Por Paul Battistón.-

Irremediablemente y al margen de cuantos giros les lleve su descenso, todo va hacia ese vertedero de miserias del que se debe ser suscriptor para reafirmar la pertenencia al movimiento.

La ciclotimia de adherir y romper sólo son aceleraciones y desaceleraciones en la inevitable cinética del vórtice que todo lo traga.

En tres años, el peronismo resucitó de la mano de Cristina para luego negarla, retomarla, reivindicarla, distanciarse, pretender una bifurcación, caer a sus pies, descubrir la inviabilidad con su ausencia, resignarse a su carisma, socorrer su esquizofrenia pero, por sobre todo, preservar la pertenencia a la doctrina que hoy la lleva como deidad.

Ninguno de los 37 senadores ni los 18 gobernantes que han arrojado su honra al chiquero tendrían la posibilidad de ser loados, ni siquiera escuchados con un 10% de la atención que ella genera. Con ella están perdidos pero sin ella seguro lo están.

Los rezagos cansados de la masa, ésos que se vuelven casi la mitad cuando la euforia movimientera les olvida su cansancio, hoy sólo podrían engendrar ese olvido de la mano de ella (o desde su voz). Es la dueña de las reservas de euforia, la única capaz de reflotar relato a nivel entusiasta al compás de silencios e histrionismo repetitivo. Les olvida su cansancio de pobreza que es exitosamente inculpada a un enemigo siempre omnipresente y siempre vestido de antimovimiento.

La deidad es necesaria como oído de los pedidos milagrosos y como ojos para las demostraciones de fe ciega. Ella todo lo ve de los que nada ven.

Ninguno está a la altura de ganarle el lugar a ella, ni siquiera Schiaretti, con su cordobés forzado a nivel culebrón made in porteño, o Capitanich, con su adoptado progresismo nivel imbécil. Insfrán (el modelo a imitar según el fantoche) ante el asombro de lo inverosímil podría tener mejor oportunidad que el resto de sus cómplices (perdón, quise decir colegas) haciendo ejercicio de su fascista irracionalidad en la inhóspita materia gris de la masa convertida en buscadora de miserias arrojables. Así de bajo hemos caído.

Cuando oíamos República Democrática del Congo, de Corea del Norte o República Democrática Alemana, inmediatamente sabíamos que “no eran”, que no se trataba de repúblicas sino de simples comunismos y en consecuencia tampoco había en ellas una pizca de democracia. En cada intento de escisión, invariablemente los peronistas auto apartados intentan lo de “republicano” como denominación; otros se esfuerzan con lo de federal. Tanta insistencia en auto titularse sólo nos lleva a la experiencia de las repúblicas democráticas y su interpretación antagónica. O quizás en su sinceridad de esta vez querer serlo nos dejan con claridad expresado lo tan cerca que el peronismo estuvo y está de ser un burdo comunismo. Lo de justicialista es obvio, al enemigo ni justicia.

Estamos a una distancia sobrepasada de una decisión no tomada, la de peronismo o república. Cuesta creer que de este movimiento se escindan elementos de profunda vocación democrática y republicana. Este aparente oxímoron podría ser el resultado de la ausencia de espacios.

Republicanos atraídos a un lugar con una estética libre de rojos y martillos, con un discurso de pretendida evolución, todo adornado con el intelectualismo autocomplaciente necesario. La ambigüedad conformista podría conducirnos al siguiente nivel no necesariamente excluyente pero sí posible, el de Democracia o Bienestar.

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