Por Luis Alejandro Rizzi.-

Nadie puede negar que los regímenes políticos republicanos democráticos están sumidos en un raro proceso de estancamiento evolutivo.

La República, vale recordarlo una vez más, consiste en estos pilares básicos, división de poderes, limitación de los mandatos políticos y su lógica renovación periódica y limitación de las reelecciones indefinidas y publicidad de los actos de gobierno.

La democracia tenía que ver con la participación de la ciudadanía, la gente con derechos cívicos, en la elección, periódica, valga la redundancia, de sus representantes.

Había varias explicaciones para entender el sistema, y sobre todo para la creación de verdaderas elites dirigentes con cualidades culturales que eran propias de minorías. Recordemos los altos índices de analfabetismo que se registraban hasta fines del siglo XIX, que la expectativa de vida rondaba los 50 años y que naturalmente las sociedades tenían un orden aceptado.

Para la “altura de ese tiempo”, la cosa funcionaba.

El desarrollo económico generó una cuestión social que se materializó con la llamada “revolución Industrial”, que obviamente no fue acompañada por una similar evolución cultural, y los primeros años fueron de niveles de explotación inhumanos, hoy incomprensibles, pero en esa época la esclavitud y la explotación humana aún eran toleradas.

En ese punto histórico, comenzaron a desarrollarse doctrinas “socialistas” y la doctrina social de la Iglesia, las primeras con un sentido materialista de la vida y la otra respetando la dimensión espiritual de las personas.

La teoría de la plusvalía por un lado y por el otro el derecho de los trabajadores para participar en las ganancias de las empresas fueron sus expresiones más conocidas.

He simplificado al máximo posible, pero conviene aclarar que en ninguno de los casos se tenía en cuenta el “riesgo empresario”, que consiste en la quiebra o que las empresas o empleadores registren pérdidas. De allí nace la supuesta perpetuidad de los derechos adquiridos, una falacia que choca con la realidad de la vida. Si los derechos fueran perpetuos, hoy habría esclavitud y explotación humana legítima. En la vida no existe la eternidad.

Tiene razón Cristina cuando critica el sistema institucional político vigente desde hace tres siglos. Es cierto que sus razones son personales y persiguen fines no sólo perversos sino egoístas, pero no cabe duda que despejando la paja del trigo, algo hay que hacer y podría ser un punto inicial de diálogo o discusión.

Hoy no sólo me animo a decir que el 80% de la población mundial es alfabeta -en total somos uno ocho mil millones- sino que una gran mayoría está “informada” de lo que pasa y nos pasa, siendo posible que muchas de las cosas nos las entienda, pero las sabe, por lo tanto, se ha generalizado una “cultura negativa”; se sabe lo que no se quiere y se lo quiere”.

Y la cultura y la política van en esa dirección haciendo mérito del “antismo”; no se busca justicia, sino reclamamos “contra la injusticia”; puteamos contra la política pero no sabemos qué exigirle o reclamarle; queremos que “se vayan”, lo que explicaría el poco interés por participar en elecciones o por el voto en blanco o directamente la alternativa populista que explica que en las sociedades hay un porcentaje de gente que cree en las magias y la mentira política.

La sofística política, que tiene su atractivo porque sabe moverse en la enfermedad espiritual de la gente que, según Gramsci, sería ese lapso en el que el cambio se paraliza, detiene la muerte de lo viejo y detiene el nacimiento de lo nuevo.

Por eso, entre «los varios tercios» en que se dividirían las sociedades están los diversos sofistas, como Milei, que nos acompañaría en “romper todo”, con lo cual nos dejaría en una intemperie salvaje y en el reino de la nada; por el otro, la tendencia a creer que se trata de todo o nada, lo que es válido tanto para Cristina y Massa como para Patricia.

Todo gira en torno al mismo círculo vicioso. Esta parálisis morbosa es negocio para lo que llamamos “la casta política dirigencial, que se extiende a la gremial obrera y empresaria, cultural y los movimientos sociales”; todos sacan algo, ninguno pone algo.

Por eso la “protesta” se generaliza; es la única expresión que tiene la gente para hacerse oír ante un sistema institucional sordo y ciego.

Inés Capdevila dice en “La Nación” de ayer, refiriéndose a Israel: “Las marchas crecen a medida que el proyecto sobrepasa obstáculos en la Knesset (el Parlamento); avanzan en número, virulencia y táctica, y cruzan límites hasta hace poco impensados en Israel, como los cortes de ruta y los bloqueos al aeropuerto. Las contramarchas empiezan también a surgir. Los seguidores de Netanyahu, una mezcla de ortodoxos, nacionalistas y conservadores, lo desafían en las calles. Ellos también creen que, así como está, la democracia israelí corre peligro, pero por el excesivo poder que la Justicia ejerce sobre el Poder Ejecutivo. “Esto es una ‘justiciocracia’”, advierten. Acá lo llamaríamos el «conflicto social» o «democracia callejera». Las cosas del poder se dirimen agonalmente en las calles.

Luego agrega como elemento que debemos tener en cuenta: “El conflicto con los palestinos sigue su rutina irresuelta de siempre: la tensión permanente, los atentados terroristas palestinos, las incursiones israelíes en Cisjordania y los ataques a Gaza; el contraste feroz entre la riqueza israelí y la pobreza palestina, la desconfianza y las acusaciones cruzadas.

Finalmente, esta última acotación tiene vinculaciones con cosas que nos están pasando en Argentina. “El premier quiere vengarse de un Poder Judicial que hoy lo juzga en tres causas de tráfico de influencias. Sus socios de la extrema derecha buscan desarmar una Corte que sistemáticamente falla en contra de los asentamientos en Cisjordania. Y sus aliados ortodoxos apuntan a asegurarse una Justicia que no altere un sistema que les permite no trabajar ni hacer el servicio militar a la vez que son subsidiados.” Uno no puede dejar de personas en «la Cámpora».

Como vemos, los sistemas políticos están visualizados como cómplices de la corrupción y el privilegio y el Poder judicial, con sus más y menos, queda como el soporte de última instancia de la dignidad personal, lo que no quita tampoco que diste de ser ideal acá y en Israel.

En Francia se están produciendo “protestas” graves que parecen difíciles de parar porque el propio sistema es el cuestionado y esto es lo que no ve o quiere ver. Nuestros halcones y palomas son de utilería; la cultura es otra cosa y allí es donde estamos en falta, no sólo en Argentina. En Ecuador se «canceló» el período presidencial; habrá nuevas elecciones.

Conclusión: debemos ir a un régimen participativo, integral político, gremial y social, lo demás es «para la gilada».

Una pregunta: ¿tiene sentido perder el tiempo en ir a votar» cuando los menúes son iguales? Sólo cabe elegir entre agravios y descalificaciones mutuas.

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