Por Italo Pallotti.-

Hemos cometido tantos desatinos en nuestra nación que ya no se pueden disimular a la hora de pasar revista a los hechos que, desde décadas, nos cachetean con una realidad que preocupa. La dirigencia política parece empecinada en no entender, o no le preocupa demasiado, que el país como un todo los involucra. A los primeros porque los eligen para gobernar; al resto de los ciudadanos porque una vez emitido el voto ya no pueden manejar nada. Los pioneros en el arte de sembrar populismo y demagogia, no han tenido, como merecen, el castigo que deberían haber padecido. Unos por incapaces, otros por cómplices de esos y una mayoría por corruptos; que poco o nada les interesó el buen desempeño de la función para la que fueron elegidos. Un repaso de la historia nos muestra a millones de seres que tras la promesa de un bienestar fueron poco menos que arreados a las grandes urbes; tras la quimera de un falso progreso individual y colectivo. En esta “aventura” populachera los han amontonados en las villas, que sin una adecuada planificación las transformaron en verdaderos ghettos criollos donde la superpoblación, la falta de estructuras para generarles trabajo, educación, vivienda digna, sanidad y seguridad los hundieron en la más desastrosa marginalidad. Con el correr del tiempo la catarata de promesas incumplidas para mejorar su situación fueron cayendo en saco roto. Un ejército de víctimas ha engrosado las estadísticas de grandes y niños que, carentes de lo más elemental, entraron paulatinamente en la más desgarrante pobreza. Ya todo se precarizó para ellos. El trabajo, cuando hay, es de mala calidad por la falta de organismos que a través de las artes y los oficios le dieran una mínima preparación. La educación, aún mucho antes que lo primero, fue entrando en una debacle que se acentúa día a día. Los argumentos esgrimidos para justificar ese estado de cosas ya no admite otra reacción que no sea el rechazo y la condena. Y así es como el hambre, término muy de moda y que parece para los gobiernos recién en vías de conocimiento, se ha instalado ya no sólo en esos sectores, sino como una mancha de aceite expandida peligrosamente en casi todo el cuerpo social. Las pésimas políticas y otros factores (pandemia, por ejemplo, que vino como anillo al dedo para justificar conductas y echar culpas, o la guerra en Ucrania, o la sequía, o Macri) han desencadenado números que por miles se suman a la estadística. En actitud hipócrita y perversa todos parecen darse recién por enterados. Organismos como la Mesa del Hambre (con figuras notorias, hoy disuelta) sólo han servido para traer más confusión y olvido. Todo un engendro, como tantos, que para nada sirvieron. Demás está aclarar que sus miembros a no dudarlo, nunca sufrieron ese flagelo; ni aún menos chapotearon en el barro para salir de humillantes ranchos. Un % de pobreza cruel es la respuesta trágica que debemos soportar! Ni hablemos de la mortalidad infantil y de jóvenes, entre los habitantes de las villas (desnutrición, droga, inseguridad, embarazos precoces, etc.) y de la desaparición de niñas, según trascendidos, para destinos que no es difícil imaginar. Todo tapado; cada día más. Los organismos de defensa (carísimos en presupuestos), en silencio. Pero no termina ahí el envilecimiento al que son sometidos los menos favorecidos. Los últimos días, en una práctica que ya lleva 80 años, vivimos el deplorable y cínico espectáculo del reparto de bienes y dinero para poder captar votos en busca de asegurar un voto; sumado esto a las propuestas distractivas del Ministro (cuasi Presidente). Actitud que llena de indignación y rechazo, salvo aquellos que ven en ese caramelito envenenado, la posibilidad de un suspiro más, antes del final. Este acto, de tan repetido, es aún más repudiable. La Patria, esa a la que echan mano los políticos para hacer ver que les interesa algo, está de luto; tal el vapuleo al que fue sometida en aras de justificar modelos de gobierno, a cuál más desastroso y decadente. “Dios y la Patria se los demande”.

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