Si hay algo en lo que ya todo el mundo está de acuerdo es que es inevitable un fuerte salto del tipo de cambio oficial, ante la aceleración de la inflación y la pérdida de reservas. Sergio Massa quiere evitarlo a toda costa y la pregunta es si lo logrará, pasándole ese compromiso a la próxima administración (…) El poco nivel de reservas sumado a la elevada inflación aumentó las especulaciones en las últimas horas sobre la posibilidad de una aceleración del ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial. Junto a ellos también circularon versiones sobre medidas cambiarias más drásticas, pero que fueron desestimadas por el ministerio de Economía. Incluso los futuros de dólar tuvieron fuertes saltos ayer tanto en el MAE como en el Rofex, especialmente para los últimos meses del 2023. Eso significa que los inversores están esperando un salto cambiario mayor a medida que se acerca el período electoral”.

El diagnóstico es muy claro: hay una presión muy fuerte sobre el gobierno para que devalúe el peso oficial. Una vez más, la historia se repite. Y la lección siempre fue la misma: cada vez que el gobierno de turno devaluó el pueblo sufrió las consecuencias. Es por ello que cuesta entender los cortocircuitos que desde hace un tiempo se observan en la relación entre el presidente y su ministro de Economía. Pareciera que no fueran conscientes de la complejidad de la situación. Pareciera que sólo piensan en sí mismos, en una demostración de egoísmo deleznable.

En su edición del 21/3, Página/12 publicó un artículo de Leandro Renou titulado “Massa choca de frente con los “off” de Rosada”. Escribió el periodista:

“En una reacción casi calcada de las críticas que hizo la vice, Cristina Kirchner, a los manejos comunicacionales de la Casa Rosada, el ministro de Economía, Sergio Massa, chocó de frente con los laderos del presidente que adelantan supuestas medidas económicas que “no están en carpeta”. Según supo Página/12, esta vez la disputa se da por la filtración de que podría haber en los próximos días un anuncio de desdoblamiento cambiario. Ese mensaje dado a conocer desde Balcarce 50 lo tildan de falso desde el entorno de Massa pero tiene la particularidad de hacer ruido porque se da justo en la semana en la que el ministro tenía la idea de anunciar un paquete de medidas macroeconómicas para combatir la inflación (…).

La presunción es que el que filtró esas ideas es Antonio Aracre, flamante jefe de Asesores de Presidencia. El reemplazante de Julián Leunda en el cargo y ex Ceo de Syngenta viene desde hace tiempo, desde antes de empezar a trabajar en el Gobierno, con esa idea de desdoblar los tipos de cambio (…) En esa sintonía de buscar una comunicación más cuidadosa parecen coincidir hoy CFK y Massa y, sobre todo, en que lo delicado del escenario requiere cerrar el frente interno de la comunicación para que no se genere ruido político cuando se intenta ordenar el espacio. Así las cosas, la sensación que queda en el entorno de casi todos los dirigentes que no son tan cercanos al presidente es que hay funcionarios de segundas y terceras líneas de la Casa Rosada que “parecen estar más seteados en tono electoral que en tratar de ordenar la economía”. La crítica para ellos, además, es que si no se ordena primero el escenario y se estabiliza la política, no será exitoso ni competitivo el Frente de Todos como fuerza política en las próximas elecciones”.

El mismo día Clarín publicó un artículo de Ignacio Ortelli titulado “Crece la tensión entre Alberto Fernández y Sergio Massa; afirman que no consultó sobre la intervención de Edesur”. Escribió el periodista:

“Sergio Massa tenía previsto quedarse en Panamá hasta este lunes, pero decidió anticipar su regreso con la misión de ponerse al frente de la intervención que dispuso a Edesur tras semanas de cortes. El ministro de Economía venía analizando la medida pero decidió mover las fichas a sabiendas de que la inacción del gobierno ante los incumplimientos de la compañía comenzaban a erosionar su gestión. De Centroamérica, Massa también volvió enojado con el entorno del presidente, al que atribuye cuestionamientos que se vierten sobre él en los medios de comunicación, en especial desde que se conoció que el índice de inflación de febrero fue del 6,6 por ciento, muy lejos de la promesa que hacía en noviembre.

Massa, que al igual que el jefe de Estado suele tener vínculo fluido con los periodistas, optó por no agitar a través de los medios hasta hablar con Fernández. La charla telefónica, tal como contó Infobae y pudo reconstruir Clarín, se dio ni bien el ministro arribó a Ezeiza. Al presidente lo tomó por sorpresa, en especial por el tono que usó para su descargo. En ese llamado, que no sirvió para distender sino como advertencia, no hubo margen para que Massa avanzara sobre el detalle de la intervención de Edesur que había arreglado con la Secretaria de Energía, Flavia Royón, el secretario Legal y Administrativo de Hacienda, Ricardo Casal, y el interventor del ENRE, Walter Martello. “Fue decisión suya, pero no tiene nada que consultar porque es su área”, confió una alta fuente del entorno presidencial (…)”.

Ambos periodistas, desde posturas ideológicas opuestas, coinciden en destacar la feroz soledad en la que se mueve el presidente de la nación. En efecto, cuesta creer que Alberto Fernández no haya tenido un rol protagónico en la decisión de Sergio Massa de intervenir Edesur y de nombrar como interventor al intendente de Avellaneda. Cuesta creer que desde la intimidad del presidente se haya tomado con absoluta naturalidad tal movida del ministro de Economía. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿cómo es posible que el presidente haya tolerado semejante actitud de parte de un subalterno suyo? Porque Sergio Massa integra el Gabinete de Ministros. Está, por ende, subordinado al presidente. Cuesta entender que en un asunto tan serio como la intervención de Edesur, el presidente no haya sido consultado.

Propongo retroceder en el tiempo. ¿Alguien puede imaginar a Felisa Miceli o a Miguel Gustavo Peirano, quienes ocuparon el ministerio de Economía durante la presidencia de Néstor Kirchner, tomar una decisión similar a la que tomó Massa sin consultarlo con el patagónico? Ni siquiera se les hubiera cruzado por la cabeza. ¿Alguien puede imaginar a Nicolás Dujovne y Hernán Lacunza, quienes ocuparon el ministerio de Finanzas durante la presidencia de Mauricio Macri, actuar como lo acaba de hacer Sergio Massa? Ni siquiera se les hubiera cruzado por la cabeza.

Los ministros recién nombrados jamás hubieran actuado como lo hizo Massa porque a ninguno de ellos se les hubiera ocurrido desafiar la autoridad presidencial. Y no lo hubieran hecho porque respetaban (y temían) a Néstor Kirchner y Mauricio Macri. Massa, en cambio, no le teme a Alberto porque no lo considera un presidente de verdad. He aquí el meollo del problema: Alberto Fernández no está sentado en el sillón de Rivadavia por méritos propios sino porque Cristina decidió que era el hombre indicado para ello. En definitiva, Miceli, Peirano, Dujovne y Lacunza consideraban a Néstor Kirchner y Mauricio Macri genuinos animales políticos, presidentes de verdad; en cambio, Massa considera a Alberto Fernández un “mequetrefe”. Por eso el gobierno nacional está en descomposición.

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