Por Jorge Enrique Yunes.-

Debo decir, sin temor a equivocarme, que ni el más avezado politólogo se hubiera arriesgado a opinar que las PASO se transformarían en el elemento conductor de los arrebatados cambios producidos entre gallos y medianoche en el seno del gabinete nacional.

En efecto, dichas innovaciones ministeriales responden al temible fantasma que acecha al Frente de Todos, ante la muy probable derrota en las elecciones del próximo 14 de noviembre del corriente año, a tenor de los desaguisados habidos durante su inepto gobierno.

El Justicialismo nunca tuvo cintura para afrontar las derrotas electorales. El fracaso electoral no es parte de su ADN y ello resulta políticamente muy peligroso porque, como lo deja entrever la realidad, no escatimará esfuerzos, éticos o no, para recuperar la confianza ciudadana perdida.

Lo que resulta verdaderamente denigrante es la subestimación hacia ese electorado rebelde, no cautivo, al que pretende embelesar con dádivas de todo orden y especie.

En lo personal creo que, amén de hacerle un flaco favor a la República, enardecerá aún más los ánimos y, lejos de lograr una soñada conquista oficialista, la derrota, una vez más, le dará un soberano y ejemplificador cachetazo.

Por su parte, la oposición deberá, no obstante, mostrarse más dinámica y unida que nunca en un objetivo común, cual es el desplazar el poder político que el oficialismo detenta en el Senado y que ha garantizado hasta ahora la hartante impunidad de la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Si la oposición logra en las urnas la victoria esperada, la República comenzará a despertar de su trágica realidad y podrá entonces comenzar a soñar en un país más digno y respetuoso de los derechos de los ciudadanos y de las instituciones.

«Peca un pueblo cuando hace o permite que se hagan cosas que pueden redundar en su ruina». Espinoza.

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