Por Claudio Valdez.-

En los “Fundamentos de la ciudad ideal”, Aristóteles analizaba: “Todo lo que no se encuentra en el país propio hay que importarlo y la producción excedente de artículos necesarios hay que exportarla, ya que en beneficio propio y no en el ajeno debe ser comerciante la ciudad”. Elemental apreciación, realizada en el siglo IV antes de Cristo por el filósofo griego, que resultó casi siempre desatendida por las dirigencias políticas argentinas con variadas excusas (teorías ingeniosas o estúpidas explicaciones) por necesidad de ocultar inconfesables intereses. Resultado: bancarrota del Estado.

Los dirigentes de la Argentina, tanto públicos como privados, luego de más de cuatro décadas de ejercicio resultan inexcusables responsables de haber transformado al país en el sitio donde “nada resulta”: no es posible trabajar, no es posible vivir con dignidad, no es posible invertir, no es posible tener seguridad, no es posible efectuar proyectos viables, no es posible creer en candidatos electorales, no es posible elegir dirigentes que resulten responsables del territorio, de la población y de la voluntad política de “ser nación”. Esa “no posibilidad” producto de ausencia de disposición y talento, ilustrada de modo patético por la carencia de resultados mínimos aceptables, desintegra tanto las personalidades individuales como la voluntad común que reclama el sentimiento nacional.

Durante las últimas décadas fueron partícipes y se alternaron en el gobierno la social democracia, un falseado liberalismo y de algún modo el anarco socialismo. Fomentaron la subversión cultural, la expoliación de la economía y las finanzas, sin ser ajenos a la inadaptación social de grandes sectores de la empobrecida población. Las leyes, los actos administrativos y las sentencias judiciales dan cuenta de los despropósitos cometidos y sus consecuencias: moralidad forzada a traumático cambio que causa extrañeza e impide la necesaria cohesión social.

A pesar de ser facciones de diferentes ideologías constituyeron una única oligarquía que alternaron en situación de “mayorías” y de “minorías” el ejercicio del poder. Pusieron una vez más en evidencia la observación de Platón respecto a los privilegios de la oligarquía gobernante: “¿Y no ves acaso mendigos en las ciudades gobernadas por la oligarquía?”. “Veo que casi todos lo son -dijo-, excepción hecha de los gobernantes”.

En cuanto al beneficio propio que debe buscar la “polis” (ciudad-estado) según propone Aristóteles, no es posible esperar que nuestros actuales dirigentes obren de modo conveniente por distintos motivos: social demócratas y anarco socialistas son internacionalistas de una utopía que ya fracasó, o en todo caso está en situación de caótico acomodamiento, en tanto los “liberales” son también internacionalistas de otro proyecto imperialista promocionado como “globalización”; y todos son responsables de la mayoría de los males del inicio de este siglo XXI, que pueden sintetizarse en miseria y guerra.

Lo señalado confirma que dirigentes con estas orientaciones no están a la altura de los “legítimos políticos” (estadistas) que requiere la nación, pudiendo ser solo calificados como “dirigentes del fracaso” y, lo que es peor, “de la derrota” de sucesivas generaciones de argentinos que no aciertan a explicarse cómo a partir de las posibilidades del país “no se pudo” (no se quiso) generar prosperidad y dicha para la comunidad. ¡Sus empeños solo alcanzaron para esquilmar al Estado!

“Hombres hay que creen que tienen coraje en ser inmorales, pillos y arteros en la América del Sur. ¡Sed virtuosos si os atrevéis!” (Domingo Faustino Sarmiento. 1811-1888).

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